Contra el consenso en política exterior
;?w=640&q=90)

Los tambores de guerra han llegado plenamente a Europa. Las reiteradas declaraciones de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, instando a aumentar el gasto europeo en Defensa como "primera y principal prioridad" para que la Unión Europea (UE) pueda presentar una "disuasión creíble" ante Rusia, país al que ha acusado de preparar "una futura confrontación con las democracias europeas", no dejan lugar a dudas. La UE parece haber abandonado su papel como potencia normativa para abrazar un enfoque realista en su accionar exterior en este nuevo orden internacional que se está fraguando, de manera acelerada, tras el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca.
En efecto, el regreso de Trump a la Presidencia de EEUU ha supuesto un cambio en la política exterior estadounidense en relación con el conflicto abierto entre la Federación de Rusia y Ucrania. Del apoyo militar y financiero al Gobierno de Volodímir Zelenski bajo el mandato de Joe Biden se ha pasado a la amenaza de retirar toda ayuda económica y respaldo militar, imprescindible para que Ucrania pueda continuar resistiendo, e incluso al cuestionamiento a la legitimidad política de Zelenski por parte del actual presidente estadounidense.
En paralelo, EEUU ha emprendido una serie de conversaciones bilaterales con la Federación de Rusia y, posteriormente, con Ucrania, para buscar un acuerdo de paz, dejando a un lado a la UE que reclama, por su parte, no ser ninguneada en las negociaciones y se moviliza para articular acuerdos que le den protagonismo. La forma en que EEUU está llevando a cabo las negociaciones con ambos países da pistas de cómo la todavía potencia hegemónica entiende que debe realizarse el reparto de poder del orden mundial del presente y, sobre todo, del futuro.
Europa, el consenso del rearme
La nueva administración también muestra el enfoque utilitarista, y hasta chantajista, con el que EEUU entiende la relación con sus tradicionales aliados. Nada nuevo en la historia de la política exterior estadounidense, sólo que ahora se realiza sin artificios diplomáticos y minimizando las contraprestaciones a la otra parte.
En ese sentido, Trump ha profundizado en la idea ya enunciada en su primer mandato: que la seguridad europea debía ser asumida por los propios países europeos, quienes debían financiar a la OTAN en un porcentaje aún mayor. Pero ha ido más allá, dando a entender que no está interesado en proseguir con la ampliación de la OTAN hacia el Este. A través de su secretario de Defensa, Pete Hegseth, posicionó ya en febrero la idea de que Ucrania debería renunciar a ser parte de la OTAN, elemento indispensable para explicar las actuaciones rusas en su conflicto con Ucrania.
El cambio de guion por parte de las autoridades estadounidenses ha dejado a Europa descolocada en el tablero internacional. Su reacción ha sido profundizar el ardor belicista y continuar con su relato de la guerra en Ucrania como primera línea de la defensa de los valores europeos. Aunque hace más de un año que en la UE se empezó a instalar la idea de la necesidad del rearme, lanzando la Estrategia Industrial Europea de Defensa para 2025-2027, en previsión de un eventual abandono de EEUU de sus compromisos con la OTAN si Trump ganaba las elecciones, las reacciones europeas parecen dar a entender que la UE se encuentra en una situación no calculada. Ello a pesar de que este escenario era fácilmente previsible habida cuenta de la falta de autonomía estratégica de la UE, de su carencia de un proyecto geopolítico propio al margen de EEUU y del suicidio de la soberanía económica que ha supuesto abrazar los intereses estadounidenses en la guerra entre Rusia y Ucrania.
Europa se encuentra inmersa en una histeria belicista que se justifica, en buena medida, en fantasías sobre un eventual expansionismo del imperialismo ruso, del alarmismo ante sus posibles bases militares en nuestras fronteras, a la vez que se ignora que el mayor peligro geopolítico que Europa, y el mundo, tienen ante sí ahora mismo -como siempre- se llama EEUU, como apuntó Ivo Daalder, exrepresentante de EEUU ante la OTAN entre 2009 y 2013.
Sin embargo, esta amenaza de Rusia, pero no de EEUU, sirve a la UE de excusa para lanzar el Libro Blanco de la Defensa y diseñar un modelo de ahorro común, con incentivos fiscales para las empresas europeas que inviertan en proyectos estratégicos vinculados con la Defensa, entre otros. Buenas noticias para la industria armamentística, incluída la española, que ve cómo las acciones de sus empresas se disparan en bolsa previendo el gran negocio que se avecina, como siempre que se habla de guerra en el capitalismo.
La defensa de la autonomía estratégica se traduce en que Europa se arme produciendo más dentro de sus fronteras pues se calcula que, actualmente, Europa compra el 80% de su material de defensa en el exterior. Poco importa que se tengan que traspasar ciertas líneas rojas. La búsqueda de una disuasión militar "creíble" frente a Rusia, en palabras de Von der Leyen, implica también retomar los debates sobre el uso del arsenal atómico, con una Francia ofreciendo su paraguas nuclear para la protección del conjunto de la UE. Todo un retroceso en los principios que rigen el Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares (TNP), así como de los esfuerzos de la comunidad internacional de prevenir la propagación de las armas atómicas, buscar el desarme nuclear y evitar el uso no pacífico de esta destructiva energía.
España, consenso con escenificación disonante
En este escenario, se ha celebrado el Consejo Europeo el jueves 20 de marzo. Si bien Pedro Sánchez, en su entrada a la reunión del Consejo Europeo, rechazaba el término "rearme" y respondía a los periodistas hablando de la necesidad de apostar por el soft power europeo, el multilateralismo, la participación de la UE en las negociaciones de paz en Ucrania o de construir lazos comerciales con el Sur Global, para marcar un perfil de liderazgo socialdemócrata regional, lo cierto es que Sánchez también apuesta por "mayor inversión en seguridad y defensa". Esto es, en esencia, lógica belicista aunque se prefiera poner el acento en la necesidad de dar un "salto tecnológico" o la importancia de invertir en ciberseguridad para crear en el imaginario colectivo una idea menos sangrienta de la que tiene la guerra abierta.
Aunque no le guste el término, España se alinea con el consenso europeo que apuesta por rearmar a los países de la UE con la excusa de enfrentar el fantasma del expansionismo ruso por el continente europeo y el abandono del paraguas protector de EEUU. No hay, por tanto, ningún cuestionamiento frontal del Gobierno de España a la decisión de involucrar a Europa en una carrera armamentística que no garantiza, necesariamente, mayores niveles de seguridad.
Ahora bien, el sector de Sumar en el Gobierno se ha manifestado contrario a aumentar el presupuesto militar de España, lamentando la falta de autonomía estratégica de Europa frente a EEUU pero sin dejar claro qué entiende por un modelo de defensa europeo propio y su reordenamiento bajo una coordinación europea. En todo caso, tanto Sumar como otros socios puntuales del Gobierno de Sánchez, e incluso el Partido Popular (PP), exigen la necesidad de un debate y votación en el Congreso de cualquier decisión que se tome en un tema tan sensible. Esta presión dentro del Gobierno y, también, entre los aliados en el Congreso explica, en buena medida, que Pedro Sánchez esté tratando de hacer ligeros matices al discurso dominante sobre el rearme.
Además, para mandar el mensaje de que el Gobierno de España no actuará unilateralmente, la semana pasada el presidente Sánchez realizó una ronda de conversaciones con representantes de los distintos partidos políticos en el palacio de La Moncloa para transmitirles los acuerdos tomados en las instituciones europeas ante este nuevo momento geopolítico. Como siempre, el PP exige que el Gobierno consensue con el principal partido de la oposición una postura de Estado que, en este caso, pasa por la premisa de que puede existir una política exterior apartidista, "apolítica" y, por tanto, invariable. Nada más lejos de la realidad.
Es cierto que, salvo en los países que han sufrido cambios de carácter revolucionario, la política exterior es considerada, en términos teóricos, una de las políticas públicas con mayor continuidad en el tiempo y, por tanto, más estable frente a los vaivenes de las alternancias gubernamentales. Sin embargo, este aspecto, que se presenta como favorable por responder a un supuesto interés nacional del Estado que estaría por encima de los intereses partidistas o de las distintas clases sociales, no es necesariamente positivo, mucho menos en un momento donde el consenso político pasa por justificar la escalada armamentística y asumir un actuar geopolítico en lógica reaccionaria.
Igual que la izquierda y la derecha no deberían tener una misma concepción del Estado, ni de la acción política dentro de sus marcos preestablecidos cuando llegan al gobierno, tampoco deberían compartir una misma postura sobre qué hacer afuera de las fronteras de dicho Estado. La izquierda debería tener su propia agenda de política exterior, así como una concepción diferenciada de qué es la seguridad, cómo se puede reforzar sin caer en lecturas competitivas que socavan la seguridad mutua de los Estados o cuál debe de ser el diseño de la autonomía estratégica desde sus premisas políticas. Lo contrario es carecer de postulados propios que permitan incidir en las coordenadas geopolíticas del mundo del presente y del futuro.
Como estamos viendo con claridad meridiana en estos últimos meses, las estructuras del viejo orden internacional se desmoronan a pasos agigantados. El nuevo orden deberá construir alianzas alternativas basadas en la cooperación entre las sociedades y los Estados si la humanidad quiere subsistir. Para ello hacen falta consensos, tanto en la política doméstica como en la internacional, pero no precisamente los consensos bélicos que defiende la actual clase dominante europea.
lamarea.com