Contra el fascismo
El fascismo es por principio la ideología del odio. Se fundamenta en reafirmar la injusticia social y el mal reparto de la riqueza; justifica y avala el racismo sobre la base de una supuesta supremacía de lo blanco occidental sobre el resto de culturas del mundo; es homófobo, es patriarcal y propugna finalmente modelos de sociedad autoritarios controlados por élites militares, empresariales y religiosas.
Todo esto no resultaría tan siniestro si se quedara en el campo puramente teórico, pero lo cierto es que en el mundo y, a lo largo de la historia del siglo XX, el fascismo se ha hecho palpable y real. Porque cuando ha logrado imponerse, se ha generado algunas de las catástrofes sociales y humanas más dramáticas.
Porque no hay que olvidar ni tampoco perdonar, porque de hecho ellos jamás han pedido perdón, ni a los miles de muertos producto de una guerra civil originada por el levantamiento militar fascista contra el gobierno legítimo de la II República en el Estado español, ni menos aún a los miles que les sucedieron a estos una vez acabada la guerra producto de una represión cruenta y sanguinaria. Porque aunque el sistema de deseducación haya sido tan eficiente en borrar cualquier huella de la historia política del siglo pasado de la mente de los jóvenes, es bueno que sepan que existieron un Franco, un Hitler y un Mussolini que llevaron al mundo entero a una guerra en la que los muertos se contaron por millones y, de ellos la gran mayoría fueron víctimas civiles que habían cometido alguno o varios de los más terribles pecados contra el poder totalitario de los líderes fascistas. A saber: ser judío, comunista, anarquista, gitano, homosexual o simplemente vivir en alguna ciudad europea en el escenario del conflicto. Porque es bueno que se sepa que, en América Latina, los fascistas que estudiaron en la Escuela de las Américas desplegaron a lo largo y ancho del continente una red de dictaduras militares que acabó con la vida de miles de seres humanos, instaurando métodos de tortura solamente equiparables a los utilizados en la inquisición, asesinando y desapareciendo a miles de personas. Porque el fascismo en América se llamó Pinochet, Somoza, Banzer o Videla y la herida que dejó abierta aún hoy sigue sin cerrarse. Al igual que en Palestina, el fascismo hoy se llama sionismo y lo practica el Estado de Israel contra la población palestina.
La única ideología que podría compararse, por su carácter destructivo, con el fascismo es el fundamentalismo cristiano (que no todo el cristianismo), responsable del mayor reguero de sangre de la historia humana, entre otras cosas con la inquisición en la Europa medieval, o con la extirpación de idolatrías en la conquista de América. En ese sentido el fascismo en el estado español es particularmente peligroso porque está profundamente enraizado en el fanatismo y la intolerancia religiosa.
Hoy más que nunca, recordar lo que es y lo que hizo el fascismo es importante porque hay claros signos de que está volviendo. Ya se los puede ver paseándose por las calles de Atenas, golpeado a las personas cuyo color de piel les resulta ofensivo u obligando a los periodistas a ponerse de pie cuando entra a una sala de prensa su "gran líder".
Peor aún, la política económica y la actitud hacia temas tan sensibles como la inmigración, los derechos humanos o contra la protesta social asumida desde los Estados europeos, muestra signos evidentes de un creciente autoritarismo con tintes marcadamente fascistas. Porque fascistas son los Centros de Internamiento de Extranjeros donde se encarcela a personas que no han cometido delito alguno por el simple hecho de provenir de países empobrecidos; como fascismo es querer hacer de la educación y la salud un privilegio de las élites o el hecho de reprimir la protesta social a base de golpes de porra y montajes judiciales.
El peligro se hace aún más evidente en sociedades como esta, en que los niveles de conciencia política han sido debilitados profundamente en los años de la bonanza ficticia aparejada al pelotazo inmobiliario, aderezado con embrutecimiento televisivo masivo. Esto hace que la población reaccione con cierta pasividad y aceptación ante el creciente autoritarismo y represión que instauran los mercados a través de sus estados títere.
En ese escenario de incultura política generalizada, puede verse que ante la aparición, nada casual, del germen de movimientos fascistas que tratan de implantarse en el incipiente movimiento social y estudiantil, existan voces que lleguen a equiparar y poner al mismo nivel la presencia en manifestaciones de banderas como las anarquistas o las comunistas que, más allá de sus diferencias y errores históricos, han simbolizado la lucha por un mundo de igualdad, libertad y justicia; con la simbología de estos grupos fascistas que, la historia lo demuestra, son partidarios del odio, la desigualdad y la muerte. Esto es no solamente injusto, sino intolerable.
Finalmente la historia de los pueblos ha demostrado que contra la avanzada fascista, sólo hay un remedio posible: La combinación de dos elementos; en primer lugar la unidad inquebrantable y firme de todas las fuerzas anticapitalistas que, más allá del debate válido y enriquecedor acerca de la construcción del socialismo, la ruptura de los esquemas coloniales o la destrucción del estado como ente opresor de los pueblos y personas, en el tema específico de la lucha contra las diversas formas del fascio deben convertirse en un solo puño cerrado. Un segundo elemento es no caer en la trampa del "buenismo" y la supuesta tolerancia democrática ante los intolerantes. Contra el fascismo, como contra la violencia machista que no deja de ser otra forma del fascismo, la respuesta debe ser la misma… tolerancia cero.
(*) René Behoteguy Chávez es miembro del SCN de Intersindical Canaria.