Cuando los fondos buitre vuelan por el cielo, algún cadáver se pudre sobre el terreno
Los fondos buitre son una manifestación del capitalismo en su etapa decadente y última, pero no suponen ninguna novedad que no fuera conocida en el siglo XIX. La gigantesca concentración de capital experimentada a lo largo de décadas es lo que los ha puesto en un primer plano.
Su presencia está en las grandes sociedades por acciones (“anónimas”), en las que el capital experimenta un desdoblamiento entre propietarios (accionistas) y gerentes, como ya explicó Marx.
Bajo el imperialismo esa duplicidad se desarrolla hasta sus últimos extremos, ya que las sociedades por acciones se convierten en el prototipo del capital y, sobre todo, del capital monopolista, así como por la fusión entre la industria y la banca, es decir, el surgimiento del capital financiero.
Ese mecanismo financiero permite que una minoría (del capital) se imponga por encima de la mayoría, dando lugar a esos escándalos que periódicamente jalonan los titulares de las noticias cerca de fraudes y bancarrotas que arruinan a los “pequeños accionistas”.
A pesar de ser minoritarios en términos cuantitativos, los monopolios están dirigidos por el contubernio entre un reducido número de propietarios y los gerentes.
La mayor parte de las acciones forman una parte del capital, llamado “flotante”, que representa la masa pasiva del capital, que se limita a acudir a las juntas de accionistas pero carece de peso en la administración del monopolio. Son los vividores, esos rentistas ociosos de los que hablaba Lenin (1), la casta de parásitos engendrada por el capitalismo contemporáneo que no necesitan dar un palo al agua porque viven del “corte de cupón”, es decir, del dinero que han invertido en comprar acciones y de la rentabilidad de las mismas.
Una minoría es el “núcleo duro” que controla la gestión, poniendo de manifiesto que en cualquier monopolio tan importante -al menos- como la propiedad es la gestión (“el día a día”).
Este mecanismo financiero tiene la ventaja de poder controlar más empresas con menos dinero y, por lo tanto, de repartir el riesgo. Los grandes capitalistas no necesitan poner todos los huevos en la misma cesta. Los fondos de inversión reparten su dinero entre múltiples monopolios, muchas bolsas de valores del mundo y muchas divisas diferentes.
Otra de las ventajas es que la rentabilidad se duplica. El accionista obtiene un rendimiento económico no sólo por el dividendo, es decir, por los beneficios que obtiene el monopolio, sino también por la venta de sus acciones, y esta operación puede ser mucho más rápida y rentable que la anterior.
Así surge la especulación más típica. El capitalista no necesita esperar un año a que el monopolio reparta beneficios; no tiene más que comprar y vender acciones en la bolsa para lucrarse (o arruinarse) con la diferencia de precio de un día para otro.
Son los grandes y pequeños “pelotazos”. Nadie se puede extrañar de que el Banco de Santander comprara otro, el Banco Popular, por el módico precio de un euro y alguien pensará que por ese dinero a él también le hubiera interesado tener su propio banco...
Los fondos de inversión característicos ponen su dinero en monopolios estables sobre cuya gestión influyen. Los fondos buitre buscan monopolios inestables o provocan la inestabilidad para que caiga la cotización de las acciones, comprarlas a buen precio, reflotarlas y luego revenderlas.
En una época, como la actual, en la que el capitalismo agoniza, los carroñeros están a la orden del día, lo que se expresa en titulares periodísticos como “Los fondos buitre toman el control de las casas de apuestas” (2). La noticia informaba de que desde el mes de julio de este año los 3.000 locales de Sportium están en manos de Cirsa, una filial del fondo buitre Blackstone. A ellos hay que añadir cuatro casinos, 37 bingos, 29.900 tragaperras, 178 salones de juego...
La voracidad burguesa no tiene límites. La jungla capitalista no sólo está llena de monopolios que pasan por dificultades económicas, sino también de Estados endeudados hasta las cejas y cuyas obligaciones se cotizan por los suelos en cualquier bolsa de valores del mundo.
El paisaje capitalista de cada día está repleto de este tipo de personajes: presas y depredadores, monopolios y Estados que agonizan lentamente, rentistas, parásitos y carroñeros al acecho de su próxima víctima. “El mundo ha quedado dividido en un puñado de Estados usureros y una mayoría gigantesca de Estados deudores”, escribió Lenin (3).
“El Estado rentista es el Estado del capitalismo parasitario y en descomposición, y esta circunstancia no puede dejar de reflejarse tanto en todas las condiciones político-sociales de los países correspondientes, en general, como en las dos tendencias fundamentales del movimiento obrero en particular”, añadió (4).
Los fondos buitre reflejan, pues, al capitalismo típico de su última etapa: la de decadencia. Pero eso es sólo una parte. Junto a ellos están los países carroñeros y parásitos, así como esa tendencia dentro del movimiento obrero que se mueve en la misma dirección parasitaria y decrépita. Algún día habrá que hablar más despacio de esos movimientos políticos y sociales caracterizados por la degeneración y la descomposición de la sociedad actual, porque cuando Lenin hablaba de que el imperialismo significaba la crisis del capitalismo, no se refería sólo a una crisis económica sino a una crisis general de la sociedad actual, de la que no escapa nadie.
Por eso cuando los fondos buitre vuelan por el cielo, es porque algún cadáver se está pudriendo sobre el terreno. Pero tan importante como mirar hacia arriba es mirar hacia abajo y descubrir la carroña que hay alrededor.
(1) Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, Pekín, 1972, pg.127
(2) www.vozpopuli.com/economia-y-finanzas/empresas/fondos-buitre-control-apuesta-Espana_0_1264974505.html
(3) Lenin, op.cit., pg.129.
(3) Cit., pg.130.