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Estado español :: 19/02/2014

De medios de comunicación, violencia y rupturismo

Yesca
Hacemos un llamamiento a las organizaciones criminalizadas a mantenerse firmes frente a estas maniobras y a entenderlas como una muestra más de la debilidad del régimen

Nuestra posición general, desde hace años, ha sido procurar no entrar al trapo de la bazofia intoxicadora que la prensa del régimen ha venido vertiendo regularmente sobre Yesca. La frecuencia con la que los medios nos aluden se ha ido incrementando exponencialmente en paralelo a la clarificación de la lucha popular en torno a dos líneas ideológicas claramente contrapuestas, que aunque hayan podido compartir consignas genéricas han demostrado en la praxis sus abismales diferencias: por un lado la línea abiertamente rupturista con el sistema surgido de la Transición, de la que formamos parte activa dentro de nuestras limitadas capacidades; por el otro, el complejo mundo reformista y sus mil terminales. Si emitimos este comunicado ahora no es para apresurarnos a desvincular a Yesca de ninguna acusación de la prensa ni para renegar de nuestra responsabilidad con la juventud de nuestro pueblo (¡acabáramos!), sino para aportar algún elemento a la reflexión sobre el papel que juega la criminalización como fenómeno consustancial a la represión.

Es sobradamente conocido que el proceso de criminalización de los movimientos sociales, de las alternativas políticas, de los colectivos y compañer@s que luchan de manera ejemplar, etc. se articula esencialmente, aunque no exclusivamente, como antesala de la represión, instrumento del enemigo para deshacerse de la oposición que no se logra acomodar de ninguna manera en el seno del propio sistema. La criminalización allana el terreno produciendo aislamiento o rechazo social hacia el objeto o sujeto a reprimir. Hemos visto infinitas veces la maniobra de separar concienzudamente las respuestas controladas y amables con el régimen de aquellas que lo perjudican, también sembrar cizaña entre los buenos manifestantes y los radicales agitadores o confundir sobre lo que es legal y lo que es legítimo. Después de esa insistencia sobre la encarnación con nombres y apellidos del mal absoluto, no es extraño que se produzcan todo tipo de cazas de brujas en el seno del movimiento juvenil, en el feminista, el antifascista, en la Coordinadora 25-S, en las organizaciones de la izquierda de los pueblos, en el sindicalismo combativo, etc. Por eso es tan importante gestionar redes de apoyo y normalizar los discursos, impidiendo que nos desarraiguen de nuestra gente o que los pongan en nuestra contra. Que el régimen necesita más que nunca la represión se evidencia en el número de detenciones, multas, procedimientos judiciales o cargas policiales de los últimos meses y sobre todo en el Proyecto de Ley de Seguridad Ciudadana. Pero fundamentalmente se evidencia en el avance cualitativo y cuantitativo de las posiciones correctas: la contundencia y el crecimiento del rupturismo en el seno del movimiento popular, de la asunción cada vez mayor de una línea ideológica y estratégica que no es asimilable de ninguna de las maneras por el régimen monárquico, españolista, patriarcal y neoliberal, sino que está dispuesto a combatirlo hasta las últimas consecuencias.

Por supuesto, “la violencia” –o lo que ellos pretenden hacer pasar por violencia- no es el eje central de las preocupaciones del régimen, pero “el amparo, la justificación o la promoción de la violencia por parte de radicales” es el leitmotiv perfecto para explotar la criminalización, el aislamiento social y la represión, mientras a su vez desvía la atención sobre el conflicto de carácter político que subyace bajo cada movilización. Se ha dicho insistentemente por nuestra parte que violencia es ser desahuciad@, cobrar 600 euros, exiliarse por imperiosa necesidad, no tener acceso a servicios públicos, vivir arrastrado en la indigencia, la maternidad obligatoria o ser recibido a balazos en la frontera… todo ello es la innegable violencia terrorista que cotidianamente padecemos la mayoría social. Pero si nos ponemos al nivel semántico que al enemigo le interesa manejar, en el cual la única violencia es la que ejerce el manifestante que se defiende de la miseria -por cierto, “violencia” condenada unánimemente por todos los tertulianos de todas las cadenas y periódicos-, toda la pantomima se desmonta rápido. Para darnos cuenta de lo barato que es ese argumento desacreditador, no hay que ser muy perspicaz a la hora de contrastar el tratamiento mediático de fenómenos con algún parecido. La oposición ucraniana o venezolana encuentra en los medios de comunicación del Estado español una amplia comprensión y simpatía pese a su carencia de pacifismo, mismo pacifismo que exigen y reclaman para el movimiento popular en Castilla, especialmente en Madrid. Lógicamente, lo que le importa a esos medios y a quien los controla no es la paz, ni la democracia ni el respeto a los Derechos Humanos, sino en qué embarcación y con qué rumbo navegan los sujetos sobre los que hay que informar o desinformar en cada caso.

El asunto de relevancia no es que quieran apartar a la juventud rebelde de nuestra modesta organización o de otras, que no deja de ser un objetivo secundario; la cuestión de fondo radica en que se pretende desacreditar y desarticular la línea estratégica de la ruptura con el Régimen del '78 por medio del hostigamiento inmisericorde a los colectivos que la defienden, mientras que se afanan en promocionar mediáticamente nuevas quimeras que den oxígeno a la línea reformista, que cada vez está más debilitada y tiene menos ofertas atractivas para la gente del común. Es un buen ejercicio teórico preguntarse por qué distintos proyectos que a priori parecen tener significativas semejanzas reciben tratamientos tan diferentes por los medios y por las instituciones: unos nos llevamos la criminalización -sin posibilidad de réplica- y la represión mientras otros obtienen publicidad y complacencia. Las organizaciones, las marcas, las siglas… se pueden reemplazar con relativa facilidad y para nosotr@s no son sino una herramienta al servicio de nuestro pueblo. Sin embargo, perder la batalla frente al reformismo como ocurrió en la Transición tendría consecuencias absolutamente nefastas; y para vencer esa batalla hay que imponerse a su vez a los grandes medios de comunicación, a sus tertulianos y columnistas y a los muchos intentos de criminalización y represión del movimiento popular que iremos viendo crecer en los próximos tiempos.

Por último, hacemos un llamamiento a las organizaciones criminalizadas, en especial a las juveniles, a mantenerse firmes y alerta frente a estas maniobras y a entenderlas como una muestra más de la debilidad del régimen. Unid@s lograremos derrotarlo.

Yesca, febrero 2014

 

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