Doce apuntes sobre marxismo (X de XII)
En esta décima entrega de un total de doce que hacemos para el colectivo internacionalista Pakito Arriaran, intentamos resumir el hundimiento del socialismo realmente inexistente, de la URSS y de sus «satélites». La undécima seguirá la lucha de clases desde el inicio de la contrarrevolución imperialista en la mitad de los '70 hasta el presente.
Para conocer las razones de la implosión de la URSS, del socialismo realmente inexistente, es conveniente releer la octava entrega de esta serie dedicada a la revolución bolchevique porque en ella se ofrece un resumen muy sintético de su burocratización hasta la IIGM, que fue la razón central de su hundimiento. Debemos partir de las limitaciones de ese poder surgido del proletariado, luego separado de él y por último, opuesto a él, para descubrir por qué su enorme clase trabajadora fue incapaz de derrotar a una casta que para finales de la década de 1960 empezaba a disponer de un sostén económico propio –la «segunda economía» — además de los privilegios inherentes a la burocracia asentada desde tres décadas antes.
También tenemos que considerar las diferencias de ritmo entre las condiciones objetivas determinadas por el imperialismo, y los atrasos e inexperiencia de las condiciones subjetivas, por el hecho de que la base teórica elemental marxista sobre el tránsito al socialismo había sido elaborada cuando la fase imperialista del capital apenas mostraba sus terribles novedades, sobre todo antes de la IGM. Los tres grandes debates sostenidos en la URSS entre 1918 y 1929 sobre el comunismo de guerra y la superación del dinero, sobre la Nueva Política Económica y sobre la relación entre industria y agricultura, se dieron en un contexto imperialista que añadía problemas nuevos a los ya estudiados por Marx y Engels en la segunda mitad del siglo XIX.
Sobre esta base, presionaron al menos diez grandes impactos contra la URSS: 1) la invasión imperialista y la contra revolución anti bolchevique en 1918-23. 2) la derrota de la oleada revolucionaria de 1918-23 en Europa, que los bolcheviques veían como una de las pocas esperanzas de supervivencia. 3) el fascismo desde 1923 que azuzó a las fuerzas anticomunistas de toda Europa. 4) la derrota de la huelga general británica y de la insurrección china en 1926-27 que reforzó su aislamiento. 5) la Gran Depresión de 1929, que anuló cualquier esperanza de comercio internacional que aliviara su situación. 6) la rebelión contra revolucionaria de la nueva burguesía agraria y las hambrunas provocadas por su sabotaje deliberado desde ese año. 6) la guerra con Japón en 1932-39 que le obligó a un sobreesfuerzo militar. 7) el nazismo desde 1933 que declaró públicamente su objetivo de destruirla. 8) la gran purga de 1936-37 que exterminó a las izquierdas y debilitó al Ejército Rojo. 9) la derrota del Frente Popular francés y la victoria del franquismo en 1936-39 que fortalecieron a la contra revolución europea que preparaba otra invasión. Y 10) la IIGM que inicio una agresión sistemática sostenida hasta 1991.
Ubicando lo anterior en la perspectiva estratégica del materialismo histórico, hay que dar la razón a la Internacional Comunista al advertir antes de 1923 que, si bien la toma del poder se lograba más rápidamente en los países atrasados que en los imperialistas, sin embargo, el atraso y la contrarrevolución dificultarían sobremanera su avance al socialismo, pudiendo derrotarlo. Al contrario, la burguesía imperialista resistiría mucho más al principio, pero una vez perdido el poder e instaurada la democracia socialista –dictadura del proletariado– el avance al socialismo sería mucho más rápido precisamente por el enorme desarrollo de las fuerzas productivas. Las diferencias de ritmo dentro de desarrollo desigual y combinado se explican porque en vez de entender las revoluciones como súbitos y breves estallidos aislados, debemos verlas como momentos puntuales de una larga «época de revolución social» durante la cual el comunismo destruye al capitalismo o, en el peor de los casos, el capitalismo hunde a la humanidad en el caos y la barbarie o la extermina con el holocausto.
Desde esta visión larga, se comprende que los avances sociales en la URSS antes de 1941 permitieron a la burocracia un suficiente apoyo de la nueva clase obrera y del campesinado para aislar a las izquierdas aplastándolas con purgas. Se mantuvieron focos de rechazo en naciones no rusas como se demostraría en los primeros meses de la invasión nazifascista hasta que su extrema crueldad les hizo comprender la diferencia cualitativa entre Hitler y Stalin, pasando a apoyar a las guerrillas rojas. Veremos al imperialismo reactivar parte de ese rechazo desde 1945, fracasando. En la IIGM la clase trabajadora desbordó a la burocracia salvando a la URSS, pero desde finales de 1944 se rehízo esta casta que comenzó nuevas purgas parciales a finales de esa década y preparaba otra más general cuando murió Stalin en 1953.
En 1945 la URSS tenía una economía militarizada en extremo que justo producía los bienes de consumo que necesitaba perentoriamente: este fue uno de los grandes sacrificios que tuvo que hacer para acabar con el 80% del ejército nazifascista internacional, junto a los más de 20 millones de muertos. Partiendo en 1917 de unas condiciones de retraso y cerco imperialista que no sufría ningún de los Estados burgueses que serían sus aliados en la IIGM, la URSS demostró una capacidad organizativa muy superior a todos ellos, movilizando masas ingentes de recursos en un período crítico, trasladando la industria pesada a miles de km del frente y poniéndola en funcionamiento en poco tiempo.
Comparados con los recursos casi inagotables de los EEUU y los debilitados, pero aún muy grandes de los imperialismos europeos que sufrieron la guerra nazi, los de la URSS y países del este, eran abrumadoramente inferiores. En 1940, la industria era el 45% de la economía checa, el 20% de la húngara y polaca, el 10% de la búlgara y rumana, Albania era el país más empobrecido de Europa… La guerra y la devastación nazi los destrozaron aún más. La revolución china triunfó en 1949 en medio de la pobreza extrema tras un siglo de saqueos invasores y la huida del gobierno con las reservas de oro. Vietnam inició su larga guerra de liberación desde la mortal hambruna impuesta por la esquilmación japonesa de sus recursos. Otro tanto sucedió en Cuba en 1959, cuando la burguesía huyó a los EEUU llevándose literalmente todo lo que pudo. Una «maldición» de los países empobrecidos es que deben avanzar al socialismo con muy pocas y atrasadas fuerzas productivas, y sufriendo el implacable sabotaje capitalista.
Como hemos dicho arriba y teniendo en cuentas estas ingentes diferencias de partida, hay que aplaudir el que los pueblos que comenzaron el tránsito al socialismo con tan pocos recursos y bajo brutales presiones, lograran avances tan espectaculares de entre los cuales ahora sólo citamos el de la impresionante mejora de las condiciones de vida, trabajo y libertad de las mujeres y de la infancia, conquista cualitativa que ninguna burguesía ha tolerado nunca y que fue la primera en ser destruida por el sistema patriarco-burgués reinstaurado. Ese y otros saltos históricos se realizaron mediante la sinergia de siete dinámicas fundamentales integradas en la dialéctica de la lucha de clases mundial entre el capital y el trabajo:
1) liquidación del poder militar, económico, político, cultural… de la gran y mediana burguesía y control de la pequeña burguesía, debilitando en todos los sentidos a esta clase. 2) sistema de defensa basado en el pueblo en armas. 3) democracia socialista con múltiples formas de participación rectora de las clases trabajadoras en la planificación socioeconómica combatiendo la tendencia a la burocratización del Estado, instituciones y sindicatos. 4) conciencia colectiva mayoritaria orientada al socialismo, reforzada por los avances reales en una forma de vida cualitativamente superior a la burguesa sufrida hasta entonces. 5) planificación social de la economía tendente a la reducción progresiva en aquellas duras condiciones de los efectos procapitalistas y reaccionarios de la ley del valor y del fetichismo de la mercancía inherentes a la existencia del mercado. 6) reformas para aumentar la producción de bienes de consumo y mejorar la calidad de vida, aumentar la productividad del trabajo mediante la ciencia y la técnica, etc., reformas que pese a fracasar recuperaban por un tiempo la legitimidad del tránsito al socialismo. Y 7) internacionalismo que debilitaba al imperialismo, facilitaba la ayuda exterior y obstaculizaba las agresiones del capital mundial.
Dependía de la historia de cada país que se mantuviera o estallara el inestable equilibrio entre estas y otras dinámicas particulares o singulares. Fue en el este de Europa desde 1945 donde más crudamente se desarrolló la muy compleja dialéctica de la lucha de clases, abriéndose uno de los dos abismos por los que se precipitó la URSS desde la década de 1970, siendo el otro la degeneración burocrática desde la década de 1930 que, entre pugnas internas, culminó con la instauración de un capitalismo mucho más salvaje y corrupto que el que iba creciendo en la llamada «segunda economía» en la URSS, como veremos.
Frente a la superficialidad de muchos análisis «críticos» sobre la implosión de la URSS, debemos recordar que desde 1945 el imperialismo comenzó una estrategia múltiple de acoso y derribo de los intentos de transición. Antes de la creación de la OTAN sus servicios secretos impulsaron movimientos contra revolucionarios que llegaron a verdaderas guerras civiles en el Este, porque en muchos países como Polonia, Hungría, Alemania oriental, Rumania, Ucrania, Países Bálticos, etc., hubo grupos nazifascistas y en todos, fuertes burguesías reaccionarias que, con la ayuda de la Gestapo, masacraron comunistas, socialistas, demócratas, gitanos, judíos, grupos con bases social que el imperialismo pretendió reactivar… En Polonia, sectores burgueses resistieron al nazismo, pero se sublevaron contra su propio pueblo y el Ejército Rojo. La creación oficial de la OTAN en 1949 multiplicó la coordinación estratégica y planeó diversos ataques nucleares contra la URSS fallidos por la potencia militar soviética y el miedo a una sublevación obrera en Europa occidental, aunque obligaron a la URSS a despilfarrar una gran parte de su economía en el gasto militar improductivo, acelerando así por diversas vías su crisis interna.
Durante este proceso se fue creando en la URSS y Europa oriental una estructura socioeconómica, política y cultural caracterizada grosso modo por:
1) déficit agropecuario estructural y dificultades periódicas de abastecimiento de la ciudad por el campo, que obligaba a requisas periódicas, que fortalecía el mercado ilegal, y que aumentaba la dependencia del mercado alimentario capitalista. 2) desequilibrio entre la subproducción de bienes de consumo y sobreproducción de bienes de producción. 3) hipercentralización estatal orientada a la producción extensiva y cuantitativa, lo que frenaba el avance técnico y científico, cualitativo, excepto en lo militar, intensificando el despilfarro y el destrozo ambiental. 4) sustitución del crédito controlado a las empresas por las asignaciones presupuestarias sin apenas control a sus direcciones desligadas de las y los trabajadores. 5) deficiencias en el abastecimiento, reparto y venta de los bienes y equipos, creando colas de espera, favoreciendo el mercado ilegal e «invisible» pero creciente, y agudizando el contraste con los privilegios burocráticos. 6) empobrecimiento teórico-político al prohibirse muchas corrientes marxistas que de alguna u otra forma cuestionaban los dogmas establecidos. Y 7) agotamiento imparable de la legitimidad del socialismo oficialmente definido, y aumento de la ideología pequeño burguesa reforzada por el avance lento de la «segunda economía» y por los intelectuales «democráticos» que legitimaban el socialismo de mercado.
Para comienzos de los ’50 estas contradicciones eran tan insoslayables que entre 1958 y 1965 se mantuvieron debates sobre si la ley del valor era antagónica con el socialismo o si se podía utilizarla «conscientemente» controlando sus nefastos efectos. Pero la mayoría de estos debates estaban lastrados por el poco o nulo conocimiento de partes elementales del marxismo debido a la represión de las izquierdas en los ’30. Por ejemplo, la imprescindible crítica del fetichismo fue sepultada en Siberia a pesar de ser central para la liquidación del capitalismo, y este es sólo un ejemplo porque incluso obras de Marx, Engels, Lenin… fueron ocultadas bajo toneladas de dogma mecanicista y economicista.
Entre 1959 y 1961 el Che visitó varios países del Este y la URSS, viendo cómo la transición se estancaba y empezaba a retroceder, afilando las tesis que defendería en el «debate cubano» sobre la inconciliabilidad entre la ley del valor y el socialismo en 1963-64. A diferencia del debate a este respecto en Europa, el Che y otros marxistas insistían en que no debía separarse la economía de la política práctica en la vida social, en que no era un diálogo entre tecnócratas aislados del pueblo obrero y con privilegios de casta, sino que debía ser un debate democrático, horizontal, abierto a la crítica de las y los trabajadores en fábricas, campos, escuelas…: debía ser la democracia socialista en acción, reflexionando autocríticamente sobre cómo avanzar al socialismo.
Durante las nueve entregas anteriores hemos visto cómo esta exigencia de debate popular para decidir el presente y el futuro es consustancial a la praxis de transición revolucionaria del capitalismo al comunismo, pasando por el socialismo. Pero durante la década de 1970 fue popularizándose en las clases trabajadoras del bloque de la URSS un dicho escalofriante por su significado: «ellos hacen como si nos pagan y nosotros hacemos como si trabajamos». ¿Qué estaba sucediendo para que se expandiera esta indiferencia por el socialismo?
Primero, los debates de 1958-65 no tenían ni mucho menos la perspectiva sociopolítica ni la atención popular de los sostenidos en 1918-29, sino que eran tecnocráticamente lineales orientados a la administración de las empresas y a intentar establecer un equilibrio entre la producción militar e industrial pesada, y la producción de bienes de consumo, así como garantizar la agropecuaria, dentro de un triunfalismo suicida según el cual el comunismo estaba a la vuelta de la esquina.
Segundo, eran debates que no entraban a las crecientes tensiones entre diversos sectores de la casta burocrática, sino que eran apolíticos en aquel contexto. Muy rápidamente expuesto, el sector que propugnaba un incremento de los bienes de consumo y una apertura «controlada» del «mercado socialista» chocaba con el que propugnaba el mantenimiento de la industria pesada y militar, y en todo caso el desarrollo de la pequeña economía legal de mercado de consumo inmediato, que no tenía nada que ver con la ilegal «segunda economía» que iba creciendo. Pero al ser un debate tecnocrático separado de la vida sociopolítica, para mediados de los ’60 se había impuesto la tesis no marxista de que la ley del valor actuaba «objetivamente», es decir, podía ser controlada y guiada hacia el socialismo. Y se había impuesto porque la ideología economicista y mecanicista dominante era incapaz de comprender la dialéctica del valor, sus contradicciones explosivas y el contenido sociopolítico de ellas.
Tercero, las reformas de 1965 y sobre todo las de 1973. 1979 y 1985 fueron agotándose en poco tiempo por cuatro razones básicas: 1) no iban a la raíz del problema, que no era otro que la creciente autonomía práctica de las empresas y de rebote del mercado «invisible» y de su corrupción esencial. 2) obtenían cada vez menos apoyo de las clases trabajadoras progresivamente apáticas desde que se agotó la impresionante movilización de 1957 para colonizar Siberia, que fue el canto del cisne que fue apagándose hasta comienzos de los ’80 cuando aún los sondeos de opinión mostraban cierta adhesión popular al sistema. 3) eran boicoteadas por distintas facciones burocráticas que se agarraban a sus privilegios, Y 4) no podían frenar la inicial tendencia a endeudarse con el capital imperialista, cáncer iniciado en el Este y que infectaría a la URSS creando problemas nuevos y peores que se añadían a los de antes.
Cuarto, la inicial conciencia socialista del proletariado se desintegrada a la vez que crecía la «segunda economía» ilegal y retrocedía la legal de una pequeña producción para el consumo inmediato que en 1950 suponía la mitad del PIB, pero cayó hasta el 10% en 1977. La economía ilegal, la que existía gracias al mercado «invisible» subió del 3,4% en 1960 al 20% en 1988, año en el que la facción dirigida por Gorbachov decidió acelerar el tránsito al capitalismo. En términos generales, en 1977 las dos formas de economía privada representaban casi el 30% del PIB de la URSS. A la vez, la economía oficial se atascaba y decaía, la ciencia y la técnica apenas se aplicaban a la producción que no fuera militar, los bienes de consumo llegaban tarde, muchos bienes se conseguían más fácilmente en el mercado paralelo y volvía el alcoholismo.
Quinto, al morir Brézhnev en 1982 la situación estaba llegando al límite. Su propia familia pertenecía a la creciente pre-burguesía corrupta. Las ansias de enriquecimiento de esta pre-burguesía eran tales, y era tal la dejadez de la burocracia, que fueron incapaces de descubrir que los programas de computación que compraban a los EEUU tenían virus de espionaje introducidos por la CIA según un plan de la Administración Reagan, mientras cientos de jóvenes soviéticos morían defendiendo la libertad en Afganistán. La llamada Guerra de las Galaxias lanzada por el imperialismo en esas fechas, asfixió aún más a la URSS. Andrópov, sucesor de Brézhnev, hizo esfuerzos desesperados por detener la caída; sus críticas públicas a la corrupción, el pasotismo, el alcohol, la ineficiencia, etc., llegaron tarde porque murió quince meses después de tomar la dirección, en 1984. Su sucesor Chernenko murió en 1985: en la caja fuerte de su despacho en el Kremlin se descubrieron bolsas con diamantes.
Y sexto, hemos dicho que también fracasaron las reformas de 1985 que abrían la puerta a sucesivas leyes dictadas por la facción de Gorbachov –personaje de carácter débil– sobre empresas privadas con el título de cooperativas, sobre el trabajo individual, sobre la inversión extranjera, etc., concesiones privatizadoras disimuladas con la lucha contra el alcoholismo, con la propaganda sobre la libertad de prensa que beneficiaba casi exclusivamente a quienes querían reinstaurar el capitalismo, contra la pequeña corrupción… En 1988 la dirección del PCUS estaba rota en dos tendencias fundamentales: la decidida a mantener las formas establecidas desde la IIGM, pero carente de dirección, y la decidida a avanzar hacia el libre mercado que ya acaparaba el grueso del poder político y de la prensa, en estrecha conexión con la «segunda economía». Esta facción se lanzó a despolitizar el Ejército Rojo, reduciendo sus miembros y los presupuestos, expulsando o marginando a quienes se oponían.
A finales de 1989 esta facción legalizó las bases del capitalismo. En 1990 la pobreza golpeaba a casi el 28% de la población, la renta decreció en un -4% y la industria y las inversiones de desplomaron. Dentro del PCUS quienes apoyaron y manipularon a Gorbachov, títere de carácter débil, reforzaron la facción más corrupta y procapitalista, la dirigida por el borracho Yeltsin, bajo cuyo mandato y en medio de la indiferencia de la mayoría social, se arrió la bandera roja de la hoz y el martillo del mástil del Kremlin en 1991, la misma que hondeó en el Reichstag nazi en 1945. Simultáneamente caía contra los pueblos de la ex-URSS una catarata de leyes salvajes que destrozaron lo que quedaba de las grandiosas conquistas de la revolución de Octubre, la bolchevique. En las dos entregas que faltan volveremos una y otra vez a esta aleccionadora experiencia, sobre todo en la última, la que tratará sobre la piedra basal y del punto de bóveda de la praxis marxista: la teoría de la crisis.