Dos episodios de historia-ficción y la tragedia española
Ahora que empieza el año de recordatorio del fallecimiento de Franco, villano superlativo de tal tragedia, vamos a abordar dos episodios, muy diferentes, de historia-ficción. En el primero nos situamos a finales de agosto. En el segundo al principio. En tres días de julio había estallado una sublevación militar.
No hay demasiadas constancias, no han quedado o aún no se han descubierto, de que los países más próximos a España y con relaciones económicas y comerciales más intensas supieran que en los meses anteriores las potencias fascistas iban a participar en dicha sublevación.
La respuesta a la inmediata petición que el gobierno de Madrid hizo urgentemente a Francia supongamos que hubiese tardado unas semanas en atenderse, pero no demasiado. A principios de agosto el gobierno de Léon Blum ya sabía que los aviones y sus tripulaciones que aterrizaron el 30 de julio en el aeropuerto de Nador (Melilla) procedían de la Real Fuerza Aérea fascista. A pesar del alboroto interno generado, París habría conseguido que Londres se le uniera y abierto las puertas a alguna de las empresas británicas exportadoras de armamento, convencido su gobierno de que alemanes e italianos tramaban un asalto a España.
Ya había habido precedentes preocupantes: la denuncia alemana del tratado de la Sociedad de Naciones (SdN), el rearme y ocupación militar de Renania y la invasión italiana de Abisinia. Ante una respuesta enérgica a tales acometidas un resultado-ficción podría haber sido que las descaradas potencias se lo hubieran pensado dos veces. Documentos alemanes muestran que el alto mando de la Wehrmacht y del Auswärtiges Amt no estaban demasiado entusiasmados con la intervención en España. ¿Hubiera continuado, solito, el régimen mussoliniano?
La sublevación se habría encontrado con un rechazo político, diplomático y armamentístico que no hubiera dejado de tener efecto. La SdN hubiera cumplido con su tratado fundacional y reconocido al gobierno español el legítimo recurso a ella para hacer frente a la sublevación y Stalin se hubiese unido a los esfuerzos colectivos desplegados por la organización multilateral.
Para los efectos que aquí nos interesan, el Gobierno español, la SdN y las potencias no nazi-fascistas hubiesen estado en una situación muy favorable para imponer un alto a las hostilidades. ¿Con qué se habrían encontrado? Con matanzas de militares y civiles por ambos lados, pero mucho más acentuadas en el bando rebelde, carente de legitimidad y de todo reconocimiento internacional.
Con un solo gobierno como interlocutor, el único existente, se hubieran constatado inmediatamente las diferencias abismales entre ambas zonas. En la que se atenía a la legalidad se hubiera buscado aplicar la legislación vigente, en particular a los militares sublevados. Ocurrió, en efecto, en la Ciudad Condal. En la zona rebelde, la torticera distorsión de la Ley Constitutiva del Ejército referida a su papel, tal y como resultó tras la segunda, segunda y media o tercera guerra carlista, no habría servido ni de tapadera.
¿Y los excesos, asesinatos y vejaciones contra la población civil? Se habría constatado también una diferencia abismal. Los militares sublevados que siguieron las consignas de Mola se habrían puesto fuera de la ley. Probablemente hubiesen salido a la luz la documentación, hoy desaparecida, de los servicios de inteligencia militar (SSE, radicados en el Estado Mayor Central) y civil (en la DGS del Ministerio de la Gobernación).
Pasemos ahora al segundo episodio, muy diferente, pero en cierta medida también de historia-ficción. Cuarenta años de dictadura dan para mucho y, en particular, para ocultar o destruir las evidencias molestas. La "historia" que se achaca a las izquierdas fue parte integrante de la "teología" franquista y se ha resaltado hasta la saciedad durante la guerra. La dictadura primero y luego las derechas, hasta la más reciente actualidad, prefirieron abordar el surco cuyas virtudes se propagaron a diestro y siniestro durante los "cincuenta años de paz". Los ha alabado hace tan solo unos meses un neocreacionista en un congreso de las derechas internacionales celebrado en Madrid.
Este segundo ejemplo de historia-ficción se agarra a lo que los sublevados predicaron desde los primeros días de su sublevación: la guerra civil fue inevitable; la evolución del sistema republicano conducía a ella necesariamente; había llegado al poder ilegalmente, aprovechándose de unas elecciones municipales en abril de 1931 y extrapolado los resultados obtenidos en ciertas partes del país a la totalidad del mismo; desde el primer momento se basó en un declarado sectarismo; en los dos primeros años y medio de gobiernos republicano-socialistas se atacó sin pausa a monárquicos, católicos, patriotas y se apoyó a las fuerzas disolventes que habían laborado por la destrucción de la España católica cuya supervivencia se puso en duda; los ataques a la Iglesia (la única posible) coincidieron con la práctica enervación de los cuadros de mando del glorioso Ejército español; se inició el proceso de la desintegración de la Patria; la Masonería vio la ocasión de proseguir su obra destructora; las reformas sedicentemente sociales promovieron la agitación social y la lucha de clases; envalentonadas, las izquierdas cometieron grandes desmanes y destruyeron el orden público. Incluso el presidente de un Gobierno saliente en 1933, Manuel Azaña, pensó en dar un golpe de fuerza. La rectificación de tan lamentable rumbo topó con la "revolución de Octubre" en 1934, antesala de la guerra civil; se manipularon las elecciones de febrero de 1936 y el triunfo del Frente Popular abrió un período de pistolerismo, asesinatos y agitación, preludio de una revolución comunista.
Esta revolución estaba prevista para agosto de 1936 y solo la divina providencia y un puñado de militares osados se atrevió a oponerse a la prevista disolución de España.
Desde esta perspectiva, que la historiografía más solvente ha rechazado, las derechas siguen abordando lo que consideran historia "woke", los esfuerzos por llevar a la conciencia de las jóvenes generaciones lo que siempre se ocultó, la reivindicación de un pasado que, hasta 1936, no fue tan diferente -aunque sí más retrasado- que la evolución de los países europeos del entorno y los esfuerzos por poner a España a la altura que merecía y que consistía en trasladar al terreno político y social los avances registrados en la literatura y las artes.
¿Creen los amables lectores que exagero? Echen un vistazo a las publicaciones de una editorial nacionalsocialista (invierto el orden de tal adjetivo). O comparen los dicterios a los gobiernos de 1936 con los de la evolución actual, en la radio, tv, ciertos periódicos y, sobre todo, en el Parlamento y las redes.
* Catedrático emérito de la UCM.
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