Dos preguntas en la radio
"La deriva de Podemos es la de un partido atrapalotodo que no duda en defender unas fuerzas armadas garantes de la soberanía, asume un discurso nacional-patriótico y rehúye las definiciones ideológicas, a la manera, por cierto, de lo que hizo el PSOE en 1982".
Hace unas semanas, y en una radio alternativa, me preguntaron si no era cierto que el municipalismo tiene una honda raíz libertaria. Respondí con una perogrullada: el municipalismo libertario tiene una honda raíz libertaria, pero aplicar este adjetivo a cualquier apuesta municipalista es un error. Lo que siempre se ha defendido en el mundo libertario es el municipio libre, autogestionado y descentralizado. Semejante apuesta, la nuestra, a duras penas puede confundirse con la de proyectos que acatan la lógica de las instituciones y de sus elecciones, como es el caso de la mayoría de los muchos que han proliferado los últimos meses. No está de más agregar que estos proyectos municipalistas de los que hablo parecen llamados a asumir la presencia de fuerzas políticas que no tienen ninguna condición libertaria. Para que nada falte, en fin, en este caso ni siquiera puede invocarse la discusión que planteó la CUP catalana en sus inicios, cuando decidió concurrir a elecciones municipales en pequeños núcleos de población en los que, al menos sobre el papel, era imaginable el despliegue de formas de democracia directa. Obviamente no es éste el horizonte que invocan Guanyem Barcelona, Ganemos Madrid y la mayoría de los Ganemos que conocemos.
Hoy mismo, y en otra radio, me han preguntado qué hay de libertario en la propuesta de Podemos. Con toda evidencia, absolutamente nada: los responsables de Podemos no coquetean, siquiera retóricamente, con ningún horizonte libertario. Y no lo hacen, en primer lugar, porque su apuesta, cortoplacista, no rompe premeditamente el molde de la vulgata socialdemócrata, no plantea ningún horizonte de superación del capitalismo y no presta atención a la corrosión terminal de éste y al colapso que se avecina. La deriva de Podemos es la de un partido atrapalotodo que no duda en defender unas fuerzas armadas garantes de la soberanía, asume un discurso nacional-patriótico y rehúye las definiciones ideológicas, a la manera, por cierto, de lo que hizo el PSOE en 1982.
El proyecto correspondiente, dirigido por una cúpula jerarquizada, se asienta en lo que más parece una ficción de participación asamblearia, muy adaptada a la condición de muchos simpatizantes –no todos, claro- que son, sin más, activistas de Facebook, y consecuente, también, con el acatamiento de las miserias vinculadas con elecciones, partidos e instituciones. El panorama se completa con la certificación de que la ilusión que Podemos ha provocado en mucha gente se solapa con un escenario de inquietante desmovilización social y laboral. Aunque la responsabilidad al respecto no es exclusiva de la nueva fuerza política, no deja de sorprender que sus dirigentes no parezcan mayormente preocupados por ello. Esa cercanía a las instituciones y ese desdén por la movilización y por la lucha acaso se deben a que Podemos considera los movimientos sociales como meros resortes al servicio de un proyecto que dicta una vanguardia omnisciente, en un escenario que no puede estar más alejado del retratado por la palabra autogestión. Mucho me temo, en fin, que los dirigentes de Podemos, que creen encabezar un proceso que se encuentra bajo su control, bien pueden ser rehenes de un proyecto ideado por otros.