El precio de la carne

El especismo, cuya máxima expresión es la industria cárnica, es la causa última de las catástrofes sanitarias más recientes: el mal de las vacas locas, la peste porcina, la gripe aviar y, ahora, la pandemia del coronavirus. Además, nuestra infame industria alimentaria, centrada en los productos de origen animal, es uno de las principales causas de la deforestación, la contaminación y el cambio climático.

Si no fuera porque, como de costumbre, pagan justos por pecadores, la covid-19 sería un magnífico acto de justicia poética, el merecido castigo impuesto por la madre naturaleza a sus hijos pródigos, pues una especie que esclaviza, tortura y destruye a las demás, merece ser asolada por una enfermedad provocada por la explotación y el hacinamiento de los animales no humanos, causa directa de las mutaciones víricas y los contagios interespecíficos.

Hace tan solo tres décadas que las autoridades sanitarias empezaron a tomar medidas mínimamente serias contra el tabaquismo. Hace tan solo cuatro décadas, los no fumadores teníamos que pedir disculpas por abrir una ventana en una habitación llena de humo. Y hace tan solo cinco décadas, un hombre que no fumara resultaba, cuando menos, sospechoso de escasa virilidad (“El hijo que tiene Asunción ni fuma ni bebe ni juega al balón…”).

Solo cuando resultó evidente que los costes sanitarios del tabaquismo eran muy superiores a los beneficios de la industria tabaquera se empezaron a tomar medidas al respecto. La industria cárnica es mucho más poderosa que la tabaquera, y el carnivorismo está aún más difundido de lo que el tabaquismo lo estuvo nunca, por lo que hay pocas esperanzas de que las autoridades sanitarias aborden el problema con seriedad, al menos a corto plazo.

Pero, afortunadamente, la consciencia ecológica, y con ella el antiespecismo, está creciendo rápidamente, sobre todo entre las/os más jóvenes. En Italia ya hay más de un 10 % de vegetarianas/os, y es de esperar que tras la tragedia nacional de la covid-19 la proporción aumente de forma significativa.

Incluso los idiotas morales que creen que las vacas y los cerdos son comida, tienen que darse cuenta de que la humanidad no puede seguir pagando el precio de la carne, un precio desmedido en términos de impacto ambiental e inasumible desde el punto de vista sanitario.

La subida del precio del pan desencadenó la Revolución Francesa, y la subida del precio de la carne ha de desencadenar la revolución dietética que acabará con el antiguo régimen (alimentario) y su vileza moral.