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Estado español :: 18/08/2020

El vergonzoso historial delictivo de la Legión a su paso por Fuerteventura

Eder Mitxelena Foronda
Otra forma de terrorismo de estado

Los majoreros y la Legión española vieron cruzar sus caminos entre 1976 y 1995. Hasta entonces, hogares con la puerta abierta y dejar el coche sin cerrar con llave, había sido el proceder normal en una isla en la que prácticamente todos, menos de 20.000 habitantes, se conocían. En 13 años se habían denunciado dos robos de vehículos. Solo en enero de 1976, hubo veinte robos. ¿Qué había cambiado? La respuesta es sencilla. El Gobierno había metido una extraña forma de terrorismo de estado en esa idílica isla.

Algunos consideran a la Legión un cuerpo de élite. Otros, para que negarlo, me incluyo, un nido de descerebrados y psicópatas. El hecho es, que además de lo mejor de cada casa, delincuentes comunes de medio mundo redimían sus condenas si a cambio se alistaban en el grupo de la famosa cabra. La combinación de lo más fascista y “grillao” del territorio nacional, con lo más lumpen de otros estados, daba como resultante una cuadrilla ingobernable que además debía ser precisamente liderada por mandos franquistas que se negaban sistemática y conscientemente a abandonar sus métodos de disciplina a base de humillaciones, que degradaban al ser humano a la mínima expresión de lo que se supone que es.

Instalado allí desde 1958, el Tercio Don Juan de Austria inició su traslado con la huida y abandono del Sahara por parte española, en 1975, tras la Marcha Verde. Ya en Fuerteventura, los robos, atropellos, atracos, secuestros de barcos de recreo e incluso aviones de pasajeros, narcotráfico, prostitución, allanamientos de morada, voladuras, atentados, peleas con los lugareños… hicieron de la isla un “paraíso”. Por no hablar de la expropiación de tierras a las familias o las molestias y peligros que de por si suponen los campos de tiro y maniobras propias de los militares. Por si esto fuera poco, el paso de la Legión por Fuerteventura iba a suponer 7 muertes en escasos seis años desde el día de su llegada, las dos primeras en los cinco primeros meses, además de otras muchos asesinatos cometidos por ex legionarios que se quedaron a vivir en las islas Canarias.

El 27 de abril de 1976, Pablo Espinel de Vera, de 43 años y alcalde pedáneo de Guisgey, Puerto Cabras, trabajaba en la cuadra que tenía junto a su casa. Dos legionarios, de un grupo de cinco, se acercaron, armados, para pedirle algo, por las buenas o por las malas. Le dispararon un primer tiro e hizo el intento de llegar a casa y coger su escopeta de caza para defenderse, pero sería ametrallado antes de poder hacerlo. Para lavarse las manos, a aquellos que la liaban, el ejército los consideraba desertores, aunque hubiesen cometido el crimen una hora después de salir del cuartel. Así fue en el caso de Andrés del Teso y José Gaspar Piris, condenados a 30 años por este asesinato.

Apenas dos semanas después, los chicos del Tercio volvieron a “regalar” un muerto a la isla. El día 12 de mayo, cuando Fuerteventura se preparaba para la visita del Gobernador Civil, legionarios a 140 kilómetros por hora en un coche robado, chocaron de frente con el vehículo en el que iba el Presidente del Cabildo Insular, Santiago Hormiga Domínguez, de 59 años. Tras dos semanas hospitalizado con 7 fracturas de cráneo, murió el día 26.

El año siguiente, según informe presentado en el Congreso de los diputados por el grupo mixto un tiempo después, se saldaría con el asesinato de otro civil a manos de legionarios en Playa Blanca, así como el asalto, brutal agresión y robo a un taxista en La Oliva, suerte que correría en 1978 otro taxista, en un año en el que legionarios allanaron por dos veces la morada del ex presidente del Cabildo insular y colocaron una bomba de humo en la discoteca del Hotel Jandía Playa.

En el verano de 1979 se dieron varios incidentes bastante graves. Tres legionarios secuestraron a punta de metralleta un avión con seis pasajeros (dos niñas incluidas) y tras dar la vuelta a medio mundo intentando aterrizar, sin recibir permiso, en Nigeria, Marruecos y Argelia, liberaron en Lisboa a los pasajeros y parte de la tripulación y siguieron hasta Ginebra, donde fueron detenidos. Un abogado con muchas tablas, que basó su defensa en las pésimas condiciones de vida ofrecidas por la Legión Española, consiguió para ellos una condena de escaso año y medio por parte de la justicia suiza. En los días siguientes, se sucedieron el intento de secuestro de un ferry, los robos de varios pesqueros, el secuestro de un yate…así que el ayuntamiento de Puerto del Rosario acordó por unanimidad solicitar el traslado del nefasto Tercio de la Legión y el propio Cabildo insular llegó a pedir, con un solo voto contrario, la disolución total del mismo, trasladando al Congreso de los diputados la petición de una comisión de investigación sobre los desmanes de los amigos de la cabra.

Además de asesinar a un alcalde pedáneo o al presidente del Cabildo insular, los legionarios del Tercio Juan de Austria, también se mataban entre ellos. Así ocurrió el 19 de mayo de 1980 en Puertito del Molino, en el descanso de unas maniobras militares, cuando por algún asunto previo, el sargento Vicente Castro Pereira se acercó al teniente José Fernández Fernández y tras un «esto por perro chivato», le obsequió una ráfaga de subfusil de cintura para arriba. En cuatro días, nada que ver con los casos con víctimas civiles, ya se había celebrado consejo sumarísimo, siendo condenado el sargento a 30 años. Un diputado canario volvió a recordar en el Congreso lo que estaba pasando, siendo respondido por un indignado vicepresidente Gutiérrez Mellado con un « ¿Se ha dicho aquí que la Legión ha cometido crímenes? Yo pido que se traiga una ley que haga imposible decir tales cosas a un diputado, por muy diputado que sea». Sin comentarios.

Un par de meses después, tras robar un legionario a un inválido, se sucedieron las peleas entre soldados e isleños, resultando varios heridos. Los chicos del Tercio terminaron las dos semanas de enfrentamientos, haciéndolo también con la Policía Municipal. Antes de finalizar el año, la derecha tumbó en el Congreso la posibilidad de iniciar una comisión de investigación sobre este asunto que traía de cabeza a la población majorera.

En 1981, un problema entre el director de un hotel de Tuineje y un legionario, fue solucionado por el segundo creando un comando con dos compañeros y dos civiles y montando una bomba casera con una granada adosada a una bombona de butano. Fueron descubiertos en plena preparación del atentado.

Por si la Legión la había liado poco en Fuerteventura desde su llegada en 1976, el 18 de enero de 1982 fueron encontrados, enterrados en la arena de Costa Calma, los cadáveres de Joseph Johan Erhard Dodel, alemán de 68 años y Babette Maria Geb-durst Dodel, de 66, su pareja. Fue detenido un legionario, Henri Jean Boix, que confesó haberlos disparado para robarles la furgoneta y que tras enterrarlos se fue de discotecas a Puerto del Rosario. Pero es que también confesó haber matado días antes a Rene Víctor Aymeric des Hummieres, francés de 66 años a quien había disparado en cabeza y espalda para arrojarlo después a un pozo de 58 metros de profundidad. El autor de estos espeluznantes crímenes era un cabo francés de 25 años, de esos fichajes que hacía la Legión española poniendo anuncios por medio mundo en los que proclamaban que podías redimir la condena de prisión en tu país, alistándote en tan inmundo «cuerpo de elite». Fue condenado a 99 años de prisión. Supongo que el hecho de que los muertos fuesen extranjeros tuvo que ver en tan amplia pena de cárcel, ya que de lo contrario hubiese supuesto un auténtico escándalo en sus países de procedencia…pero ojito, el hijo del matrimonio alemán tuvo que recurrir la sentencia, ya que se le consideró un desertor y por lo tanto el estado se lavó las manos a la hora de pagar la indemnización que el autor, declarado insolvente, no podía asumir.

El Cabildo insular volvió a solicitar, por enésima vez, la disolución de la Legión, cosa que aun parecía extraño a los mandos de la misma, que debían vivir en un mundo paralelo y reaccionaban indignados.

Casualidades de la vida, solo 2 meses antes, el ex legionario Dámaso Rodríguez Martín, había cometido un asesinato en otra de las islas canarias, Tenerife. Ya en 1962, con 17 años, fue encarcelado por robo. Un año después, libre, se enroló en la Legión, llegando a cabo en el Sáhara, es decir, en “nuestro” tercio Don Juan de Austria. Tras tres años volvió al pueblo, se casó, tuvo dos hijas….y el 8 de noviembre de 1981, espiaba a una pareja que estaba dentro de un coche. Al ser descubierto, pegó tres tiros a Baldomero Rodríguez Suárez (30 años, de Punta del Hidalgo), alcanzado en brazo y tórax, muerto en el acto. Después violó dos veces a la chica, de 20 años, dejándola tirada junto al cadáver de su novio. Condenado a 55 años, 9 después salió de permiso y aprovechó para cometer dos violaciones y dos asesinatos más, los de una pareja de octogenarios alemanes, para suicidarse cuando estaba rodeado tras mes y medio trayendo de cabeza, entre montes, a media isla. Bien podrían añadirse esas víctimas a las 7 cometidas en la isla en que se instalaba la Legión.

Precisamente volviendo a Fuerteventura y al año 82, en junio, un legionario cuya misión era la vigilancia del aeropuerto, acabó disparando contra la torre de control y el avión que pretendía secuestrar. Las autoridades majoreras insistían, sin éxito, en la necesidad imperiosa de enterrar en el olvido a la Legión.

Un año después, un capitán de “ilustre” apellido, Juan Milans del Bosch, de la interminable saga de militares ultraderechistas y golpistas, agredió al presidente del Cabildo.

El 2 de abril de 1985, otro legionario de tan “honorable” apellido, el Teniente José Joaquín Milans del Bosch, atropelló mortalmente al chaval de 17 años Javier Martel Peña. El Cabildo de la isla volvió a pedir la desaparición de la Legión, no ya de la isla, sino de todo el país, o a ser posible, de la faz de la tierra. Ese año ya habían esquivado a la muerte unos científicos británicos que vieron silbar balas a su alrededor y poco después volverían los robos de barcos, más disparos gratuitos contra civilesrobos de ganado y “extraños” fuegos coincidiendo con maniobras militares, aumento enorme de la prostitución…No cambiaría demasiado el asunto en 1986, con tres legionarios, sin quitarse siquiera el uniforme, atracando una joyería tras apuñalar a su dueño o sargentos en busca y captura por amenazar de muerte, por carta, a jueces.

En 1987, aparte de asaltar chalets o la caída de bombas junto a viviendas del municipio de Pájara durante unas maniobras de lo más “profesionales”, dos ex del Tercio sembraron muerte en la principal isla de la provincia, Gran Canaria. El 15 de septiembre, Adelaida Morales Castro, de 23 años, montó en el coche de Manuel Ángel Santana Macías, para ir de Telde a Las Palmas. Este ex-legionario, que lo acababa de dejar tras dos años como tal y que ejercía de proxeneta, se desvió con la intención de violar a Adelaida, que se resistió. Su cadáver apareció, aquel 15 de septiembre, semidesnudo y con la cabeza bajo una roca de 50 kilos. No tardaría mucho en volver a ocurrir.Fabián García Dobón, madrileño de 33 años, era el jefe del gabinete del vicepresidente canario. Años atrás, había estado en un monasterio en el que había conocido a José María Muñoz Gutiérrez, de 24 años y también madrileño, toxicómano que acababa de desertar del tercio de Fuerteventura. Llegado el 25 de octubre, el ex-legionario estaba viviendo en la casa de Fabián por petición del prior benedictino del monasterio. En ese su apartamento de Monte Lentiscal, apareció muerto, con decenas de puñaladas, el buen samaritano de Fabián. El asesino ya tenía reservado el vuelo para Madrid, donde estuvo escondido en casa de otro ex del Tercio Don Juan de Austria, aunque acabó siendo detenido y condenado a 19 años.

En 1988, después de que un brigada, sin quitarse el uniforme, se liase a tiros en un bar hiriendo en el hombro al hostelero, el Parlamento Canario volvió a pedir soluciones urgentes al asunto. 15 jóvenes y 2 niños atrapados en una playa entre los disparos y explosiones de un ejercicio militar fuera de la zona habilitada, un artefacto explosivo de trilita haciendo explotar el coche de un brigada y afectando a las viviendas de la zona, un destacamento de la Legión tomando un cementerio en el que forzaron verjas, panteones, oficina y almacén, legionarios interrumpiendo con ejercicios de tiro una misa, mientras helicópteros sobrevolaban las casas de Puerto del Rosario en persecución de soldados que disparaban desde las calles, legionarios armados con metralletas entrando en una escuela taller, no es de extrañar que ante la “genial” sugerencia del Ministro de Defensa, trasladar unidades de Fuerteventura a Ronda, el ayuntamiento de la localidad malagueña rechazase tal posibilidad. Como repeticiones de jugadas pasadas, en 1991, dos legionarios pasados de todo, intentaron secuestrar un avión, llegando a amenazar, para su pretensión, con una supuesta bomba. Fue el año que comenzó en Gran Canaria con la aparición del cadáver del alemán de 82 años Karl Flick, disparado en la cara por “el brujo”, el ex legionario antes mencionado que había pertenecido al mismo tercio de Fuerteventura, pero antes de su traslado, en tiempos del Sahara. Al día siguiente encontraron a la mujer del anciano, Marta Küpper, de 87 años, violada y estrangulada. Durante casi un mes, la mitad de los uniformes de Tenerife buscaron por los montes de la zona a este psicópata que ya había violado y asesinado diez años antes al novio de otra víctima de su depravación sexual. Su historia terminó cuando, estando acorralado por la guardia civil, se voló la cabeza.

El tercio Don Juan de Austria estuvo cuatro años más en Fuerteventura. Siguieron los problemas y los líos, aunque de una forma más controlada, o puede que silenciada por la prensa para no hacer más sangre sobre los métodos del Tercio, hasta que los majoreros pudieron, al terminar 1995, respirar un poco tranquilos. Ronda, Ceuta y Melilla han venido soportando su propia infrahistoria con la Legión en un papel estelar. A lo largo del estado son muchísimos los crímenes espeluznantes protagonizados por legionarios y ex legionarios, pero me temo, que si hay un lugar en el que sus habitantes deben entrar en un estado nervioso, mezcla de asco profundo y risotada sarcástica, cuando escuchan hablar de cabras, novios de la muerte, valor, patria y honor, refiriéndose a la Legión española, debe de ser, por muchas razones…en Fuerteventura.

 

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