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Pensamiento, Estado español :: 24/02/2008

El fracaso del Capitalismo liberal

Pedro García Olivo ? La Haine
El llamado ?Pensamiento Único? se sitúa en el punto de aquel escepticismo resuelto como conformismo.

Fracasando...

No cabe duda de que el Capitalismo liberal ha fracasado. Poco importa que su antagonista clásico (su amado enemigo), el Socialismo Real, también haya fracasado: la victoria del Capitalismo liberal no tenía que cosecharse sobre su adversario ideológico, sino sobre las dificultades que iba a encontrar a la hora de realizar su programa, su proyecto, hora de estar a la altura de sus promesas -y ha sucumbido ante esas dificultades, no ha logrado ni siquiera rozar lo que nos prometía. Tenemos, pues, dos fracasados: uno, incapaz de vivir en la derrota(tampoco él alcanzó sus metas, tocó su Cielo) se ha “suicidado” -el socialismo real. El otro, aclimatado a la derrota, incluso enmascarándola grotescamente, “sigue adelante”, y perecerá, por así decirlo, de muerte natural. El único consuelo que le queda, para aliviar su conciencia de gran fracasado que no ha tenido el coraje de suicidarse, consiste en “contagiar” sus padecimientos a los demás, sembrar las semillas de su fracaso en los ‘otros pueblos’ para sentirse así acompañado en la zozobra -inocular por todas partes el virus del liberalismo morboso y hallar en el “mal de muchos” ese “consuelo de los tontos” que será su último consuelo (por otro lado, ¿quién le supuso inteligencia al Capitalismo? Ha sido, desde luego, el más bruto; ha exhibido hasta ahora esa fortaleza de las bestias, pero no otra cosa). Así que, en sus estertores, este gran fracasado del Capitalismo liberal va a universalizarse, va a ‘globalizarse’. Tendrá una agonía terrible, una muerte espantosa, pues, siendo todo “Capitalismo”, afectando a todo hombre sobre la Tierra, no habrá ya nada humano que escape a sus convulsiones y que no se resienta de su caída. Como Occidente ha fundido su destino con el de este miserioso sistema, el fracaso del Capitalismo aparece, a su vez, como un exponente de la decadencia de nuestra Civilización, a la que, después de mundializarse, ya sólo le resta, en rigor, un cometido: esperar el fin, vivir su propio ocaso. La decadencia de Occidente y el fracaso del Capitalismo, decadencia y fracaso globalizados, se pueden resolver de forma traumática, por la lúgubre vía de la Catástrofe. Es una ingenuidad estimar que la Catástrofe está descartada y que la agonía de lo dado será ‘amable’. Pero, como se ha dicho, ¿qué tememos de la Catástrofe? Desarrollaré, paso a paso, estos enunciados...

Signos del fracaso...

Lo obvio aburre. Seré breve, por ello... El fracaso del Capitalismo liberal, perceptible en todas partes y a todos los niveles, sólo se podía disimular, camuflar, hacer que pareciera menos fracaso, señalando y describiendo sin descanso la derrota paralela de su antagonista ideológico, el socialismo real - “como los demás están ‘peor’ que nosotros, nosotros no estamos ‘mal del todo’”: esta era siempre la moraleja de la crítica del socialismo del Este. Pero, enterrado el comunismo, el Capitalismo se ha quedado solo y ya no puede ocultar sus vergüenzas tras las vergüenzas del otro...

Hace mucho tiempo que el Capitalismo fracasó fuera de su ‘patria’ (el Norte), y no admite discusión su responsabilidad en la miseria y el terror de la mayor parte del Planeta. Es una larga historia que empezó con el colonialismo, siguió con la dependencia económica, dio un paso más con la reordenación multinacional de las formas y los modos del imperialismo, y pronto va a acabar con el capítulo más falaz de todos, que se llama “globalización”. Resulta, sin embargo, que el Capitalismo también ha fracasado en su Casa. Había prometido la prosperidad, el bienestar, el abatimiento de la penuria, el desahogo material de las poblaciones, una vida digna sobre la base de una cancelación del hambre y de la indefensión ante la enfermedad, etc. Y ni siquiera ha conseguido eso en sus dominios, en el mundo occidental. No me refiero sólo a las “bolsas de pobreza” que perduran por aquí y por allá, en los países ‘ricos’; sino a la aparición de una nueva pobreza en estos países y al hecho chocante -corroborado por los estudios de Véronique Sandoval y de Yves Chassard para Francia, Ernst Klee para Alemania, Frances Cairncroos y Kay Andrews para Reino Unido, William W. Goldsmith para Estados Unidos, Juan N. García Nieto y Faustino Miguélez para España, etc.- de que incluso en los períodos de bonanza económica, de crecimiento de la economía, como los que se han vivido desde 1980, esa pobreza se hace más profunda y engrosa alarmantemente sus filas: “Desde el comienzo de los años 80, no sólo se ha agravado la situación económica de los más desposeídos sino que éstos, cada vez, son más numerosos” (V.Sandoval). Los próximos años nos traerán más pruebas de este “fracaso económico” del Capitalismo liberal incluso allí donde celebraba sus fiestas...

En el plano político, el fracaso del Capitalismo se manifiesta en aquel movimiento de “deserción cívica” de la Democracia comentado por Marcel Gauchet: “cáscara sin contenido y sin ciudadanos”, el régimen liberal subsiste meramente como ritual -vale decir, por inercia, por docilidad. La apatía de la sociedad hacia lo político se acompaña de un cierto desengaño: ni siquiera las “libertades individuales” que el sistema aseguraba garantizar se ven corroboradas en la práctica. Bajo un nombre u otro, existe el “delito de opinión”, con lo que la tan adulada “libertad de expresión” se evanece como humo en el agua. En las condiciones económicas en que vivimos, por añadidura, esta “libertad de expresión”, no siendo tan libre, de muy poco sirve a quienes carecen de los medios materiales para que su voz sea escuchada. Siempre podremos contar lo que pensamos al vecino, o a un amigo; pero rebasar sobradamente ese círculo sólo está al alcance de los adinerados... El “derecho de asociación” es, asimismo, un derecho que únicamente se puede ejercer desde cierta solvencia económica -por eso son raras las asociaciones que germinan entre los excluidos, los miserables... Sabemos, pues, que los derechos y las libertades sólo sonríen al capital; y ya no podemos creer en la bondad de una fórmula política que nos desmoviliza y desmoraliza.

l “fracaso ideológico” del Capitalismo me he referido en otros artículos... Decir sólo que el liberalismo constituye hoy una ideología cadáver, definitivamente estéril, batiéndose en retirada en todos los frentes; una ‘farsa sangrienta’ que se acepta cínicamente (P. Sloterdijk) y que en su carrera hacia la doblez absoluta, hacia la impostura radical, ha alcanzado ya la meta de todas las metas: justificar el desencadenamiento de “guerras humanitarias”, sostener la posibilidad de unos “ejércitos pacificadores”, de unas “tropas de paz”...

Y, en fin, el Capitalismo ha fracasado también en su relación con la Naturaleza, a la que ha pretendido dominar como a una esposa y transmutar en mera mercancía. Su lógica interna productivista, implacable, que le fuerza a producir y consumir ininterrumpidamente, su exigencia de un crecimiento sin techo y casi sin norte, choca con el límite de una Naturaleza que no obedece a esos parámetros de subsistencia y adolece ya de problemas de reconstitución. Para muchos, la destrucción del medio ambiente, la contaminación del aire y del agua, la deforestación, etc., las lesiones irreversibles que la Naturaleza está sufriendo bajo la hegemonía del Capitalismo, se erigen en el mayor signo de que este sistema ha sido derrotado por su propia empresa, por su propio reto, ya que ha terminado haciéndose la vida literalmente imposible. No cabe ‘prorrogar’ mucho tiempo más el modo de producción capitalista sin que ello signifique “el fin de todo” -y, por tanto, su propio fin... Un Capitalismo globalizado, absolutamente mundializado, sugiere la idea de un Capitalismo que conoce por primera vez la coerción de los límites infranqueables, un Capitalismo encorsetado, estancado, agobiado, que ya sólo puede canalizar su dinámica de crecimiento (y de destrucción) hacia “adentro”, devorando sus propias bases, sus propios nutrientes -la Naturaleza. La lógica de la expansión será sustituida por una necro-lógica de la putrefacción, consecuencia de esa especie de suicidio por no saber detenerse... Está claro que ese momento no ha llegado, y que al Capitalismo aún le queda cuerda, “tierra por conquistar” (recursos, mercados, cerebros,...); es obvio que todavía hallará balones de oxígeno en China, en los confines del Islamismo político, en áreas recónditas del Tercer Mundo,... Pero corre en esa dirección. Si, de su mano, el hombre no acaba con la naturaleza (y consigo mismo, a un tiempo), la naturaleza acabará con el hombre. En este punto mi ecologismo es insuperable: por el bien de la vida en la Tierra, el hombre debería extinguirse... Hay un forma en la que el Capitalismo podría hacerle un gran servicio a la biosfera: acabando con todos nosotros en su colapso, borrando a la Humanidad del Planeta.

La lectura de un fracaso hecha desde otro fracaso (la interpretación ‘capitalista’ del fin del experimento ‘socialista’ en la Europa del Este)...

El duelo entre Capitalismo y Socialismo era, como he apuntado, un duelo entre dos fracasados, dos sistemas que habían sido derrotados por su propia empresa. De ese “duelo” salió victorioso el Capitalismo, e impuso -como es comprensible- su versión de la contienda y del resultado. Había, no obstante, algo de fraticida en esta disputa: liberalismo y socialismo eran dos hijos de la Ilustración, y, en su combate, empleaban las mismas armas conceptuales, se ‘insultaban’ en la misma lengua. Los dos, para más inri, habían encontrado en la Naturaleza una objeción muy fuerte a sus pretensiones de desarrollo ilimitado; y estaban viendo cómo las categorías filosóficas sobre las que habían levantado sus instituciones y diseñado sus prácticas, la forma de racionalidad en que se amparaban y las estrategias a que recurrían para sostenerse (las mismas estrategias, la misma forma de racionalidad, las mismas categorías, en uno y otro contendiente) eran cuestionadas, repudiadas, por corrientes de pensamiento que no sentían la necesidad de tomar partido en aquella pugna, pues sabían que la ponzoña -el mal de fondo, el verdadero horror- residía en lo que uno y otro compartían, en la raíz común que los había condenado al fracaso: la Ratio, el Proyecto Moderno...

Venció el Capitalismo; y canonizó su interpretación (es una verdad vieja que “la historia la hacen siempre los vencedores”), ya consabida y que tanto se asemeja a una letanía: “victoria de la libertad, del pueblo, de la sociedad civil, harta de opresiones y de miserias, de no contar para nada y de vivir en la estrechez.” Había nacido una inmensa mentira...

Por aquel tiempo, yo vivía en Budapest; y puedo hablar hoy no ya como un testigo, sino como un cómplice (de la lucha anticomunista) desengañado. En Hungría, en particular, y en cierta medida también en Checoslovaquia, el pueblo no se movió. Había, por el contrario, un interés sorprendente de las “autoridades” en acelerar el tránsito al Capitalismo (la televisión, las revistas, la radio, la prensa, etc., se llenaron de propaganda en favor de ese sistema, mostrando sólo lo que enorgullecía al Oeste liberal -lujos, abundancia, moda, prepotencia,...- y no las señales de su fracaso). La Nomenklatura, enriquecida por el usufructo del poder, pero cercenada en el disfrute de su capital por las limitaciones que le imponía la legalidad socialista, anhelaba aquel pasaje al Capitalismo que le dejaría libres las manos del consumo y de la ostentación y la erigiría en “clase dominante”, burguesía hegemónica, grupo social acaparador del poder económico y, en consecuencia, del poder político (enseguida fundó, a tal fin, partidos liberales, nacionalistas, monárquicos,...). E hizo todo lo que pudo por darle alas a la transición: propaganda en los medios, ausencia de represión ante las manifestaciones del antisocialismo, financiación y protección de la disidencia juvenil, universitaria, etc. Le salió bien la jugada y, tras el pasaje, adquirió sus imponentes edificios a uno y otro lado del Danubio, sus autos de importación, sus participaciones en el capital de las empresas extranjeras, que entraron en el país con una auténtica abarcia de expolio, sus propiedades; fundó, en efecto, sus partidos no-socialistas, sus instituciones bancarias, sus corporaciones económicas ‘mixtas’ o ‘nacionales’, etc. El concienzudo sociólogo húngaro Roberto Kóvachs elaboró por aquel entonces un estudio, lacerantemente empírico, que mostraba con toda crudeza (habiendo seguido la pista a las principales ‘familias’ y ‘círculos de amigos’ del viejo Partido Comunista) este travestismo de la Nomenklatura: ahí estaban, con sus partidos liberales y sus negocios prósperos, sus bienes y sus nuevas policías, la mayor parte de los antiguos dirigentes comunistas... Las revistas ‘científicas’ europeas (y particularmente españolas) nada quisieron saber de un trabajo incontestable que, con la humildad de sus indagaciones concretas y de sus estadísticas, contravenía inoportunamente los tópicos de la flamante, y en buena medida aún en ciernes, literatura filocapitalista sobre el asunto. Andando el tiempo, Kováchs sería ahuyentado de la Universidad... La misma suerte corrió el historiador y sociólogo Juan Contreras Figueroa, profesor de la Universidad de Budapest, quien, en una fecha muy temprana, en marzo de 1990, se permitió, como participante en el ciclo de conferencias El fin del experimento socialista en la Europa del Este, organizado por la Universidad de Murcia, un análisis ferozmente desmitificador de la verdadera naturaleza de la “transición”. Explotando el arsenal empírico proporcionado por las investigaciones de Kóvachs, Juan Contreras dejó atónita a una audiencia que empezaba ya a familiarizarse con la cantinela ‘liberal’ de el triunfo de la libertad en el Este. Su ponencia, sobria, científicamente intachable, titulada El modelo húngaro de transformación, tampoco interesó a las revistas académicas de nuestro país, que ansiaban dar a leer otras cosas... Como Kóvachs, Juan Contreras terminaría siendo expulsado de la Universidad de Budapest, en adelante casi exclusivamente liberal...

La Nomenklatura, decíamos, se salió con la suya y empezó a regir los destinos políticos y económicos de la nueva República Húngara. Por contra, el pueblo se vio abandonado a su suerte ante las leyes de la competencia y del mercado (se acabó el empleo garantizado; la medicina, la educación y los espectáculos gratuitos; la vivienda usufructuada; el “mínimo vital” asegurado que desterraba la pobreza y la marginalidad,...), y una fracción del mismo pasó a constituir el occidentalísimo espacio del “Cuarto Mundo” -paro, delincuencia, prostitución, drogadicción,... Se “asalarió” todo lo concebible: ex-empleados del Estado, ex-miembros de las cooperativas campesinas, ex-estudiantes becados, etc. Al compás de una privatización enfebrecida de los medios de producción, se instituyó una desigualdad social extrema, nuestro despotismo político democrático, nuestras modas culturales, nuestras mafias,... Y, de este modo, se produjo la “victoria de la libertad, del pueblo, de la sociedad civil, harta de opresiones y de miserias, de no contar para nada y de vivir en la estrechez”. En 1988, la República Popular Húngara se había ganado (¿inmerecidamente?) un apodo que no sabría decir si constituía un elogio o un insulto: era, decían muchos, la Suiza secreta del Este. Desde hace unos años, Budapest es conocida en todo el mundo con un título que sí se merece, y que tampoco sé ya si la ensalza o la denigra: es, no cabe duda, la capital ‘porno’ de Europa... ¡Hermosa victoria de la libertad y del pueblo!

Esta enorme mentira (la versión ‘capitalista’ del derrumbe del Socialismo), que no despertó sospechas casi en ninguna parte, motivó asimismo la crisis de identidad del pensamiento contestatario –‘anticapitalista’-, que empezó a derivar hacia los posicionamientos conservadores, o reformistas, siempre liberales, y sumó sus fuerzas a las de las literaturas oficiales (‘pragmatistas’, de la ‘sociedad civil’, ‘comunitaristas’, etc.), ocupando su localidad en ese gran teatro del Pensamiento Único que, como no-pensamiento, sanciona el fracaso del Capitalismo y la decadencia de Occidente. Hay, en esta publicística ex-contestataria, que analicé en una composición anterior, una muy significativa, muy elocuente, nostalgia de la barbarie teórica... El Capitalismo fracasado se impuso al socialismo fracasado, y reclutó algunas cabezas, algunas plumas, algunas firmas, para ocultar su condición de ‘derrotado’ y legitimarse desde la impudencia. De este “duelo” a fin de cuentas intrascendente entre dos excrecencias filosóficas de la Ilustración, ambas sin porvenir, ya inservibles, y de su resultado -la pervivencia de la Democracia Liberal como única forma legitimada de organización política-, se siguieron, en el ámbito intelectual, consecuencias desproporcionadas, descomunales, como la invalidación del “marxismo” en su integridad, que se supuso desahuciado por los nuevos acontecimientos (la caída, pero ¿sobre quién?, del Muro...) y en el que no se quiso ver nada salvable, retomable -yo me pregunto, no obstante, si podemos prescindir tan alegremente de conceptos como el de “clase social”, “lucha de clases”, “hegemonía ideológica”,... Se siguió, a la par, un movimiento de diáspora del marxismo que llevó a muchos intelectuales a la órbita del reformismo liberal, y que entregó a otros a una suerte de “poética del silencio”, reforzando, de ésta o de aquélla manera, por abstención o por adscripción, la ilusión de hegemonía del Pensamiento Único -el ‘democratismo’. Daniel Bell, traslumbrado precisamente por la lectura liberal de la crisis del socialismo real, y ciego a la crisis no-manifiesta, pero sí latente, del capitalismo hiper-real, proclamó entonces el “fin de las ideologías” y el consenso universal subsiguiente en torno a los axiomas del pensamiento liberal y de la democracia representativa. No reparó en el nacionalismo, ni en el islamismo político, ni en el socialismo chino, ni en el postmodernismo de resistencia, ni en el nihilismo contemporáneo, ni en las formulaciones radicales del ecologismo, del feminismo, del pacifismo, ni en el movimiento libertario,... Pocas veces en la historia de las ideas una mentira, una distorsión interesada, ha rentado tanto...El auge coetáneo de los nacionalismos y del islamismo, la persistencia (¿de qué manera?, ¿hasta cuándo?) del socialismo en China y Cuba, la efervescencia de la crítica del Proyecto Moderno y el escaso entusiasmo que despierta en todas partes la democracia liberal (Helmut Schmidt: “El concepto de ‘democracia’ sostenido por el Capitalismo a mí me parece que está igualmente desacreditado, aun cuando algunos americanos se crean obligados a construir a partir de él toda una concepción del mundo. Este no es un concepto que pueda entusiasmar particularmente a nadie fuera de las fronteras de los EEUU de América”) han terminado bajando un poco los humos a la euforia demo-liberal.

En 1990, cuando comunismo y capitalismo cruzaban aún sus espadas teóricas, pues no estaba resuelta del todo la crisis del socialismo real, y se celebraban congresos, simposios, etc., para contrastar las interpretaciones de la turbulencia política perceptible en el Este, el ‘error de cálculo’, el ‘desenfoque’, de las dos formaciones era ya evidente, y hoy nos puede parecer casi escandaloso (¿cómo explicar una miopía tan abochornante?) En los dos bandos, la ideología obstruía la posibilidad de la reflexión y hasta de la contemplación: unos traducían el descontento civil y las manifestaciones ocasionales como signos de una “revolución conservadora” (del socialismo), que, enterrando el legado siniestro del estalinismo, habría de devolver la salud y el vigor a las instituciones y las prácticas comunistas; otros festejaban ya la égida planetaria del liberalismo y sus maravillosos efectos “pacificadores”. Sin querer entrar en la contienda, algunas voces solitarias (he recordado a Kóvachs, a Contreras...) se atrevían a señalar el envejecimiento y la esclerosis de los dos sistemas, de ambas ideologías... He recogido unas citas que, habiendo transcurrido poco más de una década desde su formulación, se nos antojarán ya ‘extramundanas’, y que testimonian la ceguera, ante el devenir histórico, de todos los grandes sistemas filosóficos. Y también la reflexión de un escritor, ajeno a la polémica, no atado por la fidelidad a ninguna ideología, que recalcaba lúcidamente la tremenda objeción que la Naturaleza misma oponía no menos al Capitalismo que al Socialismo:

1) Jürgen Kuczynski: “¡Qué maravilloso resulta para alguien que es marxista desde hace seis décadas y media tener todavía ocasión de vivir un movimiento popular como éste! Estoy convencido de que dentro de veinte años celebraremos en estos mismos salones un simposio sobre este tema: “El milagro de un socialismo tan fuerte”. Y yo tendré que polemizar con el planteamiento mismo del debate con esta pregunta y esta respuesta: ¿Y qué hay de sorprendente en ello? ¡No es más que un proceso histórico evidente!”

2) Daniel Bell: “Europa puede aún reencontrarse -a pesar de las pequeñas rivalidades nacionales entre Hungría y Rumanía o entre Serbia y Croacia- y conseguir festejar el fin de la ideología. Cuando llegue a hacerlo nos será dado contemplar el renacimiento de lo que ha sido lo mejor de su historia: el espíritu del humanismo, que impregna su antigua cultura.”

3) Hans Jonas: “Hemos entrado en una fase en que la naturaleza misma toma la palabra, con total independencia de quién o qué ideología pretenda haber descubierto la ecología y se proponga incluirla como un punto programático junto a otros en su agenda (...). Nos espera una reducción y no un aumento de la libertad como resultado de nuestros atentados contra la naturaleza (libertad de tener cuantos hijos queramos, libertad de consumir cuanto nos apetezca, libertad de despilfarrar recursos,...) (...). Yo he considerado la posibilidad de que, en medio de una confrontación crítica entre nosotros y la naturaleza, hayamos perdido el lujo de la libertad y sólo nos pueda salvar la tiranía. No sabemos qué instrumentos políticos pueden garantizar nuestra compatibilidad con la biosfera, pero debemos indagar en esa dirección. Las grandes alternativas que han inspirado desde hace 150 años a la humanidad europea y occidental -capitalismo, comunismo, socialismo, liberalismo- deben considerarse anticuadas. La elección debe efectuarse bajo nuevos criterios, quizás a veces contra la voz del corazón, pero desde el imperativo de un deber superior, a saber, que ha de existir una humanidad sobre la tierra.”

Fracasados que, cínicamente, intentan ‘contagiar’ sus males...

A pesar de las voces que, como la de Hans Jonas, venían subrayando la inoperancia de la filosofía liberal ante la envergadura de los problemas a los que habrá de enfrentarse la Humanidad, los valedores de Occidente (de su democracia, de su sistema económico, de su cultura...), Bell entre ellos, y Rorty, y Taylor, y Walzer, y Rawls, y Habermas, y Giddens, y Gray, etc., por nombrar a exponentes de líneas de reflexión que gozan hoy de una innegable reputación científica y filosófica, guardaespaldas, todos, del Pensamiento Único, de la Ideología que ya no se dice “ideología” (se dice “la verdad” misma), se han aplicado en las últimas décadas a una tarea que Emil M.Cioran describió en los siguientes términos:

“El interés de los hombres civilizados por los pueblos que se llaman atrasados, es muy sospechoso. Incapaz de soportarse más a sí mismo, el hombre civilizado descarga sobre esos pueblos el excedente de males que lo agobian, los incita a compartir sus miserias, los conjura para que afronten un destino que él ya no puede afrontar solo. A fuerza de considerar la suerte que han tenido de no ‘evolucionar’, experimenta hacia ellos los resentimientos de un audaz desconcertado y falto de equilibrio. ¿Con qué derecho permanecen aparte, fuera del proceso de degradación al cual él se encuentra sometido desde hace tiempo sin poder liberarse? La civilización, su obra, su locura, le parece un castigo que pretende infligir a aquellos que han permanecido fuera de ella. ‘Vengan a compartir mis calamidades; solidarícense con mi infierno’, es el sentimiento de su solicitud, es el fondo de su indiscreción y de su celo. Excedido por sus taras y, más aún, por sus ‘luces’, sólo descansa cuando logra imponérselas a los que están felizmente exentos.”

Se aplican, sin excepción, a la universalización del liberalismo, a la globalización del ‘democratismo’ -o, lo que es lo mismo, a la mundialización de una Cultura y de un Sistema que han fracasado hasta en su casa y que, más allá de esa hegemonía planetaria, carecen de futuro. Sólo desde el “cinismo” (saber lo que se hace, y seguir adelante) puede uno involucrarse en esa tarea. Y perfectamente cínicas son, como he pretendido argumentar en otros textos, las realizaciones teóricas del Pensamiento Único... Siendo la nuestra ya una cultura en decadencia y una cultura de la decadencia (Sloterdijk, Anders), la relación con su propia obra, si no se impregna de negación, únicamente puede revestirse de ‘cinismo’...

Apéndice: del mito a la duda...

“Una civilización empieza por el mito y termina con la duda; duda teórica que, cuando se la enfrenta a sí misma, se torna duda práctica. No sabría empezar poniendo en tela de juicio valores que aún no ha creado; una vez producidos, se cansa y se aparta de ellos, los examina y los pesa con una objetividad devastadora. Las diversas creencias que había engendrado y que ahora van a la deriva, son sustituidas por un sistema de incertidumbres.” “El escepticismo como fenómeno histórico no se encuentra más que en los momentos en que una civilización ha perdido el ‘alma’, en el sentido que Platón da a la palabra: ‘lo que se mueve por sí mismo’.” “Tomar como modelo lo vulgar es todo lo que el escéptico desea en ese punto de su caída en que reduce la sabiduría al conformismo y la salvación a la ilusión consciente, a la ilusión postulada, es decir, a la aceptación de las apariencias como tales.” “Una civilización, después de haber minado sus valores, se hunde con ellos y cae en una delicuescencia donde la barbarie aparece como el único remedio.” “El fenómeno bárbaro, que sobreviene inevitablemente en ciertos momentos de la historia, es quizá un mal, pero un mal necesario.” “El bárbaro representa, encarna el futuro.” “Los nuevos dioses exigen hombres nuevos, susceptibles, en todo momento, de decidir y de optar, de decir directamente sí o no, en lugar de enredarse en triquiñuelas y depauperarse por el abuso del matiz. Como las ‘virtudes’ de los bárbaros radican precisamente en la fuerza de tomar partido, de afirmar o de negar, siempre serán celebradas en las épocas decadentes. La nostalgia por la barbarie es la última palabra de una civilización; y es, por lo mismo, la del escepticismo.”

He seleccionado estas citas de E. M. Cioran porque, sin pretenderlo el filósofo apátrida, señalan muy bien el lugar en que nos encontramos desde el punto de vista intelectual: una civilización en decadencia, que ha minado sus valores y puesto en cuestión todas sus creencias (crítica de la Ilustración, de la Ratio, del logocentrismo, de los fundamentos de nuestra Cultura, en suma), que ha llevado a sus pensadores, a sus teóricos, precisamente por la insistencia y la profundidad de tal autocrítica, hasta ese extremo en que la duda y el escepticismo -la renuncia a toda ‘utopía’, el escepticismo ante todo proyecto liberador, la duda acerca de la viabilidad del programa modernizador, etc.- se resuelven en mero conformismo, en aceptación resignada de lo establecido, concordancia con la ‘ilusión postulada’, con las ‘apariencias’ (pragmatismo, democratismo). Lugar y momento, también, en el que, acaso por el tedio de repetir siempre lo mismo, de enredarse en ‘triquiñuelas’ y en ‘abusos del matiz’, en irrelevantes desplazamientos al interior del sistema vigente de creencias (“republicanismo”, “comunitarismo”, “democratismo deliberativo”, “liberalismo pragmatista”,...), sistema mínimo que se acepta por la imposibilidad de creer en otra cosa, se siente, poderosa, la “nostalgia de la barbarie”, nostalgia de esos días y de esos hombres no paralizados por la Duda -mórbida atracción hacia esos seres, capaces de afirmar y de negar, que, con sus nuevos dioses por bandera, portando un nuevo conjunto de creencias, abrirán la puerta de no sabemos qué futuro...

El llamado “Pensamiento Único” se sitúa en el punto de aquel escepticismo resuelto como conformismo. Y late en los posicionamientos de los teóricos “ex-contestatarios” una inconfundible añoranza del fenómeno bárbaro...


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