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Pensamiento :: 07/12/2005

El Marxismo frente al materialismo derechista

Carlos X. Blanco - La Haine
La totalidad social es el resultado de la lucha de clases. Esta lucha se refracta al través de símbolos e instituciones que la formación histórica va secretando en su decurso.

Lejos de interpretar esa secreción como un epifenómeno de los procesos productivos, siempre tomaremos conciencia de que pantallas tales son alzadas por necesidad para un adecuado cumplimiento de los requisitos que las fuerzas productivas deben realizar una vez que la tensión entre clases sociales no acaba rompiendo en confrontación social o dominación estable de la burguesía. Esta dominación no es un grado absoluto, y siempre que se da a lo largo de la historia la burguesía impone su dominio bajo una consabida alianza con fuerzas sociales subalternas. Así pues, la lucha de clases es abierta como resultado de una rotura de lazos que previamente se encontraban muy tirantes, y las alianzas sociales se hubieran aflojado a su vez. De acuerdo con esta manera de ver las cosas, la guerra de clases es eterna siempre que se haga el esfuerzo por verla latente y a una escala global.

Aplicando la doctrina marxista de la lucha de clases, debemos pasar al estudio de la patología social del estado español, como escenario concreto en el que se desarrolla esa sorda y refractada guerra de clases. Esta es una guerra civil y latente, en la que se da la curiosa circunstancia de que bandos enteros ignoran que están luchando y, en no pocas ocasiones ignoran por qué hacen lo que hacen.

La identificación de los dos grandes personajes del combate, proletariado y burguesía, se ha vuelto muy difícil desde los tiempos de la transición democrática. Enormes sectores del proletariado, una vez subidos los estándares de vida, olvidan para siempre su conciencia de clase y optan por la adaptación burguesa: esa utopía que se cumple sólo en la conciencia, de una generalización del modo de vida burgués. Los grupos sociales más desfavorecidos por los vertiginosos cambios de este cuarto de siglo último, sólo cobran conciencia de clase cuando la utopía -que sólo era una explotación soportable- les resulta arrebatada repentinamente con el cierre patronal y el ajuste de las plantillas. Existen ciertos fenómenos dignos de estudio, como el resurgir reivindicativo de las comarcas y naciones olvidadas que expresan, cuando menos, la conciencia aumentada de la desigualdad geográfica en colectivos ciudadanos que, curiosamente, apelan a la memoria y a una ontología de la mera existencia, como fundamento para las reclamaciones cívicas. De la exclusión de comunidades enteras de la Memoria Política habrá mucho que decir. De los derechos de conservación, no ya de espacios naturales, sino de auténticos modos humanos de vida, no buenos o malos per se, sino sentidos fundamentalmente como propios, da ciertas claves de la nueva lucha de clases que se libra dentro del territorio estatal. Reconvertir comarcas enteras, como Asturias, de industriales en turísticas, o destruir de golpe y porrazo una fábrica emblemática acarrea costes morales, que se descubren siempre analizando -como contrafigura- argumentos justificadores de esa reconversión: desfase tecnológico, improductividad o falta de competitividad, carácter contaminante de ciertas industrias, tributos humanos en cuanto a riesgo laboral. El crecimiento del sentimiento comunitario, a propósito de industrias o bienes sentidos en el pueblo, la ciudad o la comarca, vividos como "nuestros" con independencia de la titularidad jurídica, es un rayo de esperanza en lo que se refiere al nuevo "calentamiento" de la conciencia de clase que, en su comunismo, pugna implícitamente contra las formas no sociales de economía y ataca la titularidad jurídica de las explotaciones.

Estaremos atentos a las diversas formas de reclamación cívica, como síntomas inconscientes (y de esta inconsciencia tiene mucha culpa la ciencia social académica) de las guerras sociales, que no son sino el motor de la historia, si bien al principio vienen luciendo el disfraz de meros conflictos "éticos", concernientes a la "injusticia" y al agravio comparativo.

Partimos de una cuestión que debe llamar la atención de todo conocedor de la historia ¿Cómo la ciencia social se torna "peligrosa" repentinamente? Consecuentemente con el materialismo histórico, todo precedente de ciencia ideológica anterior a la guerra de clases declarada en el movimiento internacional de los trabajadores, si ha sido relevante, lo ha sido en cuanto ideología, y no en lo que hace a su potencia explicativa y comprensiva de la vida social. El derecho de la época renacentista y barroca, la economía fisiocrática del antiguo régimen, la economía propiamente "política" de los clásicos ingleses (Smith y Ricardo), han sido discursos y tradiciones pedagógicas que tuvieron su poder e influencia con vistas a un mayor reajuste y una ordenación de los procesos históricos dados en la base. Amplios sectores de la sociedad están "pidiendo" siempre un discurso cuya función no es exclusivamente legitimadora, sino que es el espejo de necesaria deformación que las clases sociales, y las fracciones de éstas, precisan para poder entenderse. Viene a ser, por implicación, un entendimiento del todo social en el que están jugando una partida económicamente significativa, pues para ello son clases sociales cuyas siluetas siempre vemos -ayer y hoy- recortadas al trasluz de la Producción. Las distintas clases sociales piden a gritos información, discursos perpetuadores, ordenadores y de legitimación, pues no pueden existir permanentemente en un estado de "materialidad pura". Cuando la escena está vacía, los actores trágicos se ven empujados a salir por la acción de poderosas fuerzas históricas (no sólo económicas). La ciencia social anterior al materialismo histórico se gestó en las cabezas y gabinetes de acomodados funcionarios, cuya unilateralidad a la hora de captar la Totalidad social nos parece hoy una cosa muy evidente.

Los teólogos y juristas de la España Imperial venían formados por las sólidas tradiciones verbales y discursivas de la escolástica y el derecho romano y natural. Estas tradiciones académicas gravitaban, si quiera fuese por la inercia de las universidades europeas, en los primeros padres de la economía política. La más inmediata crítica de esta nueva ciencia fue, de la mano de Marx, el despojo de todo "naturalismo" y de cualquier género de "antropología filosófica" subyacentes en el estudio de la producción capitalista. Había que reclamar, dialécticamente, el carácter estrictamente político (y por ende, ideológico) de la economía para situarla entre las ciencias, como ciencia no pura sino intrínsecamente sesgada hacia la explotación del hombre por el hombre, verdadera fuente genérica de todas las demás explotaciones, incluyendo la dominación territorial, la explotación de la naturaleza, la dominación racial, sexual, etc.

Si estuviéramos dispuestos a creer en una racionalidad lineal, escrita a la manera de un silogismo, diríamos que una forma clásica de subvertir la ciencia social siempre será por medio de la obtención de conclusiones revolucionarias extraídas a partir de premisas materialistas. Pero el proceso de extracción de esas conclusiones se hace siempre desde un aquí y un ahora. El sujeto militante de esa investigación y acción debe saber que ambas se presentan muy entrelazadas en cada paso, y que siempre inicia su viaje penoso a partir de unas circunstancias muy concretas de tipo biográfico. El equivalente más aproximado a las premisas viene configurado en realidad por un entramado de círculos y anillos de prejuicio y educación. Para el materialismo histórico lo único verdaderamente importante es lo concreto, y pocas cosas existen en el universo con grado tan elevado de concreción como ese entramado de prejuicio y educación desde el cual todo el mundo se ve precipitado a la crítica y a la militancia. Todo instrumental de esquemas y abstracciones está al servicio de la salvación de esa concreción. Quien se salva es un yo, que vive como un tramo biográfico en el curso más general y heteróclito que se suele llamar Historia. Pero la biografía no es un segmento simple de los procesos históricos. Más bien acontece que la concreción individual es una asunción personal de procesos históricos, nunca vividos desde la perspectiva exclusiva de los ciclos económicos, sino más bien sentida a raíz de las resacas espirituales no siempre bien acopladas con ellos y que podemos denominar, para que todos nos entiendan, "crisis de valores". Desde presupuestos materialistas podemos, como sujetos conscientes y voluntariosos, producir a nuestro arbitrio muchas nuevas determinaciones en el seno de una totalidad social, pues vivimos inmersos en una especie de pecera colectiva de la que no nos es lícito escapar, pero en la cual sus aguas ciertamente pueden ser agitadas desde el exterior. La isla de Robinson ya sufre los efectos de la lluvia ácida y está plagada de emigrantes o turistas. En estas circunstancias que ya no sabemos si son todavía "posmodernas" nos las vemos con un materialismo "de derechas" que fabrica sin cesar toda clase de necios diagnósticos, cuyo efecto perverso en la formación continuada de conciencias revolucionarias no puede ser más denso y palpable. Ante estos dictámenes de la nueva derecha, entre cínicos y materialistas, nuestros artículos pretenden, acaso de forma fragmentaria, contrapesar --por medio del único y posible humanismo, el marxismo-y poner frente a las contradicciones agravadas del capitalismo tardío y depredador. Se conocen los antecedentes de este nuevo materialismo bien adaptado a las tardías peripecias del Capital.

El falso materialismo es también una ideología, a veces lúgubre y victimista, pero no una ciencia, acaso una adjetivación de la ciencia que se encuentra a gusto siempre en una vieja visión burocrática y vacía de lo que podríamos llamar el "Sistematismo Muerto". Esta visión sistémica substituye la Totalidad Social, por una burocracia de subsistemas que, a la manera de oficinas y departamentos, se ven obligados a una cierta coordinación administrativa. En un sentido ontológico, este materialismo conservador se remonta al mecanicismo del barroco, cínica contrafigura del humanismo escolástico, y al materialismo unilateral del siglo de las luces. Prosigue en el mundo de hoy con el enfoque cientifista del determinismo. El hombre es una máquina automática, y la sociedad se acciona al través de resortes rígidos y preestablecidos. Pero ya en la misma Ilustración encontramos un materialismo más orgánico y sensual, donde la propia realidad material, y a fortiori social, está dotada de vida propia toda ella (Diderot). El materialismo conservador arrancaba de totalidades muertas, no vivas ni sensitivas, ajenas a toda intencionalidad. Como ideología social el materialismo así entendido puede ser mucho más peligroso que cualquier clase de idealismo, porque a fin de cuentas la materia vive su tranquila existencia genérica con independencia de las actuaciones o facultades que algunos de sus trozos, llámense sujetos, puedan poner en marcha. Si tales análisis son materialistas, además, sabemos que (a modo de manifestación ideológica) se tornan peligrosos, pues no huyen del mundo, más bien lo transforman por obra de la taxidermia y la desecación, pasos previos a la manipulación técnica y burócrata, siendo su objetivo último no otro que hallar una nueva síntesis acomodaticia. Su óptica se queda en el puro análisis destructivo, incapaz de alzarse a toda suerte de visión dialéctica. Sus hijos fueron muchos: corrientes del utilitarismo y del marginalismo, la filosofía lógico-positivista y el operacionalismo. Más recientemente podemos encontrar en las teorías de sistemas nuevos sucedáneos de holismo manipulador. Entre los idealistas -se supone que en el bando crítico de enfrente, por lo demás- también se cuentan los sonámbulos de la izquierda. El romanticismo fue en su día revolucionario, o mejor, inmediatamente revolucionario. Unos años después del Terror los afectados y los poetas convierten a ese mismo romanticismo en empalagoso confite y folletín. Hay materialismo "de derechas" para rato, regresivo, peligroso y útil para los tiempos nuevos, mientras la izquierda siga aferrada a la nueva parálisis del esteticismo y la moralina. Son estos, a pesar de los moralistas de la antiglobalización, los tiempos salvajes del liberalismo. Spencer fue un ejemplo de materialismo evolutivo de derechas. Existió también un materialismo orgánico, hoy vigente en la burocracia moderada, que hace bandera del Orden y Progreso (Comte), y, en general, hay todavía en la intelectualidad un estatalismo dogmático, ya venga justificado con verborrea hegeliana o stalinista (p.e. Gustavo Bueno). Todo el Estado aparece como un cuartel, que administra a la baqueta la naturaleza, sin pretensiones estéticas, y entonces las "leyes naturales" (necesarias) se substituyen por toques de corneta. Pero no hay que confundir nunca el materialismo con los necesitarismos. Todos los materialistas de derecha, así como la socialdemocracia clásica, gravitan hacia la idea de una necesidad irremisible de las cosas. En la historia, lo necesario se abre paso entre lo contingente y viceversa. El materialismo histórico, en realidad, consiste en analizar cómo la necesidad y la contingencia, ambas, se abren paso a codazos.

Los sujetos, para pasar a la acción revolucionaria, antes deben cobrar conciencia de la necesidad que les comprime. La libertad, bajo las cadenas opresoras del actual régimen económico, consiste en la acción militante.

 

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