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Pensamiento, Estado español :: 15/08/2006

El mito de la "sociedad civil"

Pedro García Olivo - La Haine
Tal vez convenga separar la basura, distinguir los materiales y someterlos a crítica. Aunque sólo sea para una cosa: para mostrar, habiéndonos detenido ante cada uno de sus componentes, que ese supuesto Pensamiento Ã?nico, un pensamiento que se postula "exclusivo" para ocultar su índole "excluyente", deviene en realidad como una forma de "pensamiento Cero", la modalidad contemporánea del Pensamiento Ausente -en términos rigurosos, el no-pensamiento demo-liberal.

(Contribución a la crítica de las formaciones culturales dominantes. Primera parte)

Seguro que no basta con depositar todas las formaciones culturales dominantes en el contenedor del Pensamiento Único. Creo que acabarían en el "vertedero autorizado" y, de ese modo, casi les haríamos un favor. Tal vez convenga separar la basura, distinguir los materiales y someterlos a crítica. Aunque sólo sea para una cosa: para mostrar, habiéndonos detenido ante cada uno de sus componentes, que ese supuesto Pensamiento Único, un pensamiento que se postula "exclusivo" para ocultar su índole "excluyente", deviene en realidad como una forma de "pensamiento Cero", la modalidad contemporánea del Pensamiento Ausente -en términos rigurosos, el no-pensamiento demo-liberal.

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La literatura de la "sociedad civil" quizás constituya la última torsión, la última pirueta, del liberalismo-ambiente; una temática que, según J. Keane, está hegemonizando la producción de las ciencias sociales occidentales de los últimos veinte años. Engendro del Norte, no cesa de surtir argumentos para justificar la occidentalización del planeta, la primacía del Capitalismo a nivel "global". La "sociedad civil" como reino de la libertad posible, del pluralismo, de la solidaridad, de la autonomía de los individuos, como bastión anti-autoritario, freno y compensación del despotismo, etc., se pretende propia, en exclusividad, de los regímenes democráticos liberales. Sólo bajo la democracia de Occidente florece la "sociedad civil", que es también una condición para la salvaguarda y reforzamiento de esa democracia. El Islam, por ejemplo, según Gellner, se halla estructuralmente incapacitado para alcanzar la "sociedad civil". Y el socialismo del Este fue derrotado, ¿cómo no adivinarlo?, por las fuerzas "emergentes" de una "sociedad civil" que únicamente después de la transición, y ya en un contexto liberal, podrán desarrollarse plenamente...

Para Gellner, la sociedad civil está constituida por "aquella serie de instituciones no-gubernamentales diversas con la suficiente fuerza para servir de contrapeso al Estado y, aunque no impidan a éste cumplir con su papel de guardián del orden y árbitro de los grandes intereses, evitar que domine y atomice al resto de la sociedad’. "Allí donde aparece la sociedad civil, en su concepción típica e ideal, constituye un emplazamiento de complejidad, opciones y dinamismo, y por tanto es el enemigo del despotismo político", un refugio potencial de "tolerancia, no-violencia, solidaridad y justicia" (J. Keane, glosando a Gellner)... Sobre los "límites" de esta "sociedad civil" no hay acuerdo entre los distintos autores interesados en la temática: para Adela Cortina, que define la sociedad civil como "la dimensión de la sociedad no sometida directamente a la coacción estatal", ésta se hallaría compuesta por "mercados, asociaciones voluntarias y mundo de la opinión pública". Para Walzer, "inspirador" de la mencionada autora, la sociedad civil moderna es "el espacio de asociación humana sin coerción y el conjunto de la trama de relaciones que llena este espacio": mercados, asociaciones voluntarias ("adscriptivas" como la familia, y de ingreso voluntario) y esfera de la opinión pública... Un "reino de la fragmentación y la lucha, pero también de solidaridades concretas y auténticas" (Walzer). Por su parte, Habermas excluye de la sociedad civil también al poder económico, de forma que ésta se caracterizaría por la proscripción de la "racionalidad estratégica" (propia del área política y económica) y la primacía de la "racionalidad comunicativa": "un espacio público creado comunicativamente desde el diálogo de quienes defienden intereses universalizables, es decir, en el sentido del principio de la ética discursiva". En cualquier caso, se insiste siempre en el lado "saludable", "benéfico", de esta sociedad civil: Cortina habla de su "potencial transformador"; Habermas casi la convierte en el sustituto y equivalente funcional del proletariado "liberador"; Walzer la erige en la "medicina" por excelencia para una democracia "enferma", para un mercado "enfermo", para combatir la "enfermedad’ del Nacionalismo, para "prevenir" los males del conflicto social y "sanarnos" de la propensión al disturbio (como "fármaco" multiusos, la sociedad civil, desde la perspectiva de este autor, mejora el funcionamiento de instancias que "no" niega: la democracia, el mercado, el Estado,...).

Las "bazas" de la sociedad civil radicarían en la "voluntariedad’, el "pluralismo", su actuación como "escuela de civilidad’, su papel revitalizador de la "cultura social", su protagonismo como bastión "defensivo" frente a los riesgos de la globalización (desprotección de los individuos, abandonados por el Estado a la carencia de escrúpulos de las multinacionales y la banca mundial...), su permanente disposición anti-autoritaria y anti-despótica, sus efectos "profundizadores" de la Democracia (como la "democracia participativa" se rechaza por utópica, técnicamente inviable y antipática a una población poco dispuesta a prestarle la dedicación heroica que se supone exigiría, el único modo de "revitalizar" la "democracia", por fuerza "representativa", consiste en involucrar a la ciudadanía en toda la trama de asociaciones -sindicatos, partidos, movimientos, grupos de interés, organizaciones vecinales, etc.-, pretendido medio a través del cual los individuos "configuran de algún modo las más distantes determinaciones del Estado y de la Economía", como miente Walzer).

La crítica de estas formulaciones, que constituyen la base teórica de los nuevos liberalismos "progresistas", o "de izquierdas" ("comunitarismo", "republicanismo", "democratismo deliberativo",...), es sencilla, incluso demasiado sencilla:

1º) Exageran el grado de "alejamiento" del Estado en relación con la sociedad civil, y el grado de "autonomía", "independencia" y "ausencia de coerción" que caracteriza a las prácticas de los individuos en dicho espacio: en realidad, el Estado "llega" hasta las familias, y las vigila, las moldea (Donzelot); regula en interviene en los mercados; y absorbe y gobierna las asociaciones voluntarias -subvenciones, normalización jurídica, publicidad, etc. Hay, aquí, un "idealismo" de ausencia o de preservación -ausencia de Estado, preservación del Estado. En relación con las conocidas tesis de Gramsci o de Althusser, que abordaron esta misma problemática hace décadas -instituciones de la sociedad civil en el italiano, aparatos ideológicos del Estado en el francés-, se ha dado un bochornoso "paso atrás", un desgajamiento arbitrario "sociedad civil"-"órbita del Estado" que fetichiza e idealiza a la primera para, como mito, ponerla a trabajar al servicio de la apología de la Democracia. Walzer: "Sólo un Estado democrático puede crear una sociedad civil democrática; sólo una sociedad civil democrática puede mantener a un Estado democrático".

2º) Se fijan, únicamente, en el lado "positivo", "benéfico", "esperanzador", de la "sociedad civil"; y desconsideran su lado "negativo", "maléfico", "desesperanzador": como ha subrayado Keane, en la "sociedad civil" anida también la crueldad, la violencia, la intolerancia, la explotación de unos hombres por otros, el racismo, las desigualdades, las opresiones y coacciones cotidianas y más o menos "anónimas", etc. Además, las instituciones de la sociedad civil tienen asimismo un cometido ideológico, adoctrinador, generador de "sentido común" -ahora llamado "cultura social"- como vulgarización/interiorización de esa "ideología dominante" que se cifra precisamente en el democratismo. Es significativo el silencio de los "teóricos de la sociedad civil" ante este aspecto, omisión basada en el olvido estratégico de la perspectiva gramsciana y althusseriana (una perspectiva que fue "retomada" por Heller, por Maffesoli, por Girardin, entre otros, autores, todos, deliberadamente ignorados por la nueva literatura). Partiendo de esta "exclusión", y mediante un peculiar juego de malabarismo teórico, todas las instancias sociales de dominación (familia, sindicatos, partidos, iglesias, etc.) se convierten, por mor de la reciente narrativa teórica "progresista", en instancias privilegiadas de liberación. Michael Walzer: "Los individuos dominados y que experimentan privaciones suelen estar desorganizados además de empobrecidos, mientras que personas pobres con familias sólidas, iglesias, sindicatos, partidos políticos y alianzas étnicas no suelen estar dominados o experimentar privaciones por mucho tiempo."
3º) Presuponen, tácitamente, que nuestras democracias son lo contrario del despotismo y del autoritarismo (que, no registrándose el menor indicio de autoritarismo en la dinámica política parlamentaria, tampoco lo hay en la trama asociativa "civil"), por lo que deberían ser exportadas al resto del Planeta - "occidentalización". Ignoran, así, toda la microfísica del poder (Foucault), toda la lógica de la dominación (Mafessoli, Baudrillard), toda la estructuración jerárquico-burocrática-autoritaria (Deleuze), detectables en cada una de las formas asociativas, de las agrupaciones, de las organizaciones de la "sociedad civil" -pensemos, por ejemplo, en los sindicatos- y actuantes en todos los ámbitos de la vida cotidiana (reparemos en las iglesias, o en las familias). Ciertamente, la democracia liberal deviene sólo como una reformulación del despotismo y del autoritarismo, fenómenos inseparables de todo modelo de gestión política fundado en la "representación". Esquivando taimadamente esta problemática del autoritarismo explícito o implícito en las formaciones demo-liberales, los teóricos de las sociedad civil abogan por una "comunidad liberal de grandes dimensiones" (Taylor).

4º) Dibujan, en el seno de esta "sociedad civil", un cuadro rigurosamente falso de pluralismo y diferencia en las "concepciones de vida", en los "modelos de felicidad’. "El pluralismo de concepciones de vida es uno de los haberes irrenunciables de la sociedad civil desde sus orígenes... Significa que en una sociedad distintos grupos proponen distintos modelos de felicidad’, ha escrito Adela Cortina. En realidad, y como hemos intentado demostrar en otros trabajos, la diferencia y el pluralismo, condenados a muerte en nuestras sociedades, están dando paso a una irrelevante "diversidad’ que enmascara el enquistamiento de Lo Mismo. La "sociedad civil", que se revela menos cívica de lo que sugiere su nombre, aparece aquí y allá como el enclave del pensamiento único interiorizado, de la convención social endurecida e intolerante, de la conciencia anónima policial e inquisitiva (Horkheimer), de los hombres indistintos y unidimensionales que reconoció alarmado Marcuse, de la proteofobia y el terror a lo diferente (Bauman), de las necesidades dirigidas (Baudrillard) y de la felicidad estándar (Benn: "Ser tonto y tener dinero: eso es la felicidad’. He aquí todo el modelo de felicidad "propuesto").

5º) Dejan muchas cuestiones en la penumbra, sin resolver y casi sin abordar: ¿Dónde empieza y dónde acaba el Estado? ¿Pertenece la Escuela al ámbito de la "sociedad civil"? ¿Y la medicina? ¿Qué decir de los partidos políticos acaparadores, en un momento dado, del poder ejecutivo? ¿Es que sólo se considera "Estado" al gobierno, las cámaras y la Justicia? Había más "claridad’, a la hora de delimitar las esferas, en las teorías del Estado esgrimidas por la tradición materialista a lo largo de la segunda mitad del siglo XX...

6º) Se tiene la impresión de que esta "teoría de la sociedad civil" sólo ha constituido la última operación de cirugía del "liberalismo", que, enredándose en triquiñuelas y abusos del matiz (Cioran), ha segregado su propia, si bien acobardada, conciencia crítica: el "comunitarismo", o "republicanismo", un liberalismo más, pero que pretende partir de la crítica del "liberalismo a secas" o "estándar", ubicándose en el espacio del progresismo liberal, de la izquierda liberal. Como emanación del escepticismo-conformismo en que ha desembocado la producción intelectual de una Cultura en decadencia, este liberalismo estima "inviable", "poco realista", "utópico", etc., el proyecto de una "democracia participativa" -así como todas las fórmulas de
organización "colectivistas", "autogestionarias", etc.- y, capacitándose para asumir el abstencionismo de la población como un dato irrelevante que no compromete ni cuestiona al Sistema (la ciudadanía es libre de desentenderse de los asuntos del Estado, si le place; para ser un "buen demócrata" basta con "organizarse", con involucrarse en la "trama asociativa", con "activarse" en la sociedad civil, se nos dice), racionaliza el deplorable estado actual de las democracias y justifica su funcionamiento rutinarizado, su desenvolvimiento abúlico en medio de la indiferencia de la población -la receta contra las deficiencias del liberalismo clásico es sólo una y siempre la misma: el asociacionismo, a todos los niveles, de la ciudadanía... Michael Walzer: "La política en el Estado democrático contemporáneo no ofrece a muchas personas una oportunidad para la autodeterminación rousseauniana. La ciudadanía, considerada en sí misma, tiene hoy en día sobre todo un papel pasivo: los ciudadanos son espectadores que votan. Entre unas elecciones y otras se les atiende, mejor o peor, mediante los servicios públicos (...). No obstante, en las tramas asociativas de la sociedad civil -en los sindicatos, partidos, movimientos, grupos de interés, etc.- estas mismas personas toman muchas decisiones menos importantes y configuran de algún modo las más distantes determinaciones del Estado y de la Economía. Y en una sociedad civil más densamente organizada tienen la posibilidad de hacer ambas cosas con mayores efectos (...). Los Estados son puestos a prueba por su capacidad para mantener este tipo de participación en la sociedad civil -que es muy distinta a la intensidad heroica de dedicación implícita en la ciudadanía de Rousseau. Y la sociedad civil es puesta a prueba por su capacidad de producir ciudadanos cuyos intereses, por lo menos a veces, vayan más allá de sí mismos y de sus compañeros, y cuiden de la comunidad política que promueve y protege las tramas asociativas."
7º) Estos autores "cosifican" la sociedad civil y la "des-historizan" (Cortina habla de una "sociedad civil cívica" hoy vigente, distinta ya de la "sociedad civil burguesa"¿?), presentándola como algo que adviene, que emerge, que aflora, casi como un premio, un reconocimiento, a cierto tipo de sociedades - "occidentales", "liberales", y, por supuesto, nunca "islámicas" o "socialistas"... Pero lo cierto es que la "sociedad civil" existe en todas y cada una de las formaciones político-sociales conocidas, y no puede conceptuarse como algo maravilloso que se cultiva hoy únicamente en Occidente (señal de su "superioridad’ moral y cultural) y que mañana se cultivará también en el resto del mundo si y sólo si la "democracia" logra universalizarse... En todas las sociedades hay "mercados" no absolutamente regularizados por el Estado, familias, iglesias, asociaciones de un tipo o de otro, opinión pública más o menos solapada... Hablar del advenimiento de la sociedad civil, atenderla como algo nuevo, distinto, que ha escapado hasta ayer a los analistas de lo social, constituye sólo un modo de mixtificar la realidad, de hacerle trampas a la historia y de propiciar un fenómeno económico-editorial, una labor de marketing científico-comercial, aprovechable también desde el punto de vista político-ideológico...

Así cabe caracterizar, en definitiva, el entramado teórico-filosófico que ha diversificado el liberalismo, desde la fidelidad a su raíz común, dando lugar a una nueva toponimia política y reclutando, para el Pensamiento Único que es su suma y su continente, a intelectuales de distintas filiaciones hoy consideradas en crisis (ex-marxistas, ex-socialistas, ex-socialdemócratas, ex-radicales,...). Ha tomado cuerpo un "liberalismo segundo" que se proclama a la izquierda del "liberalismo primero" y que recibe diversos
nombres: "comunitarismo", "republicanismo", "liberalismo social",... Los autores que se adscriben a esta corriente gustan de "especificarse", de "corregirse" o "enmendarse" los unos a los otros, pero dentro de una complicidad de fondo y de un consenso inocultable. Se trata, sobre todo, de una camarilla de profesores estadounidenses, canadienses y británicos, con un espolvoreo de acólitos y glosadores en sus países y en el resto de área occidental (España, Italia, Alemania, etc.). Cabe destacar a Michael Walzer, Alasdir Macintyre, Charles Taylor, Michael Sandel, Frank Michelman,... Estos comunitaristas polemizan con otros liberales, que se dicen igualmente "iconoclastas", críticos del liberalismo clásico, y que se adhieren a otras tendencias, prefiriendo otras etiquetas o ya ninguna: los liberales pragmatistas a lo Rorty, las individualidades como Bell, Giddens o Gray, algunos laboristas,... Y al encuentro de este liberalismo social ha corrido una tradición alemana, que bebiera antaño en las fuentes del marxismo: la constituida por aquel neofrankfürtianismo que, tras la estela de Jürgen Habermas, ha ido renunciando poco a poco a sus señas de identidad, diluyéndose a veces en la socialdemocracia, postulándose en ocasiones como "socialismo liberal", y dando todavía en la actualidad pasos y más pasos hacia la convergencia con el Pensamiento Único, con el remozado liberalismo contemporáneo. Como, acaso por orgullo, estos autores, frecuentadores asimismo de la temática de la "sociedad civil", no quieren ingresar sin más en el comunitarismo, han marcado algunas "diferencias" mínimas, han redundado en la "triquiñuela" y en el "matiz", para reivindicar otro nombre -aunque sostengan prácticamente lo mismo que sus colegas anglófonos: son los abogados de la democracia deliberativa: Habermas, Apel, Kallscheuer,... Y queda, en fin, una nubecilla de teóricos ex-contestatarios (o pseudo-contestatarios), con trayectorias diversas pero que habían estado marcadas por una cierta "disidencia", que no han podido resistir la atracción del liberalismo, y producen hoy obras eclécticas, ya moteadas por los nuevos tópicos "comunitaristas", tocando a la puerta del "liberalismo social", si acaso distinguibles por un acento, por un tono, casi por una música de criticismo amortiguado, de desencanto intelectual y -he aquí lo más importante- de nostalgia de la barbarie (teórica). Algo de todo esto se percibe en las últimas realizaciones de P. Bourdieu, J. Keane, E. W. Said, D. Held, H. Dubiel, F. Jarauta, A. Moncada y tantísimos otros... Estos autores se inscriben, por decirlo así, en la "periferia" del Pensamiento Único, en aquellos "arrabales" descontentadizos y hasta un poco salvajes donde aún se tolera la "travesura" (esporádicos toques anti-globalización, valga el ejemplo), los "gestos" de un izquierdismo residual extraviado de sí mismo e incluso atemorizado de sí mismo, pero cada vez más en el sometimiento a una filosofía ambiente que no es otra que la del Capitalismo occidental. En mi próxima colaboración me referiré a esta variopinta literatura ex-contestataria...

Sostengo que, a la vista de sus producciones, reiterativas y con muy escaso -o nulo- aporte teórico, fundadas en lo ya intelectualmente establecido e incapaces de saltar hacia la novedad reflexiva, demasiado "tuteladas" por dos o tres referencias sacralizadas, dos o tres excelentes mediocridades a fin de cuentas (Dewey, Tocqueville,...), apenas si levantadas sobre un andamiaje filosófico mínimo, sumario, esquelético (el raquítico engendro de la "sociedad civil"), casi más la exploración y el re-balizamiento de un campo ya señalado por otros, y explotado con resultados superiores por otros, que un acto, ni siquiera modesto, de invención teorética; a la vista de todo esto y de los propósitos que abrigan -la justificación incansable de la democracia representativa-, se debería hablar, en rigor, y ante las factorías culturales del liberalismo contemporáneo, de la hegemonía indoblegada de un no-pensamiento, de un Pensamiento Cero o Pensamiento Ausente: el No-Pensamiento Único... Para Walzer, el liberalismo es una "anti-ideología"; en mi opinión, ha acabado erigiéndose en otra cosa, mucho más y mucho menos que una "ideología": ha terminado convirtiéndose en un "anti-pensamiento". Voy a recoger, por último, y como botón de muestra de lo que estoy queriendo denunciar, un texto de Charles Taylor en el que se explicita el enclenque y disminuido programa del "comunitarismo". He aquí la carta de presentación del Pesamiento Cero:

"El término comunitarismo es aplicable a pensadores muy diferentes, como Sandel, Macintyre o yo mismo. Considero el comunitarismo como un tipo de liberalismo entre otros. Se inserta en la tradición del pensamiento de Tocqueville, que fue un pensador liberal. Lo que nos aúna es la crítica del liberalismo estándar. Este factor hace que se considere el comunitarismo como un bloque, aunque nuestra crítica se hace desde posiciones muy diferentes, desde la izquierda y desde la derecha. Tenemos en común el hecho de que compartimos en buena medida el pensamiento de Tocqueville. Mantenemos que las condiciones reales para que exista una sociedad libre requieren una participación activa en la vida pública, y por tanto la descentralización del poder político. Por eso insistimos en la necesidad de "asociaciones" a todos los niveles. Unido a este planteamiento pensamos que esa clase de participación exige un sentido fuertede comunidad."

 

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