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Estado español :: 26/03/2023

En tiempos de cegueras y supervivencias

Daniel Campione
'Los girasoles ciegos' es un volumen de relatos acerca de la posguerra española que brinda una mirada nada común en torno a la funesta dictadura franquista

Alberto Méndez.
Los girasoles ciegos. (Cuentos).
Barcelona. Anagrama, 2004. (Hay varias ediciones posteriores)

Hay autores de un solo libro, a lo largo de sus vidas. Y esa obra en solitario ha hecho época en algunos casos. No daré ejemplos, que muchísimxs conocen.

Entre esos “libros únicos” se encuentra esta breve serie de cuatro relatos, entrelazados entre sí, titulada Los girasoles ciegos. Es difícil llamarlo “libro de cuentos”, ya que responden a una secuencia temática y temporal explícita desde los títulos de cada una de sus piezas. Constituyen la única publicación de Alberto Méndez, español fallecido ya hace tiempo, con un poco más de sesenta años.

El autor se abocó a la escritura en su edad madura, luego de dedicarse por largo tiempo a la actividad editorial. Y ese oficio precedente se le nota a través de la destreza en la escritura, un manejo refinado del lenguaje, y hasta algunos toques poéticos en las narraciones. Todo presente en un nivel inusual para un autor primerizo.

Portada de una de las varias reediciones de Anagrama.

La persecución brutal e incomprensible

Cada cuento está situado en un año distinto y correlativo, durante el muy temprano franquismo: 1939, 1940, 1941 y 1942. Y que son designados cada uno como “Derrota”, de la primera a la cuarta. Tanto que el primero comienza el 1 de abril de 1939, la fecha simbólica del final de la “Cruzada” en el rimbombante calendario de celebraciones del régimen.

Se encuentran aquí los principales ingredientes aptos para describir la etapa más aciaga de una dictadura. Que fue terrible, del día primero hasta el último, y aún después: Fusilamientos, prisiones, vigilancia omnipresente, censura asfixiante. Retratos del Generalísimo, crucifijos y vírgenes en toda hora y lugar. Estos mismos componentes se pueden apreciar asimismo en muchas obras llenas de talento, ya sean historiográficas, testimoniales o de ficción.

Lo que sale de lo habitual aquí es el manejo de las tramas, el trazado sutil de los personajes, la mirada comprensiva y hasta amable hacia el sufrimiento inenarrable. Y las peculiares cadenas de acontecimientos, al borde de lo inverosímil, en las que el narrador engarza, por ejemplo; el poder cuasi omnímodo de la Iglesia, o la increíble perversidad de los tribunales especiales. Situados estos últimos en el eje del segundo relato.

También destaca la diversidad de situaciones, llenas de sutiles matices, que utiliza para reflejar las tribulaciones de los de abajo. Los “vencidos” de una “Victoria” que todo lo tiñe de arbitrariedades absurdas por parte quienes detentan el poder, aún en sus últimos escalones. Hasta la portera del edificio podía incidir en torno a la vida y la muerte de sus habitantes.

Se escribe aquí acerca de una sociedad impregnada por un terror del cual ni siquiera se aspira a entender su lógica. Una y otra vez Méndez refuerza la idea de que casi nadie logra comprender nada. Los acontecimientos, más que hechos “normales”, son azotes que se abaten con toda la fuerza sobre cuerpos y almas inermes, o casi.

Méndez le da su lugar al más flagelante y generalizado de los padecimientos, el hambre: No falta el personaje que se hace llevar periódicamente a la cárcel por faltas relativamente menores, debido a que en prisión al menos se come dos veces al día. El libro está poblado de vidas famélicas en las que por añadidura escasea casi todo lo demás, desde la ropa al combustible.

Otro motivo que recorre sobre todo los dos últimos cuentos es la huida física de la realidad tan inconcebible como insoportable. Escape que suele costar la vida y es susceptible de ser frustrado por el error más nimio o la menor casualidad desafortunada.

“Los girasoles…” el punto más alto de Los girasoles…

El último cuento, que da título al libro, le parece al que esto escribe una obra maestra.

La circunstancia narrativa parte de una de las situaciones más angustiantes que vivieron muchxs de los reales o supuestos “desafectos” al régimen. Me refiero a la prisión “voluntaria” en sus propias casas, ocultando su presencia a todo aquel que no habitara allí. Una vida menguante que languidece en el tiempo, esquivando ventanas y balcones. Con el frecuente reinado de un silencio atemorizado, ominoso. Y cada vez más, transcurre en el interior de un armario disimulado.

En ese padecimiento inicial se enlazan las angustias de la esposa y el hijo del “topo” encerrado. Al cautivo en su propia casa lo sabemos profesor y traductor, dotado de sutil apreciación acerca de la literatura clásica. Nada de eso será atenuante a la hora de “perseguirlo”. Se ha “significado” (asi lo decían y escribían) como “rojo”. Y en consecuencia no merecería la menor misericordia en caso de caer en manos de los represores casi omnipresentes.

Viene a terciar un personaje que reúne dos de los rasgos fundamentales a la hora de habilitar la más injusta de las prepotencias: Es un joven aspirante a cura de la escuela a donde se educa el niño. Y con anterioridad ha sido combatiente a todo lo largo de la “Cruzada”. “Hombre de la Santa Madre Iglesia” y “Caballero excombatiente”. Doble investidura imbatible a la hora de disponer de vidas y haciendas en alas de la “Victoria”.

Cuenta con amplio poder para ejercer presión sobre el “párvulo”, que acude a la escuela en la que enseña, hijo del padre oculto al que se supone muerto. Y puede usar su lugar de “servidor de Cristo” para hurgar en la vida del pequeño y de su madre. Por la que desde el principio experimenta una atracción nada espiritual.

No diremos más sobre los senderos que conducen a un conflicto irresoluble.

Sí cabe el señalamiento a propósito de que el autor utiliza tres puntos de vista diferentes, bien definidos. En primer lugar, un narrador en tercera persona, dedicado en gran proporción a las relaciones, forzadas a mantenerse intramuros, entre los tres miembros de la familia perseguida. Y que refleja además la indetenible intromisión que trastorna un pequeño mundo triste y fatigado, pero no del todo infeliz.

Luego, una larga confesión de parte del aspirante a cura (que es diácono, en términos estrictos), dirigida al sacerdote encargado de su “vigilancia espiritual”. Ese testimonio es posterior a los hechos, y despliega varias capas y complejidades en el sentir y pensar de quien ha causado mucho daño. Sin por ello ser uno de esos “malos”, carentes de cualquier claroscuro.

Más bien es, a su modo, un esclavo de la ideología y las prácticas de una institución que se ha alimentado hasta la saciedad de la sangre de los “réprobos”. Y es un joven lleno de impulsos urgentes, en medio de una “abstinencia de la carne” del todo incumplible.

Y en lugar protagónico, la voz del niño. Quien sin un destinatario definido reconstruye los rastros de su memoria. En un tiempo, se deduce, muy posterior a los acontecimientos.

Reconoce que sus recuerdos están alterados, incluso por el esfuerzo de invocarlos. Además del empeño que que implica hacer de algún modo susceptible de comprensión en el presente, lo que era inentendible para una criatura de ocho años. El duelo irremediable es la presencia más fuerte para esa remembranza ya lejana.

Acerca de algunos personajes

Un rasgo que se le nota a Méndez, sobre todo en los dos últimos cuentos, es el amor por los escritores que tuvieron que padecer las persecuciones de la “guerra interminable”, con los que sin duda se identifica.

Alberto Méndez, en sus últimos años.

El poeta adolescente de “El idioma de los muertos” y el profesor de literatura de la última narración están trazados con un cariño que, sin idealizarlos, los enaltece. El padre de familia cautivo mantiene su escritura como lazo preponderante con una vida que se le escapa.

El poeta sigue escribiendo en medio de la soledad más completa, la frustración de su huida, la pérdida amorosa que ha sufrido… Y las tenazas del hambre que lo atrapan.

Cabe la mención del personaje femenino más relevante de la serie, la esposa y madre de “Los girasoles…”. Sostiene un espíritu noble y generoso en medio de la abyección. Y se las compone para colmar de atención y afecto a quienes integran la pequeña familia.

La otra mujer gravitante del relato es una “ausente”, la otra hija del matrimonio: Se ha perdido su rastro en el trayecto de una fuga desesperada a Francia. Se percibe así la huella de las innumerables desapariciones que jalonaron el paso de la inacabable dictadura.

El primero de los cuentos, hasta ahora no mencionado, “Si el corazón pensara dejaría de latir” aporta una figura inusitada, en el margen de lo increíble: Un oficial del ejército “nacional” que se pasa al otro campo el mismo día de la derrota final republicana. El narrador logra hacernos creíble ese itinerario que nada de cabeza contra la corriente.

Quizá un personaje borgeano (El “bárbaro” Droctulft”, que se pasó a los romanos en vísperas de la caída del imperio, en Historia del guerrero y de la cautiva) haya dejado su huella a la hora de imaginar al paradójico “Capitán Alegría”. El que reaparece en el segundo relato para dar apesadumbrado fin a su recorrido más que inusual.

***

Lectura más que sugerente, a la que incluso le cabe lo de “Lo bueno, si breve…”. Que nadie se prive de recorrer sus páginas. Y no tenga la lectora o el lector miedo de “amargarse” por los sucesos horribles que se suceden a todo ritmo. La prosa de Alberto Méndez se las arregla hasta para hacer llevadero lo intolerable.

Sí hay que advertir que utiliza un lenguaje muy rico, que puede hacer menester de alguna incursión en el diccionario. Ello no afecta el placer de leer, más bien al contrario. Quizás cabe reprocharle al autor los “latines” del religioso, que hacen inasequible algún detalle a quienes no posean rudimentos de esa lengua.

Es recomendable asimismo la película, de idéntico título, que recorre con maestría la última de las historias. El guión pertenece a Rafael Azcona en asociación con José Luis Cuerda, que es también el realizador. Los amantes del cine hispano saben que se trata de una dupla insuperable a la hora de pintar con una inasible dulzura a la España sufriente.

Para mayor felicidad, está completa en youtube.

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