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Estado español, Madrid :: 30/01/2025

Enero de 1977: ¿nos acordamos?

Alfons Cervera
"50 años de España en libertad": El franquismo empresarial, político y policial salió bien vivo de la muerte de su máximo caudillo. Intacto. Y así ha seguido hasta ahora

Han pasado cuarenta y ocho años desde aquel día. Desde aquella noche. Desde aquellos días en que nos parecía que las cosas empezaban a ser distintas a como habían sido hasta entonces. Veníamos de los tiempos oscuros. Esa dictadura que ahora dicen algunos que era una maravilla.

Enero de 1977. Ya hacía más de un año que se había muerto el dictador. La Transición. Bueno, hay quien dice que la Transición empezó más tarde, cuando se aprobó la Constitución en 1978. Me da igual la fecha. Lo que no me da igual es que se cuenten cosas que no son como en realidad sucedieron. Que se diga que fueron unos años tranquilos. Que era el sosiego ejemplar que estábamos deseando después de la violencia del franquismo. Fue el argumento para ensalzar ese tiempo: que nadie quería otra guerra.

Claro que nadie quería otra guerra. Pero lo que tampoco quería mucha gente era que se olvidara tan rápido aquella violencia, las cárceles, las torturas, tanta muerte en las tapias de los cementerios, en las comisarías... En 1939 no llegó la paz sino la victoria fascista. En 1975 lo que llegó fue el silencio, también una especie de miedo al pasado, el tanteo con una tranquilidad en la que poco a poco se iban abriendo demasiados agujeros. Ese paseo por una "tierra que el silencio alfombra", como escribía Miguel Hernández muchos años antes de los nuevos tiempos que no eran tan nuevos como habíamos pensado.

No digo que todo lo que se hizo fue para mal. Hablo de lo mucho que no se hizo y algo de eso que no se hizo sí que se podía haber intentado hacerlo. Al menos intentarlo, ¿no? De eso hablo. Cómo se te queda el cuerpo cuando el mismo Adolfo Suárez confesó muchos años más tarde que no convocó un referéndum para elegir entre Monarquía y República porque esa consulta la hubiera ganado la República. El franquismo salió bien vivo de la muerte de su máximo caudillo. Intacto. Y así ha seguido salvo en muy contadas ocasiones, siempre a su favor el viento de la historia.

La 'democracia' avanzó mirando de reojo al pasado, como esperando un asalto de sus fantasmas al llegar la noche, como si las sombras siguieran siendo las mismas sombras de los años franquistas del plomo. Entre la ruptura con la dictadura y su reforma se eligió la reforma. Era una manera de que las luces y las sombras se juntaran en un mestizaje de tiempos en que seguían siendo mayoría las sombras. Porque la realidad tranquila se sabía huidiza, demasiado vulnerable ante los desmanes a que la sometían los políticos, empresarios, grupos de extrema derecha y casi toda la policía. Actuaban juntos casi siempre. Y estaban bien organizados en esa complicidad sangrienta.

La Ley de Amnistía de 1977 metió en el mismo saco a Martín Villa y a Marcelino Camacho. Eso fue en octubre. Unos meses antes, en enero, estalló una oleada de violencia conocida como la Semana Negra. Fue en Madrid. El domingo 23, en una manifestación por la amnistía, un grupo de pistoleros de extrema derecha asesinó al joven Arturo Ruiz. No había cumplido aún los veinte años. El martes 24 por la mañana hubo una manifestación de protesta contra ese crimen. Y Mari Luz Nájera, una estudiante de veintiún años, fue alcanzada por un bote de humo disparado por la policía. Moriría en el hospital a las pocas horas. Esa misma noche del 24 de enero, un grupo fascista irrumpió violentamente en un despacho laboralista de la madrileña calle de Atocha, asesinó a cinco personas y dejó malheridas a otras cuatro.

Muchos de esos asesinos nunca fueron detenidos y los que sí lo fueron pudieron huir tranquilamente de la cárcel o cumplieron penas mínimas de encierro. El entierro de los asesinados fue una de las más grandes manifestaciones de duelo y de rabia que se recuerdan en la historia de este país, que ha hecho de la desmemoria una de sus más estrictas señas de identidad. Esa misma semana, el Grapo acababa con la vida de varios policías y las voces ultras en los funerales pedían la vuelta de Franco para enmendarle la plana a la frágil democracia que no quería despegar.

No sé cuánta gente se acuerda de aquellos días de enero. O de otras fechas lo mismo de violentas que se dieron en la Transición. Sé que me dirán que la juventud seguro que no se acuerda. Claro que no: sencillamente porque nunca le hemos contado nada. Y sé también que mucha de la gente que entonces estaba cada día en las calles igual ha tirado la toalla porque no se puede estar toda la vida en el campo de batalla. Pero a pesar de todo, a pesar de que la memoria ha flojeado tanto desde aquel noviembre de 1975, no vale entregarles la historia de aquellos años y su memoria al silencio y el olvido. Tantos nombres que cayeron en aquella lucha no se merecen que se callen sus nombres y se les ponga al mismo nivel que sus asesinos.

La Transición fue lo que fue. Pero han pasado cincuenta años desde entonces y no podemos seguir con la monserga de que fue modélica, ejemplar, exportable a otros países del mundo mundial. No sé si en las actividades previstas en la campaña 50 años de España en libertad habrá un sitio para esa memoria de la dignidad que el fascismo sigue queriendo negar porque su memoria es otra: la de la iniquidad franquista que siguen defendiendo abiertamente el PP, Vox y toda la brunete mediática y empresarial que los empuja y aplaude con esa encendida vocación de "cazar al rojo" que nunca han abandonado.

Han pasado cuarenta y ocho años desde aquel enero trágico de 1977. Pongamos en este aniversario nombres y más nombres sobre la mesa del recuerdo. Y no sólo de las víctimas, sino también de sus verdugos. Para que no sean lo mismo quienes se cargaban la libertad a tiro limpio y quienes la defendían con su militancia antifascista jugándose la vida en esa lucha. Cada cual tenemos cerca muchos de esos nombres. Que no se nos olvide ninguno, ¿vale? Ninguno.

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