Es ?idiota? condenar la violencia
Pero la “violencia” constituye un asunto de reflexión y de debate filosófico desde la Antigüedad, en lo que nos concierne como occidentales. Es un asunto al que han dedicado horas de meditación los filósofos griegos, los pensadores cristianos, los prohombres intelectuales de la Ilustración y de la Modernidad, los escritores contemporáneos,...
Y, en ese trayecto, se habló del “derecho de rebelión”, de la pertinencia del “tiranicidio”, de la “pura violencia sagrada contra la coerción”, de la violencia como “partera de toda vieja sociedad que anda grávida de una nueva”, de la “legítima defensa agresiva”,...
La violencia es una constante histórica: para negar esto hay que ser “idiota”. La democracia representativa que tanto se elogia hoy sólo fue posible después de la masacre de una Revolución y una posterior campaña de encarcelamientos, ejecuciones, asesinatos “políticos”... En el reverso de la bandera de la Democracia encontramos una guillotina. Y no se equivocó Cioran cuando definió el liberalismo, que en nuestros días se celebra sin descanso, como una “farsa sangrienta”. Mucho antes, Anatole France, a quien las consecuencias de la violenta liberación moderna casi salpicaron, dijo prácticamente lo mismo.
Los demócratas de la actualidad son los hijos de esa violencia, pero tal violencia se les niega a cuantos quieren forjar un mundo mejor, a fin de cuentas menos sangriento, menos opresivo. Y se persigue, se anatematiza, se encarcela a los que, pensando fríamente las cosas, advirtiendo el papel de la violencia en la historia, observando y a veces padeciendo los modales crueles de los poderes establecidos, se niegan a condenar la violencia.
“Usé la violencia para establecerme, y ahora la proscribo para que nadie acabe con mi establecimiento”: esta es la clave de la reprobación liberal de la violencia.
Pero ocurre que hay un “algo más” que este criticismo no ha tenido suficientemente en cuenta: quienes se niegan a condenar la violencia, quienes en el futuro se plantearán seriamente la posibilidad de ser violentos, violentos de verdad, piensan también en aquello que el mero interés capitalista excluye de su perspectiva: piensan en el planeta, en la naturaleza, en las diversas formas de vida, en la utopía última de que la humanidad no tenga que desaparecer del Orbe.
Es así como se entiende el posicionamiento testamentario de Günther Anders, a sus ochenta y cinco años. El llamado “filósofo de la barbarie”, pensador pacifista por excelencia, un moralista que nunca ocultó su condición, después de visitar Auschwitz e Hiroshima, y de vivir bajo nuestras democracias, con sus dedos artríticos aún escribió: “La única salida es la violencia”... El título de su obra es significativo, y una enseñanza para el futuro: “¿Violencia, sí o no? (Una discusión necesaria)”.
Creo que es “idiota” condenar sin más cada acto violento. Condenar toda violencia contra el “estado de las cosas” contemporáneo puede rentar políticamente, dar votos, asegurarle a uno el puesto en una u otra esfera institucional,...Pero no se hace cargo de la gravedad de la situación actual y no quiere reconocer la valentía del pensamiento crítico al afrontar una duda que verdaderamente cuenta para miles de millones de personas: “¿Violencia, sí o no?”
Los griegos entendían que la esfera de la privacidad, del mero individuo haciéndose cargo de sus necesidades de reproducción, el ámbito estrecho de la intimidad y de la familia, era “idiota”, pues no podía abrirse a lo que acontecía más allá de sus clausuras constitutivas –Hannah Arendt lo transcribió muy bien en sus apuntes preparatorios de un proyecto que no llegó a consumar: “¿Qué es la política?”. Y yo estimo que es “idiota” la posición actual del “hogar occidental”, de la familia euro-norteamericana, pues son muchas las cosas trascendentes que están sucediendo en el “más allá de nuestro acomodo” y también son bastantes las cosas que, contra nuestro acomodo, irrumpen en tantas partes y tienen que ver con la violencia.
Queda claro que, desde nuestro idiotismo, sólo alcanzamos a condenar la violencia. Queda claro que estamos condenados.