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Estado español :: 19/12/2006

Esclavos en España. La humanidad-basura en la Europa "fractal".

Carlos X. Blanco
En el mundo antiguo había esclavos por deudas. Hoy los hay por hipotecas. El trabajo basura no permite si quiera endeudarse. Tu misma existencia se ve hipotecada. Quien se puede endeudar por una vivienda, es un afortunado. Se nace ya en una sociedad de mercado en la que el individuo, es basura difícilmente reciclable.

El trabajo basura hace de los humanos, basura y media, arrastrándose por ciudades basura, colmenas de seres hacinados, torres de oficinas y de humos. Eso en el "primer mundo". En el segundo, el tercero, el cuarto, etc., la esclavitud es aún más explicita y sangrante. Son esclavos los niños. Son esclavas las mujeres. Todos son esclavos del hambre. Solo por venir al mundo, sin necesidad de "ofrecerse" a un mercado laboral organizado bajo los auspicios del capitalismo, la masa humana desprotegida, en sociedades desorganizadas aposta, está en venta y se regala.

De las "oleadas" de miseria humana se extrae pingüe beneficio. Basta con apostarse con discretos recursos (capital, tierras, capacidad -en general- de contratación) en una playa sureña cualquiera, en una costa de frontera, o quizá en una ciudad de frontera (todas las de tamaño considerable ya lo son) y "ofrecer". Ofrecerles trabajo, darles paternalmente una "oportunidad’. O sea, sin pamplinas, explotarles. Este empresariado canallesco ha proliferado sobremanera en España. Todo el arco mediterráneo, junto con el eje que lo dibuja en el mapa, Madrid, sube como la espuma en plusvalía loca. Nunca se vio tan gorda. La locura del trabajo barato ha sacado a muchos patanes de la estrechez y los ha catapultado de golpe hacia una posición propia de una burguesía consumista e inmoral como nunca hubo en este estado-frontera.

Luego, dirán, cuando no se necesiten los nuevos esclavos habrá que suprimirlos. Expulsión burocrática, campos de internamiento, supresión de permisos, vuelos fantasma con emigrantes deportados bajo los efectos de narcóticos. Quizá empiecen con los asesinatos selectivos, las amenazas veladas que van siendo más y más explícitas. Se verá el auge de la ultraderecha y de pandas xenófobas... Todo eso puede esperarse cuando el ciclo ascendente de una economía que se basa en el ladrillo, por un lado, y en la ultraexplotación del trabajo mísero, por el otro, finalmente vaya a pinchar. Y en las fases depresivas del ciclo, los esclavos sobrarán. Es cuestión de tiempo.

Pero puede que haya muchos. Puede que ya estén dentro y se hayan creído que los derechos "por los que tanto se ha luchado" (¡ay! Bendito estilo impersonal, maravillas del lenguaje) les deban alcanzar a ellos. Ilusos. Les falta sangre, raza, pedigrí... ¿Qué pretenden? ¿Vivir como nosotros, la gente de toda la vida, la gente normal? ¿No se les ha dado una oportunidad? Pues cuando no hagan falta... largo.

En plena Europa estamos conociendo los campos de internamiento. Todo el siglo XX fue testigo de la estabulación de los seres humanos. No fue Hitler el pionero, quizá. El y Stalin tuvieron el maravilloso precedente de la Espala franquista. Como estrategia aniquiladora de retaguardia, la llamada "guerra civil" española dio importantes pasos hacia el almacenamiento de seres humanos que no eran simplemente "prisioneros de guerra", a tratar de acuerdo con unas convenciones internacionales estipuladas, sino que hubo de tratárseles como escoria subhumana y como enemigos irreductibles. Enemigos ideológicos, incluso. Pues ya no se trataba de exterminar a supuestos exterminadores, sino a todos aquellos manchados por "pensamiento, palabra, obra u omisión", como dice la Santa Madre Iglesia, promotora de la "Cruzada" franquista. Después, en 1939, una república -la francesa- "ayudó" a otra república, la española derrotada, creando campos de concentración para almacenar a unos vecinos cuyo único delito cometido era tratar de huir de sus implacables verdugos fascistas. Y luego vinieron en rápida sucesión todos los horrores conocidos del Holocausto, y demás campos de exterminio. Y así prosiguió la historia en todas las contiendas acaecidas en el globo tras la II Guerra Mundial. El siglo XX es el gran siglo del almacenamiento de vidas humanas tras las alambradas, con el noble fin de exterminarlas, rápida o lentamente, incluyendo en no pocas ocasiones la muy sensata oportunidad -rara vez desaprovechada- de extraer, de tantos cuerpos disponibles, algún rentable beneficio: trabajo esclavo, diversión sexual, piel para hacerse carteras y botas. La guerra de Vietnam, la de Yugoslavia, Irak, etc. , proporcionan ejemplos excelentes de genocidio perfeccionado. Las lecciones de Franco, un pionero en la esclavización de sus enemigos ideológicos, Hitler, Mussolini, Stalin, etc., nunca se olvidaron. Todo parece indicar que gracias a internet y una TV vía satélite, la pornografía de la violencia genocida no está haciendo más que empezar, y que aquí se abren inusitadas vías de negocio, no ya para los ejércitos y los estados ejecutores, sino para las empresas. Este sector de la apropiación de vidas y cuerpos humanos ya lleva tiempo privatizándose. La propia lógica del mercado ha dado pie a ello. En principio, ningún ser humano está dotado de privilegios absolutos en cuanto a su ligazón a la tierra, a un sentido de la dignidad o de la profesión. En un mundo donde rige cínicamente la ley de la mercancía, se borran todos los contornos entre humanidad y objetos de cambio. Lo humano mismo, primero en parte (su trabajo) y luego en el todo (su cuerpo, su alma, su dignidad) posee un valor de cambio pues la lógica diabólica en la que vivimos todo lo cuantifica, y no existen limitaciones inferiores ni superiores a ese valor de cambio, o a ese precio efectivo. El valor igual a cero de muchos seres humanos es un hecho constatado. Millones de personas no reciben la "subvención" mínima que les libraría de la muerte por inanición, y que sí recibe, por el contrario, una res de ganado, por ejemplo.

"Una vida humana igual a cero". El mero hecho de igualar su valor a una cifra, que expresa un valor de cambio, o un precio, es el gran crimen que el hombre ha cometido contra sí mismo. En su origen, el propio estado es el germen de la domesticación de los hombres a cargo de hombres armados, vale decir, la esclavitud. Mucho después, la aparición del modo de producción capitalista no ha conseguido sino perfeccionar los mecanismos de sujeción del hombre sobre el hombre, y a través de ellos, la sujeción y expolio de la naturaleza. Cualquier asignación de valor, valor mínimo o máximo por encima de ese cero absoluto (es decir, las vidas de usar y tirar, que no valen nada), es un acto criminal en el que todos, al menos en nuestra condición de consumidores, estamos participando.

Participamos en un comercio injusto, genocida, a escala mundial. Sobreprotegemos una agricultura europea comercial que causa hambre en países extraeuropeos cuya única fuente de riqueza es precisamente la agricultura y su exportación a precios razonables. Compramos prendas confeccionadas por niños y mujeres, seres sometidos a la esclavitud de grandes corporaciones. La lechuga y el tomate que llegan a nuestro súper ¿por qué manos han sido cultivadas y recogidas? ¿Por las manos de un trabajador pagado y protegido de acuerdo con los derechos sociales por los que tanto se ha luchado, como dirían los sindicalistas de CCOO y UGT? Háganse a la idea. No solo los plásticos de Almería o Murcia constituyen ese "territorio de frontera" en donde los derechos sociales han quedado en suspenso y la bendita y civilizada civilización occidental está de vacaciones. No. La porosidad de las murallas de los "derechos sociales y laborales conquistados", pero no exportados ni tampoco generalizados, es un hecho evidente. La vergüenza de las alambradas gigantes de Ceuta y Melilla sólo es el aperitivo de un nuevo y complejo entramado feudal de compartimentación de los derechos y habitaciones de las gentes. Habrá en cada ciudad y en cada pueblo una zonas de estabulación humana, a donde recurrir bajo cuotas pactadas con sindicatos, patronales y ONGs (incluidas las Hermanitas de la Caridad), cuando hagan falta contingentes de sobrexplotados laborales u otros sirvientes de aspecto humano. Los que no entren en la cuota de la suerte, seguirán en su establo alambrado mantenidos con vida con la sopita caliente y la asistencia de la Cruz Roja, a ver si en otro cupo se les puede aprovechar para algo útil o rentable. Al otro lado de las alambradas, la sociedad bien pensante y neoesclavista invertirá en viviendas más lujosas, en segundas y terceras residencias, limpiará dinero negro comprando coches potentes o alquilando plumas periodísticas (digo alquilar, excluyendo aquellas que no estuvieran compradas ya) que tratarán de desviar la atención y difundirán mucha falsa conciencia.

Y tan contentos. De forma "fractal" las formas más miserables y atroces de explotación y depredación del hombre sobre el hombre, y sobre la naturaleza, se irán inoculando desde el tercer y cuarto mundos al primero, el mundo fortaleza, que se contagiará de su propio crimen. Pero ¿por qué empleo el tiempo futuro al escribir? El futuro ya está aquí.

 

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