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Pensamiento, Estado español :: 01/08/2006

Está claro que Dios es ético, pero ¿ha de serlo también el diablo? Cristianos de segunda generación

Pedro García Olivo - La Haine
Estamos rodeados de cristianos "genuinos", que estiman que Lo Bueno es bueno y Lo Malo es malo. También proliferan los "cristianos de segunda generación", que no se consideran creyentes y gustan de presentarse como ateos: para ellos Lo Malo es bueno. Para ellos, el Diablo es ético.

Escorzos III

Está claro que dios es ético, pero ¿ha de serlo también el diablo?
Cristianos de segunda generación

Anduve por Chiapas, cooperante del zapatismo, y edité un DVD titulado "Cuaderno chiapaneco 1. Solidaridad de crepúsculo". Lejos de toda conclusión, manifesté mis perplejidades y, cuestionando algunos aspectos del zapatismo, ataqué sobre todo el tipo de "solidaridad’ que nosotros, los occidentales, productos y exponentes de una cultura imperialista y genocida (xenocida, si hablamos con rigor), estamos en condiciones de prestar.

Gentes del espectro "anticapitalista", libertarios además, me tildaron de "poco ético", por criticar el turismo revolucionario habiendo sido desde el principio, y para elaborar el reportaje, un turista revolucionario. Lo cierto es que ese no fue mi caso, que yo en absoluto arribé a Chiapas como un "veraneante de la revolución".

Pero plantean, con su repulsa, una cuestión interesante: ¿Deben ser "éticos" los anticapitalistas, los subversivos, los revolucionarios, los indomables, los resistentes, los oprimidos, los explotados, las víctimas,...? ¿Deben ser "éticos" los luchadores de fondo contra el Sistema, los enemigos abisales de Lo Dado? Está claro que Dios es "ético", pero ¿ha de serlo también el Diablo?

A este respecto mi postura es nítida: plantearse si una forma de lucha es ética o no lo es significa caer en las redes de la Moral, de la dominación psíquica instituida. El Diablo hizo lo que debía hacer, y en su lenguaje no existía la palabra "ética".

Estamos rodeados de cristianos "genuinos", que estiman que Lo Bueno es bueno y Lo Malo es malo. También proliferan los "cristianos de segunda generación", que no se consideran creyentes y gustan de presentarse como ateos: para ellos Lo Malo es bueno. Para ellos, el Diablo es ético.

Son "cristianos", aunque les pese, porque siguen hablando el lenguaje del Bien y del Mal. No pueden pensar en la desobediencia ética, en el olvido de la Moral. Por último, y según una extendida opinión, ya emergen hombres y mujeres que han dado definitivamente la espalda al cristianismo. Para ellos no existe el Mal porque tampoco se conoce el Bien. No hay Bien. No hay Mal. Cuando se les pregunta si el Diablo es ético, responden que el Diablo no existe. Que el Diablo fue un invento de Dios. Les parece que toda ética es un basurero, un amontonamiento de inmundicias. Puesto que Dios tampoco existe, el Diablo se define como el producto de una ausencia.

Yo me temo "cristiano de segunda generación". No puedo evitarlo. Me constituye la moral. Está en la sangre de mis venas. La pusieron ahí, y yo no puedo desalojarla sin perecer. Me asiste el privilegio de mantener abiertos los ojos ante todas mis miserias. Este es mi mérito: siempre hablo mal de mí. Hablando mal de mí, hablo peor de los otros. No lo oculto.

Creo, como "cristiano de segunda generación", nominalmente ateo, que todos nos hemos hundido en la infamia, en la culpabilidad, en la contradicción. Creo que todos, en Occidente, estamos salpicados de horror, de ignominia. Me parece que somos una porquería. La summa de todas las porquerías. Cualquier hombre huele mejor que nosotros, si no es de Occidente. El hombre occidental traspasa el umbral del mal olor: apesta. Es la peste.

Pero somos occidentales, somos esa piltrafa, esa ruina, esa pestilencia envenenada. Somos incoherentes. En absoluto "éticos". ¿Qué debemos hacer, si así nos reconocemos?

Quiero terminar este escorzo con una sugerencia muy clara. Lo que podemos hacer es, en primer lugar, desoír la referencia bíblica ("El que esté libre de pecado que lance la primera piedra"). Desoírla y, llenos de pecado -esto es, de culpa, de felonía, de falta, de inconsecuencia, de perfidia,...-, lanzar todas las piedras que podamos, contra los otros culpables y contra nosotros mismos por culpables. Si sólo los "puros" pudieran lanzar piedras, ya no se lanzaría ninguna. No quedan "puros". Habría muerto la lucha. Habría muerto la resistencia, la crítica, la insubordinación. Incluso el Diablo moriría, y no le valdría la excusa de no existir.

Debemos lanzar piedras justamente porque no estamos libres de culpa. Aceptar las que los demás nos lancen e incluso apedrearnos nosotros mismos.

Dibujaría así mi idea: esgrimir la contradicción como se maneja un puñal, esgrimir la culpa como un puñal ávido de sangre enemiga, ávido de sangre opresora, explotadora, xenocida, sangre rica que colorea de rosa los rostros, sangre de cerdos bien cebados. Esgrimir de ese modo la delicuescencia, la doblez, la propia vileza, tal un cuchillo. Pero como se esgrime un cuchillo cuya empuñadura está afilada; un cuchillo que, al hacer sangre, nos desangra. Herir y matar con un cuchillo que se clava en nuestra mano al aferrarlo, un cuchillo que nos hiere y nos mata.

Estoy diciendo que el suicidio, o la mortificación, es la contrapartida que se le exige al hombre que lucha. Digo que, si luchamos, nos hacemos daño. Digo que todos los que no quieren cerrar los ojos ante sus propias vergüenzas, que todos los que no quieren justificarse, los que reconocen su mácula, su inconsistencia "fundadora", los que saben lo que son, una minoría en todo caso, una suerte de aristocracia de la humanidad, todavía pueden redimirse en una mínima medida si eligen desgarrarse para desgarrar, suicidarse para matar, atacar la práctica totalidad de su ser, devastarla, para sonreír en cambio a aquella minúscula porción en la que todavía titila la verdad, la dignidad, lo sagrado.

Está claro que soy un "cristiano de segunda generación", a pesar de mi ateísmo explícito, de mi odio a toda Iglesia, de mi batalla frontal contra todo Ideal.
Una sospecha me asalta en este momento: lo queramos o no, el cristianismo nos reviste en tanto luchadores. Quien afirma haberse librado de él, dentro del universo anticapitalista, en el horizonte de la insumisión, se engaña y nos miente. Combatimos lo existente porque creemos que podría haber algo "mejor" en su lugar. Al contemplar esa posibilidad, al concebir otra realidad, un mundo preferible, nos dejamos capturar por la ética, por la moral, por el discurso del Bien y del Mal, del Paraíso y del Infierno, del cristianismo en suma. Creo que existe una religiosidad de la lucha, que nosotros los anticapitalistas somos "creyentes", a veces "monjes", a veces "fanáticos", siempre "feligreses". Me parece que, por desgracia, somos cristianos. Y que nos identificamos con un Diablo ético, ya que Dios se nos antoja malo.

Tengo nostalgia de mi yo bárbaro, apóstata, de mi yo infiel, de mi yo sacrílego. Tengo nostalgia de mi yo verdaderamente ateo. Pero no lo busco porque todavía vivo para la lucha.

 

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