Federico
[En la foto, Lorca en el mirador de Yumurí, Matanzas, 1930.]
La Habana, 8 de marzo de 1930.
Queridísimos padres, como veréis por mis cables ya me encuentro en Habana dispuesto para actuar de conferenciante […]
La llegada a La Habana ha sido un acontecimiento, ya que esta gente es exagerada como pocas. Pero Habana es una maravilla, tanto la vieja como la moderna. Es una mezcla de Málaga y Cádiz, pero mucho más animada y relajada por el trópico. El ritmo de la ciudad es acariciador, suave, sensualísimo y lleno de un encanto que es absolutamente español, mejor dicho, andaluz.
Habana es fundamentalmente española, pero de lo más característico y más profundo de nuestra civilización. Yo naturalmente me encuentro como en mi casa.
Cartas escritas en la isla, de Federico García Lorca.
Así le escribía el poeta a sus padres Vicenta y Federico nada más pisar tierra cubana. Fue un amor a primera vista. Supo sentir desde el minuto cero esos lazos no solo visibles sino invisibles que unen a nuestras tierras y nuestra cultura.
Podríamos decir que Andalucía y Cuba son de un mar las dos orillas.
Decía Julio Cortázar algo como que no sirven las palabras cuando lo que hay que explicar desborda el alma. Y le pasaba a Federico, tal y como me pasa muchas veces a mí. Pero Federico supo hacerlo, aunque seguro dejó su alma llena de tantos sentimientos que Cuba caló en su espíritu y que le engrandecieron como el gran ser humano que siempre fue.
En la isla se reforzó como persona, se arraigó a la tierra. Porque él escribía desde la tierra, como si tuviera las manos llenas de barro.
Nació en el 1898, justo el año en que España perdía sus colonias, y murió asesinado en 1936, fecha en la que para nuestro país se venían años oscuros sin un ápice de luz. Dos años muy significativos que lo endiosan como el ser que fue, que es y que siempre será.
Estuvo muy marcado por el paso del campo con su familia a la ciudad, donde se sentía un pequeño burgués cada vez que regresaba a su pueblo y que ya desde esos primeros años de juventud sabía y tenía claro cuál era su lugar en la historia. En sus palabras:
“Hoy de niño campesino me he convertido en un señorito de ciudad […] Los niños de mi escuela son hoy trabajadores del campo y cuando me ven no se atreven a tocarme con sus manazas sucias y de piedra por el trabajo. ¿Por qué no corréis a estrechar mi mano con fuerza? ¿Creéis que la ciudad me ha cambiado? No… Vuestras manos son más sanas que las mías. Vuestros corazones son más puros que el mío. Vuestras almas de sufrimiento y de trabajo son más altas que mi alma. Yo soy el que debiera estar cohibido ante vuestra grandeza y humildad.
Estrechad, estrechad mi mano pecadora para que se santifique entre las vuestras de trabajo y castidad”.
Granada se le quedó pequeña y se trasladó a Madrid. En la mítica Residencia de Estudiantes trabó amistad con Dalí, Rafael Alberti, Luís Buñuel y con un Juan Ramón Jiménez que sería el padre de todos los poetas de la época. Andaluz como Alberti y como él. Nuestro poeta conocía el mundo y más recordaba a su tierra, los olores de su infancia y el dolor, pasión y drama que acompaño a toda su obra.
Porque las raíces por mucho que lo intentes no las puedes arrancar.
Te acompañan como una sombra, que aunque se oculte por la noche, sabes que va a estar ahí nada más salga de nuevo el sol.
Al llegar la II República a España, hizo latente su compromiso social mediante la formación de la compañía teatral La Barraca. Intentó la renovación del teatro español y siempre insistió en la responsabilidad social del artista. Siendo esta un pilar fundamental para la educación de un país.
Si hay algo que realmente debemos agradecerle a Federico, tras su acercamiento a Manuel de Falla, fue su aporte al mundo del flamenco.
Desde un primer momento Federico hizo una distinción entre el primitivo cante jondo y el flamenco, que es una modernización del mismo.
Se trata del canto adolorido de nuestro pueblo. Un pueblo que sufre por opresión, por desgracias, por mal de amores y por penas que persiguen a cualquier ser humano. Un cante popular que pertenecía a los gitanos que son sus mecenas más preciados a día de hoy.
Lorca tuvo junto a Manuel de Falla la osadía de sacar el flamenco de las barracas, de los corrales y de los campos andaluces y alzó el flamenco a un mundo intelectual. Hicieron que la élite se interesara por este cante de pobres que no tenían que comer. Internacionalizaron el flamenco y sentaron la base para todos los que vinieron después. Su Romancero Gitano. El Poema del Cante Jondo.
Recuerda tanto su misión con el pueblo a la Revolución cubana y a las Palabras a los intelectuales de Fidel. Al Che afirmando que si la universidad no se abría al pueblo, el pueblo rompería las puertas de la universidad (o algo así creo recordar). Porque Federico fue precursor en una España hostil y luego asesina. Tenía claro que la cultura y el conocimiento debían ser patrimonio de los pueblos y la humanidad. Sabía que los artistas debían servir a la sociedad con su obra y no enriquecerse con ella. Vivía para ampliar las miras de todos aquellos que habían nacido para ser ciegos.
Y fue en Cuba donde se sintió en su Andalucía, en su casa. Los ritmos africanos y la música tenían tanto que ver con nuestro cante jondo.
Cuba le avivó ese fuego andaluz que le recorría las venas. Porque esta isla es fuego. Es fuego que te calienta en el rocío de la mañana y que te impulsa con una llamarada cuando necesitas dar un paso al frente.
La semana pasada, el 18 de agosto, se cumplieron 87 años de su asesinato a manos del franquismo. Todavía seguimos llorándole. Buscando su cuerpo junto al de tantos cientos de miles. Su muerte fue una pérdida universal.
En Cuba, dolió a morir. La tierra de Martí y de Fidel quiere a sus hijos buenos.
En palabras de Raúl Roa:
“No fue el plomo miliciano, que sólo ha matado y está matando para afirmar la vida y asegurarle a cada hombre un sitio en el banquete platónico, el que horadó, destrozándolo, su pecho generoso y repleto de canciones inéditas.
Balas mercenarias, directamente proyectadas contra el corazón mismo de España y de la cultura sin fronteras fueron las que segaron, frente a un paredón de fusilamiento, esta vida joven, impetuosa, farandulera y prometedora.
Soldados del Tercio y marroquíes embaucados, y más de un falangista rencoroso y cavernícola, oficiaron alegremente de verdugos a sueldo del fascismo internacional, que, de imponer su torva hegemonía en el mundo, estrenará el triunfo de la muerte sobre la vida, de la tuerca sobre la rosa, de la tea sobre la estrella.
Raúl Roa, artículo publicado el 12 diciembre de 1936 en el Repertorio Americano de San José de Costa Rica.
“Si me pierdo, que me busquen en Andalucía o en Cuba.”
A la memoria de Federico y del maestro y dos banderilleros anarquistas fusilados con él aquella madrugada en la carretera de Víznar a Alfacar.
Cubadebate