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Pensamiento :: 01/12/2005

Fetichismo económico versus comunismo

Carlos X. Blanco - La Haine
La comprensión científica del comunismo, lejos de toda versión utópica o futurista, ha de pasar por una nítida traducción de la producción colectiva de la sociedad en servicios y productos directamente autoabastecidos y distribuidos por los propios productores, una vez que el mercado ha desaparecido como jeroglífico social o como encarnación fetichista del trabajo social colectivo

(NOTA: Texto extractado con ligeros cambios a partir de "Notas sobre la Mercancía" (I), publicado por el autor en la revista Nómadas, nº 11. Las citas están extraídas de la versión de El Capital de Marx publicada por el F.C.E., México D.F., 1999).

La sociedad se volvió abstracta en cuanto que el trabajo pasó a considerarse sustancia homogénea, mensurable en cantidades o porciones igualmente homogéneas. El trabajo simple compone estructuras de trabajo complejo a modo de multiplicaciones de aquellos "cuantos" simples que pasan a ser unidades de valor requerido para producir una mercancía. Pero, recordemos, el valor de cambio sólo aparece en el acto de cambiar. Estos cuantos de trabajo humano, reducibles a una abstracción de toda labor humana posible, al margen de su diversidad, y reducidos a su máxima simplicidad, son utilidades necesarias para producir el artículo. Se acumulan a lo largo del proceso, y esa acumulación es el acrecentamiento mismo de su valor. El monto de utilidades que se han invertido en producir un artículo no garantiza per se un alto valor de cambio del artículo convertido en mercancía. Antes al contrario, el más esmerado artículo producido, resultado de ímprobos esfuerzos, utilidades y valores invertidos en él, es ruinoso al cambio si en el mercado abundan las mismas o semejantes mercancías con muy poco valor (tiempo de trabajo) requerido, acaso, por gracia de una mecanización del proceso productivo. Determinar el valor de una mercancía no es algo posible en abstracto con una medición del tiempo de trabajo abstracto y socialmente necesario que ha requerido su producción.

Este tiempo, sea el que sea, viene contrastado por la relación de valor más simple "que es la relación de valor de una mercancía con otra concreta y distinta, cualquiera que ella sea" (p. 15).

La cantidad de tiempo para A sólo da valor (de cambio) a esa mercancía (sólo) en relación con la cantidad de tiempo que se requirió para B. Las mediciones de tiempo de trabajo socialmente necesario para A, B, C, pueden ser de lo más azaroso y contingente. La ley social del valor sólo aparece en los balances que, por pares de mercancías (A,B) se establecen en el proceso de intercambio.

Por otro lado, jamás debe olvidarse que el trabajo en el sistema capitalista es tratado como una mercancía, además de un despliegue y gasto de energía física que es útil o valiosa (valor de uso) para alguien. Como tal mercancía, posee un valor social que será diferente según la cualidad o las inversiones previas hechas para desarrollar esa labor con eficiencia, rendimiento, etc. Hay trabajos peor pagados que otros, y ellos se ven afectados por vaivenes de oferta y demanda, y toda suerte de contingencias que en el capitalismo afectan a las demás mercancías. En el Antiguo Régimen y en las sociedades más arcaicas aún, la "estimación" o "prestigio" social de los oficios acaso tuviera la transparencia suficiente para darse una asignación directa de la sociedad de unos valores de cambio diversos a los distintos empleos de la fuerza de trabajo, sin la mediación del trabajo como una mercancía suelta, al lado de otras. Ello no obsta para que el trabajo no fuera, al menos en parte, mercancía como también la tierra, por más que sufriera fuertes restricciones en su compra, venta, alquiler, usufructo, etc. Por lo demás, incluso en sociedades "empotradas" donde el capitalismo no aparecía en un estado puro ni hegemónico, y por ende, no podía liberar la mercancía en su estado puro, el proceso de trabajo no dejaría de mantener el carácter dual que Marx asigna a toda mercancía: valor de uso, valor de cambio. La emergencia de los mercados (tan remota es en la historia) y de los intercambios (p.e. tribales) hace del trabajo comunitario que en parte sea mercancía, sin que por ello el trabajador individual se "venda" parcialmente como mercancía al modo del obrero moderno, el asalariado en tiempos capitalistas. Todo trabajo, aun no siendo asalariado y de cariz feudal o comunitario, tendrá ese doble aspecto del valor de uso y del valor de cambio en cuanto que participa del mercado.

Una hora gastada en el taller del orfebre es creación del valor de uso, por cuanto que la pieza le valdrá a un sujeto para algo, o para su comunidad, o para otra foránea. Una comunidad o tribu ajena, en cuanto que entra en actos de intercambio con la primera busca utilidad. Ese orfebre arcaico puede ser trabajador comunitario que sólo obtiene los beneficios sociales de su comuna, como resultado del reparto de excedentes y como consecuencia de un intercambio intracomunal de servicios. El no "vende" sus horas, como quizá no venda sus piezas elaboradas, pero sí las contrabalancea su comunidad cuando entra ésta en relación de trueque con otros valores de uso, que al instante se transfiguran en mercancías. Se hecha de ver que valor de uso y valor de cambio son categorías enteramente dialécticas en la vida social pre-capitalista y que obligan a una investigación fluida, dinámica, de todo género de formaciones. En ellas, las "estructuras sociales", lejos de ser rígidos corsés (no obstante, invisibles, sólo inteligibles), constituyen más bien transfiguraciones unas de otras. Este tipo de conceptos dialécticos ciertamente nacen en parejas. En el intento de desentrañar uno en sus componentes, ha de aparecer el otro como mediación-oposición. El ser humano como animal social, llegado un momento dado de su desarrollo, se envuelve de valores de uso sólo por la creación de un sistema de cambio, y por ende, de valores de cambio, desapareciendo la autonomía del valor de uso. La autosatisfacción simple de necesidades, la creación directa de utilidades, el trato funcional primigenio con cosas "que valen" a alguien ya no son funciones posibles inteligibles de manera absolutista. Cada cosa o servicio, siendo lo que vale, "suelta" respecto a toda otra cosa o servicio, entra en relación dialéctica con otras, se contrapesan los tiempos invertidos y ya se presuponen entonces los intercambios proto-comerciales, dentro o fuera de una comunidad.

El valor de cambio, por su parte, solo existe en la relación de pares de valores de uso. Nadie desea cambiar lo que no es útil. Una misma mercancía se trueca en valor de uso y en valor de cambio en función de la utilidad que revista para el comprador, o con la base de su encuentro con otra mercancía que le sirva de espejo en la circulación. Ese artículo A sólo es mercancía reflejada en el espejo de la mercancía B que a su vez deja de ser simple artículo y deviene mercancía para dotarse de su particular valor de cambio. Este verse en otra, este "tomar la pelleja natural de otra mercancía como su forma propia de valor" (p. 23) es la condición de superación de toda supuesta reflexión de una mercancía A que se autopone en el mercado, afirmativa de su mismo valor. Este valor de cambio necesita ser una forma relativa. El valor de la mercancía no es medida de una magnitud física absoluta, ni valor graduado en torno a una escala fija. Es absoluto y homogéneo el tiempo requerido, medido en intervalos y con entera abstracción de la cualificación o intensidad de la capacidad productiva, como ya se ha visto. Pero este tiempo de trabajo invertido no se traduce en el valor si este valor A producido no toma forma relativa ante el valor B, y así equipararse los tiempos abstractos invertidos en A y en B. El valor de A no será nunca algo natural ni intrínseco a una pretendida esencia del objeto. Cuanto hay de natural en el estudio de la mercancía se limita a la capacidad transformadora de la naturaleza al ser, podríamos decir, el "vaciado" de las operaciones humanas y formar la imagen, como en negativo de las disposiciones o formas que dimanan de la acción humana, ella misma dependiente de su carácter de ser natural y sometido a las leyes físicas de toda materia, objeto de transformación. El trabajo humano abstracto que transforma los objetos materiales y que puede pagarse como una mercancía más, y medirse como sucesión de intervalos temporales homogéneos es, en rigor, la fuerza de trabajo, la única contextura natural del hombre que "cristaliza" en productos, en artículos objetivos elaborados. Una formación social con un mínimo grado de desarrollo mercantil llega al punto de convertir en hábito la medida del trabajo social acumulado en su seno (en principio, un trabajo comunitario o estamental, y sólo después individualizado por la sociedad) en función de los intercambios comerciales de los que dimana el valor de cambio. Si los intercambios pasan de ser esporádicos o casuales a convertirse en hábito regular de valorización del trabajo social, estamos ya cruzando un umbral: el del fetichismo de la mercancía.

Marx describe en estas páginas inmortales de la filosofía, la materialidad social que rige la producción y el intercambio.
I. Relaciones materiales entre personas y
II. Relaciones sociales entre cosas.

Es especialmente interesante resaltar que la lógica de la producción-mercado es decir, la lógica del (nacimiento) de la economía política, se asemeja a un lenguaje jeroglífico donde los signos son diversas envolturas materiales que emanan de un uno, el trabajo humano abstracto. Esta unidad, casi plotiniana, necesita entenderse a sí misma, no obstante como pluralidad encarnada de emanaciones suyas (p. 39). La sociedad trata de hacer una "lectura" de su producción traspasando la frontera de homogeneidad y pureza del trabajo, que también era diverso y plural en origen, pero reducido a su factor común de productividad social.

La comprensión científica del comunismo, lejos de toda versión utópica o futurista, ha de pasar por una nítida traducción de la producción colectiva de la sociedad en servicios y productos directamente autoabastecidos y distribuidos por los propios productores, una vez que el mercado ha desaparecido como jeroglífico social o como encarnación fetichista del trabajo social colectivo. La valoración será la directa que corresponde con la participación de los trabajos individuales en el trabajo colectivo. Las individualidades son diversas, en capacidad y en necesidad. Con lo que el comunismo es el triunfo de la diversidad de los trabajos, venciendo sobre la homogeneidad brutal del trabajo abstracto como medida del valor de cambio. La desaparición del mercado, en su forma más radical, no debe confundirse con su existencia subordinada o marginal, tal y como se ha conocido en la historia como modos de producción pre-capitalistas. La reflexión que hace Marx sobre el modo de producción feudal es muy significativa. El feudalismo, nos guste o no, es un modo de producción mucho más transparente incluso a los ojos de sus propios protagonistas (o víctimas) (p. 42).

Es evidente que "más transparente" no significa mejor ni más igualitario. Desde un punto de vista jurídico, la edad media y el antiguo régimen no eran en absoluto sistemas deseables desde ninguna escala de valores sostenible, ninguna que contenga el igualitarismo como principio radical. La desigualdad de los individuos, formalmente, era de hecho la mejor definición para entender estos sistemas. La distinción que el comunismo extiende sobre estos sistemas pre-capitalistas reside en la unión esencial que hay entre la transparencia del sistema productivo y la radical igualdad de productores.

El mercado supone el gran sistema semiótico por medio del cual emisores y receptores hacen valer su producción, sus valores necesitando siempre al otro para la operación misma de hacer valer. El comprador ve en la mercancía A un valor de uso y busca el equivalente que en B pudiera ofrecerse al vendedor. Ambos sujetos son emisores y receptores que emplean una estructura social especial y sancionada, el mercado, en la cual las mercancías hacen como de agentes o embajadores, no siempre inmediatos, pues es sabido que el mercader no tiene por qué coincidir con la figura de su(s) producto(res) directo(s), y en tal caso, son estos comerciantes e intermediarios los representantes de un trabajo humano, individual o social movilizado y finalmente cuajado en producto. El fetichismo culmina en la equivalencia buscada entre pares de mercancías A y B, y el hecho consabido del carácter enajenable de cada mercancía.

El desplazamiento de la mercancía de una mano a otra, no parece mágico sin contamos con la metáfora semiótica de los mensajes, que también conocen diversos portadores a su paso, y codifican funcionalmente a los agentes, pasando de emisores a receptores en cada proceso de intercambio. El proceso de cambio en una comunidad primitiva supone la apertura de esta -al completo- hacia un medio exterior formado por comunidades circundantes. El acceso de éstas comunidades, antaño cerradas, a las grandes corrientes circulatorias del exterior es, nada menos, que el relato de la incorporación de las formaciones sociales a una historia universal. La apertura de la antiquísima Tartessos a los comerciantes fenicios y griegos hace que la identidad de ésta se fundiera con la de las grandes culturas del Mediterráneo, formando un todo con ellas. El Oriente Medio y el Mediterráneo en todas sus costas acabaron siendo el escenario circulatorio de los grandes procesos comerciales (y después, económico-políticos y militares del mundo antiguo). La estratificación intra-comunitaria apareció a medida que la producción se orientó crecientemente hacia esas arcaicas formas de exportación, bien fronteriza, bien fluvial o costera. A la par, se desarrolló no ya sólo la especialización interna del trabajo social en una formación, sino la especialización de las propias mercancías en el momento en que algunas de ellas -más manejables, más transportables y enajenables- revisten un carácter social y privilegiado. La estratificación social (división del trabajo) levanta jerarquías porque el valor de los distintos trabajos ya no puede ser el mismo dentro de una sociedad "abierta" a la exportación y contrabalanceada por series de mercancías que la sociedad foránea enfrenta en los intercambios. Al no valer todas las mercancías lo mismo, no todos los trabajos dentro de la totalidad productiva valen lo mismo, y los hombres son condenados a la especialización. La mercancía dinero, entonces, lejos de constituirse en un simple signo, es la mercancía privilegiada que, fácilmente enajenable y divisible o multiplicable (a voluntad), reproduce con carácter discreto pero fraccionable. La homogeneidad misma que posee el tiempo de trabajo abstracto y simple otorga valor a las mercancías, pero ahora el dinero realiza ese mismo valor en el proceso del cambio. Es el tipo de mercancía que exhibe un carácter necesario de representante de mercancías diferentes en cantidad y con cualidades variables y que se opone a una determinada cantidad de dinero. El fetichismo que el mundo moderno experimenta ante el dinero hace muchos milenios que comenzó, es un desarrollo natural del fetichismo de la mercancía (p. 55).

 

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