Hablando de Autogestión
En las conversaciones que tengo con compañeros que practican la autogestión, muchas veces sale la frase "es que aquí esto de la autogestión es muy difícil", en alusión a la ciudad o al lugar donde el interlocutor realiza o intenta su proyecto. Pareciera que todas nuestras iniciativas autogestionarias se hunden en los ubicuos abismos de incomprensión donde trabajamos, hasta el punto de acabar luchando contra todo y contra todos, y muchas veces nos cansamos, probamos suerte en otro lugar, u otros se cansan para siempre.
Pero no, no estoy de acuerdo con el fondo de esta reflexión, la autogestión no es fácil, ya lo sé, pero no es más difícil que aceptar las condiciones de existencia que nos impone el capitalismo y sus mercados usurarios, el de trabajo que nos explota estragando nuestros lomos para sacarnos un producto o valor nunca retribuido, el de bienes y servicios esenciales controlado por quienes administran el gotero de los recursos que necesitamos para vivir, o el financiero donde vendemos nuestro trabajo futuro a cambio de un dinero que demasiadas veces no necesitamos. Y no olvidemos al estado, residenciario de la fuerza o violencia legal, la educación pública, el manoseo de nuestras mentes a golpe de telediario, y el garante de nuestra servidumbre a los propietarios de los medios de producción y los recursos esenciales, cuyos políticos lacayos no dudarán en mandarnos a la policía, a ahostiarnos o dispararnos a poca rebeldía que enfrentemos ante su asquerosa indecencia.
La autogestión de la que hablo es esa que deberíamos poner en práctica para liberarnos del capitalismo y del estado, hablo de autogestión material, económica, que nos debería proporcionar el alimento, el techo, la salud, la educación o la cultura, esto es, estas y otras cosas que necesitamos como seres humanos dignos y libres, esas cosas que nos permitirían librarnos de chupasangres, ladrones y violadores de la dignidad, que necesitamos para vivir el viejo anhelo de un mundo sin amos.
Ya es difícil la autogestión de proyectos menos pragmáticos o a tiempo parcial, de los que ocupan nuestro tiempo de ocio, nuestros excedentes de solidaridad o nuestra necesidad de relación social, como un centro social, una fiesta compartida o un trueque de domingo, por poner ejemplos, cuando más aún la autogestión económica, vital, central de la que hablo, pero aquellos y estos proyectos comparten el necesario aprendizaje colectivo enredado en valores de horizontalidad, empoderamiento, apoyo mutuo y solidaridad, y es que, con todo, es preciso mirar a la cara a nuestra realidad material y devolverle la mirada, sin complejos inculcados por quienes nos quieren serviles, predecibles, dominables, aceptando el desafío de vivir como pensamos que debemos vivir, a fin de no caer en la trampa de acabar pensando como realmente vivimos.
Todos tenemos que buscarnos la vida, todos tenemos unas necesidades básicas que cubrir y recursos de algún tipo para enfrentarnos a esta tarea, y todos podemos acometerla de manera autogestionaria, juntándonos con otros para compartir el esfuerzo y el producto colectivos. No se trata de salvar la vida a nadie, ni de sustituir su decisión o su forma de vida por muy acertada que creamos la nuestra, simplemente se trata de caminar, hacer para nosotros y dejar la puerta abierta a nuevos caminantes, que nuestro ejemplo sea bastante para explicarnos, sin necesidad de enjundiosas doctrinas, dogmas o catecismos de salvación.
Hay una decisión básica, ética, vital, que debe acompañar al esfuerzo autogestionario, y es la de comprender que ni es fácil venderse en el mercado del régimen, pues incluso vendiéndonos caros algunos días el insomnio, la ajenidad de lo que pensamos, decimos o hacemos, o la falta de sentido vital, acaban por pasarnos su factura, ni tampoco es fácil construir un mundo contra corriente, peleando en la frontera de nuestra piel contra enemigos exteriores e interiores, donde los ballesteros lanzan desde la altura sus dardos, apuntando a nuestros corazones necesitados de regazo y autoengaño. Pero puestos a elegir, pues de libertad se trata, podemos elegir dedicar nuestro esfuerzo a la autogestión en vez de pasarnos el resto de nuestra vida manteniendo un culito perfecto, atractivo y vendible en el mercado de los espejos donde nadie es quien dice ser.
Cualquier actividad material, con sentido económico de suministrar los recursos que necesitamos, en un entorno de escasez de insumos y necesidades crecientes (siquiera en el supuesto de éxito del proyecto y el correlativo aumento de su base social), puede ser realizada mediante la autogestión, y esta enraizará y crecerá si nos resistimos a tomar los atajos que suelen ablandar los proyectos hasta hacerlos irreconocibles, como cuando producimos de forma autogestionaria para vender productos en el mercado capitalista, donde las condiciones las marcan quienes mandan en ese mercado, compitiendo con productos más baratos gracias a la explotación de otras personas, o de recursos no renovables que robamos a nuestros hijos o nietos, o cuando usamos su dinero tramposo fabricado en los bancos del sistema, diseñado para obtener nuestra sumisión de levantarnos todos los días para ganarlo y poder comprar las cosas que hacemos nosotros, pero nos venden ellos una y otra vez.
Hay una clave esencial en cerrar circuitos de autogestión, de producción, distribución y consumo autogestionados, controlados por quienes los trabajamos o los necesitamos. Esta clave nos permite ser eficaces, administrar el esfuerzo, los resultados y las necesidades colectivas, y depender cada vez menos del régimen. Por ejemplo, en Salamanca hay una clave esencial en reconocer circuitos cerrados entre la ciudad (las ciudades), y el campo, es esencial reconocer cuáles puedan ser los circuitos de productos de ida y vuelta entre el campo y la ciudad, sin duda el recurso transporte es básico, y la organización logística, pero también es necesario construir esto fuera del viejo esquema de jerarquía urbana a la que los capitalinos están acostumbrados desde hace siglos con relación a los territorios provinciales, a otros ejes extraprovinciales (Zamora, Norte de Cáceres), o incluso Portugal.
Un proyecto de producción o elaboración de alimentos, un proyecto de construcción o conservación de viviendas, de ayuda a personas mayores o dependientes, un proyecto de escuelita, una universidad popular, un teatro donde nos podamos reconocer, pensarnos y sentirnos, un medio de comunicación social, de edición y distribución de libros, un centro de creación artística, incluso un proyecto de defensa del activismo o de la rebeldía organizada ..., cualquier proyecto puede empezar detectando una necesidad, un ámbito asequible a la eficacia autogestionaria, los insumos necesarios y el modo de relación con otros proyectos autogestionados, y ponerse a trabajar, duro, largo, difícil, sin duda, pero al tiempo viviendo en el mundo que queremos construir, en el presente que cambiamos con nuestras prácticas. En esta trama, propuestas como las cooperativas integrales, colectivos más o menos organizados o informales, grupos de ayuda mutua o incluso de mera afinidad, son herramientas disponibles a poco que nos juntemos unos cuantos y las queramos afilar. Algunos ya estamos en ello.
Y es que, de lo que hablo, no es otra cosa que del poder material, la base de los demás poderes al menos para quienes pensamos que el mundo se construye desde la materialidad cotidiana, desde el plato de comida en tu mesa cocinada con mano amable, desde la manta que cubre tu cama y las caricias de tu amante, desde el calor que le das a tu hijo cuando se achucha contra tu pecho. Desde esta materialidad el mundo se abre a los otros mundos, se hace habitable, no solo para nuestros cuerpos, sino además para nuestras mentes, para todos los duendes, cuentos y héroes que pueblan la sombra de su envés, donde pensamos otros mundos que un día serán el nuestro.