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Pensamiento :: 13/11/2009

¿Es posible una "Nueva Universidad" sin una Nueva Sociedad?

Dax Toscano Segovia
Reflexiones para el debate sobre la institución universitaria ecuatoriana :: "Formar mentes crédulas, acríticas, arreflexivas es el objetivo de la clase dominante"

Un tópico repetitivo es aquel que señala que la educación es una herramienta fundamental para posibilitar el adelanto de un país. De igual forma se dice que la excelencia académica debe ser una condición primordial de las instituciones educativas.

Estas ideas, difundidas en diversos espacios donde se discute sobre la educación por quienes, de una u otra forma, están inmersos en esta tarea, son admitidas como verdades absolutas, que no ameritan ningún análisis, cuestionamiento, crítica o reflexión.

Para quienes las defienden, el que no se las admita como válidas sólo puede ser el resultado de posiciones anacrónicas, retardatarias, propias de personas estancadas en el tiempo. Lo extraño es que este discurso, que en apariencia es progresista, lo defienden tanto las fuerzas conservadoras como aquellas que, sin una comprensión real de los procesos históricos, se presentan como “transformadoras”.

No obstante, al mirar más allá de la superficie se descubre que hay elementos fundamentales que estas opiniones encubren y dejan de lado, los cuales son necesarios que se los exponga para poder comprender el verdadero papel que la educación ha desempeñado en las diversas sociedades a lo largo de la historia humana.

Lo primero que hay que señalar es que no se puede hablar de educación en términos abstractos, metafísicos, es decir, ahistóricos.

En las postrimerías de la comunidad primitiva empezaron a aparecer diferencias entre un grupo de personas que fueron asumiendo funciones de dirección, las mismas que también se apropiaron de los conocimientos que antes compartía todo el colectivo, apropiación ilegítima que más adelante se la hizo con el excedente de la producción. La división entre trabajo manual e intelectual permitió que los hombres libres dediquen su tiempo al desarrollo de las ideas, mientras otros, que ni siquiera eran considerados humanos, tenían que trabajar en condiciones infrahumanas como “reses parlantes”. El régimen explotador esclavista, basado en la propiedad privada y la división de la sociedad en clases sociales, sustituyó a la comunidad primitiva.

El conocimiento se constituyó en una fuente de poder para someter a los pueblos, engañarlos y mantenerlos sojuzgados.

La educación espontánea del colectivo, que compartía sus conocimientos como resultado de su actividad práctica, pasó a convertirse en un instrumento de las clases detentadoras del poder para imponer sus concepciones mediante el adoctrinamiento de las y los educandos, a través de mecanismos de manipulación y alienación que, desde épocas remotas, tienen como propósito fundamental eliminar la capacidad de reflexión y el pensamiento crítico.

Como “aparato ideológico” del Estado, la educación no es neutral. Tiene además como propósito reproducir las relaciones de explotación en cada una de las sociedades donde ha existido y existe la propiedad privada y la explotación social.

Dice Aníbal Ponce que “ligada estrechamente a la estructura económica de las clases sociales, la educación no puede ser en cada momento histórico sino un reflejo necesario y fatal de los intereses y aspiraciones de esas clases.”

Al igual que la religión jugó –y continúa jugando- un papel fundamental en el proceso de adoctrinamiento de la población, sobre todo en la etapa feudal y de dominio colonial, la burguesía ha utilizado a la educación para afianzar su sistema y su dominio como clase, dando la apariencia de llevar adelante una tarea neutral y desinteresada. Esto se evidenció a finales del siglo XVIII e inicios del siglo XIX, cuando el sistema capitalista emerge y la burguesía se consolida como clase dominante.

István Mészáros señala que:

La educación institucionalizada, especialmente en los últimos ciento cincuenta años, sirvió –como un todo- al propósito, no sólo de proveer los conocimientos y el personal necesario para la máquina productiva del capital en expansión, sino también para generar y transmitir un marco de valores que legitima los intereses dominantes, como si no pudiese haber ninguna alternativa a la gestión de la sociedad, ya sea de forma ‘internalizada’ (es decir, por los individuos debidamente ‘educados’ y aceptados) o a través de una dominación estructural y una subordinación jerárquica e implacablemente impuesta.

El control de la educación, entendida por los detentadores del poder como un proceso de internalización y de aceptación por parte de las y los educandos del orden establecido y del discurso de la clase dominante, es fundamental para el imperialismo, la burguesía y las oligarquías para mantener su hegemonía política e ideológica. La familia, la religión y los medios de “comunicación” también cumplen su papel dentro de este proceso de alienación.

Formar mentes crédulas, acríticas, arreflexivas es el objetivo de la clase dominante.

En el campo educativo este hecho se refleja, entre otras cosas, en la elaboración de los programas oficiales en los cuales, fundamentalmente, se expresan los intereses de esos grupos de poder. Históricamente el Estado clasista se ha encargado de crear los mecanismos de control, vigilancia y represión necesarios para hacer cumplir sus planes. Al no poder impedir totalmente la educación de los pueblos, lo que hacen es enseñarles a pensar mal.

En lo que respecta a las instituciones superiores, la mentada “autonomía universitaria” frente al Estado, es de carácter formal. En las universidades, donde se alardea constantemente sobre este principio, se deja de lado que en la sociedad capitalista la universidad es una más de las instituciones burguesas al servicio del capital, lo cual se expresa también a través de la postura político-ideológica que muchas y muchos docentes, directa o indirectamente, transmiten a sus estudiantes en sus asignaturas mediante planes de estudios elaborados expresamente al servicio del mercado y de las empresas capitalistas.

Esto se hace evidente también a través de los convenios que las universidades establecen con las diversas empresas, públicas o privadas, para que las y los estudiantes realicen pasantías, generalmente en condiciones de explotación laboral, con el limitado argumento de que a través de ellas van a aplicar en la práctica los conocimientos adquiridos en las aulas universitarias.

La universidad pone énfasis en la formación de profesionales con una mentalidad mercantilista, individualista y competitiva. Las y los estudiantes se educan para alcanzar un sitial en la sociedad como resultado de sus méritos académicos que les permita ocupar cargos gerenciales, administrar empresas o ser jefes de alguna institución. Lo que se deja de lado es la formación política del estudiantado para que pueda comprender los procesos de explotación social y las contradicciones sociales que se dan en el seno de la sociedad capitalista, así como los mecanismos de alienación, enajenación y fetichización que el capitalismo lleva adelante para mantener sojuzgados y sometidos a los pueblos. La tendencia general es la de minimizar la importancia de la reflexión social o, en su defecto, reducirla a una exposición teorética, alejada de la lucha y de los procesos de transformación revolucionaria de la sociedad.

El análisis del origen de clase de las y los estudiantes en las universidades, sean públicas o privadas, es importante para comprender el papel de las instituciones de educación superior en cada una de las sociedades. Es absurdo pensar que el movimiento estudiantil representa una fuerza homogénea, unitaria. Dentro del estudiantado también hay contradicciones de clase. Un sector responderá a los intereses de la burguesía, por lo que de ninguna manera estarán preocupados en que la situación descrita cambie. A otras y otros, ya sean de extracción pequeño burguesa o proletaria, se les pretenderá cooptar con la entrega de becas, participación en diversas actividades, promoción política, ayudantías de cátedra, concesión de privilegios por parte de las autoridades de turno, etc. para que se sumen a las políticas establecidas en los centros de estudio. A los “políticamente incorrectos” se les tratará de silenciar a través de diversos mecanismos de represión.

La educación juega así un rol fundamental para el mantenimiento del sistema y la dominación de las clases explotadoras.

En los procesos de enseñanza-aprendizaje de la realidad social, la clase dominante impondrá su método. La fragmentación, la descontextualización de los hechos, el ocultamiento de las contradicciones sociales es lo que los detentadores del poder hacen para evitar una comprensión adecuada del mundo que, a su vez, posibilite su transformación. El método problémico, la dialéctica y las concepciones materialistas sobre el universo, la naturaleza, la sociedad y el pensamiento, se eliminan, tergiversan o simplifican totalmente para su estudio.

Las universidades se plantean como ideal convertirse en “centros de excelencia” donde se desarrolle la ciencia y la investigación, como si estas actividades no respondieran a intereses políticos, ideológicos y económicos determinados. La universidad, entendida de esa manera, se constituye como un claustro aséptico, alejado del movimiento mismo de lo real, de la lucha de clases. Lo que interesa es la formación de intelectuales, académicos, profesionales preocupados únicamente de su pequeño mundo, en el cual deben aparecer como poseedores de la razón y el conocimiento supremo. Esas y esos intelectuales no necesitan participar activamente en las luchas sociales. Dan sus recetas desde sus púlpitos, escritorios o Internet.

La universidad se vuelve funcional al sistema explotador que mira con buenos ojos la “neutralidad” y el apoliticismo de los académicos y de las y los educandos universitarios.

En las aulas, las y los docentes universitarios imparten sus profundos conocimientos sobre la política, la cual es entendida como una actividad exclusiva de intelectuales y profesionales cuyo objetivo es dirigir los asuntos de un Estado-Nación. Esta es una de las razones, entre tantas, por las que en las universidades se desprecia y odia al marxismo, que señala que no existe la neutralidad o el apoliticismo, a la vez que define a la política como “la síntesis teórica de todas las contradicciones, como la economía concentrada, como la lucha de clases en su expresión de lucha por el poder, como la planificación de las violencias, etc.”

En la década de los ochenta, Agustín Cueva denunciaba la proliferación de centros académicos de “excelencia”, convertidos en “torres de marfil”, alejados del bullicio estudiantil, en los que se forman verdaderas burocracias académicas, cuyo objetivo es el de impedir el desarrollo del pensamiento crítico y el cuestionamiento del orden vigente.

Pensar una universidad como un centro de “excelencia” académica, alejado de la actividad política de los colectivos sociales que combaten por transformar la realidad social, es reproducir el discurso de las élites intelectuales burguesas a las cuales les interesa que las instituciones de educación superior permanezcan ajenas a la lucha social.

Lamentablemente, muchos de esos intelectuales pusilánimes, mezcla de “esclavos y mercenarios” como los definiera Aníbal Ponce, son los que forman a las y los educandos en las universidades para que se conviertan en vulgares repetidores de sus ideas metafísicas, de su palabrería barata. Este desinterés por la acción práctica y la acrítica aceptación del orden social imperante, dice Ponce, “constituyen todavía hoy el ideal educativo de las clases dominantes y el paradigma del intelectual ‘bienpensante’.”

Estas y estos intelectuales “bienpensantes”, generalmente disfrazados de pensadores “progre”, de izquierda o de derecha, que se expresan con términos ininteligibles para aparentar sapiencia; que son defensores de la democracia en abstracto; que manifiestan su rechazo “moral” a la injusticia y la desigualdad, pero no a la explotación; que son tolerantes, claro está de todo lo que defienda sus ideas; que condenan la violencia sin entender las causas de la misma, etc. son las figuras representativas del pensamiento universitario, las cuales han sido convertidas en estrellas por falsimedia.

Estas y estos intelectuales desprecian a la clase trabajadora. Se ponen por encima del resto y asumen poses para que las personas sepan que son superiores. Lo que no aceptan, por su vanidad manifiesta, es que también, de una u otra manera, muchos y muchas docentes son también trabajadores sometidos a condiciones de explotación social, con salarios bajos, jornadas de trabajo no reconocidas como las que se llevan a cabo fuera de la institución universitaria para preparar clases o corregir trabajos y pruebas, mientras por otro lado hay un grupo que goza de privilegios dentro de la misma institución, formando parte de los grupos de poder que para mantener su status, llevan adelante todo tipo de prácticas politiqueras con el objetivo de ganar elecciones o ser nombrados como directivos o autoridades.

¿Se puede aseverar entonces que la educación, en general, es un elemento posibilitador del cambio social?

Marx expresó en las tesis sobre Feuerbach que:

La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado (…)

La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria.

Esta reflexión permite comprender la mistificación de varios lemas repetidos en las instituciones universitarias.

“Universidad para el pueblo” o “Universidad al servicio del pueblo” es una de esas consignas mistificadoras, como lo es aquella que habla de una “Nueva Universidad”, sin siquiera plantear una discusión seria sobre estos problemas y mucho menos sobre la destrucción del explotador y alienante sistema capitalista.

No puede pensarse que la Universidad es un ente aislado, al estilo de los falansterios ideados por el socialista utópico Charles Fourier, que puede funcionar con total independencia de lo que sucede en la sociedad.

De una u otra manera, la institución universitaria reproduce lo que sucede a nivel macro dentro de un sistema social determinado. Eso se expresa en la lucha ideológica entre los sectores más avanzados políticamente y los retardatarios; en la existencia de una burocracia administrativa-académica que goza de privilegios; en la politiquería con el objetivo de alcanzar un lugar dentro de esa estructura burocrático administrativa y académica; en la explotación del trabajo asalariado de docentes, personal administrativo y de servicios; en la pretendida elitización de la institución universitaria que tiende a eliminar la gratuidad de la enseñanza para sustituirla por sistemas de becas; en la meritocracia y mercantilización del conocimiento expresado a través de la posesión de títulos de doctores, másteres, Ph.D obtenidos en otras instituciones de la élite burguesa académica; en la formación de mentalidades por un lado egoístas, competitivas y por otro serviles, sumisas a la autoridad.

De igual manera, señalar que la universidad es un espacio donde prima la “democracia”, es pretender ocultar las prácticas discriminatorias, intimidatorias, persecutorias y represivas que se dan en todo nivel en las instituciones universitarias, las cuales tienen que ver con la falta de oportunidades en igualdad de condiciones para todas y todos, expresadas incluso en los estatutos universitarios; el silenciamiento del pensamiento crítico; la inexistencia de debates serios sobre diferentes temas de la realidad nacional y mundial; la creación de oficinas de control y vigilancia, tipo comisarías, para judicializar a docentes y estudiantes, etc.

¿Cómo lograr cambiar ésta situación? ¿Basta con una reforma universitaria?

Dice István Mészáros:

Lograr de la sociedad mercantilizada la aprobación activa –o incluso la mera tolerancia- de un mandato que estimule a las instituciones de la educación formal, a emprender plenamente la gran tarea histórica de nuestro tiempo, o sea, la tarea de romper con la lógica del capital en interés de la supervivencia humana, sería un milagro monumental. Por eso es que, también en el ámbito educativo, las soluciones “no pueden ser formales; deben ser esenciales”.

El Che da una pauta de cuál debe ser la tarea para transformar esta situación:

La primera receta para educar al pueblo...es hacerlo entrar en revolución. Nunca pretendan educar a un pueblo, para que, por medio de la educación solamente, y con un gobierno despótico encima, aprenda a conquistar sus derechos. Enséñele, primero que nada, a conquistar sus derechos, y ese pueblo, cuando esté representado en el gobierno, aprenderá todo lo que se enseñe, y mucho más: será el maestro de todos sin ningún esfuerzo.

Michael Löwy manifiesta que “la sola pedagogía emancipadora es la auto-educación de los pueblos por su propia práctica revolucionaria - o, como lo planteaba Marx en la Ideología Alemana, ‘en la actividad revolucionaria, el cambio de sí mismo coincide con la modificación de las condiciones’.”

Esa debería ser la tarea fundamental de la institución universitaria, si quiere de verdad estar comprometida e implicada con los intereses del pueblo.

*Docente FACSO-UCE
Quito, 10 de noviembre de 2009

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