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Estado español :: 16/06/2009

¿Fin de un modelo productivo? ¡Ni pensarlo! ¡Esto es España!

Carlos X. Blanco
Sindicatos oficiales, antaño ?de clase?, son ahora estructuras del Estado parasitarias y subvencionadas; ningún ?cambio de modelo productivo? con este diseño de sindicalismo

¿El fin de un modelo productivo? El modelo productivo predominante en un estado no es como un traje que, una vez pasado de moda, pueda ser reemplazado con facilidad por otro. Dentro de un Modo de Producción como es el Capitalismo, los estados y las regiones del mundo son unidades humanas y geográficas que se ven compelidas a una cierta especialización en la cual importan cada vez menos las propias decisiones, antaño soberanas, de los pueblos o de sus gobernantes. Es una broma pesada pretender que Zapatero va a cambiar en el estado español su modelo productivo.

Modelo que, como se sabe, ha estado basado en un crecimiento desmesurado del ladrillo. El sector del ladrillo, sí, que ha engordado criaturas como “El Pocero”, y que se caracteriza por la escasa necesidad de mejoras tecnológicas (y por ende, intelectuales) que éste ramo acarrea, sus altos índices de fraude (economía sumergida, contratación ilegal, dinero negro, corrupción de los poderes públicos por recalificaciones de suelos).

El turismo, las naranjas, el aceite, y el ladrillo. El modelo productivo de un estado español “redimensionado”, esto es, recortado en sus capacidades industriales, se resume fácilmente en unas pocas palabras. Súmese a estos capítulos el de un gran sector servicios que, con el aumento de nivel de vida y consumo sostenido desde el fin del franquismo, ha podido ir creciendo hasta aproximar este estado a una homologación (no lograda todavía) con nuestros vecinos europeos del norte.

Los restos de la industria “tradicional” (automóvil, siderurgia, astilleros…) están sufriendo un último acoso en forma de expedientes de regulación, cierres patronales, deslocalización y demás amenazas propias del terrorismo patronal. El peso industrial de este estado ha bajado desde que los socialistas acometieron sus reconversiones, y ello obedeciendo a dictados internacionales del Capital Internacional: deben especializarse los estados, debe recolocarse el capital allá donde sea más fácil obtener la plusvalía y garantizar las tasas de explotación.

El estado español, altamente improductivo, oferente de servicios (turismo, ocio, prostitución) ya no es un hogar para el proletariado. Su sindicalismo oficial apenas representa a una clase obrera industrial fuerte y combativa como la había antes, al menos en las regiones más industrializadas. Ahora tenemos dinosaurios burocráticos, dirigidos por funcionarios con banderines y gorras rojas, de un rojo del que ha desaparecido la hoz y el martillo o cualquier otro simbolismo revolucionario (también el libertario). Esos dinosaurios burocráticos “buscan la vida” a no pocas personas con el fin de que se liberen del trabajo o mejoren de destino. Muchos cuadros sindicales son simplemente una cosa funcionarial donde uno “mejora” su pelleja individual, incluso a costa de pisar con la bota a compañeros de profesión. Esto tiene muy poco que ver con la antigua solidaridad obrera.

Veamos, por ejemplo, lo que sucede en la Enseñanza, donde lo he podido ver de forma directa. Los sindicatos de Enseñanza, empezando por aquellos que antaño se definían como “sindicatos de clase” (UGT y Comisiones) se han convertido en agencias gestoras de grupos determinados dentro de los docentes. Todos hemos podido asistir impávidos a los chanchullos de negociación de la administración con los sindicatos para “arreglar” la plaza de masas enteras de “interinos crónicos” que llevan veinte años sin sacarse una oposición, poniendo la bota encima de chavales recién salidos de la universidad con muchas más ganas de enseñar, seguramente, y con mucha mayor formación, probablemente.

Esto no es sindicalismo de clase ni ninguna otra cosa digna o noble. Se trata de una falta absoluta de vergüenza, porque es vox populi que en muchas oposiciones a la enseñanza hubo plazas para colectivos mimados por los sindicatos donde sólo era requisito firmar un examen en blanco. Esto, por no hablar de la clase de sindicalismo que ejercen muchos “liberados”. Se trata de no ir a tu centro de trabajo, madrugar mucho ni aguantar a niños insolentes. Todo eso, trabajar en lo tuyo, es para el no-afiliado, el que no forma parte de la “Nomenclatura”. Se trata más bien de tener un carnet y un enchufe con venia para gozar de un despacho con hora libre de entrada y de salida así como realizar de una ambigua labor burocrática que, no pocas veces, se reduce a dar algunas charlas en los centros de trabajo para recabar el voto sindical en las elecciones.

En otros sectores o federaciones, imagino, ocurre algo parecido. Desde luego, hay gente honesta que hace una labor entregada aquí o allá, pero las organizaciones sindicales oficiales, antaño “de clase”, son estructuras internas al aparato del Estado y, por ende, parasitarias de él. Subvencionadas en grado sumo, y co-responsables de todas sus actuaciones, no hacen más que una labor de co-optación de la clase trabajadora para que un sector de ésta, ya comprada, ayude al funcionariado en sus tareas de control y domesticación. No se ve en el panorama ningún género de “cambio de modelo productivo” mientras tengamos este diseño de sindicalismo domesticado, esta debilidad intrínseca de asalariados altamente precarizados, este gusto por la inercia y éste afán de callar como ratas ante las directivas gubernamentales.

En un estado como el de España el problema no es ya solo el problema genérico de vivir bajo el Capitalismo. La clave está en la clase de capitalismo que se ha venido imponiendo aquí desde sus remotos orígenes: caciquil, negrero, parasitario. Aunque alguien quisiera “limpiar” el tipo de capitalismo hispano, nadie le iba a dejar, ni desde dentro ni desde fuera.

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