¿Ministros “comunistas” en los gobiernos capitalistas? El marxismo contra el “ministerialismo”
El ingreso de ministros socialistas (o comunistas, o de las organizaciones obreras) a los gobiernos burgueses, se ha denominado en la tradición del marxismo revolucionario como “ministerialismo”. Su primer ejemplo histórico fue el caso de Alexandre Millerand, a finales del siglo XIX, en la época de la Segunda Internacional fundada por Friedrich Engels.
Millerand, el primer “ministerialista”
En junio de 1899, Alexandre Millerand, un dirigente del Partido Socialista francés, se integró como Ministro de Comercio, Industria y Trabajo del gobierno de René Waldeck-Rousseau, junto con el carnicero de la Comuna de París de 1871, el General Gallifet, ejerciendo ese cargo entre 1899 y 1902.
Esa fue la primera vez en la historia del movimiento obrero que un socialista aceptaba formar parte de un gabinete o consejo de ministros de un gobierno burgués, generando un intenso debate dentro de la Segunda Internacional.
Para los socialistas franceses de la época, la justificación de la entrada de Millenard al gobierno burgués era la “defensa de la República” contra un posible golpe monárquico, poco después de que el “caso Dreyfus” conmoviera Francia. Un argumento que a lo largo del siglo XX volverá a repetirse, justificando las políticas de Frente Popular y alianza con la burguesía “en defensa de la democracia contra el fascismo”.
Mientras que Jean Jaurés justificó la entrada de Millerand al gobierno (aunque años después cambió de posición), fueron Rosa Luxemburg y Lenin, enemigos implacables de la colaboración de clases, quienes levantaron su voz para polemizar con esa política oportunista, el “ministerialismo socialista”.
En esos mismos años el dirigente socialdemócrata alemán Eduard Bernstein sentaba las bases teóricas para el revisionismo del marxismo, promoviendo la colaboración con la burguesía liberal y el abandono de la lucha por el socialismo, trocándola por una lucha por la “ampliación de la democracia” de forma gradual en los marcos del Estado capitalista. El ministerialismo de Millerand fue la consecuencia última de las teorías de Bernstein en el plano político-práctico, y también una versión temprana de la teoría estalinista sobre el Frente Popular.
En su famoso ¿Qué hacer?, Lenin denunció con el “ministerialismo” de Millerand y su conexión con el revisionismo de Bernstein diciendo:
“Por si la crítica teórica de Bernstein y sus aspiraciones políticas estaban aún poco claras para ciertas personas, los franceses se han cuidado de demostrar palmariamente lo que es el ‘nuevo método’. Francia ha justificado, una vez más, su vieja reputación de ‘país en que las luchas históricas de clases se han llevado cada vez a su término decisivo más que en ningún otro sitio’ (Engels, del prefacio para la obra de Marx El 18 Brumario de Luis Bonaparte). En lugar de teorizar, los socialistas franceses pusieron directamente manos a la obra; las condiciones políticas de Francia, más desarrolladas en el sentido democrático, les han permitido pasar inmediatamente al ‘bernsteinianismo práctico’, con todas sus consecuencias. Millerand ha dado un ejemplo brillante de este bernsteinianismo práctico (…) En efecto, si la socialdemocracia es, en esencia, simplemente un partido de reformas, y debe tener el valor de reconocerlo con franqueza, un socialista no sólo tiene derecho a entrar en un ministerio burgués, sino que incluso debe siempre aspirar a ello.”
Y también lo hizo Rosa Luxemburg, en el fragor mismo de los hechos, con una formidable agudeza, integrando esta polémica el gran debate sobre “reforma o revolución” contra el revisionismo de Bernstein.
La aguda crítica de Rosa Luxemburg
Hace algunos años, Josefina Martínez recuperaba en un artículo publicado en Izquierda Diario los brillantes escritos de Luxemburg durante la polémica sobre el “ministerialismo”.
Durante la polémica Rosa Luxemburg relaciona la táctica del ministerialismo con la concepción oportunista de Bernstein de “introducción gradual del socialismo”.
“Desde el punto de vista de la concepción oportunista del socialismo tal como se manifiesta en los últimos tiempos en nuestro partido y particularmente en las teorías de Bernstein -es decir, desde el punto de vista de la introducción gradual del socialismo en la sociedad burguesa- la entrada de elementos socialistas en el gobierno debe parecer como algo tan deseable como natural. Si, por un lado, logramos hacer penetrar poco a poco pequeñas dosis de socialismo en la sociedad capitalista y si el Estado capitalista pasa poco a poco, a transformarse en un Estado socialista, la admisión, cada vez más amplia, de socialistas en seno del gobierno burgués, sería incluso una consecuencia natural del desarrollo progresivo de los Estados burgueses, que correspondería totalmente a su pretendida evolución hacia una mayoría socialista en los órganos legislativos”, escribía Rosa en “Una cuestión de táctica”, publicado en julio de 1899.
Esta concepción oportunista gradualista se contrapone al punto de vista revolucionario, donde la destrucción del capitalismo y el Estado burgués es precondición de la transición al socialismo. Siendo el objetivo final la destrucción del Estado capitalista, el medio adecuado para esa tarea es la lucha de clases y las posiciones que ocupen los socialdemócratas en las instituciones democrático-burguesas solo sirven si permiten desarrollar esa lucha de clases mediante la agitación extraparlamentaria.
En este sentido es que Luxemburg establece una diferencia fundamental entre integrar un parlamento en un estado capitalista y ocupar un puesto en el gobierno en un Estado capitalista.
“Sin embargo, para este punto de vista, hay una diferencia esencial entre las legislaturas y el gobierno de un Estado burgués. Mientras que en el Parlamento, los elegidos por los trabajadores no logran hacer valer sus reivindicaciones, al menos podrían continuar la lucha persistiendo en una actitud de oposición. En el gobierno, por el contrario, que se encarga de hacer cumplir las leyes, la acción, no tiene lugar en su marco, para una oposición de principio. (…) Por tanto para un adversario radical del sistema actual se encuentra ante la siguiente alternativa: o bien cada momento hacer oposición a la mayoría burguesa en el gobierno, es decir, no ser un miembro activo del gobierno, obviamente esto crearía una situación insostenible obligando a sacar al miembro socialista del gobierno, o bien tendría que colaborar, realizando las funciones diarias requeridas para el mantenimiento y el funcionamiento de la máquina estatal, es decir, de hecho, no ser un socialista, al menos en el contexto de sus funciones gubernamentales”, escribe en el mismo folleto.
Luxemburg señala que el socialista que ocupa un gobierno burgués actúa “realizando las funciones diarias requeridas para el mantenimiento y el funcionamiento de la máquina estatal”, lo contrario de su objetivo, que es justamente la destrucción de esa maquinaria estatal.
Y profundiza esta idea cuando sostiene que “La naturaleza de un gobierno burgués no viene determinada por el carácter personal de sus miembros, sino por su función orgánica en la sociedad burguesa. El gobierno del Estado moderno es esencialmente una organización de dominación de clase, cuya función regular es una de las condiciones de existencia para el Estado de clase. Con la entrada de un socialista en el gobierno, la dominación de clase continúa existiendo, el gobierno burgués no se transforma en un gobierno socialista, pero en cambio un socialista se transforma en un ministro burgués. (…) Mientras que en el Parlamento, o en el Consejo Municipal, podemos obtener reformas útiles luchando contra el gobierno burgués, ocupando un puesto ministerial sólo conseguimos esas reformas si apoyamos al Estado burgués. La entrada de los socialistas en un gobierno burgués no es, pues, como podría creerse, una conquista parcial del Estado burgués por los socialistas, sino una conquista parcial del partido socialista por el Estado burgués”, citado en “El affaire Dreyfus y el caso Millerand”, reproducido parcialmente en El pensamiento de Rosa Luxemburg (antología) [Barcelona: Ediciones del Serbal, 1983].
Pero, dirán los defensores de la teoría oportunista de la participación de los socialistas en un gobierno capitalista… “se pueden conseguir reformas sociales desde adentro” de un gobierno capitalista. Para Luxemburg, sin embargo, no es lo mismo un socialdemócrata que lucha por conseguir esas reformas sociales mientras desarrolla mediante la lucha de clases su oposición al gobierno y, por lo tanto, encadena esa lucha con la lucha por el objetivo final -la destrucción del capitalismo-, que el socialista que “está tratando de introducir las mismas reformas sociales en tanto que miembro del Gobierno, es decir, apoyando al mismo tiempo al Estado burgués”. Este, en realidad “está reduciendo su socialismo a un democratísimo burgués o una política obrera burguesa”.
La experiencia del ministerialismo francés fue un rotundo fracaso. Ninguna de las “promesas” hechas por los socialistas para justificar su ingreso al gobierno capitalista se cumplieron y lo único que se logró fue debilitar y llevar “la corrupción y el desorden en las filas de la socialdemocracia.” Finalmente, Millerand fue expulsado del Partido Socialista francés en 1904 por sus políticas conservadoras, pero el daño ya estaba hecho.
Unidas Podemos, “ministerialistas” del siglo XXI
El debate sobre el “ministerialismo” es un debate clave en la historia del marxismo revolucionario, y un antecedente de la participación de los socialistas y comunistas en los gobiernos de “Frente Popular” en los años 30 en Europa, así como su integración a gobiernos burgueses a la salida de la Segunda Guerra Mundial y de allí en más.
La transformación de la socialdemocracia europea en “social liberalismo” desde la década de los 70 y los 80, así como la transfiguración de los partidos comunistas estalinistas en eurocomunistas, profundizaron este curso de adaptación a los marcos del Estado capitalista y los mecanismos limitados de la democracia liberal.
Ya borrado por completo del programa y la estrategia de estas organizaciones reformistas el horizonte de la transformación revolucionaria de la sociedad, ni siquiera como objetivo “lejano”, la adaptación a los marcos de la democracia capitalista se transformó en un fin en sí mismo, ocupando sin miramientos espacios institucionales y posiciones de gobierno en los Estados capitalistas.
Así llegamos a nuestros días, donde el “ministerialismo” vuelve a aparecer, aunque de forma mucho más degradada. El ingreso de Unidas Podemos al gobierno de coalición con los social-liberales del PSOE es un nuevo salto en la adaptación al régimen. Y es aún más grave cuando el PSOE viene actuando como el mejor garante del régimen monárquico, encabezando la represión al pueblo catalán y saludando las intentonas golpistas de la derecha en América Latina -como con su apoyo a Guaidó en Venezuela-.
Especialmente los militantes de Izquierda Unida deberían preguntarse cómo es posible seguir hablando de “comunismo” mientras sus dirigentes como Alberto Garzón se proponen transformarse en ministros de un gobierno neoliberal e imperialista con el PSOE. La experiencia del gobierno de coalición de IU con el PSOE en la Junta de Andalucía podría servir al menos como alerta de los errores que no se deben reiterar, después de haber avalado allí al partido de la corrupción de los EREs y el ajuste a los funcionarios públicos.
En el caso de Anticapitalistas, organización cuyos dirigentes en los últimos días han publicado diferentes artículos de crítica al ingreso de Unidas Podemos a un gobierno con el PSOE, si tan solo llevaran este cuestionamiento hasta el final, deberían de forma urgente romper de una vez con Podemos, donde siguen siendo su principal corriente interna, para proponerse construir una alternativa anticapitalista de forma independiente del régimen del 78