Intelectuales argentinos con Franco. Entre la Iglesia y el fascismo
Destacados intelectuales se encolumnaron con la perspectiva antiparlamentaria, anticomunista y ultracatólica de los autores e inspiradores de la sublevación.
Para un sector muy amplio de la derecha argentina, y de sus exponentes intelectuales en particular, oponerse a la “amenaza roja” en España se convirtió en un signo de identidad. En ese campo se encontraba la mayoría de la militancia católica, proclive al entendimiento con los fascismos europeos.
Puede servir de ejemplo la declaración de un por entonces joven intelectual nacionalista, Mario Amadeo: “Durante la guerra civil me sentí íntimamente solidarizado con las fuerzas nacionales porque entendí que no se debatía una cuestión puramente doméstica sino que se planteaba la disyuntiva entre los más altos valores religiosos y culturales de Occidente y la barbarie marxista.”
Los nacionalistas católicos defendían la idea de un “ser nacional” fundado exclusivamente en el catolicismo. La sustancia irrenunciable de la nación se encontraba en su contenido religioso. España era la “nación católica” por excelencia, el ejemplo a imitar.
Para entender este pensamiento no hay que limitarse a coordenadas ideológicas sino ver la extracción de clase de quienes lo sustentaban. Se vinculaban a sectores de la burguesía que creían que el régimen parlamentario dejaba el terreno libre a los desbordes de las mayorías plebeyas y permitía la expansión del comunismo.
Querían un Estado fuerte, encabezado por un liderazgo personalizado e indiscutible, a la manera de los fascismos en auge en Europa. Que suprimiera las libertades públicas y el régimen liberal para disciplinar a la sociedad entera en la preservación del orden y la defensa de los valores tradicionales. Todo lo que los llamados “nacionales” prometían para España.
Si bien no se identificaban con el gobierno del general Agustín P. Justo, apoyaban las medidas represivas de éste y propiciaban la adopción de otras nuevas, como una ley integral de represión del comunismo. Cuando el gobierno encarcelaba y torturaba obreros en huelga o declaraba ilegales a partidos obreros y organizaciones de izquierda, aplaudían con entusiasmo.
En lo que muchos de estos intelectuales se diferenciaban de los fascistas era en que no compartían el espíritu plebeyo del régimen italiano y alemán, ni su discurso de matices anticapitalistas. Eran ante todo hombres de orden, profundamente elitistas, querían al pueblo fuera del campo político.
Los intelectuales más destacados que apoyaban al bando de Franco
Entre ellos se encontraban los dos escritores de mayor llegada al público en Argentina: Manuel Gálvez y Gustavo Martínez Zuviría. Ambos católicos, ambos nacionalistas, los dos cercanos a los fascismos, los dos cultores del mito de la “hispanidad”, una cultura hispanocatólica que debía unificar contra cualquier amenaza laica y comunista.
Había influido mucho sobre ellos Ramiro de Maeztu, doctrinario que había sido embajador de España en Argentina a fines de la década de 1920. Era propulsor de la idea de la “hispanidad”, marcada por la unidad de los pueblos de ascendencia española y fe católica, a ambas orillas del océano.
Su interpretación de España como nación católica coincidía con la de la derecha española, exaltadora del Imperio, de la reconquista, de la contrarreforma. Todo eso estaba amenazado por la “canalla marxista” que había estado a punto de apoderarse de España de modo definitivo y el golpe militar “salvador de España” salía a impedirlo
Como otros nacionalistas, condenaban todo el pensamiento y la práctica de la Ilustración, añoraban de algún modo la época de las grandes monarquías, que habían conquistado buena parte del mundo y combatido a cualquier signo de heterodoxia o disidencia.
Martínez Zuviría había tenido un colosal éxito de público con “El Kahal-Oro”, dupla de novelas antisemitas que pintaban una conspiración judía mundial con eje en Argentina. Era además el director de la Biblioteca Nacional, en la que había cometido actos de discriminación contra lectores judíos.
Gustavo Martínez Zuviría
Gálvez producía novelas que exaltaban el catolicismo, deploraban la quiebra de valores, las libertades excesivas y propiciaban la “recatolización” de la sociedad. En 1934 había publicado una serie de artículos luego convertidos en libro, Este pueblo necesita, que eran un verdadero manifiesto fascista, una elegía a la instauración de un régimen plenamente autoritario en nuestro país.
Gálvez afirmaba que era ineludible elegir entre “Roma y Moscú”. Roma era “la mano de hierro del fascismo, violenta, justiciera, salvadora”. Sus simpatías se extendían hasta el nazismo: “Yo no apruebo las persecuciones realizadas por los nazis, pero me entusiasman aquellos campos de concentración en donde millares de jóvenes aprenden la vida austera.”
Manuel Gálvez.
Otro intelectual profranquista destacado era Carlos Ibarguren. No era un escritor masivo como los anteriores, pero sí un destacado dirigente de instituciones culturales y literarias. Asimismo había sido un dirigente político importante, con una candidatura a presidente con elevada votación incluida. Publicó un libro de exposición de sus ideas en 1934, La inquietud de esta hora, en el que abogó por una nación unificada, sin partidos políticos, con el reemplazo de la democracia individualista, propia del liberalismo, por lo que llamó “democracia social”, de tinte corporativo.
Gálvez e Ibarguren colaboraron de modo activo con organizaciones de solidaridad, como el Socorro Blanco, imitación reaccionaria del Socorro Rojo Internacional.
Carlos Ibarguren.
Los hombres de sotana
También actuaban los sacerdotes con elevada formación intelectual que se constituían en la voz oficial de la Iglesia. El más destacado era Monseñor Gustavo Franceschi, director del periódico católico Criterio.
Esa revista entendió a la Guerra Civil Española como una neocruzada heroica en clave de siglo veinte, antídoto para los males de la modernidad. Incluso el medieval concepto de guerra santa cobraba nuevos bríos.
La guerra española era tomada como causa propia por el conjunto de la Iglesia, en cada parroquia los curas predicaban a favor de la causa de la “salvación de España”, una verdadera cruzada contra infieles, para conjurar la peste laicista que había corroído a la República y combatir a las fuerzas que atentaban contra el orden social.
Los intelectuales del clero estimulaban el alineamiento de la feligresía, cada católico fue llamado a tomar posición y toda crítica al espíritu dominante era puesta en sospecha de encubrir simpatías hacia el comunismo.
Franceschi tomaba también parte en actividades prácticas de solidaridad con los rebeldes españoles. Por ejemplo, se dedicó a una colecta para reponer los objetos sagrados que habían sido destruidos o sustraídos por los “rojos” en las iglesias españolas. Viajó luego a la península para llevar lo obtenido en la colecta y allí hace la defensa incondicional de los rebeldes.
Interviene por ejemplo en la discusión sobre el bombardeo de Guernica. Defendiendo la tesis oficial de que habían sido los “rojos” los que habían incendiado la ciudad mientras se retiraban, en actitud negacionista del bombardeo efectuado por la Legión Cóndor alemana.
Gustavo Franceschi.
La Iglesia también contaba con un diario, de un lenguaje más sencillo y popular, llamado El Pueblo, asimismo embanderado en la guerra. Apenas estallada la sublevación, el 19 de julio titula “España que vuelve” y unos días después “Aprendamos de España”. Allí escribía con mucha frecuencia Manuel Gálvez.
Internacionalismo “negro”
Esos sectores recibieron con euforia el triunfo de las fuerzas antirrepublicanas. En una recepción celebrada el 13 de abril de 1939 en el hotel Continental de Buenos Aires, Gálvez e Ibarguren participaron de los festejos por la victoria de Franco. Se aprestaron a secundar todas las iniciativas a favor del régimen triunfante.
Su anticomunismo, su enfrentamiento con cualquier formar de democracia y su defensa de una concepción integrista del catolicismo se gratificaban con esa victoria.
Hay que insistir en que el profranquismo de un sector de la intelectualidad argentina tuvo íntima vinculación con sus posiciones en el conflicto social en nuestro país. Estaban alarmados por el crecimiento del comunismo y otras fuerzas de izquierda y por el aumento de la conflictividad obrera.
No confiaban en el poder de contención del gobierno del “fraude patriótico” y querían un régimen de fuerza que persiguiera hasta borrarlos a los “enemigos del orden”. Y miraban con simpatía a los proliferantes grupos nacionalistas que ejercían la violencia en las calles contra las corrientes de izquierda.
La solidaridad con los sublevados españoles fue por su parte un ejercicio de internacionalismo reaccionario, en el combate mundial contra la democracia y el socialismo.
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