¿Qué programa y estrategia debemos plantear los revolucionarios para luchar por la vivienda
¿Qué programa y qué estrategia debemos plantear los socialistas revolucionarios para luchar por la vivienda?
En los últimos meses, a raíz de la aprobación de la Ley de vivienda, así como de distintas acciones y publicaciones del movimiento de vivienda, se ha vuelto a poner en el centro del debate qué programa y qué estrategia hace falta para resolver esta problemática. En este artículo queremos aportar nuestra visión sobre el debate.
La aprobación hace unos meses de la Ley de vivienda por parte del Gobierno PSOE-UP no solo causó el rechazo de gran parte del movimiento por la vivienda, sino que junto a distintas acciones de algunos de sus sectores como fue la acción de boicot del Movimiento por la Vivienda de Madrid contra la lona de Desokupa, ha sido un catalizador para resituar el debate dentro del movimiento sobre qué programa y qué estrategia hace falta para resolver la problemática de la vivienda.
En un marco de relativo fortalecimiento de la derecha -y junto con ella de grupos fascistizantes como Desokupa- y fracaso de la política del Gobierno del PSOE y Unidas Podemos ante la crisis de la vivienda, el debate sobre los fines y los medios para resolver este drama social que sufre la mayoría de la clase trabajadora es tan urgente como necesario.
La problemática de la vivienda se puede resumir en la agravación de las malas condiciones de vivienda, el alza formidable de los alquileres y, para muchos, la imposibilidad incluso de acceso a una vivienda. En el último año, el precio de los alquileres en el Estado español ha aumentado un 7,4%; en comunidades como Madrid, Catalunya o Baleares, la clase trabajadora debe dedicar cerca de un 60% de su salario al alquiler y en el resto del Estado más de un 40%. Todo ello en un contexto en el que la oferta de vivienda protegida es anecdótica (en 2022 apenas 9.221 viviendas, es decir, 19 por cada 100.000 habitantes). Entre 2008 y 2022 tuvieron lugar más de 1 millón de desahucios, la mayoría de ellos por impago de alquiler, de los cuales 38.266 se dieron en 2022 y 6.579 solo el primer trimestre de 2023. A esto debemos sumar la imposibilidad de independizarse para la mayoría de la juventud, la precariedad de las viviendas y la extensión de asentamientos de infraviviendas, elementos inseparables de las condiciones de precariedad, bajos salarios y desempleo que sufre la clase trabajadora.
Ante esta crisis social, el tándem de la izquierda social liberal y neorreformista que ha gobernado los últimos cuatro años ha mostrado su absoluta incapacidad para dar una respuesta. Detrás de la retórica redistributiva y algunas tibias medidas reformistas, siguen primando los intereses de quienes controlan el negocio inmobiliario: la banca, los grandes tenedores de vivienda, los especuladores y los fondos buitre.
Frente a esta realidad, el movimiento de la vivienda, un fenómeno militante de lucha y resistencia con una dinámica ascendente a partir de la crisis del 2008, se encuentra hoy en una encrucijada. El progresivo declive del movimiento, correlativo a la emergencia y posterior fracaso del ciclo neorreformista, ha dado lugar a una situación de crisis y desarticulación, reconocida por sus propios militantes. Es en este marco que los debates sobre el balance del último período, la orientación política, el programa y la estrategia del movimiento pasan al primer plano.
Debates dentro del movimiento
El movimiento de la vivienda es un fenómeno heterogéneo en el que se ven referenciadas múltiples iniciativas. Aunque existen diversas posiciones y agrupamientos, así como sensibilidades políticas y sociales, en el último período los debates dentro del movimiento han gravitado alrededor de lo que podríamos sintetizar como dos posicionamientos globales. Por un lado, un sector apuesta por construir espacios de lucha colectiva que enfrenten las condiciones impuestas por los propietarios, al tiempo que luchan por un programa de reformas en defensa de las condiciones de vida de las mayorías populares cada vez más atacadas en un contexto de crisis social y ofensiva capitalista. La clave de este sector es luchar por “demandas mínimas” mediante luchas de presión que tengan como resultado el establecimiento de determinadas reformas legislativas.
Con este marco programático y estratégico, en el último ciclo político diversos espacios de lucha por el derecho a la vivienda han puesto el eje en la exigencia de medidas como una alternativa habitacional para las personas desahuciadas, la eliminación de cláusulas abusivas en los contratos de alquiler, la regulación de los precios y la existencia de un tope para aumentos de alquiler en los contratos, poner limitaciones a los alquileres vacacionales, entre otras, depositando su confianza en que las nuevas formaciones políticas neorreformistas podían ser el vehículo para llevar a término sus demandas.
La contradicción, como se ha hecho evidente en los últimos años, es que las promesas neorreformistas sobre la vivienda no se cumplieron o, en el mejor de los casos, transmutaron en una versión degradada de las mismas que ni siquiera se aplican efectivamente. La Ley de vivienda del Gobierno, presentada como una panacea, no reduce el precio del alquiler y sigue permitiendo la subida de precios. Tampoco pone fin a los desahucios -solo los aplaza en algunos casos-, ni obliga a las CCAA que apliquen las mínimas medidas favorables, ni afecta al sector de la vivienda turística, a los grandes tenedores y a los fondos buitre. Es decir, no supone ningún cambio significativo en el modelo del mercado capitalista de la vivienda, ni mucho menos “disputa la función social de la propiedad”, como se ha escrito en algún artículo. Incluso en aquellos casos que la ley incorpora medidas favorables, estas ni siquiera tienen verdadera “fuerza de ley”, como es el caso de la reglamentación del pago del mes de agencia al alquilar una vivienda, que de aquí en más debe de ser cobrado a los propietarios y no a los inquilinos. Sin embargo, tras la entrada en vigor de la ley, las agencias siguen cobrando este concepto y no pareciera que ningún poder público vaya a imponer que esto cambie.
El principal límite de esta lógica es que sitúa toda posibilidad de resolver sus propias demandas en la acción parlamentaria de los reformistas. En el plano táctico, toda la acción está condicionada a “presionar” desde la calle sobre los gobiernos y fuerzas políticas reformistas. En el plano estratégico, expresa la confianza ilusoria en que es posible domesticar el sistema capitalista, minando gradualmente el poder de los capitalistas y su estado desde sus propias instituciones. Aunque cierto es que hay sectores y activistas que desde una perspectiva anticapitalista y de crítica a la subordinación a la política institucional cuestionan esta lógica, esta se ha desplegado como uno de los polos del movimiento.
En oposición a esta perspectiva, otro sector dentro del movimiento, representado fundamentalmente por quienes integran el “Movimiento socialista”, pone el eje de su intervención en la lucha por un programa socialista para la vivienda, sintetizado de algún modo en la consigna "Ni alquileres, ni hipotecas, ni deudas: vivienda gratuita, universal, de calidad y bajo control obrero". En un reciente artículo publicado en El Salto, uno de sus militantes explica su propuesta en polémica con la primera visión. Partiendo de un correcto señalamiento de que la confianza -y dependencia política- en los proyectos reformistas ha sido el principal límite para el desarrollo del movimiento, así como de la incapacidad de que una política reformista pueda dar una respuesta efectiva al problema, el posicionamiento ahonda en cómo la lucha por la vivienda se vincula con una estrategia socialista.
Las y los socialistas revolucionarios que militamos en la CRT partimos de una coincidencia con esta visión en dos aspectos fundamentales: en primer lugar, que no hay vía reformista posible para resolver el problema de la vivienda, menos aún en un marco de crisis capitalista que ha estrechado al máximo cualquier posibilidad de arrancar reformas duraderas. En segundo lugar, que es necesario vincular el problema de la vivienda a una perspectiva socialista de lucha por superar el sistema capitalista. Ante la pregunta estratégica fundamental de si hay que combatir contra este sistema o atenerse a los marcos de lo instituido, partimos de una respuesta común: hay que combatir. Pero la cuestión no sólo es combatir. Aquí recién empiezan los problemas de la estrategia: el debate es con qué programa, qué estrategia y qué fuerzas organizadas es posible avanzar en este camino.
Programa mínimo, programa máximo y estrategia socialista
¿Cómo se vincula la lucha por la vivienda con una estrategia revolucionaria que apunte hacia la superación del capitalismo? Esta importante pregunta, planteada en el artículo antes citado, es un buen punto de partida para el debate. Si el programa nos dice qué es lo que queremos conquistar, la especificidad de la estrategia consiste en señalar cómo nos proponemos conquistarlo. Que sean dos elementos diferenciados no significa que sean escindibles, sino todo lo contrario. Una estrategia sin programa se reduce a una técnica cualquiera, pero un programa que no examina la estrategia no es más que un documento diplomático. Ahora bien, para profundizar en el debate, examinemos primero la dimensión del programa.
Partimos de afirmar que es imposible resolver el problema de la vivienda levantando un “programa mínimo” de reformas en el marco del capitalismo. Pero ¿qué suplanta este programa mínimo? Para las y los compañeros del MS, el programa del movimiento debe ser la abolición del sistema de vivienda que impera en el capitalismo (estructurado como una mercancía de obligado consumo para la clase trabajadora) y la colectivización socialista de la vivienda.
Evidentemente ningún socialista que se reivindique revolucionario puede oponerse a este objetivo. El problema central es cómo lograr que ese programa sea adoptado por la mayoría de la clase trabajadora para que pueda llevarse a cabo. En un marco histórico de restauración burguesa en el que la idea de la revolución y el socialismo han sido borrados del horizonte, la perspectiva socialista es hoy ajena a la conciencia de la amplia mayoría de la clase trabajadora, a lo que se suma la desmoralización y confusión que ha supuesto el último ciclo político y desvío neorreformista. Entonces, ¿cómo hacemos deseable el programa del socialismo para resolver la crisis de la vivienda? ¿cómo establecemos un puente entre el nivel de conciencia actual de las mayoría obrera y popular que sufre la crisis de la vivienda y el programa socialista? A nuestro entender, la respuesta de las y los compañeros del Movimiento Socialista a esta pregunta dificulta o incluso hace imposible esta tarea.
Para profundizar el debate es útil examinar la Propuesta Política del Sindicato Socialista de Vivienda de Euskal Herria, orientado por el MS. Formalmente el programa no solo plantea la abolición del sistema capitalista para la vivienda, también incorpora consignas programáticas como la expropiación de la vivienda en manos de los fondos buitre, la suspensión de los desahucios, la vivienda segura o el fin de los cortes de suministros, entre otras. Sin embargo, en su discurso político, sus intervenciones en debates públicos o en artículos como el anteriormente mencionado, estas cuestiones quedan relegadas a un plano secundario o reservadas a documentos programáticos. Así, para el MS el “programa máximo” socialista es el eje de su acción cotidiana.
En la historia del marxismo, la división tajante entre el programa mínimo y el programa máximo fue uno de los grandes debates estratégicos. Esta separación fue establecida por el Programa de Erfurt, votado en el Congreso del Partido Socialdemócrata alemán (SPD) en 1891. Este Programa, que fue criticado por Friedrich Engels, sirvió de modelo de todos los programas de la socialdemocracia a nivel internacional desde entonces y ocupó un lugar fundamental en el establecimiento de una división tajante entre “programa mínimo” y el “máximo”, es decir, el planteo para la acción de demandas que se consideran “posibles” de realizar en el marco del régimen capitalista y dejar el “horizonte socialista” para la propaganda.
¿Por qué es importante esta referencia histórica para nuestro debate actual? Porque si en la socialdemocracia clásica el programa máximo relegaba el objetivo del socialismo para los días de fiesta y el programa de acción quedaba reducido a un “mínimum”, creemos que las y los compañeros del MS reproducen la misma división, solo que haciendo una suerte de inversión de la fórmula: el programa “máximo” socialista se transforma en el programa de acción, mientras que las medidas mínimas quedan relegadas a sus documentos programáticos. El problema de esta lógica es que, al relegar la lucha por demandas parciales, separándolas de los objetivos socialistas, lo que se termina escindiendo es justamente la posibilidad de vincular el programa socialista con las demandas de la propia clase trabajadora tal cual es hoy.
En términos generales, el único modo de imponer a los capitalistas un programa progresivo -no digamos socialista, sino reformista radical-, es que haya un movimiento de masas que luche por él decididamente. Y esto no puede suceder si no es un programa que sea adoptado por un sector amplio de la clase trabajadora. Por ello, no considerar esta cuestión es condenarse a tener una posición puramente propagandística. Si la lucha por el socialismo solo se limitara a difundir este objetivo, evidentemente todo sería más fácil. Pero la cuestión fundamental, es cómo esa perspectiva es adoptada por una fuerza material que pueda defenderla e imponerla con la lucha.
En un marco en el que la relación de fuerzas es favorable a los capitalistas, la lucha por lograr conquistas parciales, con los métodos de la lucha de clases, es justamente una de las vías que colaboran para cambiar esa relación de fuerzas. Por ello los socialistas revolucionarios tenemos el deber de defender con fuerza toda lucha por demandas parciales, por mínimas que sean, cuando las masas se proponen luchar por conquistarlas con los métodos de la lucha de clases. Esto es así porque este proceso es parte de la experiencia real de la clase trabajadora por acercarse al programa socialista y, a su vez, porque la conquista de triunfos parciales fortalece la moral de la propia clase obrera y la autopercepción de su potencia social. Esta autopercepción es un elemento de la propia relación de fuerzas.
Desde esta lógica es clave luchar contra la “dialéctica de las conquistas parciales”, es decir, contra el peligro de que las reformas dejen de ser un medio subordinado a una meta final, el objetivo socialista, y se transformen en un fin en sí mismo. Pero negar toda lucha por conquistas parciales, transformando el “programa máximo” en un programa de acción imposible, equivale a renunciar a la lucha por la conquista efectiva de ese programa. Dicho de otro modo, si confinarse a los marcos del “programa mínimo” implica adaptarse al nivel de conciencia actual de la clase obrera, subordinándola al reformismo político, limitarse a la agitación de un “programa máximo” significa romper de antemano cualquier puente con la mayoría de la clase obrera que aún no ve la necesidad de superar al capitalismo.
En nuestra opinión, no indagar sobre las consecuencias de establecer una separación absoluta entre “gradualismo” y “maximalismo”, entre “buscar reformas” y apostar por el “horizonte socialista”, ya sea que esta separación se plantee desde un ángulo u otro, implica obviar uno de los problemas principales que hacen a la reflexión del programa en el marxismo.
Articulación transicional del programa, lucha por la vivienda y estrategia revolucionaria
Las y los compañeros del Movimiento Socialista sostienen que su apuesta en la lucha por la vivienda tiene como objetivo “fortalecer la capacidad de defensa de la clase trabajadora y su independencia política. Para lograr esto, es necesario establecer una vinculación estratégica entre las luchas diarias por las condiciones de vida y los planteamientos estratégicos de la constitución como clase independiente.” El problema es que su lógica de articulación programática les impide resolver el problema que plantean, porque la superación de la división entre programa “mínimo” y “máximo” abre justamente la posibilidad de establecer un vínculo entre la lucha cotidiana y los objetivos socialistas. Como sostiene Matías Maiello, uno de los mayores problemas a los que se enfrenta cualquier perspectiva socialista es “¿cómo ayudar al movimiento de masas que protagoniza los procesos de lucha a encontrar un puente entre sus reivindicaciones actuales y el programa de la revolución socialista?”. La respuesta, desde nuestro punto de vista, es un “sistema de reivindicaciones transitorias” y retomar el método del Programa de Transición.
La problemática central que el método transicional trata de resolver pasa justamente por cómo vincular las luchas parciales con el objetivo de la revolución socialista. Un vínculo que no es inmediato, pero que en el Programa de Transición está presente de manera constante en términos de “puentes”. De allí el lugar destacado que ocupan las consignas denominadas “de transición” o “transitorias”, cuya función es tender “un puente al nivel de conciencia de los trabajadores y, después, un puente material para la revolución socialista”.
“Esta función ‘doble’ es fundamental. Se trata, por así decirlo, de ‘dos puentes’ unidos: uno que refiere al ‘nivel de conciencia’, y otro, ‘material’, –de acción y organización– hacia la lucha por el poder. Ambos, a su vez, buscan conectar diferentes temporalidades frente a la discordancia de tiempos propia de los procesos de movilización entre las crisis económicas, políticas, militares y la conciencia de las masas, sus diferentes sectores más conscientes y los más rezagados”.
¿Cómo se expresa este tipo de articulación en el terreno de la lucha por la vivienda? Las y los compañeros del MS afirman que “la lucha por la vivienda debe ser un medio para difundir de manera estratégica el programa comunista, enfatizando la contradicción entre el capitalismo y la posibilidad de un mundo sin preocupaciones por la vivienda. Esto implica hacer reivindicaciones que sean imposibles de realizar bajo el sistema capitalista”. Sin embargo, al negar por principio cualquier consigna “mínima” y subsumir el programa a un “máximum” socialista, el planteo es incapaz de tender ningún puente con el nivel de conciencia y la experiencia real de lucha de la clase obrera. Por el contrario, el Programa de Transición, al mismo tiempo que parte de la idea de que hay consignas que son “imposibles de realizar bajo el sistema capitalista”, consignas estrictamente transitorias -como por ejemplo la expropiación bajo control obrero de todos los pisos vacíos en manos de los bancos, los especuladores y grandes tenedores de vivienda-, las vincula con consignas mínimas que mantienen su “fuerza vital”, es decir, cuando son atacadas o cuestionadas por el capital, o le fueron arrancadas a la clase trabajadora y pueden ser motor de la movilización -como por ejemplo la ampliación de los planes de vivienda públicos-, así como otras consignas organizacionales para llevar este programa a cabo desarrollando instituciones de independencia de clase.
Esto nos lleva a un aspecto central del programa: su dimensión estratégica. Si la táctica puede definirse como la conducción de los combates aislados, la estrategia es lo que liga estas batallas con el objetivo político. En este sentido, un elemento fundamental para “difundir de manera estratégica el programa comunista”, implica que este sea una herramienta que ayude a unificar a la clase trabajadora, profundamente dividida tras décadas de ofensiva neoliberal, para luchar por ese programa y que, como parte de este proceso, se erija como clase hegemónica que pueda liderar la lucha por hacerlo efectivo. Porque el problema no es solo enfatizar "la contradicción entre el capitalismo y la posibilidad de un mundo sin preocupaciones por la vivienda", sino trazar un programa y una estrategia que permita articular una fuerza material que lo haga posible. La lógica transicional trata justamente de dar respuesta a esta cuestión.
El programa del Movimiento Socialista para la vivienda, como dijimos, se podría resumir en la consigna “ni alquileres, ni hipotecas, ni deudas, vivienda bajo control obrero”. Un programa máximo que se presenta en oposición a medidas reformistas, como por ejemplo los planes de vivienda social pública de miseria impulsadas por el Estado y la “socialdemocracia”. A ello el MS opone medidas la expropiación de la vivienda de fondos buitre y bancos, pero advirtiendo que no se refieren a “la estatalización, por parte del Estado burgués de ciertas propiedades, sino a la toma de control del proletariado organizado sobre las viviendas de fondos buitre, bancos administraciones e Iglesia”. La perspectiva general es establecer la "progresiva extensión de una red de viviendas que garantice el libre acceso y el control del proletariado organizado sobre las mismas". Pero ¿qué significa todo esto en concreto?, ¿cómo se conquistaría este programa? Y, sobre todo, ¿cómo podría sostenerse en el tiempo? Las respuestas del MS a estas preguntas son lineamientos generales muchas veces abstractos.
Cuando el MS habla de una “progresiva extensión” de una red de viviendas socializadas bajo control obrero, podemos inferir que se refiere a un plan de ocupación general de viviendas para que estas sean administradas directamente por la clase trabajadora en los marcos del capitalismo. Por ejemplo, ocupar un bloque de viviendas que actualmente estén en manos de los bancos. Es evidente que una acción de ese tipo no sería (ni es) tolerada por el estado capitalista. Aunque en pequeñísima escala, las ocupaciones de viviendas deshabitadas sufren la persecución implacable del estado, la policía y grupos de choque como “Desokupa”.
¿Esto significa que no puede haber experiencias parciales avanzadas de ocupaciones masivas de vivienda? En absoluto. Pero su destino está atado inevitablemente a la lucha de clases, no en abstracto, sino en concreto: sin el concurso y la solidaridad de amplios sectores de la clase trabajadora sus posibilidades de subsistencia son nulas. Por poner un ejemplo, hace unos años en Argentina en la localidad de Guernica tuvo lugar un importante proceso de ocupación de terrenos baldíos por parte de familias trabajadoras sin vivienda. A pesar de una dura resistencia, en la que se organizaron comisiones de mujeres, de sanidad, autodefensa, etc., la ocupación fue violentamente desalojada por el Gobierno kirchnerista, con la complicidad de las burocracias sindicales. Solo la izquierda socialista revolucionaria, entre quienes estaban nuestros camaradas del PTS (partido hermano de la CRT en Argentina), brindó apoyo político y material a esta lucha.
En resumen, ya sea en el terreno de la lucha por la vivienda, como en cualquier otro, el estado capitalista siempre defiende la propiedad privada con todo su poder represivo. Por ello algunas formulaciones programáticas del MS resultan confusas. En concreto, ¿qué significa la idea de “control del proletariado”? En la tradición marxista, el control obrero, generalmente aplicado a la esfera de la producción, refiere a una situación en el que los capitalistas siguen manteniendo la propiedad de sus medios de producción (por ejemplo, una fábrica o un conjunto de empresas), así como su derecho a enajenarla, pero el control sobre la producción y por ende sobre las operaciones comerciales de los capitalistas se encuentra en manos de los trabajadores. Si se desarrolla una situación así, el control implica una suerte de poder económico dual en las fábricas, las empresas comerciales, etc. Por su propia naturaleza, esta es una situación transitoria, ya que sitúa en un interregno el propio régimen político. Es decir, el control obrero como un régimen más o menos duradero sólo es concebible sobre la base de una aguda lucha de clases ascendente que dé lugar al desarrollo del doble poder en el conjunto de la economía, planteando así el problema de quien detenta el poder político.
Las formulaciones del MS, sin embargo, no parecieran ir en el sentido clásico del “control obrero”. Como aclaran con relación a la consigna de expropiación de las viviendas, niegan de plano “la estatalización, por parte del Estado burgués de ciertas propiedades” y defienden “la toma de control del proletariado organizado sobre las viviendas de fondos buitre, bancos administraciones e Iglesia”. Es decir, proponen la gestión obrera directa de viviendas expropiadas al capital (ocupadas) y su progresiva extensión “gradual”. Ahora bien, en el caso de que el estado capitalista permitiera semejante empresa, coincidiremos en que el único modo de que pudieran subsistir y desarrollarse en forma gradual sería estableciendo algún tipo de forma jurídica cooperativista o mutualista. Y lo fundamental es que una perspectiva así solo se podría sostener mediante la colaboración de clases y no mediante la lucha de clases.
En definitiva, la única manera de que se pueda hacer efectivo un programa general de socialización de la vivienda es que el poder político esté en manos de la clase trabajadora, es decir, mediante un gobierno de los trabajadores que pueda establecer un plan general racional (no solo para la vivienda, sino para el conjunto de la economía), desde el punto de vista de los intereses de los trabajadores y no de los explotadores. La cuestión es cómo la mayoría de la clase trabajadora avanza en esa perspectiva. En nuestra opinión, lo que hace falta es un programa que establezca consignas capaces de contribuir a movilizar a las masas y ganar a la mayoría influenciada por las organizaciones reformistas para el objetivo de terminar con el poder capitalista.
En el terreno especifico de la lucha por la vivienda, a esta lógica responde justamente la articulación de consignas mínimas que movilizan a la clase trabajadora, como la congelación inmediata de todos los alquileres, la intervención del mercado del alquiler bajo el control de los inquilinos o la prohibición de los desahucios, vinculadas a consignas transicionales, como la lucha por la expropiación de las viviendas vacías en manos de los bancos, fondos buitre, constructoras y grandes fortunas para establecer un parque de vivienda pública bajo control de los trabajadores y sus organizaciones. O la exigencia de un plan de obras públicas para construir viviendas de calidad, también bajo control obrero, a costa de la imposición de impuestos progresivos a los capitalistas y grandes fortunas. Este tipo de consignas lo que buscan justamente es tender un puente entre las necesidades concretas de la clase trabajadora y un programa que en su conjunto se propone destruir el poder de la burguesía, aunque las masas aún no propongan conscientemente esta tarea.
Por ello un aspecto central es que la idea del control obrero sea planteada concretamente, partiendo de que cualquier plan económico o social desde el punto de vista de los intereses de la clase trabajadora es inconcebible sin control obrero. Si avanza, el control obrero se puede transformar en una escuela de la economía planificada. Es a través de esta experiencia de control que la clase trabajadora se puede preparar para dirigir directamente el conjunto de la economía nacionalizada cuando conquiste el poder político. Pero nada de esto puede ser “gradual”, ni mucho menos pacífico. No solo el Estado, sino las burocracias políticas y sindicales, se van a oponer con fuerza a medidas de este tipo. Por ello el programa es una perspectiva de lucha: ir más allá del programa mínimo socialdemócrata es una inmensa disputa por las masas entre los socialistas revolucionarios, la vanguardia y las burocracias reformistas, que atraviesa a los movimientos reales en su desarrollo. En este sentido, el programa va de la mano con la experiencia real de lucha y organización del proletariado, no al margen de ella.
Al partir de una articulación maximalista, la lógica del programa del MS no solo dificulta que la mayoría de la clase obrera tome en sus manos un programa que la lleve al enfrentamiento con el Estado capitalista, sino que podría llevar incluso a enfrentar a sectores de la clase obrera entre sí, en vez de aportar a su unificación. Porque hoy en el Estado español un amplio sector de la clase obrera es propietaria de su vivienda. Aunque el modelo de propiedad está mutando, y la tendencia es que cada vez menos hogares son propietarios de su vivienda, datos de 2020 apuntan a que en el Estado español el 73,9% de los hogares tienen su vivienda principal en régimen de propiedad, lo cual incluye a un sector considerable de la propia clase trabajadora. Si un programa socialista para la vivienda no parte de esta realidad y busca sumar a la lucha por vivienda para todos a millones de trabajadores que han logrado con su esfuerzo adquirir una vivienda, lo único que puede lograr es fortalecer la división de nuestra clase entre sus sectores más precarios y aquellos que se encuentran en una mejor situación. Por ello, insistimos, el programa debe tener como uno de sus objetivos estratégicos fundamentales unificar al conjunto de nuestra clase bajo una perspectiva independiente. A esto apuntan la articulación transicional del programa.
Al mismo tiempo, esta lógica trata de mostrar a la clase trabajadora como la única capaz de resolver el problema de la vivienda, es decir, como una clase hegemónica con la capacidad de dar una salida al conjunto de la sociedad, incluidos los sectores intermedios empobrecidos, disputando a la burguesía y sus partidos -especialmente la extrema derecha- su influencia sobre los sectores más pauperizados de las clases medias. En un período en que la extrema derecha avanza afianzándose en las capas bajas de las clases medias empobrecidas, e incluso sectores de la clase obrera, este último aspecto es vital para pensar el problema de la hegemonía y la articulación de una alianza de clases liderada por la clase trabajadora capaz de plantearse la conquista efectiva del programa.
Este problema también es abordado por el MS desde una lógica maximalista. Su programa para poner “fin al rentismo” contrapone el objetivo de la “vivienda gratuita” a los intereses de las clases medias rentistas, pero lo hace sin diferenciar a un amplísimo espectro de propietarios que van desde aquel que tiene una casa en propiedad que ha puesto en alquiler, hasta pequeño burgueses y burgueses pequeños o medianos que especulan con varias viviendas. En este plano, es evidente que no es lo mismo un programa de expropiación general de todas las clases medias rentistas, que de aquellos que son grandes propietarios de varias viviendas. Sin un programa que permita ganar a sectores de las clases medias más pobres, es imposible que la clase obrera se presente como una clase hegemónica que le de salida a la pequeñoburguesía que cae en la desesperación producto de la crisis capitalista.
Esto no implica no dar una respuesta de independencia de clase. En este caso, la consigna del control del mercado del alquiler por parte de los inquilinos, al tiempo que da respuesta inmediata a la escalada de precios fruto de la especulación -en la que participan también los pequeños propietarios-, también responde a los sectores empobrecidos de las clases medias que de igual modo sufren el problema de los alquileres y de la vivienda en un contexto de inflación.
Programa, autoorganización y partido
Si pudiéramos sintetizar en una definición el debate, la clave es cómo impulsar un programa de lucha que articule toda una serie de consignas que unan la defensa de las condiciones de vida que hoy están siendo atacadas con una perspectiva socialista y revolucionaria. Un programa que parte del principio general de que sin afectar los intereses de los capitalistas no puede resolverse el problema y que la clase trabajadora es la única que, hegemonizando una alianza con el conjunto de los sectores populares, puede dar una solución para la mayoría social. Obviamente este programa no puede limitarse a la lucha por la vivienda, sino que debe incorporar un conjunto de medidas para terminar con el paro y la precariedad, como el reparto de las horas de trabajo sin reducción salarial para trabajar todas y trabajar menos; o la incorporación inmediata de cláusulas de revisión salarial en todos los convenios que indexen el IPC de forma mensual y de forma automática; la nacionalización sin indemnización y bajo control de trabajadores y usuarios de los oligopolios de la energía y el trasporte, entre otras.
Esto es, un programa para la acción que, en la medida que la situación lo permita, se ponga a prueba en la realidad interviniendo en las luchas inmediatas de nuestra clase, no para adaptarnos a las reivindicaciones que vienen dadas, sino para elevarlas y ayudar a tender un puente entre estas, la organización independiente de la clase trabajadora y la perspectiva de un gobierno de las y los trabajadores y el socialismo. Es decir, un programa que, partiendo de una serie de consignas mínimas inmediatas, se ligue a consignas transicionales y organizacionales con el objetivo de movilizar a las masas y, alrededor de la experiencia en la lucha de clases y el combate de programas y estrategias, permita ampliar la influencia de las y los revolucionarios entre la mayoría de la clase obrera, impulsar la autoorganización (en perspectiva la construcción de soviets o consejos) y así preparar las condiciones para la conquista del poder.
Esta lógica, evidentemente, plantea un debate ineludible: ¿cómo articulamos la fuerza para conseguir esos objetivos? ¿cómo logramos que una perspectiva socialista revolucionaria se haga carne en sectores de las masas y se transforme en una fuerza social y política capaz de imponerla? ¿qué política es necesario tener hacia las bases de las organizaciones de masas existentes, lideradas por burocracias que juegan el papel fundamental de contención de la clase obrera en los marcos del estado ampliado capitalista?.Y específicamente, ¿Qué política tener en el propio movimiento de la vivienda? ¿qué tipo de organizaciones es necesario desarrollar, instituciones amplias que fomenten la autoorganización con libertad de tendencias políticas en su seno, o colaterales de los agrupamientos existentes? No plantear una respuesta correcta a estas preguntas significa renunciar de antemano a la posibilidad de que el programa pueda ser conquistado integra y efectivamente, quedando así condenados a la pura propaganda, la performatividad vanguardista y la batalla exclusivamente “cultural”. Por ello, toda separación tajante entre las organizaciones “de vanguardia” y el movimiento real -incluidas sus organizaciones de masas-, ya sea en el terreno de la lucha de la vivienda, como en el de la lucha de clases en general, implica renunciar a establecer una vinculación estratégica entre las luchas cotidianas por las condiciones de vida y los planteamientos socialistas para construir una fuerza revolucionaria independiente. Por su profundidad, dejaremos planteado este debate para futuras contribuciones.
Quienes militamos en la CRT apoyamos cada lucha, por más modesta y por más pequeñas que sean sus reivindicaciones, con el objetivo de construir una corriente que intervenga en los problemas concretos de la vida de los trabajadores, ayudándolos en su lucha a formular sus reivindicaciones ante los capitalistas, a desarrollar entre ellos el espíritu de solidaridad y la conciencia de la comunidad de sus intereses con el resto de la clase obrera. Lo hacemos con el objetivo de construir una fuerza material de combate que pueda enfrentar no solo al Estado, sino también a la burocracia al interior de las organizaciones de masas (sindicales, políticas, sociales), que es una condición ineludible para poder desarrollar las tendencias más progresivas de la lucha de nuestra clase. Por ello opinamos que es central la generalización de las luchas, unificando a todos los sectores -estén sindicalizados o no-, impulsando el frente único, pero forjando en su seno fracciones revolucionarias en un combate sin tregua contra las burocracias para superarlas. En su curso, esta dinámica es la que facilita el desarrollo de la autoorganización y, en perspectiva, el surgimiento de organismos de frente único de masas que se conviertan en los órganos de la revolución y del futuro gobierno de las y los trabajadores.
Aunque este debate está circunscrito al movimiento de lucha por la vivienda, la importancia de la discusión de programa y estrategia radica en cómo poner las luchas cotidianas en función de construir una fuerza revolucionaria capaz de, en los momentos críticos, hacerse del poder, derrotar a los capitalistas y abrir un horizonte superior para la humanidad. Para eso es útil la estrategia, no solo para luchar, no solo para resistir, sino, sobre todo, para proponernos vencer. Y para ello necesitamos construir una organización revolucionaria de combate capaz de hacerlo. Un trabajo estratégico que es hoy más urgente que nunca. Sigamos el debate.