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Pensamiento :: 27/06/2010

La CNT y la lucha contra el franquismo: Defensa Interior

Octavio Alberola
Los importantes y decisivos sucesos en el mundo, habían hecho renacer la esperanza de lucha entre cuantos seguían soportando el yugo de dictaduras.

En su libro de memorias El eco de los pasos, Juan García Oliver dice sobre Defensa Interior (DI): «Rico siempre en hombres luchadores, pobre siempre en medios económicos, el DI tuvo que suspender la empresa de la liberación de España. Sin embargo, aquella fue la única vez que la Organización se enfrentó con la dictadura. Y la única también que una organización española, antes de la actuación de ETA, emprendiera una lucha colectiva contra el franquismo.»

Comparto esta opinión de García Oliver porque me parece corresponder a la realidad de lo que fue «la empresa de la liberación de España» desde 1939 hasta la muerte de Franco en 1975, y porque ella no implica olvidar el sacrificio de los cientos de compañeros que antes del DI intentaron mantener vivas las ideas y las organizaciones libertarias en la España franquista. Y también porque es cierto que, con el DI, «fue la única vez que la Organización se enfrentó con la dictadura».

En efecto, la CNT se reconstituyó al final de la Segunda Guerra Mundial, se escindió poco tiempo después y no fue hasta 1961 que se reunificó y tomó –en el Congreso de Limoges– el acuerdo de constituir un organismo conspirativo, «Defensa Interior», para emprender «una lucha colectiva contra el franquismo». Un «órgano de combate» que, como lo precisa García Oliver, «agrupó a viejos militantes de probado historial revolucionario con inteligentes miembros de las juventudes» para «colocar en primer plano las realidades que prevalecían en el interior de España». Y estas «realidades», la brutal represión del descontento popular y la voluntad de permanencia de la dictadura, exigían del exilio una solidaridad activa con cuantos en España se oponían al régimen franquista e intentaban minar su permanencia. Y esto fue entonces posible porque no sólo habían acontecido importantes y decisivos sucesos en el mundo (las luchas contra el colonialismo, el triunfo de la guerrilla castrista, etc.) que habían hecho renacer la esperanza y la voluntad de lucha entre cuantos seguían soportando el yugo de dictaduras, sino porque también se había conseguido la unidad confederal y con ella la del movimiento libertario (MLE).

Fue pues esta euforia unitaria la que permitió la designación, a principios de 1962, de los miembros del DI por las tres ramas del MLE y que los designados (Germinal Esgleas, Vicente Llansola, Cipriano Mera, Acracio Ruiz, Juan Jimeno, Juan García Oliver y yo) proviniéramos de los dos sectores hasta entonces escindidos. Y también fue gracias a ella que todos aceptamos y que poco después pudimos reunirnos para preparar y comenzar la acción…

Desgraciadamente, muy pronto los hechos mostraron la realidad de la euforia unitaria y que la activación de la lucha antifranquista no convenía a todos, y eso a pesar de que el DI, como lo recuerda García Oliver, «realizó una labor de seis meses de duración, en la que sus miembros tuvieron en jaque a las fuerzas represivas en algunas ciudades españolas (Madrid, Barcelona, Valencia y San Sebastián), manteniendo al dictador Franco en un acoso tan enérgico que éste llegó a prescindir de todos los medios de transporte terrestre, saliendo en helicóptero de sus jardines de El Pardo». Pues, aunque eso de haberle obligado a salir en helicóptero sea quizás exagerado, la verdad es que nunca antes Franco había sido objeto de «un acoso tan enérgico». La explosión a distancia de 25 kilos de potente explosivo, enterrado en el borde de la carretera que le conducía a su residencia estival, debió ser para él un aviso muy serio en ese verano de 1962. No sólo porque sus servicios de protección no habían detectado tal acción, sino también porque su preparación y ejecución había puesto en evidencia la capacidad técnica y operativa del DI.

Lo paradójico es que esa acción asustó también a dos miembros del DI (Esgleas y Llansola) que desde el comienzo de las acciones se habían mantenido al margen de ellas y que entonces presentaron su dimisión, resurgiendo de inmediato los conflictos internos y reduciéndose significativamente el respaldo orgánico a la acción conspirativa. Es por ello que García Oliver dice que «sólo seis meses de acción conjunta tuvo el DI, brazo armado de la Organización», cuando «hubiese sido menester, por lo menos, un año más para poder terminar la obra emprendida, que no era otra que acabar, como hubiese lugar, con la dictadura.»

No obstante, los otros cinco miembros del DI siguieron apoyando la acción, asumida de más en más por la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias (FIJL), hasta que el secretario del SI (Secretariado Intercontinental de la CNT), Roque Santamaría, muy expuesto a las presiones de las autoridades francesas, cortó totalmente la ayuda orgánica al DI tras la ejecución en Madrid de los compañeros Francisco Granado y Joaquín Delgado, en agosto de 1963, a lo que se sumó la detención de Cipriano Mera y casi un centenar de jóvenes libertarios por las autoridades francesas.

Obviamente eran muchos los interesados en poner fin a la «aventura» del DI; pero lo más decisivo fue la conducta de Santamaría haciendo posible que la organización confederal aprobara, en el Congreso de octubre de 1963, el informe y continuidad del DI y nombrara a Esgleas y Llansola para los cargos del SI a sabiendas de que esto significaba prácticamente el entierro del DI, puesto que la FIJL sería entonces la única de las tres ramas del MLE en seguir defendiendo la continuidad del DI en la Comisión de Defensa.

Sólo pues la FIJL y la ETA continuaron la acción contra el régimen franquista, aunque con estrategias totalmente diferentes. Mientras la ETA, fiel a su objetivo de convertirse en Estado, actuaba cada vez más contra las personas para hacerse temer, la FIJL en cambio, consecuente con su ideal libertario y la estrategia del DI, lo hacía contra las instituciones de la dictadura. No para ser temida, sino para sensibilizar y movilizar la opinión pública, nacional e internacional contra la barbarie represiva del franquismo, que aparecía cada vez más como un inaceptable anacronismo. Por ello en las acciones de esos años, reivindicadas en nombre del Grupo 1° de Mayo, de Solidaridad Revolucionaria Internacional o del GARI, como en las del DI de 1962-1963 (salvo en las tentativas de atentado contra Franco), se procuró siempre evidenciar la legitimidad ética de esta violencia no deseada. En el secuestro de monseñor Ussía, en Roma (1-5-1966) se presentaron inclusive excusas públicas por haberle privado de libertad durante once días.

Ese comportamiento fue pues decisivo para que esta acción tuviese gran resonancia internacional y no sólo se reconociesen su buena ejecución y el haber puesto en serios aprietos al Vaticano y al franquismo, sino también para dar relevancia a la conferencia de prensa clandestina de Luis Andrés Edo en Madrid denunciando las «negociaciones» de un grupo de «cenetistas» madrileños con los jerarcas del sindicalismo falangista.

También contó el que muchas de estas acciones se hicieran en el exterior, pues así se sensibilizaba más directamente a las opiniones de estos países e incluso en el caso de ser detenidos sus autores (como había sucedido ya en 1962 cuando el secuestro del vicecónsul español de Milán para salvar de la pena de muerte a Jorge Conill Valls) no corrían gran peligro y su detención provocaba nuevas campañas antifranquistas, lo que contribuía a la reactualización de las ideas libertarias, como quedó en evidencia con el movimiento de mayo de 1968 en Francia.

Para información más exhaustiva se puede consultar «El anarquismo español y la acción revolucionaria (1961-1974)», reeditado por Virus editorial, y una historia de la FIJL, próxima a editarse, de Salvador Gurrucharri y Tomás Ibáñez.

Octavio Alberola, fue coordinador de Defensa Interior


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