La España racista que no se reconoce
España no es racista, así reza la consigna. Los españoles se despiertan negando la evidencia.
Sin embargo, sus manifestaciones en un campo de futbol indican lo contrario y levantan un sentimiento encontrado entre la vergüenza y el desconcierto. Para calmar la mala conciencia, se reconocen actitudes racistas en grupos minoritarios, dirán, que no representan a la mayoría que acude a los estadios.
Así, la España impoluta de racismo estructural, organiza un paripé al futbolista objeto de los cánticos racistas. Vinicius Jr es invitado, por primera vez en la historia, a compartir el palco presidencial junto a su presidente, Florentino Pérez.
Mismo cuyas empresas en Guatemala cometen etnocidio sobre el pueblo maya quekchí, en la construcción de sus presas hidroeléctricas, desviando el cauce del río Cahabón. Jugador y presidente, codo a codo, juntos. Incluso, la Liga de Futbol cambiará la bandera de Ucrania presente a la hora de emitir los partidos por un contundente: no al racismo. Las cámaras serán testigos del acontecimiento.
Pero vayamos por partes. España, cuyo origen hunde sus raíces en la expulsión de moros y judíos, el genocidio y la Inquisición, rechaza ser tildada de racista. Hoy, España como Estado-nación moderno y europeo, condena el racismo, venga de donde venga. Vinicius Junior, el jugador del Real Madrid no tiene nada qué temer. Se actuará de forma contundente contra toda actitud racista.
Sin embargo, dejan caer la siguiente afirmación: pero tampoco, no olvidemos, el jugador hace lo suyo para recibir los insultos. Comentaristas de prestigio, tertulianos, autoridades deportivas y políticos, coinciden en subrayar el carácter conflictivo del jugador, apostillando: Vinicius Jr debe aprender a comportarse en un campo de futbol y no dar motivos para la polémica.
Sesudas reflexiones, fundadas en una pregunta espuria: ¿por qué siempre son contra Vinicius y no se dirigen al conjunto de jugadores negros que juegan en la liga española? Ahí se destapan el racismo que niegan: el resto de negros no provocan. En otras palabras, Vinicius Jr es corresponsable de los ataques. Si fuera sumiso, se limitara a jugar y callar, no sufriría los envites racistas.
Y uno se pregunta, ¿en qué consiste la provocación de Vinicius Jr? La respuesta señala a la víctima. Una retahíla de justificaciones. Vinicius Jr se encara con sus adversarios, le gusta el protagonismo, engaña a los árbitros, se enfrenta a la afición contraria, hace gestos obscenos, les saca de quicio, en definitiva, es un provocador. Periodistas ahondan en esta dirección, y afirman que sus compañeros están hartos, les descentra, les hace perder partidos, etcétera. Hoy, los periódicos deportivos e información general, mismos que se rasgan las vestiduras contra el racismo, divulgan tales afirmaciones. Ex futbolistas, árbitros y columnistas habituales suscriben el argumentario. Culpable Vinicius Jr.
¡Ah, pero ellos se declaran antirracistas! Si extrapolamos, sucede lo mismo cuando se niega el carácter machista y patriarcal de la sociedad. Sólo que aquí cambia la víctima. Son las mujeres quienes provocan a los hombres. Si no usasen escote, llevasen minifalda, ni se vistiesen descocadamente, no les pasaría nada. Ellas deben ser sumisas. El resto es historia.
Ningún imperio, y España entre tantos, está exento de llevar en su ADN el gen del racismo. Traficaron con esclavos, impusieron su religión, explotaron y mataron en nombre de la cruz y la espada. Es el mito de la superioridad étnico-racial que sobrevive hasta nuestros días. Nada diferente a lo practicado por Bélgica, Francia, Países Bajos o Gran Bretaña en África, Asia o el Caribe.
La sociedad española exhala racismo por todos sus poros. El futbol es una manifestación. Sin educación antirracista es imposible atacar el racismo. Lo podemos constatar en la vida cotidiana. Dificultades para alquilar pisos, detenciones arbitrarias, expulsiones en caliente, etc… Al igual que sucede con el colonialismo interno, el mito de la superioridad étnico-racial cohesiona a Occidente. Sus guerras lo demuestran.
España construye su muro de la vergüenza en Melilla, apellidándolo Valla. No hacen falta más ejemplos de xenofobia. Su racismo se extiende a magrebíes, negros, latinos y gitanos. Se les humilla y engaña. En la Valla, sus fronteras terrestres y marítimas, los inmigrantes se ahogan, mueren o son deportados.
Pero España practica la doble vara de medir a la hora de aplicar el decálogo racista. Recibe con los brazos abiertos a miembros de las plutocracias latinoamericanas, a los alemanes rubios y de ojos azules en Mallorca, a los ingleses o jeques árabes. No olvidemos que dichos invitados comparten el sentimiento racista.
La derecha sabe explotar el ADN enquistado en el mito de la superioridad étnico-racial del blanco. Obtienen miles de votos, reafirmando el riesgo que suponen los inmigrantes, portadores de violencia, propensos al delito y la violación de nuestras mujeres. Son un peligro, debilitan los cimientos de la civilización occidental judeocristiana.
Dos amigos platican sobre el caso Vinicius Jr. Uno pregunta al otro: ¿crees que eres racista? El amigo responde convencido: No, suficiente problema tienen los negros con ser negros, para que encima yo sea racista. España puede dormir tranquila.
La Jornada