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Estado español :: 25/02/2020

La liberación de la mujer dentro de nuestra clase sin ceder a ninguna clase de desviacionismo

Revista Pim Pam Pum
La opresión de la mujer, la contradicción de género, no comenzó con el sistema capitalista ni morirá con él.

Ante un nuevo 8 de marzo, hay poner por delante nuestro más firme apoyo a las reivindicaciones específicas del movimiento de la mujer trabajadora en materia laboral, y también en lo que se refiere a la igualdad real de género en todos sus aspectos.

Partiendo de ello, señalamos que la cuestión de la mujer trabajadora ha generado un debate que no es estrictamente teórico, sino que afecta a la línea de actuación concreta en los marcos de lucha surgidos en la última década al calor de la crisis social. Un debate que no ha estado exento de fuerte polémica y que hay que afrontar.

Partimos de la base de que la opresión de la mujer, la contradicción de género, no comenzó con el sistema capitalista ni morirá con él. Esto, que es tan importante pero a menudo se olvida desde posiciones militantes presentes, va mucho más allá de su mera formulación teórica y tiene mucho más contenido político del que inicialmente pudiera parecer. No vale negar ni simplificar las cosas. El patriarcado ni comenzó con el sistema capitalista, ni solo tiene relación con este sistema, ni se va a resolver completamente solo porque este caiga. Es en la incomprensión de esta idea –y en sus implicaciones– donde está en buena parte la fuente de los problemas en un sentido y en otro.

Cualquier mujer, incluso la burguesa, tiene contradicciones con el hombre. Insistimos: toda mujer, y no solo la mujer trabajadora (como de un tiempo a esta parte se ha oído decir incluso desde posiciones políticas más cercanas a la nuestra, como reacción equivocada frente a la contaminación burguesa de la cuestión de la mujer). Ahora bien, es crucial señalar que, por ello mismo, hay una disputa entre la mujer burguesa y la mujer obrera por liderar una lucha que en muchos aspectos, como indicamos, abarca al conjunto de las mujeres.

Bueno es recordar que precisamente fue en el II Encuentro Internacional de Mujeres Socialistas que se celebró en 1910 en Copenhague donde Clara Zetkin (junto a Käte Duncker) presentaron la propuesta de conmemorar en Europa un "Día de la Mujer Trabajadora", siguiendo los pasos que ya en ese sentido se comenzaban a dar en Estados Unidos. No obstante, y como no podía ser de otra manera, en la historia han sido las mujeres burguesas las que han terminado por pesar sobremanera ideológicamente en este movimiento; un movimiento que, en cualquier caso, no ha dejado de conllevar avances históricos progresistas. En consecuencia, en esa lucha por los derechos políticos, sociales o culturales del conjunto de las mujeres, en gran medida las mujeres de las clases dominantes han liderado el movimiento, imprimiendo en él su línea política y sus aspiraciones (que, en última instancia, no pueden sustraerse a su condición de clase), como cuando hablan del famoso “techo de cristal”. Y, en toda lógica, era inevitable que esto generara un elemento de contradicción con la teoría proletaria, con el marxismo.

Sin embargo, para este, superar no es negar para partir de cero. Por eso el marxismo hace suyos los mejores elementos aportados por la burguesía para, a partir de ahí, aportar otros pisoteados por esta en el ejercicio de su explotación de clase. Esto incluye llenar de contenido real y material avances que tienen mucho de meramente formales en el terreno de la consecución de derechos democráticos, de igualdad ante la ley, etc. Por tanto, no es problema para nosotros empezar por reconocer que, efectivamente, esa justa lucha por la igualdad de derechos, aun conducida por mujeres de la burguesía, ha traído avances positivos para todas las mujeres, como pueda ser por ejemplo el derecho al voto o los adelantos jurídicos en pro de la igualdad y libertad de decisión en el seno de la propia familia. Ahora bien, una vez reconocido esto, ponemos el acento en afirmar que esta lucha a menudo se ha solapado de forma improcedente con la lucha proletaria en su conjunto, que es la que garantiza la verdadera liberación social más allá de logros formales. Y ese solapamiento improcedente del feminismo con la teoría proletaria es una fuente de problemas que especialmente es necesario afrontar desde la línea revolucionaria de intervención.

Se exige para ello hilar fino: aunque reconocemos que la plena superación de la opresión sobre la mujer trabajadora no se materializa automáticamente con la superación del capitalismo, sí consideramos que el sistema capitalista –como con tantas otras cuestiones– es ahora mismo el principal obstáculo no solo para la liberación de la clase trabajadora, sino también para la igualdad de facto de la mujer trabajadora (incluso con respecto al hombre trabajador).

Lo que no nos parece riguroso es equiparar la lucha contra el capitalismo con la lucha contra el patriarcado. La lucha por la liberación de la mujer trabajadora tiene en el actual periodo histórico como obstáculo principal a la sociedad capitalista que se aprovecha de su opresión tanto en el plano nacional como en el plano imperialista exterior e “interior”. Nos referimos con esto último a las condiciones de las mujeres trabajadoras hiperexplotadas en el llamado Tercer Mundo por las multinacionales, pero también a las mujeres inmigrantes en los “países avanzados”, como las temporeras y jornaleras en el campo, las del trabajo doméstico y de cuidados, etc.

Desde Red Roja defendemos que la lucha por la liberación de la mujer trabajadora se haga en el seno de la propia clase trabajadora, implicando al conjunto de esta con todas las dificultades que ello pueda suponer. Hacemos nuestro el lema: “una sola clase, una sola lucha”. Así, trabajaremos en lo posible para que esta necesaria lucha que afecta específicamente a la mujer –que no hay que aplazar y que se impone en el día a día– no entre en contradicción con la lucha global y fundamental en el actual periodo histórico de la clase obrera contra el sistema capitalista.

Es imprescindible que la lucha de la mujer se desarrolle en el seno de la clase para que no sea instrumentalizada por la burguesía. Pero eso no puede hacerse negando la lucha dentro de la propia clase trabajadora por parte de la mujer trabajadora para lograr la igualdad con respecto al hombre trabajador.

Sí: en el seno de la propia clase obrera tiene que haber una lucha por la igualdad de género, y no solamente animamos a que el movimiento de la mujer trabajadora se agregue a la lucha de la clase obrera, sino a que progresivamente tome posiciones de vanguardia en las que hoy por hoy dicho movimiento adolece aún de mucho retraso. Además de este desafío, ante la mujer obrera (aunque no solo para ella) se presenta el reto de relacionar correctamente, dialécticamente, la lucha por la igualdad con su compañero de clase con la lucha del conjunto de la clase con respecto a la burguesía.

Insistimos en que la existencia del patriarcado implica que no solo es el empresario el que abusa, sino que en el seno de la propia clase hay que “ajustar cuentas” en términos de opresiones. Teniendo en cuenta que, como hemos mencionado anteriormente, la caída del sistema capitalista no acaba automáticamente con el patriarcado, no podemos esperar a que el problema se solucione solo. Muy al contrario, nuestra organización debe hacer todo lo posible por que se garantice la igualdad de género en el mismo interior de la militancia y de la clase sin caer en etapismos del tipo “ya lo haremos en el futuro”. Al tomar el poder político y sacar al capital de ahí (aunque no aún del conjunto de la sociedad) se tienen mejores herramientas para la liberación intelectual y cultural; pero las contradicciones más arraigadas requieren más dosis de pedagogía, como se ha visto en los propios países que se han adentrado en la construcción socialista. Por esodecimos que, aunque la contradicción fundamental es la de capital-trabajo, la de género es superior y requiere más elevación de conciencia en la humanidad, pues abarca un periodo mayor de la historia.

El avance hacia la verdadera liberación de la mujer no está en los platós televisivos ni en los consejos de administración de la oligarquía. Por nuestra parte, ya hemos comprobado que hay determinados campos donde la mujer está accediendo a posiciones de vanguardia; por ejemplo, en el trabajo de barrio, que se convierte con ello en uno de los campos que facilita su toma de posiciones de vanguardia dentro de la clase.

Por ello es clave facilitar una mayor incorporación de la mujer trabajadora, tanto a la lucha de su clase contra la burguesía, como a la lucha dentro de su clase por la igualdad. Y porque, además, yendo directamente adonde se encuentran las familias obreras es como se puede evitar mejor que la burguesía se aproveche de esta insoslayable lucha por la igualdad en el seno de la propia clase obrera, al tiempo que se garantiza que la lucha de la mujer trabajadora por su igualdad potencie la del conjunto de la clase obrera contra la burguesía y su capital.

Los fundadores del marxismo declaraban que el socialismo libera a toda la humanidad, incluso a la burguesía, no dejando de señalar como fundamental la contradicción antagónica entre proletariado y burguesía. De la misma manera, y aun siendo conscientes de que la liberación de la mujer abarca más que la de la mujer trabajadora, debemos fomentar que el movimiento de la mujer trabajadora tome distancia con el movimiento burgués por “la igualdad en general”.

Decía Lenin que salvo el poder todo es ilusión. Para aprovechar las “ventanas de oportunidad” que ofrecen las crisis, es necesario que una organización de vanguardia sepa construir a su alrededor el máximo de unidad popular posible mejorando la correlación de fuerzas a fin de avanzar en la toma del poder político.

Se ha demostrado históricamente que la toma del poder político es el resultado de una línea elevada que, aun desde la minoría, sabe movilizar al máximo posible de masas populares contra el enemigo principal de cada coyuntura.

En ese sentido, cada vez hay más militancia que se da cuenta de que en los últimos tiempos el enemigo ha hecho un uso interesado del feminismo, obstaculizando la línea de actuación que sostenemos en este texto. Ahora bien, si se trabaja correctamente, la lucha de la mujer no solo no obstaculiza nuestra estrategia, sino que la potencia. Pero cuando (como hace un año) hay quien defiende “piquetes no mixtos”, se está rompiendo la unidad de la clase obrera. Y ello es aún más grave en tanto que entorpece el trabajo en pos del máximo de unidad popular posible que aproveche las ventanas de oportunidad históricas abiertas con la brutal crisis social que provocaron los rescates bancarios y el pago de la deuda exigida por la Troika criminal oligárquico-financiera.

Especialmente en tiempos de crisis sistémicas, ello conlleva no caer en desviacionismos que impidan identificar al enemigo principal a batir cuanto antes. Recientemente, hemos visto cómo hasta una banquera como Ana Patricia Botín se ha convertido en la mejor abanderada del feminismo (¡y, por cierto, también de la lucha por el clima!). ¿Y qué decir de esos modélicos “Estados del bienestar” que, aparentemente, tienen muy liberadas a sus mujeres, pero que tienen explotados a innumerables pueblos? Pero las contorsiones de la banquera no son mala noticia: clarifican bastante las cosas. Cuando desde el enemigo se esgrimen constantemente postureos feministas, el movimiento de las mujeres que se construye dentro de nuestra propia clase no puede dejar de tener presente este riesgo.

En estos momentos, en que no solamente no se ha salido de la crisis, sino que se avecina otra arremetida con la consabida secuela de austeridad y recortes, hay que tener especial cuidado para que no nos marquen la agenda de lucha. Y tampoco los debates. EE UU es el país donde más avanzados están en ese retraso: nos quieren meter hasta en un debate sobre el negacionismo del propio género. Que no cuenten con nosotros ni siquiera para entrar a debatir en semejantes montajes.

Como ya se ha mencionado, la lucha contra el patriarcado, en el interior de nuestra clase, ha de tener también mucho de pedagógica. Así, es inaceptable que se efectúe, como en ocasiones se ha pretendido, un “examen de género” previo en el seno de una lucha sindical. Una opresión iniciada incluso mucho antes del advenimiento del sistema capitalista no se superará con semejantes “herramientas” y requiere unos mecanismos pedagógicos, al menos entre nuestra gente. Pero esto no entra en contradicción con la necesidad de erradicar –también entre la clase obrera- las manifestaciones del patriarcado, como es el caso de la violencia machista.

Será el movimiento organizado de la clase el que más eficazmente traiga los avances históricos, y por eso es necesaria la incorporación de la mujer trabajadora: para hacer también todo lo posible en el seno de nuestra clase por retirar todos los obstáculos que dificultan esta incorporación. Así, igual que decimos que no podemos dejar que la extrema derecha canalice las desgracias de los sectores populares en su contradicción con el sector monopolista y bancario que rige la UE, no permitamos injerencias externas dentro de la clase con respecto a las reivindicaciones de la mujer. Pongámonos manos a la obra todas y todos y, sin dejarnos confundir por desviacionismos, trabajemos en el seno de nuestra propia clase la verdadera liberación de la mujer.

 

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