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Asturies :: 22/04/2006

La comunidad campesina asturiana

Carlos X. Blanco
Ser capitalista "antes de tiempo", y especialmente bajo formas agrícolas y comerciales, ha supuesto el empobrecimiento del agro peninsular por su subordinación ante el señorío y la urbe, subordinaciones ambas que son complementarias políticamente para poder ejercer la opresión

La participación creciente de las multinacionales españolas en mercados internacionales, así como la interdependencia comercial entre las empresas de titularidad hispana y las del exterior, no es obstáculo para la diferenciación interior de las provincias y comarcas contenidas en nuestra península. La ley del desarrollo desigual rige para un país pequeño - bajo criterios internacionales de población y extensión- pero muy heterogéneo por historia, tradición y, desde, luego, muy desigual en desarrollo económico, es la clave marxista de interpretación de la lucha política y cultural en pro de la autodeterminación o de la federación.

En efecto, los datos estadísticos cantan muy alto y muy claro en lo que atañe a los índices de prosperidad, productividad y acumulación capitalistas. La interpenetración de los capitales a escala mundial cuadra perfectamente con la consolidación de las comunidades madrileña y catalana, alguna norteña, así como otros centros levantinos y determinadas urbes de importancia aquí y allá repartidas, como centros de explotación y acumulación capitalistas.

En general, casi todo el litoral mediterráneo es una "vía de alta velocidad’ de ese desarrollismo capitalista. Por el contrario, el norte atlántico y cantábrico se está sumiendo en un letargo disolvente y parece que definitivo. Ello obedece al abandono del estado central, junto a la inepcia de los dirigentes locales allí asentados, la ausencia de una clase empresarial comprometida con su comunidad inmediata, la reconversión salvaje de los Boyer, Solchaga, Solbes y Cía. y -en general- el abandono de los estilos productivos populares y comunitarios. Abandono que es determinante en lo que hace a la vertebración de los sectores sociales tradicionalmente consolidados allí (pesca, minería, campo e industria fabril).

La acción brutal de las leyes capitalistas sobre áreas hasta hace poco autosuficientes y de claro predominio agropecuario aún hoy puede registrarse en la Península Ibérica. La imposición de un modo productivo capitalista con exclusividad dentro del campo, junto con la desindustralización de comarcas urbanas y semiurbanas próximas a esta vida rural digna (aunque espartana) ha desertizado zonas tradicionalmente dotadas de una alta densidad de población, como el país asturiano. Emigrar, desaparecer, es la alternativa que el capitalismo globalizado ha ofrecido a numerosos núcleos asturianos, y muchas otras comarcas del norte peninsular. La alternativa turística (que no es una verdadera alternativa) ya era conocida en la Inglaterra victoriana que experimentó Marx en vida: los "pueblos escenográficos", donde la primitiva vida rural (y ahora hay que añadir también la minera, pesquera o industrial) queda reducida a un simple decorado, falso y estilizado, donde casi nadie pueda ya vivir por más que en las fotos parezca un "paraíso natural" y un museo viviente de etnología. Se representa a diario la comedia de una edad de oro perdida, que sólo en refugios severamente limitados en número (por las cuotas) pueden todavía contemplarse por la mirada de turistas. Esto es indecente.

Algunos parajes pintorescos, centros de turismo y pueblos "escenográficos" son habitados todavía por algunos nativos liberados de la emigración forzosa. Donde las plantaciones agrícolas comerciales, las minas e industrias no llegan a ejercer su labor disolvente como modos capitalistas de explotación, viene el turismo, secuela frecuente de la despoblación y destrucción de territorios ("limpiezas", clearings, se llamaban en la Inglaterra de tiempos marxianos). Las "manías aristocráticas" hacen buen aprovechamiento de territorios y recursos naturales de los que ya se ha desalojado a los campesinos autóctonos o a las culturas indígenas. Las vastas extensiones convertidas en terreno de pasto para grandes rebaños de los terratenientes, también se aprovechan hoy como cotos de caza lujosa y campos de golf.

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El desplazamiento de los "ejes de desarrollo" a nivel geográfico nunca es azaroso. La integración en la Unión Europea pedía el inmediato abandono de esas actividades tradicionales que pasaron a denominarse, entonces, "obsoletas". No es casualidad que en esas comunidades la existencia de una sociedad civil dotada de fuertes vínculos de arraigo mostrase toda su resistencia a una imposición que venía de lejos, a saber, de despachos madrileños, en contacto a su vez con lejanísimos despachos europeos, todos ellos no exentos de una arrogante voluntad de poder. El escándalo y desastre (económico, ecológico, social) del "Prestige" es sólo el más reciente zarpazo de la economía capitalista globalizada, que pasa por el contrabando de armas, personas y seguridades, en medio del mar o por encima de fronteras.

La connivencia gubernamental con estos Altos Intereses comerciales queda aquí nuevamente demostrada, y el afán secretista, autoritario y muy insensible de las autoridades ante las formas tradicionales (antes se decía "honradas") de explotación de la riqueza tiene que traer por fuerza un levantamiento popular, o al menos una severa reacción, aunque fuera sorda y diferida. Una marea de independencia tiene que llegar desde el norte a los despachos de Madrid. Un estertor de largos siglos reprimido se podrá escuchar si las "provincias" arrinconadas secularmente entre el mar y la Meseta, entre ellas Asturias, son desatendidas como colonias poco interesantes y autogestionadas por sus propios indígenas. Justamente es la autogestión forzosa de los nativos la que puede, antes que cualquier aluvión de subvenciones, expulsar a patadas a los virreyes corruptos y postfranquistas. Tal parece todavía como si Madrid tuviera de nuevo colonias, y la España que ellos quieren ver tan unida no fuera más que el viejo coto y el viejo cortijo donde poder hacer agujeros a las perdices.

El abandono del Norte, unido al abandono del Interior y del Sur rurales, terminará por romper la unión política del Estado, pues ya se va viendo que no es unión eficaz ni querida. Es unión por la fuerza, y unión con cadenas. El estado español se encamina hacia una tremenda bipolaridad, que los economistas ya podrán designar (con la brutalidad acostumbrada) como dualidad entre comunidades europeas y subeuropeas, al medir comparativamente los índices y los estándares. Así que la homogeneidad impuesta de esos estándares europeístas genera, por fuerza, incorporación de grandes centros de producción-acumulación locales, pero será siempre una absorción con centros rodeados círculos de creciente pauperización y estancamiento. La incorporación creciente de la formación social española a esos circuitos mundiales capitalistas se hace a costa de la desertización de regiones enteras, de la emigración forzada y del paro impuesto por decreto.

El auge, instalación y penetración del capitalismo conforma la historia incesante de disolución de formas de relación social que ahora se consideran caducas y obstructoras de esta profundización y extensión del capital. En efecto, la transición recientemente vivida en el país - susceptible todavía de ser documentada en no pocos de esos tramos históricos - no puede entenderse de otro modo que bajo la forma de un proceso de disolución. La disolución de la comunidad de pescadores, fue anticipada por una marea negra nada fortuita. Toda contingencia es explicable. Aquello que decretan los despachos posee tanta fuerza como lo que olvidan y descuidan. Con estas dos no-acciones también se manda, y se manda al destierro, a las nuevas Hurdes, a quienes no entran en los grandes planes de Integración.

Igualmente, una de las relaciones sociales más viejas y resistentes, la comunidad campesina europea, (con sus variados matices nacionales y regionales), y que en Asturias es ancestral, ya agoniza desde fines de la edad media. Su presencia proporcionalmente importante casi hasta hoy en el estado español ha marcado el mismo ritmo de diferencias y la base desde la cuales se desarrollaron éstas trayectorias divergentes entre regiones y nacionalidades. Las trayectorias se comprenden según fueran las circunstancias de apropiación de la tierra por parte de la clase terrateniente frente a los intereses comunitarios, primeramente, y, en segundo lugar, según se acelerara el ritmo de industrialización y urbanismo ya intensificado en la mitad del siglo XIX.

La comunidad campesina en Europa, por encima de bases étnicas y geoclimáticas muy variadas, posee una historia lenta de agonía a lo largo de la edad media, historia que se encuentra en la base del diferente despliegue del capitalismo al despuntar la "modernidad’ (el Estado absoluto, en términos políticos). El clima y el modo de ser del pueblo astur, con su tendencia al minifundismo y a la dispersión de hábitat, nunca ha facilitado la labor de los terratenientes. Precisamente por eso, hoy, los terratenientes disfrazados de empresarios, olvidan el campo asturiano, salvo para construir chalets o plantar eucaliptos.

El estado absoluto representó la "universalización" del dominio que los nobles y señores medievales ejercieron sobre territorios y gentes. El dominio se ejerce siempre de un modo restringido en aquella época feudal. El absolutismo dimana de la feudalidad, como una especie de señorío único (suelto, solitario) y universal, aunque expansionista en ocasiones frente al señorío de otros estados absolutos nacionales.

La pluralidad jurídico-política de la edad media deviene homogeneidad de un único señor, el monarca absoluto, que logra encaramarse en una posición dominante sobre todo estamento. La aparición de un estamento burgués protagonista es relevante como factor de equilibrio entre los preexistentes, y como catalizador de ese proceso formalista y homogeneizador de todas las diferencias. Pero todavía no puede advertirse en esa creciente burguesía la clave infraestructural del estado de nuevo cuño. El proceso de reducción de pluralidades jurídicas contiene muchos episodios. Es la monarquía hispánica del renacimiento y del barroco la que sigue ostentando en su vida interna muchas diferencias internas, territoriales y estamentales, que fueron siendo respetadas al menos en la forma hasta que las reformas borbónicas no dieran pasos decisivos, aunque algo tardíos y de desiguales alcances.

La comunidad campesina en estos territorios gradualmente homogeneizados a partir del s. XVI, fue muy diversa en su naturaleza. En todo caso, en el caso de la península ibérica, el origen de esas diferencias se retrotrae a la dinámica de conquista y repoblación territorial de dominios musulmanes. La larga trayectoria militar de unas comunidades campesinas en la península se diferencia, en términos de aprendizaje progresivo de mayores cuotas de libertad y audacia, de aquellas otras al norte de los Pirineos, que en cambio habían sido menos móviles y más pasivas necesariamente ante sus dominadores feudales.

La cuestión en la que habría que centrarse - en orden a formar una nueva praxis política que comprenda al habitante de la aldea y el pueblo, y al residente en toda periferia, en el sentido que movilice a estas gentes - es la siguiente: debemos preguntarnos si esas comunidades campesinas, nacidas en la edad media, instituyeron formas político-económicas, si quiera rudimentarias, para hacer frente al señor o, al menos entrar en relación jurídica con los señores nobiliarios o eclesiásticos, así como con el rey (sin excluir tampoco las relaciones que, de manera simple y horizontal, han de formalizarse con sus vecinos).

La cuestión puede ser respondida afirmativamente, y el estudio documental más la labor etnográfica están para encontrar testimonio de esto en ciertas zonas.

Una de las tesis a explorar es esta. En ciertas regiones de la península donde el sentimiento de identidad local se manifiesta como claramente disminuido, esto se puede comprender en parte por la vieja explotación comercial del agro, que se remonta a la antigüedad o al dominio musulmán, especialmente en Andalucía, Extremadura, Meseta y en el Levante. Esa vieja explotación de la comunidad campesina fue el contenido material de las nuevas formas jurídicas de dominación militar y señorial. La irrupción de señores y de órdenes religiosas y militares en el dominio de estas nuevas "colonias" de tierra adentro, se transforma inevitablemente en la explotación comercial de tierras y gentes, al entrar en la edad moderna. Para ello, coadyuvó la existencia de una cuasiservidumbre de labriegos y vecinos que, efectivamente, en la Meseta Norte y en el Cantábrico no había tenido lugar.

Ser capitalista "antes de tiempo", y especialmente bajo formas agrícolas y comerciales, ha supuesto el empobrecimiento del agro peninsular por su subordinación ante el señorío y la urbe, subordinaciones ambas que son complementarias políticamente para poder ejercer la opresión. La resistencia y solidaridad campesinas (la existencia remota de cierta comuna) se quebraron para siempre bajo la opresión de señores militares y clericales, que ya en las ciudades conforman la oligarquía dominante hasta la era de la industrialización.

Una industrialización que en no pocas zonas del estado jamás ha llegado, ni tiene visos de llegar. Este dato es relevante en grado sumo para comprender la sociología de amplias zonas de la península, por ese tránsito directo desde la economía agraria a la de servicios, que tanto está mutilando la mentalidad de nuevas generaciones. Ese salto directo hacia una "economía terciaria" permite hoy asegurar la connivencia de las viejas oligarquías con los nuevos poderes influyentes que hoy toman su asidero en la banca, el turismo, la telecomunicación, etc., siempre lejos de las ya "obsoletas" vías de producción (metal, minas, pesca, industria naval, etc.)

Hay tramos de historia local de ciertas comunidades, más abundantes al norte, donde la existencia de una clase campesina un poco por encima de la indigencia, con sus propiedades y derechos en cuantía y calidad suficientes, aún no alienados, demuestran que -secularmente- pudieron hacer fuerza frente (o al menos alejar) a los señores depredadores. En tramos como esos se podría rastrear en Asturias casi hasta hoy, la existencia de fuertes lazos de identificación con el territorio y solidaridad entre las gentes basada en un auxilio mutuo y en un alto grado de aprovechamiento de los recursos indivisos.

En cambio, allí donde la explotación del campo se basó -desde antiguo- en la explotación de braceros ora asalariados, ora en situación de semiservidumbre (en el sur) este panorama, precisamente por viejo pero persistente, se vuelve netamente actual, a falta de toda reforma agraria. Es la pervivencia de una larga tradición de economía cuasiesclavista y comercial-capitalista. En el sur las relaciones campesinas con los señores convierte a éstos últimos, frecuentemente, en empresarios a mitad de camino del dominio feudal y de la explotación capitalista de braceros y tierras, incluso cuando a nivel sociológico se dan condiciones de absentismo empresarial y señorial o una sociología propia de rentistas urbanos.

Así pues, la disolución de la comunidad campesina es, hoy en día, asunto muy reciente y por ende relevante en la investigación de la transición del modo de producción agrario no capitalista, al postcapitalista. Aquel modo no siempre fue fundado en la autosubsistencia, y marca una notoria diferencia norte-sur en la dinámica desarrollista desigual de nuestra península.

Si los asturianos consentimos en que muera social y productivamente la comunidad campesina, con sus modos ancestrales (siempre sujetos a modernizarse de acuerdo con los tiempos) de entender la naturaleza y el lugar del hombre en su paisaje, sin duda nos habremos suicidado culturalmente. La ciudad y la industria en Asturias nunca vivió de espaldas a sus raíces, a su leche materna, la comunidad aldeana. Si a partir de ahora dejamos de resistir, culturalmente estaremos muertos.

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