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Pensamiento :: 16/11/2006

La conversión del hombre en cosa

Carlos X. Blanco
Se tratará de romper la cadena de modos de producción basados en la explotación del hombre sobre el hombre. Se tratará de abolir algún día la propiedad privada, y muy especialmente la propiedad privada de los medios de producción.

Suprimir de forma urgente, primero, la propiedad privada que desborde exageradamente las necesidades vitales de sus titulares y cuya posesión en manos privadas se oponga a las necesidades sociales. Se tratará de romper la tónica de la historia "universal", esa tónica de una maldad común de servidumbres, esclavitud, explotación del asalariado.

Revolución: se trata de aniquilar una serie de sistemas que, por encima de sus grandes diferencias económicas, comparten el dato radical de que el hombre es convertido en "cosa" en función de unas relaciones sociales que el propio hombre ha fabricado. Se trata de enterrar para siempre la cosificación del ser humano, de la cual es causante y responsable él mismo.

Enterrar etiquetas. Lanzarlas a la papelera. Que te llamen comunista. Que te digan anarquista. Ecologista, libertario, leninista. Que no encajes en su definición, en su "-ismo", es muy buena señal. Es preciso y urgente abandonar el debate escolástico que uno mantiene con los demás y con uno mismo. Tan solo se trata de no admitir, bajo ningún concepto ni valoración, la cosificación humillante del hombre por el hombre. El modo de producción capitalista es, en este sentido, la continuación genealógica directa del esclavismo y la servidumbre. Es la cosificación máxima del hombre en la cual la sustancia vital de su vida activa, el trabajo, lo que el hombre podría tener de creador, se vende por horas al capital. El capital que ya no tiene que estar representado por otro hombre particular de carne y hueso, el patrono explotador. El explotador abstracto es el Capital mismo que compra y vende mercancías: sociedades anónimas y transnacionales. El capital es el enemigo: que se adueña de los hombres de carne y hueso y los convierte en mercancía. Pues el único lenguaje que entiende el capital es el de la mercancía. Y cada cuerpo humano se despoja de su ser biológico y social, para pasar a tomar la única y descarnada forma que el capitalismo entiende, la forma que el sistema impone: la de la mercancía.

La mercantilización del ser humano que conocemos por la historia antigua, la civilización clásica, el oriente imperial, etc., no puede verse como asunto finiquitado. La esclavitud en sus formas más diversas no parece ser un modo de producción en sí mismo. En rigor, es una categoría jurídica compatible con bases económicas y estructuras políticas y sociales de lo más diverso. El capitalismo clásico analizado por Marx veía necesaria la superación de los vínculos feudales del hombre con la tierra y una extinción los derechos del señor. Era por ende, una liberación de la servidumbre del campesino con el fin de convertir su fuerza de trabajo en mercancía libre de trabas. Pero el capitalismo no quedó congelado en aquella forma clásica. Su evolución va deparando las más diversas formas jurídicas y políticas que permitan la obtención de plusvalía a través de la explotación de trabajo humano. Si en la evolución del capitalismo del siglo XXI se contempla una vuelta a la esclavitud, nada hay de contradictorio con el modo de producción imperante. Los mercados esclavistas ya existen. El tráfico de personas es un hecho. La obtención de plusvalías por medio de la ultra-explotación de las personas "invisibles" a la ley, sin nacionalidad ni documentación, es uno de los factores más importantes del "desarrollo" de los estados que proclaman a los cuatro vientos su cantinela sobre los Derechos Humanos.

La nueva sociedad mundial, una vez dejada atrás la vieja mojigatería ético-religiosa, ha admitido "en la práctica" (pues ¿quién hace caso de las prédicas?) todo género de mercantilización del hombre, yendo más allá de su fuerza de trabajo. El capital, el ansia burguesa de los seres cosificados por el capital, tiende a valorizar otras cosas además de la clásica fuerza de trabajo como productora de plusvalía. Se trafica con órganos, y se trafica con niños. Se importan y exportan mujeres. Los estados negocian cuotas de trabajadores indocumentados, cuya sola masa influye en el precio del trabajo. Además del trabajo en el sentido mercantil y productivo, el ser humano reducido a cosa él mismo se convierte en fuente de placeres, diversiones, y servicios más diversos. La prostitución y toda índole de servicios que suponen una relación de dominación del hombre sobre el hombre, un control sobre sus vidas, cuerpos y mentes, están alcanzando unas proporciones que superan con creces las barbaridades que sabíamos por los relatos clásicos.

El desarrollismo en el eje mediterráneo-levantino español es hoy una orgía de especulación, uso y abuso del hombre-cosa, destrucción del medio. Se importan mujeres eslavas y sudamericanas. Se importan braceros africanos, rumanos. Se comercia con niños y se les pone camino del tajo o del burdel. Se suple la falta de agua con sudor de gentes. Afluyen los capitales al Estado Español como frontera del mundo "subdesarrollado" con la Civilización. Como ocurre en todo territorio de frontera, la lejanía de la Ley y el Derecho se hacen patentes. Se ve a la luz del día, si se quiere ver. Es cuestión de no querer cegarse. Regiones españolas tradicionalmente incultas y atrasadas se han convertido en sumideros de trabajo semi-esclavo y en centros de acumulación rápida de plusvalías. De esas plusvalías solamente una pequeña parte de su población nativa se beneficia. Los invernaderos y las fincas de trabajo agrícola estacional toman el aspecto de campos de concentración. El sudor humano concentrado tras las vallas. La valorización del cuerpo humano constreñido, y puesto a trabajar.

 

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