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Pensamiento :: 08/07/2008

La era del petróleo barato ya es historia. Ramón Fernández Durán

Editorial Virus
Este breve texto, extraido del libro "El crepúsculo de la era trágica del petróleo. Pico del oro negro y colapso financiero (y ecológico) mundial", analiza la relación entre la invasión de Irak, la crisis energética y su relación con el crecimiento de distintos tipos de resistencias a escala internacional.

La guerra contra Irak desató una enorme oposición ciudadana internacional, que se concretó en la mayor movilización social mundial habida contra la guerra: el famoso 15 de febrero de 2003; a la que contribuyó sin duda el importante desarrollo previo del «movimiento antiglobalización», desde Seattle (1999) a Génova (2001). Uno de los lemas más repetidos en dicha movilización fue «no más sangre por petróleo», que ya había surgido en las manifestaciones contra la Guerra del Golfo del 91 en EE. UU., cuando Washington justificó internamente dicha intervención militar para defender el american way of life. La movilización global no logró parar el ataque, pero supuso un rechazo formidable a la deriva militarista y neoimperialista de EE. UU., y contribuyó a ir cambiando su antiguo icono mundial de reconocimiento, la Estatua de la Libertad, por los nuevos de Guantánamo y Abu Graib, precipitando la quiebra de su imagen en el mundo, en especial en el mundo árabe-musulmán, así como la progresiva pérdida de su hegemonía cultural a escala global. La guerra ha sido un verdadero desastre para EE. UU. en cuanto a la consecución de sus objetivos po¬líticos y militares, aparte de un tremendo fardo económico, contribuyendo decisivamente a un endeudamiento externo gigantesco que le está pasando factura ahora. Además, la intervención ha provocado un brutal coste y caos social y económico en el propio Irak, generando una destrucción y apropiación cultural sin precedentes de los restos de la antigua Babilonia. Igualmente, la factura política de la guerra contribuyó a derribar Gobiernos, junto con la movilización social, entre ellos el del PP de Aznar en España.

Las víctimas mortales iraquíes se calculan en centenares de miles, más de cuatro millones de personas han sido desplazadas de sus regiones de residencia, y de ellas la mitad ha abandonado el país hacia los territorios limítrofes. Además, el objetivo de EE. UU. y Gran Bretaña de hacer llegar el petróleo iraquí a manos de sus principales empre¬¬sas petroleras todavía no ha sido posible plasmarlo en un marco legal acep¬¬tado por las diferentes comunidades étnico-políticas iraquíes. Es más, con el fin de tener una cierta cobertura a posteriori de NN. UU., Washington y Londres han tenido que recular en sus deseos iniciales, abrir la explotación de los recursos iraquíes a una concurrencia más amplia (incluidas otras petroleras occidentales ), y aceptar la propiedad estatal de dichos recursos. Para más inri, hoy en día, este país destrozado extrae grosso modo la mitad del petróleo que en época de Saddam, lo que está contribuyendo también al alza del precio mundial del crudo. En cualquier caso, en torno a un 70% del petróleo mundial está bajo suelo «islámico», y en ese amplio espacio geográfico el rechazo a la apropiación del crudo por parte de actores empresariales privados o estatales externos al mundo musulmán es muy fuerte, pues además esos recursos se consideran una propiedad colectiva de la «umma», la comunidad islámica (Caffentzis, 2005).
Por otro lado, los principales Estados y bloques económicos, y especialmente EE. UU. y la UE (pero también China, India y Brasil), intentan también acceder a los recursos petroleros a través de la firma de Tratados de Libre Comercio con regiones de América Latina, África y Asia, acuerdos bilaterales entre Estados, o bien mediante el cierre de las negociaciones de la Ronda de Doha de la OMC. Pero estos intentos se están encontrando con progresivas resistencias de muchos de los Estados periféricos a dejar vía libre para el acceso sin condiciones de las corporaciones petroleras privadas y estatales a sus recursos petroleros y gasísticos, y a un cúmulo de recursos naturales. El rechazo reciente de muchos países africanos a los llamados EPA’s (siglas en inglés de los Acuerdos de Asociación Económica de la Unión) en la pasada Cumbre de Lisboa (diciembre de 2007), en donde se contemplaba dicho acceso irrestricto, es un indicador de la progresiva dificultad de la apropiación y expolio de recursos a través de los mecanismos «puramente» de mercado. Además, distintos Estados periféricos están sometidos a una fuerte presión social para no malvender sus recursos, o incluso para conservarlos bajo el subsuelo, sobre todo allí donde existen fuertes movimientos campesinos e indígenas, pues sus cosmovisiones rechazan la venta de los recursos de la Madre Tierra (la Pachamama).

De hecho, las nuevas prospecciones y extracciones de crudo en distintas partes del mundo están provocando un creciente rechazo social, pues afectan a muchos territorios poco «modernizados», y en ocasiones casi vírgenes, habitados por comunidades campesinas e indígenas. Ésta es principalmente la situación en América Latina: Amazonia peruana y ecuatoriana, Valle de Arauca y Magdalena Medio en Colombia, distintas zonas en Bolivia, Plan Puebla Panamá (donde resalta la resistencia zapatista), etc, pero también cada vez más en África, donde es especialmente intensa en el delta del Níger. En algunos casos, las resistencias a la extracción del petróleo (y gas natural), o a las condiciones en que se produce la misma, han provocado la caída de Gobiernos (caso boliviano con la llamada Guerra del Gas) y han alterado sustancialmente las relaciones con las empresas petroleras que los explotan (en Venezuela, Bolivia, Ecuador y hasta en Argentina). Es más, la nueva Constitución boliviana (pendiente todavía de referéndum popular) fija un nuevo reparto de las regalías de explotación de los hidrocarburos, y establece importantes condiciones por parte de las estructuras sociales comunitarias a su explotación. Ante estas dinámicas, se están produciendo intentos de fragmentación de los Estados (Bolivia, Venezuela) —para escapar a estos controles sociopolíticos que han impuesto las resistencias— por parte de las elites sociales y políticas de los territorios subestatales ricos en recursos fósiles.

En suma, el auge de las resistencias y el nuevo marco sociopolítico que en muchos casos éstas han creado han revertido la ola privatizadora de los noventa, y asistimos ahora a una marea de progresivo control estatal y hasta comunitario de los recursos del subsuelo. Y den¬¬tro de esta deriva antineoliberal se producen reivindicaciones como las del Parque Natural Yasuní (Ecuador), en donde se plantea directamente dejar el petróleo existente bajo el subsuelo, para defender hábitats de gran valor ecológico y a sus poblaciones, y como una vía también para luchar contra el cambio climático en marcha. Pero esa opción se propone por el nuevo Gobierno a cambio de la aportación de recursos económicos que permitan amortizar la deuda externa, mientras que los movimientos sociales piensan que esa aportación de recursos se de¬¬bería considerar parte de la deuda ecológica que el Norte ha contraído con el Sur a lo largo de la historia. Todo este conjunto de resistencias, junto con las crecientes restricciones físicas al incremento de la oferta mundial del crudo (el llamado pico del petróleo a escala global, que ahora abordaremos), incluso la falta de capacidad de refino mundial , son la causa del fuerte auge del precio mundial del crudo y de los derivados del petróleo que se viene manifestando en lo que va de siglo. La Era del Petróleo barato es ya historia, pues estamos entrando en el principio del fin de la era de los combustibles fósiles.

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