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Estado español :: 10/01/2006

La unidad de España es la unidad del miedo

Carlos X. Blanco - La Haine
En Madrid, en el kilómetro cero, se concentran (ya casi es rutina) miles de "españoles". Dicen defender una Constitución. Dicen defender una "Unidad? patria, llamada España.

El riojano Gustavo Bueno (vide "Gran Hermano") llama "dementes" y "cursis" a los nacionalistas. El análisis político, como se ve, es de altura. Otros epítetos, quizá peores, se oyen en esos extraños foros, fundaciones y órganos de agitación (incluidas la COPE, Onda Cero, etc.). Hay, en diversos medios, apelaciones a restaurar la pena de muerte para los separatistas. Que personas formadas pidan, en abuso de su libertad de expresión, la muerte de Ibarretxe o de Carod-Rovira, solo por tener miedo a sus propuestas o por no compartir sus posiciones políticas, provoca una gran preocupación. ¿Qué está pasando?

Ahora, los coqueteos necesarios del partido gobernante en el estado con fuerzas nacionalistas ha servido para que la extrema derecha meta a los socialistas en el mismo saco de la "anti-España". A tenor de la virulencia de los ataques e insultos, así como de la dureza de sus juicios, ad hominem y sin hondura ideológica ninguna, tan solo los partidos nacionalistas de algunas periferias introducen una "tercera vía" en este sórdido bipartidismo a la española, donde las posiciones están tan encastilladas, al menos de cara a la galería. La posición de los nacionalistas es, a veces, ambigua y suelen entrar también en el juego retórico de las "Dos Españas" y del lenguaje "guerracivilista", pero cuando hay una situación como la presente ¿quién se puede poner "por encima del bien y del mal" y más cuando se es objeto de un insulto permanente? En el bipartidismo hispánico las formaciones alternantes en el poder han practicado a partes iguales una política represiva contra el proletariado y contra las naciones periféricas oprimidas, además de una abyecta sumisión a los diversos poderes fácticos a los que se ha entregado el invento español (E.E.U.U., Iglesia, Gran Capital), y una cerrazón inmovilista ante reformas constitucionales y movimientos nacionalistas y soberanistas.

Los dos grandes partidos estatales podrían cuidar un poco más las formas para seguir gozando de las mieles de la alternancia entre una izquierda y una derecha ambas por igual "civilizadas" y "patriotas" y "leales constitucionalmente" también a partes iguales. Esto significaría estar de acuerdo en los puntos esenciales para el mantenimiento del estado al que ellos dicen servir, en un sistema que tanto terreno deja para su propio beneficio como maquinarias electorales, burocráticas, mediáticas y auto-perpetuantes que son. PP y PSOE podrían vivir tan cómodos si no existieran ambiciones y fuerzas nacionalistas en algunas partes. Un experimento de lo que sería "España" sin la aportación periférica y nacionalista lo tenemos en la "España interior" (ambas Castillas, Extremadura, etc.), donde reina la paz de los cementerios y el simulacro de la alternancia (en algunas de estas regiones apenas nunca la hubo desde el cambio de régimen de 1978). La política allí es un soberano aburrimiento, y el partido es solo un medio de promoción social y una gran familia donde se intercambian favores.

La alternancia bipartidista parece que se rompe, que se viene abajo, pese a que mucho votante encuentra, para defender su "España", dos opciones centralistas, españolistas, patriotas-constitucionales, casi indistinguibles como no se fije uno en ciertas formas o, como ahora se dice, "sensibilidades". PP y PSOE son indiscernibles también en lo que hace a su sometimiento a la forma monárquica, al sustento material de la Iglesia, y a la tolerancia hacia sus intromisiones, en lo que se refiere a su participación sumisa en el concierto económico capitalista mundial, etc. Pero he aquí que la espina clavada de los nacionalismos periféricos les estropea todo un cuadro idílico de régimen parlamentario binario y alternante. La "mala leche" brota con respecto a un problema, y ese no es otro que el cuestionamiento de base que ahora se hace de su invento, el artefacto llamado "Nación Española". Los nacionalistas periféricos les enfurecen, no tanto por mantener una doctrina que "pone en peligro" la unidad del estado, o la solidaridad entre territorios. Esto es retórica. Les enfurece y les hace perder los nervios porque el sustento que los post-franquistas habían concebido en los años 70 para poder perpetuarse y continuar con los privilegios y marcos jurídico-administrativos básicos del anterior régimen, ese sujeto o substrato mismo, es el que peligra y hace que naufrague incluso la continuidad de sus garbanzos y su proyecto de raíz franquista, según el cual, todo quedaba (en 1975, o en 1978) "atado y bien atado", como dijo el dictador. Terceras fuerzas políticas, y viejas naciones exigiendo su constitución como naciones políticas supone, para los dos grandes máquinas electorales y para sus respectivos clientes financieros y empresariales, "perder la titularidad’ del cortijo, o al menos, de alguna parte. Tienen miedo. Les puede el miedo. Y el hombre cuando tiene miedo es capaz de cometer muchas barbaridades.

 

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