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Estado español :: 12/09/2024

Las exigencias unilaterales de buena conducta a los inmigrantes

Arantxa Tirado
Derechos y deberes deberían ser iguales para todas las personas, hayan nacido en un territorio u otro, hayan llegado a un lugar antes o después. Especialmente en países de emigrantes

Empieza septiembre y, con él, el verano comienza a languidecer. Dejamos atrás algunos hechos que han conmocionado a la sociedad en medio del marasmo estival. Pero el murmullo de algunas noticias colea convirtiéndose en un sonsonete cada vez más molesto. Asesinatos, pogromos e inmigración son sólo algunas de las palabras clave que se mezclan de manera confusa e interesada dando lugar a un ruido que anula el debate y nuestra capacidad de entender dónde estamos parados y hacia dónde nos está llevando la corriente, sin darnos cuenta.

Los medios colaboran convirtiendo sus noticieros en espacios de sucesos, donde prima la espectacularización, el sensacionalismo y el morbo. La selección de los casos, y su distinto trato, es digna de estudio. Por supuesto, esta selección está haciendo mella en el imaginario colectivo. Como es bien sabido, si una persona sólo ve crímenes cuando enciende el televisor, ocupaciones de pisos, o escucha que hay "avalanchas de inmigrantes" que quieren "invadir" su país, puede acabar llegando a la conclusión de que es mejor no salir a la calle.

Si abandonamos el plano de los noticieros y nos adentramos en el de opinión, la cosa se vuelve incluso más grave. Desde los platós, las columnas de prensa y las tertulias radiofónicas se establecen, frecuentemente, juicios paralelos. El sesgo de filias y fobias de quienes opinan sobre el hecho en sí, o sobre sus protagonistas, deja como resultado un veredicto implícito que tiene traslación social.

Asesinos españoles versus asesinos extranjeros

Esto es lo que hemos vivido de manera obscena en el caso de Daniel Sancho, un español que asesinó y descuartizó a un ciudadano colombiano, Edwin Arrieta, en Tailandia. Así lo resumía acertadamente la actriz Asaari Bibang en X: "Yo pensaba que en la elección entre un colombiano y un asesino descuartizador, el posicionamiento era claro. Pero se ve que no". Bibang apunta a la actitud de muchos de los opinadores y medios de comunicación que han presentado este asesinato con gran indulgencia, desplegando una suerte de empatía hacia el asesino sólo por el hecho de ser español y, seguramente también, por ser hijo y nieto de conocidos actores.

La indiferencia hacia la víctima y su familia, colombianos, ha sido otro elemento presente. Asombra que la preocupación después de la condena a cadena perpetua de Sancho, por parte de los tribunales tailandeses, haya sido por la integridad del asesino, quien deberá cumplir parte de su pena en cárceles en las que, según nos comentaban consternados muchos periodistas, hay "gente muy peligrosa", de baja estofa, les faltaba añadir. Por supuesto, desde sus parámetros, en esta categoría no entra Daniel Sancho. El hecho de ser español, y de familia conocida, lo debe de eximir de su peligrosidad e, incluso, en esos juicios paralelos, pareciera que de su culpabilidad.

Pero ¿qué hubiera pasado si el mismo crimen se hubiera producido a la inversa? ¿Se hubiera informado y reaccionado igual si el asesino y descuartizador hubiera sido un colombiano y la víctima un español? Alguna pista nos la da el análisis de otro caso que ha impactado a toda la sociedad este verano: el asesinato en un pueblo de Toledo de un niño, Mateo, a manos de un adolescente con aparentes problemas mentales. A pocas horas del fatal suceso, desde determinadas cuentas de personas de extrema derecha se trató de posicionar en las redes sociales el bulo de que el culpable había sido un menor no acompañado, de origen africano, que residiría en un centro de acogida de la localidad. Esto llevó al portavoz de la familia a pedir, en esos momentos de profundo dolor, que no se señalara a nadie "por su raza o color de piel". Estas declaraciones desataron una campaña de odio, acoso y amenazas al portavoz de la familia, primo de la víctima, sobre el que se llegó a insinuar su participación en el crimen.

Al final, la detención de un joven originario del pueblo, español, puso fin a los bulos y al acoso. Pero el daño ya estaba hecho y la demostración de cómo se puede manipular a las masas, exacerbando los prejuicios existentes para introyectar todavía más odio hacia el otro, quedó clara. La familia de Mateo dejó un mensaje póstumo que habla de su calidad humana: «Ojalá que esta situación sirva para hacernos recapacitar como sociedad, que se cuide como debe la salud de nuestros enfermos mentales y que se acabe con el odio, la xenofobia, la homofobia y cualquier tipo de violencia«. Un mensaje que tocaba todas las teclas porque, como no podía ser menos, cuando se supo del desequilibrio del presunto asesino, comenzó también la demonización de las personas con problemas psiquiátricos.

Pogromos y extrema derecha

El asesinato de Mateo coincidió con el debate sobre la distribución entre las distintas comunidades autónomas de los menores no acompañados que llegan a Canarias. La derecha y extrema derecha llevan tiempo criminalizando a estos niños y adolescentes, los más vulnerables entre los vulnerables. Era inevitable no ver en la difusión del bulo que imputaba el crimen del muchacho a un supuesto menor africano los intentos de trasladar a España una respuesta similar a la que sucedió semanas antes en Reino Unido. El asesinato de tres niñas por un adolescente sirvió de excusa, entonces, para desatar un pogromo contra los inmigrantes, la comunidad islámica y las personas racializadas residentes en Inglaterra e Irlanda por parte de colectivos neonazis y de extrema derecha. Unos hechos azuzados por el magnate propietario de X, entre otros connotados referentes de la ultraderecha nacional e internacional.

Es evidente que la extrema derecha ha encontrado en la criminalización de la inmigración una de las llaves para su crecimiento social y político. Alimentan la asociación inmigración-delincuencia o inmigración-paguitas a base de mentiras, medias verdades, datos presentados a conveniencia, muchos prejuicios y odio a mansalva. Intentan con ello apelar al miedo, movilizando la parte más irracional del ser humano, aquella que le hace actuar por instinto de supervivencia llevándose por delante al de enfrente, si hace falta.

Sin embargo, acusar al último en llegar de tus problemas o carencias sirve para ocultar la responsabilidad de quienes llevan ya tiempo manejando los hilos económicos de la sociedad. Una estrategia absolutamente funcional para el poder económico que acapara recursos en un capitalismo que pone a los pobres a pelear entre sí por las migajas que deja. Como ya hemos escrito antes, que cierta izquierda se sume a los discursos que presentan la inmigración como un problema, aunque diga hacerlo desde otras premisas, tiene consecuencias explosivas no sólo para la convivencia social inmediata sino también, a largo plazo, para la supervivencia ideológica de los valores y principios que dieron origen, y deberían seguir nutriendo, la lucha de la clase obrera.

La construcción del otro y el doble rasero

La historia se repite y no aprendemos de ella. Como demuestra magistralmente Eduardo Manzano Moreno en su libro España diversa, la creación de patrañas para incriminar a todo un colectivo al que se convierte en chivo expiatorio, responsable de tragedias para desviar la atención de los desmanes de la clase dirigente del momento, tiene sus antecedentes históricos. Ayer el chivo expiatorio de muchas sociedades europeas fueron los judíos; hoy lo son los musulmanes o los inmigrantes en general.

No hace falta leer mucho para darse cuenta de que cada sociedad construye en el «otro» el objeto de sus miedos, obsesiones y odios irracionales. Y que la ola de punitivismo social que se potencia desde los medios de comunicación, combinado con los prejuicios contra las personas migrantes, es un cóctel explosivo. Es el primer paso para la deshumanización del diferente. Una vez anestesiada la empatía entre los seres humanos, es mucho más fácil cometer contra ellos cualquier tipo de injusticia o, incluso, crimen. La historia proporciona demasiados ejemplos al respecto de cómo la demonización de un colectivo puede desatar los mayores crímenes de la humanidad. Desgraciadamente, no hace falta ir a la historia para comprobarlo. Ahora mismo, en este preciso momento histórico, estamos asistiendo en tiempo real, con pleno conocimiento e información al instante, al exterminio de los palestinos en Gaza.

Quizás una de las grandes paradojas de este lamentable regreso de Europa a sus peores tradiciones mientras Occidente, como concepto y civilización, se desmorona, sea que las lecciones de buen comportamiento y de respeto a las normas las dan, precisamente, quienes están muy distantes de la ejemplaridad. Sea en el plano internacional, sea en el de la convivencia cotidiana, exigir a los demás ciudadanos respeto sólo puede ir acompañado de una demostración de reciprocidad por parte de quien lo demanda. Pues bien, no parece que la extrema derecha esté en condiciones de dar ningún tipo de lección al respecto.

No está de más recordar que imputar a todo un colectivo la responsabilidad de los delitos de algunos de sus miembros es criminalizar a todo un conjunto de personas por su origen, presuponiendo una culpabilidad intrínseca. Además, implica, indirectamente, la exigencia de antemano de una integridad a los inmigrantes que no se pide a priori, ni con igual inquina, a otros ciudadanos. Es, en definitiva, no percibirlos como semejantes. Derechos y deberes deberían ser iguales para todas las personas, hayan nacido en un territorio u otro, hayan llegado a un lugar antes o después. Lo mismo debería aplicarse a los países del norte y del sur. La realidad nos demuestra que estamos muy lejos de entender estos principios.

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