Las "manadas" no nacen, se hacen
Desde hace algún tiempo, algunas personas viven con cierta conmoción el hecho de que hayan salido a la luz, porque existir han existido siempre, violaciones en grupo contra mujeres, generalmente jóvenes, aunque no escapan a ninguna edad. Hablo de la camaradería patriarcal que se vale de la violencia sexual contra las mujeres para apuntalar su dominación y su poder. Porque de ello va, de dominación y de poder. El caso más mediático de todos, aunque no ha sido el único de los últimos tiempos, ha sido el de la violación múltiple en Pamplona a una joven por parte de un grupo que tenía a bien denominarse, “La Manada”.
Se han hecho muchas lecturas sobre las violencias sexuales contra las mujeres, aunque pocas han partido de la perspectiva feminista y de género. No nos cansamos de recordar que el feminismo es un movimiento social, pero también una epistemología que cuenta con más de tres siglos de teóricas imprescindibles para comprender el sistema patriarcal en el que nos socializamos y vivimos.
Desde la teoría feminista podemos concluir, sin parangón alguno, que el o los violadores no son hombres enfermos o que poseen una naturaleza que les aboca a violentar mujeres. Son hombres que actúan de acuerdo a una construcción cultural, la cultura de la violación, y, por tanto, el acento no debemos ponerlo en la biología, sino en la construcción cultural de la masculinidad hegemónica.
Es evidente que todos los hombres se han educado bajo la construcción cultural de la masculinidad patriarcal y la mayoría de ellos no son violadores, incluso algunos, cada vez más, tienen una posición beligerante contra los maltratadores, pero no se puede entender la cultura de la violación sin comprender cómo se ha construido el rol masculino en la sociedad patriarcal.
Las dos estructuras de mayor socialización de una persona en sus primeros años son las familias y las escuelas. En ambas instituciones, durante siglos, la educación que se daba a niñas y niños ha sido diferenciada. Tanto es así, que incluso se habilitaban espacios de desarrollo diferenciados. El patio del recreo es un ejemplo de ello. Estas demarcaciones ya prefijaban comportamientos y actitudes diferentes. Dicho de otro modo, la separación de espacios educa, crea cultura.
A las mujeres jóvenes se las educa bajo el control del cuerpo, a través de la cultura de la delgadez que actúa, en términos de Naomi Wolf, como un sedante social y un mecanismo de control, y los mitos del amor romántico, sobre los cuales se articulan relaciones asimétricas de dominación masculina.
Al tanto, los hombres, desde su juventud, se educan bajo dos elementos absolutamente perniciosos: la ausencia de una educación emocional plena y la pornografía, especialmente la comercial, que es uno de los pilares principales de la cultura de la violación. A ello debemos sumar su tolerancia en torno al sistema de la prostitución, bajo el mito de una supuesta libertad de elección que, en muchos casos, no les hace preguntarse si dicha libertad es posible en un entorno de ausencia de justicia y feminización de la pobreza.
Todo ello no es casual. Existen muchos intereses detrás de que todo lo anteriormente expuesto no cambie. Sin ir más lejos, la pornografía o el sistema de laprostitución mueven billones de dólares anualmente en todo el mundo, de allí que las campañas de publicidad que realizan tengan un impacto desorbitado, como se explica en el libro El Proxeneta, de Mabel Lozano.
Las violencias contra las mujeres responden, por tanto, a un problema estructural, que afecta a todas las esferas de socialización y a todos los ámbitos de construcción cultural. Se pueden erradicar, y eso pasa por deconstruir todo lo anteriormente expuesto y avanzar hacia una igualdad efectiva y real. Pasa, pues, por tornar realidad todo aquello que el feminismo lleva tiempo argumentando, defendiendo y luchando. El feminismo es el único antídoto contra las violencias sobre las mujeres.
TribunaFeminista