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Asturies :: 17/05/2007

Los asturianos: ¿Cada vez más Españoles?

Carlos X. Blanco
Hace trece siglos hubo un reino en la Península Ibérica: Asturorum Regnum, el Reino de los Ástures (año 718). Hoy en día, algunas plumas que residen en el país dicen que los asturianos de hoy nada tienen que ver con los ástures de aquel entonces. Yo no lo creo. Aún somos los mismos en un porcentaje muy alto de los casos.

Es verdad que ya en plena época de la Monarquía Asturiana hubo alguna emigración desde el sur. Algún godo, algún hispanorromano, o mozárabe, vino a refugiarse detrás de estas montañas cantábricas, que entonces brindaban libertad. Pero es muy llamativo que en plena Edad Media, incluso ya integrado el estado de los ástures bajo otras denominaciones (Reino de León, Reino de Castilla), se conservara el nombre de la etnia que lo fundó. Los ástures, hoy asturianos. En cuanto al Reino de León, cabe recordar al lector que ésta denominación fue tan sólo un traslado de la Corte a otra sede (914-924), siendo esta ciudad más estratégica y conveniente en los planes expansionistas que, todavía hoy, se llaman con muy poca fortuna "Reconquista". En muchos aspectos, simbólicos y jurídicos, Oviedo prosiguió siendo la capital y sede de sus reyes. Antes del traslado de la Corte de Oviedo a León, ya la monarquía astur había exhibido un marcado carácter federativo, no asimilacionista. En ella se integraron etnias distintas del norte, que muy pronto mostraron poseer personalidad nacional muy propias, y que colaboraron -a la fuerza o de buen grado- en los proyectos políticos y militares del Reino Asturiano (de los Ástures, como se diría traduciendo la expresión latina de las Crónicas): gallegos, cántabros, vascones. Todavía la personalidad "castellana" no había asomado la nariz en un intersticio entre los cántabros y los vascones. Fue su "separatismo" de nuestro Viejo Reino Astur el aparecería mucho más tarde.

Ciertas elites mozárabes, probablemente, refugiadas desde el Sur musulmán en nuestro país cristiano y norteño, fueron las que aventaron al aire su mito "goticista". Según esta patraña, el Reino Astur sería la continuación del Reino Godo de Toledo, perdido a manos de los musulmanes. El propio Don Pelayo habría de ser de estirpe goda, y no el princeps de los ástures. Quienes aplastaron a un ejército islámico entre las nórdicas cumbres, con supuesta ayuda de la Virgen, no fueron unas etnias ástures descontentas ante los excesos recaudatorios de unos nuevos invasores sureños, a tenor del mito goticista. No fue una nueva rebelión de los ástures ante sus nuevos extorsionadores meridionales, antes romanos y godos, ahora "moros". No: el mito goticista supone una nobleza goda, es decir, sureña, toledana (luego añadirán "española") afanosa por recuperar su perdida España de manos de los infieles. Que las Crónicas medievales esparcieran esa fantasía se puede entender en términos de legitimación antigua de sus dinastías, igual que otros reyes y emperadores medievales decían ser sucesores de los Césares romanos. Pero que lo repitan historiadores tenidos por "serios" en pleno siglo XXI no es de recibo. Ya empieza a quedar establecido científicamente que la etnia ástur conservó su personalidad (hoy diríamos su "autonomía") bajo la dominación imperial romana, junto con la cántabra (muy hermana, y en ocasiones indistinguible de la ástur), lo cual no era nada excepcional en la política colonialista de los romanos para con los pueblos difíciles de domesticar y con grandes incompatibilidades asimilativas para con lo latino. Potentes murallas defensivas muestran una aguerrida resistencia nacional en el sur del actual país asturiano en una época -siglo VII- en que aún no se había producido la invasión islámica de la Península. ¿De quiénes se iban a defender mis antepasados, sino de otros imperialistas que hubo antes, los visigodos? Sabido es también que la presencia de restos arqueológicos de los godos en Asturies es muy escasa, testimonial. El país se lo disputaban los suevos desde el occidente gallego, también con escasa presencia en mi país, y los godos desde el sur, reinos ambos que persistían en seguir incluyéndolo fanfarronamente entre sus dominios. Nada de eso es verdad. Jamás pudieron dominarlo. Si fuéramos a hacer caso de las baladronadas de los imperialistas, también Carlomagno habrían contado entre sus vasallos al Asturorum Regnum, estado europeo independiente donde los haya.

Que la Monarquía Astur fue uno de los primeros estados independientes de Europa, no siendo feudatario de ninguna entidad política superior, no ofrece dudas. Que su etnia fundadora nada tiene que ver con la continuación del reino godo toledano, tampoco. A esto habría que añadir que su estructura era claramente federativa, y que sirvió de muro protector (a la fuerza o de grado según las coyunturas) de los galaicos, cántabros y, en parte, vascones, frente a los imperialistas musulmanes del sur. A diferencia de la política colonialista avant la lettre que exhibió posteriormente Castilla, tratando de homogeneizar a sus naciones conquistadas-anexionadas, Asturies conservó (no sabemos si conscientemente) la personalidad de los países que lo comprendieron, pues las diferencias eran grandes desde tiempos prerromanos, y aun perduran hasta hoy. Es el caso de los galaicos, que si bien se dice eso «Gallegos y Asturianos, primos hermanos", no es menos cierto que Galicia es una nación a parte desde tiempos inmemoriales. Digamos esto a pesar de cierto expansionismo galleguista de última hora, y que se vuelve cada vez más insoportable en el Occidente Ástur.

Los ástures, auque no conformaron una unidad política en los tiempos prerromanos, y no fue hasta la rebelión altomedieval cuando accedieron a la conciencia de estado, sí debieron estructurarse entre sí, y con otros aliados, con motivo de contar con un enemigo común: Roma. Suele pasar. La amenaza compartida une a los que de por sí gustan de la independencia y la libertad. Las viejas afinidades prerromanas debieron renacer con la invasión "mora", y de ahí el perfil federativo y poliétnico del Estado Ástur.

Por lo demás, la cultura ástur contaba con un área mucho más extensa de lo que hoy es la "Comunidad Autónoma del Principado de Asturies". En la región de León, la toponimia, la lengua, los apellidos, el folclore y mil rasgos más, son testimonios de la vieja presencia ástur al sur de la cordillera. Y no me estoy refiriendo simplemente a unos cuantos pueblecitos de montaña, muy próximos a la linde con la Asturies actual, donde aún se habla asturiano y se conservan hórreos. Nos referimos a buena parte de la región leonesa y parte de la provincia de Zamora. Ciertamente, ya desde la Edad Media, por obra de la hegemonía creciente de Castilla estas zonas se castellanizaron profundamente. Era el sino de las tierras del llano ástur. Los ástures cismontanos, los de la Meseta, poseían menos abrigos para defenderse de las conquistas: romanos, islámicos, castellanos. Con todo, hoy es el día en que un aumento de la conciencia nacional de Asturies, la oficialidad de su lengua y, si acaso, su existencia soberana futura, podrían servir para volver a atar lazos con estas regiones y comarcas, respetando su personalidad y diferencialidad, que en todo caso guarda más vínculos histórico-lingüísticos con el País Ástur que con una entelequia creada ad hoc en el momento del "café para todos" autonómico, a partir del precedente regional de la llamada Castilla la Vieja, tragándose desde Valladolid a nuestros queridos vecinos leoneses y a los de otras comarcas mesetarias, cuya "castellanización" no ha hecho sino aumentar por decreto, nuevamente.

Otro tanto se diga de las antiguas "Asturies de Santillana", incorporadas por el ave rapaz castellana ya en la Edad Media, pese a la evidencia que todavía revela el nombre de esta comarca, y el aguante que, hasta última hora, hubo de sufrir el asturiano oriental/cántabro casi hasta el linde con la ciudad de Santander. Siglos de castellanismo atroz han destruido la lengua ástur-cántabra de la comarca, y sólo una afirmación nacional desde el propio corazón de Asturies podría volver a unir lo que la absurda política de trazado de rayas ha separado.

La anexión definitiva del Reino Ástur-leonés (1230) fue el comienzo de un declive de nuestra soberanía política y de nuestra proyección peninsular. Castellanizados fuertemente León, Zamora, etc. , esto es, la antigua Asturia cismontana, Galicia y Asturies se reconcentraron en su pacífica vida. El afán depredador de territorios para conquista quedó en manos de la iniciativa del reino castellano, que hicieron de ello especialidad y razón de ser, y para varios siglos. Las conquistas del Asturorum Regnum se justificaron por la necesidad defensiva, de contar con territorios poblados al sur de la Cordillera Cantábrica que les sirviera de escudo ante las razzias islámicas. Asegurados esos cinturones de cristianos armados, desahogada la altísima densidad poblacional que la franja cantábrica de la Península siempre ha sufrido, la vida en paz, la vida productiva de la Casería (forjada ya en estos siglos medievales) se consolidó, sin más deseos por convertirse en yugo de otros pueblos, como aconteció con sus "separatistas", los de Castilla. Antes bien, poblaron yermos, colonizaron desiertos hasta el Duero, libraron al siervo y al pobre al entregárseles, en la conquista, tierra, armas, arados.

Aun estando ya anexionado el País Ástur al Reino Castellano, éste se reguló a sí mismo como un estado prácticamente independiente. Antes de la creación del título de "Principado de Asturies" para el primogénito del rey castellano (1388) la Xunta Xeneral ya debió reunirse regularmente desde tiempos inmemoriales, quizá desde la existencia misma del
Asturorum Regnum. Era esta Xunta Xeneral el órgano asambleario, representativo y soberano de los distintos Conceyos hermanados para la mejor dirección política del país. Los historiadores que la investigaron reconocen que en esta Baja Edad Media, y hasta bien afianzada la Monarquía Austriaca en España, ese órgano era soberano y el país vivía de forma prácticamente independiente con sus Ordenanzas, su Diputación, su Procurador y su pase foral.

No es cuestión de hacer aquí una historia de esta institución. En general el rey castellano-español se las arregló para que la nobleza local que le era favorable estuviera siempre bien representada y los intereses de la Xunta no perjudicaran a los del rey. Pero la Xunta Xeneral no dejó de cuidar por los intereses de su país, principalmente evitando gravosas contribuciones de la potencia colonialista, Castilla-España, para no desangrar a un país ya de por sí empobrecido. La ancestral renuencia de los mozos asturianos a servir en el ejército castellano-español, que les resultaba extraño y distante, era salvada por la Xunta como órgano facultado para organizar sus propios tercios o regimientos, destinados a la defensa del propio país y de sus costas. El servicio en ellos debió ser menos gravoso que las levas reales, y mucha juventud se libró de las quintas españolas gracias a la "vista gorda" que la Xunta hacía en cuanto a los reclutamientos. Como se ve, en algunos aspectos que hoy llamaríamos "competenciales" la autonomía de la Xunta Xeneral era muy grande, pese a lo escasa que debió ser su financiación. En materia tributaria, orden público, mercados, higiene, protección social, construcción y reparación de caminos y puentes... en tantas y tantas materias civiles y militares, el Principado se valió como un estado dentro de una Corona castellana-española de pretensiones imperiales y cada vez más centralistas. Este centralismo ya se fue advirtiendo en los últimos tiempos de los reyes austriacos. La Inquisición, una de las herramientas fundamentales del centralismo hispano del Antiguo Régimen, no pudo hincar su diente feroz entre los nuestros, país ordenado, pulcro, habitado por "cristianos viejos" que, si bien dotados de una fe tibia, dados al escepticismo y con cierta tendencia al paganismo celta, no eran dados a la herejía ni a la superstición como en Galicia o en Reino de Navarra. La creación de la Audiencia, y el centralismo más radical aún implantado por los Borbones desde Francia fueron circunstancias que sirvieron para ir asfixiando poco a poco la soberanía de la Xunta. Uno de sus momentos estelares fue la recuperación íntegra de su Soberanía declarándole la guerra a Napoleón y enviando embajada en solicitud de ayuda al Reino Unido. Este estado reconoció en la Xunta Xeneral el parlamento soberano del país asturiano, dándole el tratamiento de "Alteza", y envió su ayuda en la guerra contra el francés. La Xunta Xeneral de Asturies, en estado de letargo, un estado políticamente inducido de los reyes españoles, reclamó para sí la plena soberanía que le correspondía desde antaño como representación de un país independiente, entendiendo así que se libraba de sus compromisos con el Reino de España ante el vacío y la usurpación que en tales días se daba. Fue esta Junta "Revolucionaria" un anticipo de los Consejos Soberanos que en dos ocasiones, también revolucionarias, el fascismo español pusiera al País Ástur contra las cuerdas. La Revolución Asturiana de 1934, y la guerra antifascista de 1936-37. Ahí también surgió una República Popular (obrera y campesina) Asturiana que hubo de luchar -dotándose de ejército propio, instituciones y moneda, contra el fascismo. Lo hizo tras desentenderse de la República Española, en 1934 por fascista, y en 1937 por inoperante y poco seria (típico del Estado Español en sus relaciones con Asturies, poco serio, inoperante y casi siempre traidor a las viejas leyes con que se dotaron los ástures-asturianos desde antaño.

En fin, nuestra Xunta fue abolida en 1833 en plena oleada centralizadora iniciada por una monarquía española siempre corrupta y siempre depredadora, ahora revestida de disfraces liberales. A diferencia de Inglaterra, el "liberal" español siempre fue un cacique, un negrero, un señorito, un reaccionario o fascista, y un ladrón, eso sí, vestido con la coartada de una Ilustración progresista y supuestamente modernizadora. Pero en la patria de Feijóo, Campomanes, Xovellanos, etc., los asturianos más cultos sabían más del sentido común anglosajón "liberal" en el sentido genuino, que del jacobinismo asesino importado de Francia, y muy querido por los caciques castellanos (cazurros).

No demostró Asturies la resistencia tenaz a la supresión de sus libertades "cuasiforales", de sus propias "Cortes", la Xunta Xeneral, que en el ámbito vaconavarro en efecto se dio. Las voces de protesta de los asturianos más insignes, Xovellanos, Caveda y Nava, no contaban con un tan fuerte movimiento popular detrás, dispuesto a defender con las armas su "Constitución Política", usurpada por los liberales centralistas. Es más, para mayor declive del país, aquellos que por su formación y posición debían estar llamados a ser la más elevada representación de Asturies, enseguida se apuntaron a hacer carrera en los Madriles, cerca de la Corte y de los Hervideros de Poder. Comienza ahí el mito de los "asturianos universales". Aquellas personas que, trasladadas a la Corte, hacen su carrera política, burocrática, diplomática, al servicio del Estado, con plena conciencia de formar "nación". Tanto es así, que su mentalidad de emigrantes en tierra extraña les hace buscarse y protegerse los unos a los otros. Muchos asturianos dan el "salto" a la capital del Estado llamados por otro comptriota que lo diera antes y que le ofrece su protección. La abundancia de hidalgos y nobleza con pocas posibilidades en lo económico y en lo demás, dotados además de una cultura muy superior a la de la caterva de rentistas, parásitos y vividores castellanos y meridionales que merodeaban en la Corte, hacía de los asturianos los "perfectos servidores" de un Estado que pretendía modernizarse. Y lo hizo en buena medida a su costa. Privando a los países que lo conformaban de su personalidad, sus fueros o sus derechos privativos -fueran del orden que fuesen- aceptaba sin embargo a los mejores de sus indígenas por ver si sus luces y su talento servían para empujar a una España secularmente lastrada por el atraso, la miseria, el fanatismo, el odio a las letras y a la inteligencia. El asturiano ilustrado, resignado a ser un emigrante a la caza de cargos madrileños, complacido en dar su toque europeo en un Reino más bien Negro y Africano en no pocos aspectos, es el preludio que en los siglos XVIII y XIX sirve para anunciar hoy a los 18.000 jóvenes del país que, año tras año, se ven obligados a emigrar a Castilla, Madrid, Levante, etc. , muchos de ellos con titulaciones universitarias o de formación técnica superior. Ellos son los nuevos expulsados por el terrorismo económico de Estado, empeñado de forma etnocida en proseguir con ese mito del "asturiano universal". Porque ¿saben qué es realmente el "asturiano universal"? El joven que necesita un futuro, un mañana que en su propia nación -Asturies- se le niega. Y como compensación, y ya no sé si como rechifla, se le exige que renuncie a su solar, a su identidad, a su lengua, a su condición de asturiano, en suma, en una especie de enésimo acto de generosidad. Como si la misión eterna del país de Asturies fuera desangrarse siempre para que España goce, una y otra vez, de su savia.

Ya no deberíamos desear más esa España Vampiro. Hoy, a los 18.000 jóvenes expulsados del país, para beneficio de un empresariado canallesco que predomina más al Sur, son el último capítulo del asturiano emigrante que insufló civilización y sentido común en aquella Corte corrupta madrileña. Igual que constituyen la nueva versión del emigrado a Cuba, a Venezuela, a Bruselas, a mil lugares donde dio pruebas de su afán por trabajar, inteligencia y honradez. ¿Por qué hubimos de ser siempre patria de emigrantes? Por haber perdido nuestro Estado, y no por conquista, sino por olvido y dejadez en el seno de un Estado más grande que, primero nos fagocitó, y después nos chupó la sangre. No sólo hombres de Estado y reformadores hemos regalado a España. También dimos brazos fuertes, a quienes pusieron a trabajar como acémilas. También dimos amas de cría, con cuya abundosa leche hubieron de sacar adelante a esmirriados cachorros de la nobleza cazurra, productos de mil uniones incestuosas y degeneradas, para ver si emblanquecía su piel y se les transfería la lozanía norteña. Aguadores, amas de cría, braceros, proletarios, a eso les redujeron los capitalinos de España: ellos, sanos asturianos, que de haber sido mejor administrados, nunca hubieron de salir de sus antaño autosuficientes caserías. Ahora, la historia se repite. Bien como proletarios o bien como "misioneros" cualificados en la España Negra, seguimos despoblando la patria, desangrándonos en talentos, enriqueciendo a caciques y tornándonos cada vez más y más "Españoles".

 

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