Modo antifa
Quienes conocimos la clandestinidad y la represión durante el franquismo, tenemos claro lo que es vivir en modo antifa: no puedes decir por teléfono según qué cosas, ni por correo; en las manifestaciones, por muy pacíficas que sean, tienes que estar pendiente de los infiltrados tanto como de unos antidisturbios sin dignidad ni escrúpulos, matones cobardes al servicio de criminales; puedes y debes esperar cualquier abuso o vileza por parte de las fuerzas de seguridad y de las instancias judiciales; tienes que tejer sutiles redes de confianza y organizarte de forma secreta o semisecreta; y tienes que identificar claramente al enemigo (esto último puede parecer una obviedad, pero no lo es tanto, pues las cabezas visibles de la represión no siempre son sus máximos responsables, y nunca son los únicos).Y en cada momento hay que tener muy en cuenta, a efectos tácticos, el grado de activación de los distintos niveles de represión, tanto oficiales como extraoficiales.
¿Y cuál es el actual grado de activación de los instrumentos represivos? Antes de abordar esta cuestión, un par de consideraciones previas:
Un fascista es un burgués asustado; pero no todo burgués asustado es un fascista en activo: además de asustado, tiene que sentirse respaldado por un grupo o unas instituciones afines para atreverse a actuar desde su miedo medular; sin lo que podríamos denominar “efecto manada”, los burgueses asustados, al igual que los matones que apalean a la población indefensa, no suelen superar su cobardía consustancial.
Los idiotas (lo digo con cariño, porque si no son idiotas, son canallas) que dicen que el independentismo ha despertado al fascismo, no se dan cuenta de que a los cobardes solo los activan quienes les ofrecen justificación e impunidad. Al fascismo lo despiertan los reyes franquistas, los gobernantes corruptos y autoritarios, los jueces prevaricadores, los obispos nacionalcatólicos, los medios de comunicación vendidos al poder, los intelectuales que otorgan al callar… Y es muy fácil despertar al fascismo cuando nunca ha estado dormido del todo, sino solo, y solo en parte, amodorrado.
Volviendo a la pregunta de antes, no me parece exagerado decir que el grado de activación actual del fascismo endémico español -o lo que viene a ser lo mismo, de sus mecanismos represivos- es el máximo compatible con la tutela europea, y en consecuencia nuestra activación del modo antifa también ha de ser máxima. Y aunque la Europa del capital y de la guerra apoya incondicionalmente al régimen del 78 (no hay que engañarse al respecto), pretende -necesita- que se mantengan las formas, y también hemos de aprovechar esta contradicción del sistema, esta pequeña grieta en los muros de la Europa bunkerizada.
Alegrémonos de que el Estado español (el Estado, sí, no solo el Gobierno) haya dejado de mantener las formas: como dice Chomsky, hemos de estar muy atentos a los signos de desesperación de los poderosos, porque ellos saben mejor que nadie lo que realmente los pone en peligro. El régimen del 78 hace agua por todas partes (o al menos por varias) y podemos acelerar su hundimiento. La situación actual -sobre todo en Catalunya, pero no solo- se parece bastante al tardofranquismo de los años setenta, y sabemos cómo activar el modo antifa en circunstancias similares.
Organización desde las bases, movilizaciones masivas e incesantes, ocupaciones, huelgas y aturadas indefinidas, desobediencia generalizada, denuncia sistemática de las mentiras del poder y de los medios a su servicio, resistencia pasiva y activa… En pocas palabras: todo lo que valió o habría valido contra Franco, vale contra sus herederos.
Por ejemplo
Durante las navidades de 1976, los Guerrilleros de Cristo Rey amenazaron a los artesanos de un mercadillo instalado en la Plaça del Pi de Barcelona con desalojarlos violentamente si no se iban. Como había policías entre ellos y gozaban de total impunidad, no tenían inconveniente en anunciar sus acciones con antelación, lo que nos permitió preparar un comité de bienvenida, y sufrieron una derrota tan ignominiosa que la batalla de la Plaça del Pi supuso, de hecho, el fin de los GCR en Barcelona (recuerdo la impagable escena de un fornido “guerrillero” huyendo de un artesano canijo que lo perseguía armado con un sonajero).
Si los fascistas de Sarrià queman ateneos y acosan a los CDR ante la consabida pasividad policial, hay que darles a probar su propia medicina. Y normalmente basta con una dosis, como se vio en el caso de los GCR. Ser pacífico no significa no defenderte cuando te agreden. Un viejo maestro de artes marciales me dijo una vez: “No des el primer golpe, pero no dejes que tu atacante dé el segundo”.