Movimientos sociales y elecciones
El debate que acertadamente se ha abierto en las páginas de DIAGONAL no es nuevo, ni se va cerrar próximamente con un gran acuerdo entre las distintas visiones existentes en el disperso mundo de eso que se ha dado en llamar la izquierda alternativa. Después de cada cita electoral, donde la izquierda –lo que está más allá de la socialdemocracia, para entendernos, al menos de entrada– no sólo sufre un retroceso en los resultados, sino que se ve inmersa en una nueva crisis que le va restando argumentos y credibilidad, suelen producirse los habituales llamamientos a la reflexión y a la refundición de esa alternativa que, uniendo a todos los sectores extraparlamentarios, sea capaz de ofrecer un programa transformador a la sociedad.
Voluntariosas
Mal comienzo, por tanto, que las iniciativas por una izquierda plural y alternativa surjan como desesperada estrategia para entrar en unas instituciones –parlamentos, diputaciones, gobiernos autonómicos, ayuntamientos, etc.– cuando ya se ha visto reiteradamente que el electorado no suele contar con esas candidaturas tan voluntariosas como condenadas al fracaso.
Y digo mal comienzo por dos razones. La primera porque dichas iniciativas no son consecuencia de la reflexión y el debate, sino de la necesidad de sumar ideas y proyectos que seguramente no han acercado lo necesario sus posiciones ni vencido las típicas y tópicas ansias de poder, aunque el poder que repartir sea tan raquítico como lograr alguna alcaldía o ser fuerza bisagra en un par de autonomías. Por eso seguramente han fracaso todas las izquierdas unidas, las coaliciones de verdes, rojas y violetas o esas candidaturas la mar de autónomas.
La otra razón es mucho más ideológica y hasta lógica. Por muchas ganas que la mayoría de grupos de la izquierda extraparlamentaria y algunos militantes de los movimientos sociales tengan de fundar algo grande y novedoso, que ilusione a la gente activa y luchadora y la arrastre hasta las urnas, es evidente que no todo lo que se mueve al margen de la política institucional es susceptible de ser encuadrado en un partido o movimiento cuyo objetivo más real no es otro que entrar a formar parte de los diferentes órganos de poder –sí, ya sé que de forma crítica y participativa, pero esas mismas fueron las promesas de los Verdes en Alemania, y ¡hay que ver en lo que han acabado !–. En este país tenemos dos ejemplos claros de movilizaciones en las que algunos han visto un enorme vivero de votos : las de los ‘80 contra la OTAN y el rechazo generalizado a la invasión de Iraq.
Manipulaciones
Si nos vamos un poco más atrás en las páginas no escritas –pero ilustrativas–, de nuestra memoria histórica reciente, veremos multitud de ocasiones en que cuando un movimiento espontáneo y participativo alcanzaba fuerza y protagonismo en la sociedad, siempre había algún partido que intentaba sacar su tajada.
A partir de ahí las manipulaciones, desmovilizaciones y desencantos estaban servidos. Así sucedió y así lo podemos explicar los que ya peinamos venerables canas con las originales Comisiones Obreras, con el movimiento vecinal de los años ‘70, con parte del ecologismo y con cualquier iniciativa popular en la que los políticos –parlamentarios o no– han visto la posibilidad de erigirse como guías y portavoces. Personalmente me parece legítimo que quienes creen en la política parlamentaria intenten salvar sus históricas y, en algunos casos, mezquinas diferencias, de tal forma que todos estos grupos e individualidades puedan concurrir en listas unitarias a las elecciones que deseen. Seguramente ese acuerdo supondría una bocanada de aire fresco para el apolillado panorama político nacional, y una oportunidad de que miles de electores pudieran dejar de tener el corazón ‘partío’ entre dos candidaturas –PP y PSOE– cada día más parecidas.
En lo que no puedo estar de acuerdo, como veterano y resabiado militante del mundillo libertario, es en que cada vez que se propone esa aplazada refundición de la izquierda más roja y más de todo, se esté pensando en incluir en ella no sólo a los partidos y grupos políticos, sino muy especialmente a los movimientos sociales, que –digámoslo claro– son los que tienen la militancia más activa, las ideas más frescas y la simpatía de amplios sectores de la población.
Refractarios
Y es que, desde siempre, existe la falsa creencia de que los movimientos, las luchas autónomas y autogestionarias, son unas manifestaciones originales e incluso positivas, pero tienen el defecto de que suelen carecer de una dirección, de un núcleo dirigente que los guíe. Esta visión es de un marxismo de lo más ortodoxo, pero lamentablemente suele afectar también a grupos que dicen haber superado ya esa etapa del materialismo histórico, y hasta critican al viejo PCUS. De ahí a creerse los elegidos para conducir a esos movimientos tan simpáticos por el buen camino sólo hay un paso… y me da la impresión de que alguna gente ya lo ha dado. Lo peor que le puede ocurrir a una experiencia tan plural, tan dinámica, tan cambiante como los movimientos sociales es que se intente encorsetarlos y conducirlos a una aventura tan arriesgada y de tan dudoso éxito como la vía del parlamentarismo. Sobre todo cuando una parte significativa de la gente que trabaja y sostiene todas esas luchas y movimientos es bastante refractaria a todo tipo de políticas electoralistas. Si de verdad se quiere potenciar toda la riqueza que encierran los movimientos sociales, lo mejor que se puede hacer es apoyarlos ; participar de sus proyectos y luchas, convivir y experimentar sus ideas y nuevas formas de vida, dejando cada cual su militancia política para cuando se reúne con sus camaradas de célula o como quiera que se llamen ahora esos círculos políticos.
Si la izquierda alternativa quiere conseguir votantes, los tiene que buscar entre la gente que vota ; que vota, pero que está cansada de tener que votar siempre a los mismos que ya le han traicionado varias veces. Pero hay un amplio sector de gentes que sentimos un cierto recelo hacia las urnas, porque en lo que creemos es en la acción directa, en la lucha de cada día, en la capacidad revolucionaria de los pequeños cambios, de las pequeñas victorias ; en la autogestión de los espacios. Desde la óptica libertaria no se comparte esa ilusión por el voto, pero respetamos que haya gente que todavía cree en su discutible utilidad. Podemos trabajar en las luchas en las que coincidimos. Lo que ya no compartimos ni nos parece ético es que se quiera aprovechar el potencial de lo alternativo con fines partidistas.
Antonio Pérez Collado del Ateneo Libertario "Al Margen" (Valencia).
Publicado en Diagonal nº79