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Estado español, Nacionales E.Herria :: 21/10/2024

¿Nuevo ciclo político? (I)

Petri Rekabarren
El supuesto «estancamiento» es una ilusión reformista que cree que el capitalismo tiende por sí mismo, automáticamente, al equilibrio y al crecimiento ordenado con oscilaciones fugaces

Desde diferentes ámbitos de la política estatal se habla ya sin tapujos de un supuesto «nuevo ciclo político» que advendría si el Gobierno de coalición dirigido por el PSOE contase con el apoyo incondicional de otras fuerzas reformistas en los momentos en los que sus votos fueran decisivos en el Parlamento español. Un apoyo tan prolongado como lo fuera la supremacía electoral de la derecha y extrema derecha estatal, sobre todo de su componente neofascista que hace de cemento cohesionador y ancla inamovible en las «esencias patrias».

En cierta forma podemos hablar de un chantaje del PSOE a las fuerzas reformistas, soberanistas y regionalistas que le apoyan: o nos mantenéis en el Gobierno a cambio de algunas concesiones que os prometemos, o viene el PP y el neofascismo que hará lo que quiera con vosotros.

Pero el problema es más complejo y estructural porque, al margen del posible chantaje, lo decisivo es que esas fuerzas que sirven de muletas al Gobierno no tienen diferencias cualitativas con este en su ideario sociopolítico: los democristianos regionalistas asumen la necesidad de un Estado central que proteja su propiedad privada en su país y en el cada vez más difícil mercado internacional; los socialdemócratas soberanistas asumen el parlamentarismo como único espacio de «juego político» y citan el independentismo y socialismo solo en algunos actos de consumo interno, mientras que su práctica diaria está integrada en el orden del capital español e internacional, y los antiguos laclausianos, podemitas y negristas han devenido en charlatanes a la búsqueda de sillones. Todos ellos piensan la política dentro del horizonte conceptual burgués lo que les une en lo esencial y les diferencia, que no les separa, en lo formal.

Es decir, tienen el mismo concepto de «ciclo político» reducido exclusivamente al corral parlamentario, rechazando la fábrica, la calle, la universidad, el hospital, el barrio, el mercado, etc., como los espacios decisivos de lucha de clases. Peor aún, este concepto básico sin el cual no se entiende nada de nada –lucha nacional de clase– ha desaparecido de su lógica formal de pensamiento, del sentido común y del pragmatismo que asumen y practican. Un ejemplo de lo que decimos lo tenemos en el interés de la dirección de un sindicato por convencer a las bases que deben aceptar a policías y carceleros en el sindicato.

Este sindicato hasta hace un tiempo se definía como sociopolítico de liberación nacional y social. Una de las razones aludidas por su dirección es que los carceleros y policías también son «trabajadores», adaptando a Euskal Herria la tesis del Partido Comunista de España y de CCOO de los años 70 al denominarlos «trabajadores del orden» que defendían y defienden al capital y al Estado español. Además, este sindicato asume la estrategia interclasista de lograr «grandes acuerdos nacionales» con la burguesía vasca y con la socialdemocracia española.

Por tanto, lo que tenemos que hacer, en este primer capítulo de una serie de tres dedicada al estudio del cacareado «nuevo ciclo político», es analizar si es posible una verdadera recuperación de la democracia y de los derechos que nos están recortando y prohibiendo cada vez más. Sin el avance posterior en más libertades es una engañifla, una mentira, hablar de cambio político en el actual contexto imperialista que es, en definitiva, el que determina los límites insalvables de cualquier redil parlamentario que asuma el orden burgués.

Economistas burgueses rescataron hace unos años la vieja tesis del estancamiento secular del capitalismo, lanzada en 1938, según la cual el sostenido descenso de la demanda lleva tarde o temprano a reducir y luego estancar la producción y con ella los beneficios. En realidad se trata de una vulgarización barata y reaccionaria de uno de los argumentos que forman parte de la teoría marxista de la crisis: la tendencia a la caída de la tasa de ganancia obliga a la burguesía a tomar medidas atroces para recuperar su ganancia, medidas que ascienden en su violencia material y moral en la medida en que no satisfacen al capital. Al final y dependiendo de la marcha de la lucha de clases, esas violencias cada vez más duras confluyen en guerras cada vez más destructivas dependiendo del agravamiento de la crisis. Para 1938 la militarización del capitalismo era total porque todas las burguesías sabían que ya había comenzado en los hechos la Segunda Guerra Mundial cuyo objetivo era, en síntesis, salir de ese «estancamiento» a cualquier precio.

Sin ir muy lejos, entre 1936 y 1945, Euskal Herria sufrió una guerra única pero con dos caras: por una cara imperialista externa contra invasiones nazifranquistas y, por la otra, una guerra de clases interna entre el proletariado y la burguesía del país. La guerra social interna se prolongó en forma de dictadura franquista en Hegoalde hasta, oficialmente, 1978 y luego en forma de «democracia» monárquico-militar. Nuestro pueblo, como otros muchos, fue sacrificado para salir no de un «estancamiento» sino de la peor crisis capitalista habida hasta ese momento, iniciada en 1929 de la que solo salió con alrededor de 60 millones de personas muertas, la inmensa mayoría campesina y proletaria con un porcentaje mayoritario de mujeres, ancianos y niños.

Nos hemos alargado deliberadamente un poco porque es fundamental sentar la base teórica e histórica para la fácil compresión de lo que sigue. La tesis del «estancamiento» es falsa porque el capitalismo siempre está en movimiento contradictorio tendente con carácter de necesidad al agravamiento de sus fallas e irracionalidades internas. El supuesto «estancamiento» es una ilusión reformista que cree que el capitalismo tiende por sí mismo, automáticamente, al equilibrio y al crecimiento ordenado con oscilaciones fugaces y aisladas que se esfuman bien pronto.
La experiencia histórica sintetizada en forma teórica demuestra que el «estancamiento» y el equilibrio más bien son una especie de anomalía puntual mientras que lo permanente es la tendencia a la agudización de las leyes y contradicciones del capitalismo.

De hecho, los llamados pomposamente «treinta gloriosos», es decir las tres décadas que van de 1945 a 1975, se dieron casi exclusivamente en Europa Occidental y de rebote en EEUU, y apenas más, precisamente gracias a la necesidad de reconstruir todo lo destruido en la Segunda Guerra Mundial y también a la intensificación del saqueo imperialista en medio mundo. Es cierto que otros Estados burgueses crecieron pero no en la cuantía de los europeos, sino bastante menos.

Pero a finales de la década de 1960 surgieron las primeras señales de que se agotaban los «treinta gloriosos» en medio de una agudización de la lucha de clases y de liberación antiimperialista. Para la mitad de la década de 1970 era innegable el fin definitivo de ese «milagro» basado en decenas y decenas de millones de cadáveres de las clases trabajadoras desde 1929.

Aun así, los ideólogos burgueses volvieron a la carga a finales del siglo XX hablando de la «economía inmaterial», del «nuevo capitalismo», «de la economía de la inteligencia», etc. El neoliberalismo había introducido novedades en el funcionamiento del capitalismo como la importancia del capital financiero y ficticio de alto riesgo, la aparente libertad absoluta de la Bolsa y de los servicios sobre la producción industrial, la libertad cuasi absoluta de saquear mercados…, pero el capitalismo seguía siendo el mismo en su esencia como se demostró en la serie de crisis que empezaron a empobrecer a los pueblos desde mediados de la década de 1990 hasta llegar a la crisis financiera de 2001 que era la antesala de la de 2007 – 2008. Recordemos que economistas británicos reconocieron que esta crisis era la peor que su imperio había sufrido en los dos últimos siglos, antes incluso de su industrialización, con lo que comprendemos la virulencia militarista del capitalismo actual.

Desde esos años se ha pulverizado la ficción del «buen capitalismo» reapareciendo su naturaleza criminal: actualmente hay más violencias, conflictos y guerras que nunca antes en las que están involucrados casi la mitad de Estados reconocidos por la ONU. Las razones de esas violencias y guerras que se expanden por el mundo nos remiten a la contradicción insuperable del capitalismo, la que existe entre el potencial liberador de las fuerzas productivas guiadas por los pueblos y las relaciones burguesas de propiedad que constriñen ese potencial.

Debemos partir de esta realidad incuestionable para evaluar si es factible o no plantearse la posibilidad de abrir un «nuevo ciclo político» y de ser posible qué «nueva política» podría hacerse. Esta cuestión la analizaremos en la siguiente entrega porque ahora vamos a detallar un poco más por qué el dominio imperialista condiciona totalmente la vida sociopolítica de Euskal Herria cerrando con siete llaves cualquier remota posibilidad de negociar «acuerdos nacionales» siquiera progresistas.

La destrucción de fuerzas productivas sobrantes, intensificar la concentración y centralización de capitales en manos de Occidente, junto con el expolio de los pueblos y de la naturaleza, son las únicas alternativas que tiene el imperialismo dirigido por EEUU para salir de la crisis que le debilita cada vez más sobre todo desde 2007 – 2008. Yerra de raíz quien se haga ilusiones sobre una hipotética «paz» internacional que permita a los reformismos presionar de algún modo a las burguesías correspondientes para abrir «nuevas políticas» tendientes a paliar en algo los sufrimientos de las clases y naciones explotadas. Muestra ceguera absoluta quien a estas alturas de la historia crea que por fin el capitalismo ha encontrado una solución mágica, «pacífica», para solucionar sus crisis periódicas sin tener que recurrir a grados crecientes de violencias.

El bloque de clases dominante en los Estados español y francés, así como la burguesía vasca, por llamarla geográficamente, saben perfectamente que su presente y su futuro está inextricablemente unido a la suerte del imperialismo, saben que dependen de su fuerza económica, política y militar, de la OTAN sobre todo. En la última década el militarismo se ha fusionado totalmente con la lógica del máximo beneficio posible en el menor tiempo posible sin reparar en las destrucciones que ello genera.

Como parte de esta fusión, los Estados español y francés, y la burguesía vasca, asumen conscientemente la disciplina global que dicta EEUU. Un ejemplo de entre la multitud disponible es su reaccionaria política exterior contra Venezuela, Palestina, etc., así como asunción total del militarismo creciente de París y Madrid.

La militarización occidental imparable surge, como insistimos, de las necesidades ciegas de un capitalismo que sabe que está siendo superado y derrotado por la emergencia de otras potencias que, además, se alían entre ellas con medidas que aceleran el declive del imperialismo dirigido por EEUU. Pero los motivos de fondo, sustantivos, de esta caída no son otros que la tendencia a la caída de la ley de la productividad del trabajo y por tanto de la tasa de ganancia en Occidente frente a la pujanza de Eurasia por ahora, porque más tarde llegará la pujanza de África y Nuestramérica si el imperialismo arruina a estos continentes. La lucha de clases dentro del imperialismo es un factor determinante que acelera esa tendencia al descenso de la productividad del trabajo y de los beneficios, y por tanto del aumento de la desindustrialización, en el mal llamado «norte global» frente al mal llamado «sur global».

En las dos entregas siguientes analizaremos el paso de la posibilidad de guerra mundial al de su probabilidad y todo lo que ello implica para la lucha nacional de clase del pueblo trabajador vasco y, en especial, sobre esa ilusión de un «nuevo ciclo político». Las burguesías de los Estados francés y español, hermanas de clase y de amores de la vasca, están decididas a secundar la política de endurecimiento represivo global europeo sin la cual es literalmente imposible al menos ralentizar el retroceso de la Unión Europea en el contexto mundial, ralentización vital para, mientras tanto, rearmarse a toda prisa porque, se quiera o no admitirlo, las violencias y las guerras son la única medicina que puede prolongar la vida del envejecido monstruo occidental.

¿Alguien cree que en este contexto es factible una «nueva política» que no sea decididamente revolucionaria, independentista y antiimperialista?

16 de octubre de 2024
www.boltxe.eus

 

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