Pablo González y el periodismo en la guerra
El pasado día 28 de abril, día del cumpleaños de Pablo González, periodista vasco-ruso encarcelado en Polonia, se celebró en Nabarniz, hogar de su familia, un homenaje con salida montañera, mitin, performance, comida popular, magnífico ambiente y un concierto.
Han pasado dos años y dos meses desde que fue detenido Pablo «bajo sospecha» de realizar «operaciones en favor de Rusia, valiéndose de su condición de periodista». Desde entonces, permanece sin juicio, sin presentación de pruebas, sin cargos formales, en prisión preventiva, bajo secreto de sumario, en indefensión y sin garantías de juicio justo.
Dispone solo de asistencia consular pero no diplomática; en aislamiento, en incomunicación, mal alimentado, con una hora de paseo cada día, sin materiales para continuar con su tesis doctoral. Todos los ingredientes para desesperarle con la incertidumbre y la soledad.
La profesión periodística es unánime en condenar el caso: han denunciado el caso como sin «precedentes» en la UE. Pablo tiene el triste honor de ser el único periodista de la Unión Europea encarcelado en un país miembro.
Al fondo su caso muestra la relación entre violencia y periodismo. Por hacer su trabajo, se sigue matando, persiguiendo o deteniendo a periodistas en algunas partes del mundo. Son las víctimas corporales de las persecuciones contra la libertad de prensa. 88 periodistas fueron asesinados en todo el mundo en 2022, según Unesco, y 533 fueron a prisión. En el año 2023 bajó la cifra a 65, pero creció la de muertos en zona de guerra. Más del 70%, reporteros palestinos. En los casi seis meses de la masacre del régimen israelí en Gaza, 137 periodistas fueron asesinados, la inmensa mayoría palestina.
Gracias a los periodistas palestinos hemos podido saber del horror de Gaza. Pero el buen periodismo está en vías de extinción en Gaza: los matan. La información de paz es siempre una de las víctimas de las guerras.
La cobertura de la información de guerra ha cambiado radicalmente por voluntad política en los últimos decenios. Primer peldaño. El periodismo, aparentemente sin límites informativos, pudo informar en y sobre Vietnam –años 60 y 70− desde el campo de batalla y llevar su horror a los hogares estadounidenses, que exigieron parar. Fue uno de los factores decisivos para la revuelta social en EEUU.
Segundo peldaño. En la invasión de Irak (2003), hace solo veinte años, los poderes aplicaron otras normas: la información es un arma de guerra y debe convertirse en propaganda. La profesión tuvo que atenerse a los partes del gabinete informativo del Ejército de EEUU y el público, infantilizado, contemplar los bombardeos, como fuegos artificiales por TV, con la sensación de asistir en directo a una guerra limpia, quirúrgica, sin víctimas en ataúdes. O sea, sin explicaciones contextuales ni interrogantes sobre las inexistentes armas de destrucción masiva o los motivos detrás de la invasión estadounidense.
Tercer peldaño. A lo largo de la guerra de la OTAN contra Rusia en Ucrania se subió un escalón más. Además de poder estar solo en retaguardia o aledaños, se criba a los periodistas con listas de afines y no afines, y se detiene a los que no están en la trinchera correcta. Pablo es víctima de esa restricción a la libertad de información. Las víctimas ucranianas aparecen solo en la información de la parte ucraniana como muestra de la crueldad de los invasores rusos. Se censuran fuentes. Aquí se prohíben las emisiones de Russia Today. Pablo ha sido víctima de esa exigencia estatal de periodismo de trinchera.
Cuarto peldaño: La prohibición de que los periodistas extranjeros entren en Gaza sirve para distorsionar la opinión mundial, aunque ha sido compensada por la llama informativa del periodismo valiente palestino, que ha conseguido que el mundo se entere −y son datos de Euro-Med Human Rights Monitor a 23 de abril− de que hay 42.510 asesinados –incluidos los estimados bajo los escombros− siendo más del 95% población civil. ¡Qué daños colaterales son esos! Son los objetivos principales, en especial mujeres e infancia, un 60,8%, nada menos. Y 79.240 heridos. Se va con todo en esa guerra de exterminio, de genocidio, de odio y limpieza étnica de una potencia occidental violenta, terrorista, enclave en Oriente Próximo, como es Israel, apoyada por EEUU y la UE.
Israel aplica en Gaza la solución final que sufrieron los judíos en la Alemania nazi y, ya como una nación zombi, se metamorfosea en nazi. A años luz de la lucha reeivindicativa de Hamás.
Hay que añadir los dos millones de desplazados y los muertos en Cisjordania –unos 500−, o los 8.500 detenidos, o los 3.661 desaparecidos. Son los otros rehenes, los que retiene el régimen israelí, sin que formen parte de la agenda mundial. Ese es el otro problema: la distinta vara de medir. La UE, siempre servil a EEUU, se volcó con Ucrania y permite el genocidio de Palestina. ¡Qué vergüenza más grande!
Los y las periodistas gazatíes se han sumido así en horror y están pagando un altísimo precio. Los matan, son objetivo militar.
Afortunadamente, tras ese repaso por la actualidad más terrible, en el caso de Pablo estamos hablando de algo cualitativamente distinto. Es rehén del tercer peldaño. Está vivo.
Es un preso político de un régimen de corrupción y abuso de poder, con ganas de vivir, y tiene mucho que contar y aportar. Lo queremos rescatar entre todos y todas, y lo queremos aquí con su familia, con sus amigos y amigas de Elantxobe, Nabarniz, la profesión o la universidad, con nosotros y nosotras que, sin conocerle, cultivamos la amistad de la solidaridad.
Free Pablo! Pablo Askatu!