Para una teoría de la violencia
Introducción
Antes de avanzar en una exposición más sistemática, quisiera proponer, en un diseño algo abrupto, algunas paradojas que me han retenido y que me parecen susceptibles de provocar la reflexión.
1. El objeto violencia posee una extensión infinita y una comprensión casi nula.
2. La violencia no es un hecho natural, sino un hecho cultural.
3. El final de la rarefacción no ha puesto fin a la violencia.
4. La condena unánime de la violencia no ha provocado su reducción.
5. Los diagnósticos críticos de la mundialización le son inadecuados.
Es necesario que partamos de una constatación evidente. El lugar ocupado hoy en día por la violencia, en realidad por las violencias, jamás ha sido tan importante. Ella aparece como la principal preocupación de la humanidad. Es vivida como una fatalidad que termina a la vez en una resignación al orden establecido y en la fascinación de un voyerismo de masa.
El objeto violencia
La violencia, en tanto que tal, es decir, en la generalidad que ofrece como noción que engloba múltiples formas, sólo ha devenido un objeto muy recientemente, así como lo destacaba Hannah Arendt hace algunas décadas.
Pero ¿qué es la violencia en tanto que tal? A su omnipresencia no le corresponde una definición. Su extensión es considerable y sin duda desafía cualquier censo: de las incivilidades a las masacres, de los garabatos al terrorismo, del crimen pasional a la tortura, de la pedofilia a la revolución. Y la expresión de violencia suave florece. La batida del término cuenta, en el espacio de algunos años, con una masa de libros, números especiales de revistas, encuentros, debates y otros coloquios, sin olvidar el exhibicionismo cotidiano de los medios de comunicación, escritos, hablados y visuales. Pero estos mismos que escriben, concuerdan, a menudo a disgusto, que no poseen definición, que no han conseguido, a pesar de sus trabajos, elaborar el denominador común de todas las formas de violencia. La fuerza o la potencia, evocadas tan a menudo, no cubren todo el campo cuando no lo dejan indeterminado.
Los historiadores, por ejemplo, acaban de reconocer recién en la masacre la dignidad de un objeto de pensamiento, con un volumen colectivo titulado Le massacre objet d’histoire (2005), que entiende hacer su parte sobre las manifestaciones de violencia colectiva que se han sucedido sin discontinuidad desde el neolítico hasta nuestra modernidad, con sus conflictos mundiales y sus genocidios. Ni la ONU ni los Estados Unidos pudieron, ni quisieron, en el caso de los segundos, producir una definición del terrorismo. Por lo demás, inversamente a lo que ocurre con la hipocondría, el anticiclón de los Açores o la Analítica Trascendental, la opinión más corriente, la mejor recibida, está convencida de saber lo que es la violencia y lo que hay que entender por esa palabra.
La conclusión es ruda para al filósofo. La extensión de la violencia es casi infinita y su comprensión casi nula. Hay una idea del pelo, decía Platón, existe un concepto de fruta, decía Marx, la violencia no tiene esa suerte.
Vienen luego un cierto número de consecuencias.
(1) La primera consistirá en preguntarse: ¿Qué implica tratar la violencia si todas las formas de violencia se ponen en el mismo saco? A lo que se responderá, debatiendo sobre la realidad de la extensión de la violencia hoy en día; examinando sus expresiones, sus campos, los sistemas, –mitológicos, religiosos, filosóficos, jurídicos o ficticios (literaturas, artes, cine)– que se ocupan de darle sentido; privilegiando tal o cual de sus aspectos, tal o cual de sus formas, singularmente la violencia abierta, delictiva, a causa de su mayor visibilidad. Nos costará mucho, en suma, asignarle alguna universalidad. Todo ocurre como si el objeto violencia fuera imposible de encontrar.
(2) Una universalidad específicamente notoria, que trae consigo una segunda consecuencia, la del juicio que decide que la violencia en general, ya sea cualquier violencia, debe ser rechazada en nombre de la evidencia de que toda violencia es intrínsecamente mala, por tanto condenable, se trate del niño que injuria a su maestra del serial killer, del ladrón de manzanas o del kamikaze palestino.
(3) La situación actual, de globalización o mundialización, o como se la quiera llamar, entrega una tercera. La centralidad del terrorismo, en tanto amenaza extrema e indiferenciada, en la medida en que se supone golpea en todas partes, parece haber desahuciado o borrado las antiguas distinciones de una violencia legítima y de una violencia ilegítima, de la guerra justa y de la guerra injusta, tan querida por San Agustín, y pervertido las nociones mismas de resistencia, cuando cualquier protagonista puede valerse de lo bien fundado de su propio recurso a la violencia. En este sentido, la caída del muro de Berlín, símbolo del fin de los países llamados “socialistas” unificó a todas las familias políticas en una misma reprobación de la violencia. En el mismo caso en que se admitirá el carácter justificado de una acción política violenta, también se condenarán sus caminos y sus efectos. Por una parte, se denunciará el recurso a la violencia.
Así como esos responsables comunistas, que, antes de cualquier declaración contestataria del poder del momento, protestan contra toda intención de su parte de preparar la Gran Noche o querer tomar el Palacio de invierno (el que prácticamente no ocasionó ninguna violencia); lo mismo con esos concejales de izquierda que llenan de consejos a los “destructores” de “barrios” (como se dice “territorios” para Palestina), incluso cuando los llamados destructores sólo cometen actos de destrucciones materiales. Por otra parte, se harán un deber de proclamar su voluntad para impedir los enfrentamientos. Así como la diplomacia que rehúsa, en nombre de la paz necesaria, distinguir entre los adversarios, reservando, con eso, una suerte análoga a víctimas y a verdugos (cf los Premios Nobel “de la Paz” atribuidos conjuntamente a De Klerck y a Mandela, a Pères y a Arafat). Un parlamentario noruego, Harald Nasvik fue uno de los que propuso que un Nóbel de la paz les fuera otorgado a Bush y Blair por su rol en “la guerra contra el terrorismo”.
¿Cómo no perder de vista entonces la frontera entre violencia privada y violencia pública, cuando ambas se ven golpeadas por las prohibiciones?
(4) Última lección: más que nunca la violencia depende del monopolio del Estado, aclaremos bien toda violencia, en virtud de la indistinción ya encontrada. El Estado dice el Derecho, incluso en materia de terrorismo, el que, por ese hecho, y según las circunstancias y los individuos concernidos, a veces no existe y a veces no es definido. Es en el consenso, o, en rigor, en el compromiso (entre asociados sociales bien entendido) y no en el conflicto que se presiden y gestionan las relaciones sociales. El mantenimiento de la paz, que va desde las parejas, gracias a los procedimientos de mediación entre cónyuges, hasta la tregua prudentemente bautizada “proceso de paz” entre beligerantes, pasa ante cualquier otra consideración, a tal punto que parece innegable que nadie pueda querer la violencia ni felicitarse del llamado a la fuerza. Por consiguiente, el ideal filosófico residiría en la no-violencia. No faltan, en nuestros días, los buenos espíritus para afirmar que la opción se situaría entre Ghandi y Lenin, o mejor aún, Ben Laden, como si se pudiera balacear entre concordia y antagonismo, suponiendo que tengamos opción.
Situaciones de violencia
Si no quedamos satisfechos con esta constatación, que nos abandona a la conciencia común, i.e. tiene una doxa, que hace correr, como toda doxa, el riesgo de entregarnos a alguna ideología, por tanto a una manipulación con finalidad política, hay que preguntarse lo que se sostiene, del punto de vista del sentido, detrás de la nebulosa y las confusiones de las formas de violencia. Debemos convenir entonces de una doble caracterización. (1) Toda violencia se deja ver en situación. Es el contexto que dispone de la violencia. La violencia es un producto coyuntural. (2) Violencia y sufrimiento parecen estar constantemente asociados. Una situación de violencia es una situación de sufrimiento. Ella responde a la ecuación Violencia / Sufrimiento / (contra)Violencia que, por regla general, se encuentra en todas las situaciones apreciadas como violentas.
Dos tesis tenemos aquí. La primera avanza que la violencia es originaria y se apoya en el presupuesto de la indistinción. La llegada al mundo del pequeño hombre es un acto donde se confunden violencia y sufrimiento y ninguna terapia de parto “sin dolor” cambiará nada a este hecho. En árabe, la boca, es la herida. Las figuras de este comienzo han sido diversas. La famosa máxima del homo homini lupus es una. Como para el contrato de Rousseau o la propiedad de Proudhon, ella debe su conversión en la de homo homini deus gracias a la mediación de la creación del Estado, necesario, si no a la armonía, al menos al esfuerzo de civilización, al interior de las sociedades. Los psicólogos han señalado que la agresividad era inherente a la “naturaleza” humana, -a pesar de la dificultad de definir los dos términos de agresividad y de naturaleza.
Otros pudieron hacer la hipótesis de la existencia de un gen de la violencia, autorizando a personajes políticos, más preocupados de la represión que de la ciencia, a imaginar una posible detección de la delincuencia desde la infancia. La versión originaria rejuveneció antropológicamente hace poco con René Girard, cuyo “deseo mimético”, deseo del deseo del otro, engendra por contagio la violencia en el grupo, el que sólo la conjura cuando recurre al “conejillo de indias” cuya ritualización descubre el origen “sacrificial” de toda sociedad. La Pasión de Cristo, que es el develamiento, sin embargo no ha logrado abolir ni tampoco frenar la violencia que por el contrario, adquiere en nuestros días una forma apocalíptica.
Una segunda tesis relativiza la violencia, precisamente en cuanto a su puesta en situación. El relato del Génesis informa que Caín, el eterno reprobado, sólo llega a matar a su hermano a través de su frustración por haber visto sus ofrendas de agricultor despreciadas por Yaveh, mientras que las de Abel, el pastor, eran acogidas con satisfacción. Sin embargo, el mismo Yaveh, embargado aparentemente por algunos remordimientos, prohíbe que Caín sea muerto a su vez y reserva a su descendencia un porvenir de prosperidad. Hugo lo toma en cuenta. A su famoso poema de “el ojo estaba en la tumba” responden versos donde pone en escena a Adán y Eva llorando sobre el género humano, “el padre, escribe, sobre Abel, la madre sobre Caín”. La espantosa Medea, la que cortó a su hermano en pedazos, y después degolló a sus hijos, sufre terriblemente.
Lo mismo que Job, el imprecador, los martirizados por su fe o también Titus, trágico entre los trágicos del teatro shakesperiano. Más trivialmente, destaquemos que existe un reconocimiento jurídico de la situación de violencia. Las “circunstancias atenuantes” relativizan el delito y reducen la pena, hasta borrarla, sobre todo en el caso, es cierto, de la concesión sexista del “crimen pasional”, cuando sin duda no hay violencia que merezca ese tipo de consideración, fuera de la demencia y las situaciones de guerra, de las que además se sabe que hacen del asesinato el colmo de una heroica bravura.
Además, nunca sociedad alguna ha dispuesto de un repertorio establecido de una vez por todas ni de definiciones unívocas de crímenes cometidos en su interior, como tampoco es posible encontrar alguna normatividad que se extienda a todos los grupos humanos. “La verdad más allá de los Pirineos…”, bien, pero lo relativo no solamente es de orden espacial, el tiempo también lo es. Foucault mostró perfectamente en su Vigilar y castigar hasta qué punto toda legalidad producía sus ilegalismos, incluido el de la prisión, con el fin de sancionar la “clase bárbara” o los ilegalismos obrero y campesino, que al conjugarse, se preparan para enfrentar “a la ley y a la clase que la ha impuesto”.
Hegel entrega aquí un regla: “Sólo la necesidad del presente puede justificar una acción contraria al derecho, porque, si nos abstenemos de hacer esta acción contraria al derecho, sería una injusticia mayor la que se cometería, la negación total de la existencia empírica de la libertad” (Principe de la philosophie du droit, Agregado al § 127)
Para concluir este punto, digamos que lo que está en cuestión en este caso es la inscripción de toda violencia en un sistema, que sería el orden que imponen los dioses, el modo de existencia, las relaciones sociales o el régimen político.
Dos tipos de violencia
El carácter derivado, segundo, de la violencia ha sido puesto en evidencia, con la mayor fuerza, lo sabemos, por Marx. Persuadido de esto, otra exposición sería necesaria para tratar a fondo la cuestión de la violencia únicamente en Marx y Engels (el marxismo es todavía otra cosa), me limitaré a recordar los dos lugares más significativos.
(1) El primero está representado por los capítulos 24 y 25 que concluyen el libro del Capital que he reeditado bajo el título La expropriation originelle (Les nuits rouges, París, 2001) y que a mi modo de ver constituyen un verdadero “Tratado de la violencia”. En el cuadro que entrega, particularmente a partir de la experiencia de Gran Bretaña, el primer país comprometido en el proceso de paso de un modo de producción a otro, Marx convoca un vocabulario muy extenso -avasallamiento, crimen, saqueo, rapacidad, incendios, robo, traición, corrupción, asesinato, infamia- con el fin de mostrar que la violencia es la real hacedora de la acumulación capitalista, suscitando el enfrentamiento duradero de los trabajadores salariados “libres” y los “lobos de la bolsa” o “hacedores demás” (plusmacherei). “Esta expropiación, escribe, está inscrita en los anales de la humanidad en caracteres de sangre y de fuego”. Sin embargo, a pesar de las apariencias, esta violencia no es para nada originaria. Tampoco juega un rol fundador. La historia es su lugar de aparición y de ejercicio. Pertenece al orden de lo coyuntural. Esta tesis refuta los alegatos de Longuet, uno de los yernos de Marx.
En la producción capitalista, característica de la acumulación primitiva, la violencia posee un doble aspecto y una doble función. Bajo su expresión “sangrienta”, a la cual la política de agresión colonial da su mayor visibilidad, juega el rol parcial y provisorio de la brutalidad conquistadora, mientras que bajo su forma “concentrada y organizada” que es la del Estado, su actividad es permanente, pues está encargada de asegurar el mantenimiento del orden establecido por la clase dominante. Entonces, cuando la violencia es llamada “la partera de toda vieja sociedad en trabajo”, se encuentra, al mismo tiempo, calificada de “potencialidad económica” La propiedad privada y la pobreza forman un par: la apropiación producida por la expropiación se dota de una legitimación jurídica que a su vez, organiza el proceso de trabajo, en el marco de la explotación, poniendo a los trabajadores en competencia, gracias a la constitución de un “ejército de reserva”, en otras palabras de una sobrepoblación, ocasión en la cual Marx habla de hombres demás. La violencia está presente en cada etapa del proceso.
(2)La teoría de la violencia de Engels (ya sea la reagrupación de los capítulos 2, 3, 4 de la segunda parte del Anti Dühring) entrega una segunda referencia. Contra Herr Eugen Dühring, quien fue, en los años setenta del siglo XIX, en Alemania, una suerte de papa del socialismo metafísico, y que veía, en lo que llamaba “violencia inmediata”, una “potencia económica inmediata” y un “elemento histórico fundamental”, Engels se apoyaba en el ejemplo de la esclavitud para hacer valer la determinación primera por las condiciones económicas, en Grecia, los oficios de arte y el comercio, en los jóvenes estados Unidos de América, la industria inglesa del algodón.
Él notaba que la fortuna, al permitir disponer de esclavos, podía provenir del trabajo, del robo, del comercio o la estafa, entonces no siempre de la violencia. “Al contrario”, afirmaba, la propiedad privada generalmente no es engendrada por el robo o la violencia. La destrucción de la economía doméstica proviene de la competencia ejercida por la gran industria. Es la producción económica que entrega las armas indispensables al recurso de la violencia, la cual “no puede hacer dinero”, sólo puede acaparar lo que existe. Y concluía: “en suma, siempre y en todas partes, son las condiciones y los medios de la potencia económica los que ayudan a la “violencia” [NB gewalt y “”] a conseguir la victoria, que, sin ella, dejaría de ser violencia”. A ojos de Marx y de Engels, cualquiera que hayan sido sus simpatías por un Proudhon o un Blanqui, y a pesar de la existencia de discípulos disidentes como Bakounin, los anarquistas se equivocan en darle a la violencia el rol determinante. La “ultima instancia” continúa moviendo los hilos.
Sin duda estamos frente a dos suertes de violencia que se manifiestan, por una parte, en la asociación de la producción económica y de la potencia estatal (la de las armas, por ejemplo), y por otra, en la guerra (uso de armas). Pero Engels, más claramente que Marx, de quien ilustra la tesis defendida en el Capital, parece limitar el nombre de “violencia” sólo a la violencia “sangrienta” otorgándole en esto una concesión a la acepción de la violencia común. En efecto, opera una primera distinción entre violencia “sangrienta”/visible y violencia “muda”/ocultada, y una segunda entre violencia “servidora” (politische Gewalt), auxiliar del mantenimiento de las condiciones económicas, y violencia “maestra”, que actúa en el sentido del desarrollo económico y por consecuencia lo acelera.
Pero ¿interrogaremos de dónde vienen los ökonimische bedingungen y el Machmittel? ¿Cómo se produjeron? La propiedad, ¿no es el robo? Y “la partera”, puesto que de ella se trata, ¿traduce la consigna dada a los comunistas, al fin del Manifiesto: “la inversión violenta (den gewaltsamen Umsturz) de todo el orden social pasado”, o bien, ofrece la rectificación? ¿Los cambios sociales y con mayor razón las revoluciones, son ocasionados por un estado económico llegado a tal madurez que le impone su mutación, y la violencia abierta sólo representa el empujón que hará tambalear al conjunto, o bien son totalmente alterados por la iniciativa de una violencia radical? La posibilidad, inspirada a Engels, al fin de su vida, por las ganancias electorales de la socialdemocracia, de una transición pacífica, parece conformar la función derivada, subalterna, atribuida a la violencia.
Hoy en día, el caso de Venezuela y de su “revolución bolivariana” puede ser paradigmático para otras naciones de América Latina y entregaría una ilustración, como lo pretenden algunos, de la no-necesidad de la dictadura del proletariado e inversamente del período de Terror de la Revolución francesa del 89, dispensaría de todo llamado a la violencia. ¿Es decir que Engels vino a minimizar el rol instaurador de la violencia revolucionaria? Dos razones podrían proponerse con el fin de explicar tal actitud. La primera tendría que ver con la confianza acordada al carácter progresista del desarrollo económico afirmado desde el Manifiesto, con el cambio revolucionario de las relaciones feudales cumplido por la burguesía.
La aprobación, más tardía de Marx, de las amputaciones territoriales experimentadas por México del hecho de EU, iría en el mismo sentido, un estadio de desarrollo superior que justifica la conquista colonial. La segunda razón, mucho más general, tendría que ver con el temor indudablemente legítimo de una violencia cuyo proletariado pagaría el precio más elevado. Si el sufragio universal podía sustituirse a las barricadas del combate de calle ¿Quién se quejaría?
Como sea, conviene sin duda retener, en los hombres de las Luces, fascinados por el Progreso, una sobrestimación excesiva del factor económico. La pregunta que resume las precedentes puede simplemente ser formulada: ¿las relaciones de producción, especialmente bajo el capitalismo, no son en tanto que tales, portadoras de violencia? Dos lecciones divergentes y semejantes han sido sacadas del movimiento obrero posterior, según si el acento estaba puesto preferencialmente sobre una u otra de las dos formas de violencia, quedando claro para todos que su estrecha imbricación no estaba en cuestión.
Por un lado, a veces llevamos hasta la sacralización, el interés prestado a la violencia abierta, visible y habladora, como lo vemos, sin entrar en detalles, en un Sorel, que hace de la huelga un acto de guerra, en un Fanon, lector de Engels, que busca terminar con las atrocidades coloniales, o incluso un Mao, llamando a tomar el fusil contra el reino de los fusiles. Por otro lado, el economismo dominante, desde Kautsky, en el movimiento socialista internacional, se queda en segundo plano, confortado todavía por la conducta de fracaso y la culpabilidad provocada por la caída de los países “socialistas”, del enfático rechazo actual de toda violencia. La particularidad de la actitud de Lenin se revela, en este sentido, ejemplar. Rechazando las tentaciones recíprocas del aventurerismo, que fuerza el movimiento y el fatalismo, que espera que funda el azúcar, hace depender el proceso revolucionario de la relación de fuerzas políticas entre “los de arriba” y “los de abajo”. El caso de una revolución que caería como una fruta madura, una vez cumplidas las condiciones objetivas (la situación) y subjetivas (la conciencia) de su realización, jamás ha sido registrada por la experiencia histórica.
Tampoco lo insoportable del peso de la dominación no ha podido desde si mismo automáticamente suscitado la sublevación de los oprimidos. El sentimiento de injusticia, si no es retransmitido por la voluntad o el deseo, la insubordinación y los medios de manifestarla, se volverá impotente para salir del estado de servidumbre, ya sea sufrida o consentida. Y la relación violencia/sufrimiento no conseguirá superarse en la contra violencia que le pondría fin.
El sistema
La lección más general que se puede sacar respecto al origen de la violencia, que no es más originaria que cuando es única y monovalente; y saber la necesidad de referir la violencia, toda violencia, a la situación que la produce, nos remite obligatoriamente al sistema, en el cual se encuentra inscrito y donde toma forma. Este sistema hoy en día es del modo de producción capitalista que ha llegado al estadio de la globalización/mundialización. Él ofrece algunos rasgos notables y específicos. Avanzaré la tesis según la cual, estando dada la existencia de dos formas de violencia, el marco general es entregado por la subordinación de la violencia “sangrienta” a la violencia “muda”. Es en efecto bajo el MPC que el esquema V/S(V) logra su mayor visibilidad en las manifestaciones que son las suyas y que yo me exijo aquí, solamente a evocar.
(1) En el plano económico, la explotación hecha planetaria se esfuerza por encerrar en una sola red el conjunto de las naciones. La alianza de los imperialistas, bajo liderazgo de Estados Unidos, ha establecido una gobernancia mundial, que ha hecho de la ONU una simple correa de transmisión, cuya vocación puramente ideológica ha perdido toda credibilidad, se trate de la defensa de la Paz o de los Derechos del Hombre. Las instituciones de la Segunda guerra mundial y los acuerdos de Bretón Woods se llaman, como sabemos, Banco Mundial, Fondo monetario internacional y Organización mundial del comercio. La Bolsa es el alma que impone mercantilización y financiarización universalizadas y que no conoce otra temporalidad que las del instante, que libra a la anarquía todas las operaciones y a la incertidumbre todo proyecto de la naturaleza que sea, de ahí la teorización del fin, -de la historia, de la ideología, de la modernidad, o de los…porotos.
Con una deuda colosal, no pagada por Estados Unidos, que vive a crédito sobre la espalda de otras naciones, e impagable por aquellos que tiene por finalidad robar, sigue una larga teoría de los males incurables e incluso intratables porque son inherentes al modo de producción: incesante crecimiento de las desigualdades en todos los campos, -desarrollo, trabajo, fortuna, protección social, etnia, género, generaciones…; empobrecimiento masivo de individuos y pueblos; destrucción de las ganancias democráticas, regímenes incluidos: peligro nuclear y amenazas sobre el medio ambiente, por sólo mencionar algunos.
(2) En el plano social/práctico, la voluntad imperialista, al servicio de las minorías dominantes hace una demostración que se ejerce en las dos direcciones: lo ordinario, “permanente” como dice Marx, de la violencia “muda” o “pacífica”, bajo esos aspectos a la vez económico y estatal (cf supra); la de la violencia “habladora” o “sangrienta” que consiste en el recurso a la guerra, aportando la precisión que también se ha vuelto permanente. Porque, la mundialización ha invertido la célebre fórmula de Clausewitz ubicando la política en la continuación de la guerra. Los Estados Unidos son el modelo. He aquí una nación cuya particularidad, durante su existencia, ha sido funcionar en la agresión, que no ha conocido ninguna tregua entre dos conflictos (algunos cientos desde su genocidio casi completamente logrado de los Indios) y que ha buscado sin cesar la necesidad de dotarse de un adversario, de un Otro diabolizado, tiempos atrás el Piel roja, después el bolchevique, actualmente el islamista. Los objetivos de la agenda de nuestra actualidad son conocidos: el control de los recursos energéticos y su transporte y la prohibición ordenada a todo país de comprometerse en un desarrollo autónomo o pretender hacerlo. Agreguemos que a pesar de los enfrentamientos inter-imperialistas de la competencia comercial, la alianza se mantiene fuerte, siendo el enemigo de preferencia o casi exclusivamente, el más débil (Irak) o el ya destruido (Afganistán).
Y veamos al pasar que está claro que en Irak por ejemplo, la violencia puede “hacer dinero”, al estar el inmenso costo militar equilibrado por la enorme ganancia sacada del petróleo y del recorte regulado de las riquezas del país, aun cuando los protagonistas de la operación no sean los mismos. Es por eso que hablo del desplazamiento de la violencia de las salas traseras de los bares a los consejos de administración, a los estados mayores y a los gabinetes ministeriales. El FMI, por sólo citar este organismo internacional, donde un socialista francés ha tomado el mando, no es nada más que una verdadera asociación de malhechores, cuyas víctimas se cuentan por millones.
(3) El cuadro tentativamente esbozado no estaría completo si no se tomara en cuenta que la violencia pública o colectiva no es la única en cuestión. La violencia privada o individual se encuentra implicada en la molestia globalizada. Las políticas que se llaman liberales y ultraliberales, para cuidarse de decir capitalistas, agraden y rompen el cuerpo social. Las incivilidades expresan “el malestar de la escuela”, donde la escuela nada tiene que ver. Los suicidios de jóvenes o las tentativas, que en Francia son un record, traducen un “mal-estar”” muy rápidamente imputado a la juventud, pero cuyo tenor cambia cuando son concernidos ejecutivos en sus empresas o agentes de la fuerza pública (policías y gendarmes) en sus comisarías. Es muy difícil responsabilizar del acoso en el trabajo, otra novedad, a la maldad congénita de algunos jefecillos. En cuanto a los estupefacientes, cuyo uso desciende a veces hasta segundo año básico, ¿no posee una rentabilidad superior al chocolate e incluso la coca-cola?
(4) Una ideología legitima todas las prácticas antes nombradas, la de la “lucha contra el terrorismo” que forma un par con el discurso seguritario. Registrando la crisis del sistema y confirmando la política de guerra, ha sustituido a la cortina de humo de la ideología de los Derechos del Hombre y del Estado de derecho el programa de “conflicto de civilizaciones”, el mismo maquillado en maniqueísmo débil de la lucha del Bien contra el Mal. Los atentados del 11 de septiembre 2001, cuya naturaleza todavía no ha sido aclarada, entregaron a la vez el pretexto militar de una segunda agresión contra Irak y el pretexto jurídico del Patriot act, el primero supuestamente a suscitar una coalición internacional, que fracasó, el segundo cuyo éxito es innegable, integrado a veces al precio de graves distorsiones, en todas las legislaciones “occidentales” y utilizado como garantía por los poderes menos “democráticos”.
Las “leyes antiterroristas” han podido y por supuesto pueden, en todo instante, cubrir y legalizar los actos más arbitrarios, detenciones sin juicio, tortura, represiones, suspensión de libertades, vigilancia policial masiva, regímenes de excepción, todo bajo el sello del secreto y de los servicios secretos. La tarea de fondo que consiste en encauzar las indignaciones, con una palabra, suspende el derecho.
La garantía de la impunidad se extiende a todos los crímenes cometidos por los dominantes, mientras que la menor resistencia, armada, social o simplemente moral, por parte de los dominados, se ve ipso facto criminalizada y plausible de medidas policiales. Bajo tal seguridad, en Francia la caza a la faz se dotó de un ministerio de la expulsión, en Irak, Halliburton bombea gratuitamente el oro negro, en Chile, la Señora Bachelet envía las tropas contra los campesinos mapuches: en todas partes la pretendida “lucha contra el terrorismo” reanuda con las prácticas de la barbarie. Mientras que el terrorismo en cuestión no es desde el comienzo, tanto en el uso como en el hecho, un asunto entre poderosos. Para nada atañe a sus víctimas, a los explotados.
Desenmascarar la violencia
Una triple lección puede desprenderse de este rápido análisis.
(1) Si vuelvo al comienzo de mi propósito, las confusiones mantenidas a propósito de la violencia y las temáticas que ellas imponen, se comprenden a partir de excepcionales coerciones que hace pesar el sistema actual. La extrema apatía de la réplica de la contra violencia, en principio subyacente al esquema S/V, traduce varios fenómenos. La condena mayoritariamente compartida, si no unánime del recurso a la violencia, que no se limita a las democracias “desarrolladas” no sólo tiene como resultado la apología del consenso, que privilegia debate, diálogo, discusión y conciliación, es sostenida y enmarcada por lo que claramente hay que llamar una forma moderna de la servidumbre voluntaria. Esta última, que merecería un examen circunstancial, tolerando el descrédito lanzado por los poderes sobre todo lo que se aparentaría a una opción revolucionaria, que se refiera a doctrinas, acciones u hombres, implica no tocar al sistema. Censuras y prohibiciones golpean hasta las palabras: se acepta imperialismo pero no explotación, mundialización se dice por capitalismo, desigualdades se substituyen a alienaciones, ciudadanos a pueblo, comunidades a clases…
(2) Críticas y protestas son normadas por un pacifismo de buen vecindario, que vela igualmente a la fragmentación de sus expresiones, -huelgas, sit-in, manifestaciones callejeras, ocupaciones; de sus lugares, -negociaciones “rama por rama”, y de sus participantes, -aquí una asociación, allá una corporación, en otra parte un sindicato. El horror culminaría con las confluencias, público/privado por ejemplo, empleados y ejecutivos, o barrios y centro de la ciudad. La antífona sobre el borramiento de la clase obrera y su pérdida de centralidad exorcizan la idea misma y la palabra, de huelga general. Organizaciones No Gubernamentales, intervenciones humanitarias, asistencia y caridad no figuran para nada como contra-poderes, sino más bien antenas o auxiliares del estado burgués. La diversidad, por lo demás, y las contradicciones de movimientos de alternativas a escalas nacional y mundial encuentran precisamente su anclaje en la mundialización, que por primera vez ofrece a los dominantes la disposición de la maquinaria total, planetaria/totalitaria, del dominio económico, político, ideológico, financiero, militar, diplomático, informacional y cultural de la opresión.
Cuando los dominados son reducidos a lo sectorial de sus fronteras, que no son únicamente geográficas, a la dispersión de sus aspiraciones y sobre todo a la invención de sus propios medios de lucha, lo que necesariamente hacen -¿se le ve lo suficiente? es correr el riesgo de la violencia “sangrienta”. Los roles son cuidadosamente distribuidos: aquí, lo limpio, o más bien clean, allá lo sucio y lo repulsivo.
Ingenuidad o idealismo, ningún balance es admisible entre opresores y oprimidos. No se puede escribir con Khalil Gibran, a pesar de su buena voluntad: ¿“Y que procedimiento utilizaría usted contra quien engaña y oprime, cuando también ha sido perjudicado y ultrajado?” (Le Prophète). En todo caso, la dominación dispone de dos bases, de dos hierros.
(a) Hay que operar el quiebre de todo colectivo, cualquiera sea su naturaleza, pública o privada, en provecho de lo individual, que va del abandono al catálogo de las identidades. El golpeteo mediático referente a los suicidios, los accidentes de la ruta o las muertes por enfermedades cardio-vasculares, dispensadas de su dimensión “societal”, sólo tiene como equivalente el pesado silencio sobre los accidentes del trabajo o las víctimas del amianto, siendo unos directamente imputables a la responsabilidad de los individuos y los otros obligando a cuestionar los dispositivos de conjunto. Por un lado la impunidad, o la inocencia, lo clean de nuevo, por el otro, la culpabilidad y la sanción.
(b) Hay que asegurar la subordinación de lo político a lo económico, además financiarizado. Esta forma de supremacía explica el reciente acceso de las mujeres a las más altas responsabilidades de gobierno (‘residencias y “grandes” ministerios), que no tienen que ver desgraciadamente con los progresos de su liberación, sino con el descrédito que esos cargos, antes nobles, han sido golpeados mientras que los hombres se arrogan la casi exclusividad de posiciones reales de poder, enteramente confiscadas por la economía.
(3) La trágica escena trasera por ultimo de la triada avasallamiento/servilismo/servidumbre, no es más que el mantenimiento de la no visibilidad inmediata de la violencia “muda”. No nos privaremos de juzgarla relativa haciendo valer que la opinión se encuentra constantemente informada de tal malversación de un ejecutivo de empresa, de la corrupción de tal alto funcionario, del chaqueteo, de la acumulación de cargos, de paracaídas dorados y de stocks de opciones; que ella conoce las enormes disparidades entre el salario de un Gran Patrón y el de los salariados, el precio de compra de futbolista, los eslabones de los imperios mafiosos, las imposturas, las estafas y los tráficos que son moneda corriente de los campos políticos, financieros, deportivos y mediáticos y que no dejan de lado la cultura; que ella está al tanto de la sobreexplotación de los niños por el trabajo, la prostitución y la guerra, de la interminable opresión de niñas y mujeres, de la miseria, del hambre, del analfabetismo y las pandemias que terminan con poblaciones completas.
Sin embargo, a pesar mismo de los movimientos de contestación y de revueltas que no dejan de multiplicarse inclusive al centro de metrópolis juzgadas opulentas, este saber no engendra más que cóleras sin mañana y esos movimientos no desembocan más que en impasses consensuales orquestados. El abstencionismo electoral creciente en todas partes ¿expresa otra cosa que la abdicación ante lo que se resiente como fatalidad? ¿Y comprendemos con ello que los pobres no sean únicamente los dejados de lado del desarrollo, sino sus productos necesarios y víctimas al mismo tiempo y siempre de las injusticias sociales, epidémicas, climáticas? Los que se vean reducidos a vender sus órganos a las clínicas de los afortunados son los mismos que serán llevados por el sida (“un problema de Derechos del hombre”, decía Mandela) o por un tsunami.
Pero la verdadera violencia no podría asimilarse solo a las visiones del africano o del anciano quemado vivo en su hotel o en su hogar de ancianos podrido, del inválido del trabajo, de la mujer violada, del niño con harapos, del Palestino preso de todas las humillaciones o del Irakí torturado, en otras palabras a los tan numerosos registros del sufrimiento humano. Se extiende en-la-usina-de-punta-de-la-tecnología, en la sede social renovada de un Gran Banco, en el barco petrolero de doble casco, en la explotación de maíz transgénico, en las cajas del supermercado, en el estadio omni-deportivo y la piscina olímpica, en el centro-informático-de-última-generación o el complejo residencial-de-alto-standing, ya sea entre mil expresiones de proezas y fastos de nuestra modernidad.
Ella reina en las instituciones de la gobernancia mundial, en el Alto mando de la OTAN, en las multinacionales de la comida, del medicamento y de la moda. Ella la alfombra de la venganza del Estado que reserva a los prisioneros políticos una suerte peor que a los presos comunes, en las decisiones del bloqueo de salarios, de las franquicias de la seguridad social o la prohibición de estacionar… Ella tiene el rostro de la estrella de cine y del animador de shows televisivos, que venden sueños, del periodista – de información que rehúsa la construcción de viviendas sociales, del gran costurero y de sus lentejuelas millonarias, de los organizadores del Tour de Francia, que roban con el mismo entusiasmo de un Presidente Ejecutivo del CAC 40 (a cada cual su lista y sus cabezas).
Terminar con esta ceguera, favorecer la toma de conciencia de fechorías globalizadas, rehabilitar el concepto de revolución, es un todo. ¿O sea que el llamado a la violencia representaría la panacea liberadora? A esto doy algunos elementos de respuesta: toda salida de una situación vivida como insoportable (y primero reconocida como tal) es función de la relación de fuerzas en presencia, a saber la lucha de clases; si la revuelta no toma su camino, se reducirá entonces al estallido de motines espontáneos, parciales, que será reprimidos y desacreditarán el movimiento; los dominados nunca pueden desear el recurso a la violencia sangrienta, es bien entendido que la acción no violenta, en caso de opción, tendrá su favor. La mundialización de la violencia impuesta por los dominantes, impone a su vez como su réplica obligada, la violencia de los dominados. Oscar Wilde entregó esta lección: “Cualquiera que ha estudiado la Historia, sabe que la desobediencia es la primera virtud del hombre. Es por la desobediencia y la rebelión que éste ha progresado” (El alma humana).
Concluiré con una última paradoja, de hecho una contradicción, destinada a los intelectuales, mis pares. Existe una desproporción flagrante entre los diagnósticos críticos del estado actual del capitalismo, -la globalización-, y los diagnósticos que lo legitiman. Claramente los primeros son los más numerosos, y escasos los que rapiñan en persona -como un Soros, un Stieglitz o un Peurelevade-. Sin embargo los pimeros se comprueban incapaces, o rehúsan, sacar consecuencias adecuadas a sus análisis. Se dejan entrampar por los segundos, que muy lógicamente, trasvierten sus prácticas con discursos tan edificantes como falaces, -el Bien, el Derecho, la Paz- y por sus empleados de los medios de comunicación, al servicio de un sistema de inculcación, encargado de hacer pasar los zapallos por carrozas.
Los intelectuales seguramente no pueden cambiar el mundo y menos solos, pero pueden contribuir a impedir que nuestras sociedades resbalen en el letargo del coma político. Rompiendo con la docilidad cómplice y estipendiada de los ideólogos del poder, tienen que encontrar el camino de lucidez y de valentía, que honran a sus predecesores más prestigiosos: consagrarse a la labor de la esperanza y apelar a la voluntad emancipatoria.
NOTAS
* Este artículo ha sido reescrito a partir de la conferencia dada en La Sorbona, el 12 de enero 2008, para la presentación del libro Teoría de la violencia (La Città del sole, Naples et Librairie J. Vrin, París).
** Profesor en la Universidad Paris X-Nanterre. Email: glabica@orange.fr.
*** Página web: http://labica.lahaine.org
Traducido por María Emilia Tijoux para Polis
La Haine