Podemos o la quiebra electoral de una "izquierda" que nunca lo fue
La catástrofe del PCE en 1982 fue una tragedia para los asalariados. Lo que ahora le ha sucedido a Podemos es solo el resultado de un risible vodevil montado por un grupo de engreidos universitarios
Según nuestro colaborador Maximo Relti no es posible comparar el fracaso electoral del PCE en 1982 con el varapalo sufrido por Podemos este 28 de Abril. Y no lo es porque Podemos es un dislocado batiburrillo ideológico, que se mueve en el escenario político de la misma manera que un pollo sin cabeza. Sin táctica, sin estrategia, sin programa y sin militantes. Cuenta tan sólo con lo que ellos llaman "inscritos electrónicos".No obstante, su denodado esfuerzo por asemejarse con la socialdemocracia del PSOE, Y, sin embargo, hay paralelismos con la hecatombe de hace casi cuatro decadas que conviene resaltar
Hace ya la friolera de casi 40 años, la dirección del Partido de Santiago Carrillo, hizo esfuerzos titánicos por lucir "potable" ante las clases sociales hegemónicas de la sociedad española. Para lograrlo, él y los suyos no dudaron en se embarcarse en una operación consistente en desprenderse de todos aquellos símbolos, objetivos, historia, trayectoria de lucha que formaban parte del rico patrimonio político e ideológico de una organización, - la única, por cierto -, que se curtió en durísimas batallas en contra de la dictadura de Franco.
Para hacerse respetable y no atemorizar a quienes detentaban el poder económico - que son los mismos que hoy continúan controlándolo - aceptó la bandera rojigualda, que no es un trapo cualquiera, sino que está respaldada por la historia sangrienta de la Monarquía española histórica y de la dictadura de Franco; colaboró en la elaboración de una Constitución que vetó a los españoles la posibilidad de elegir por ellos mismos el régimen político que desearan; borró de su programa reivindicaciones sociales tales como la reforma agraria, la nacionalización de la banca, la nacionalización de las grandes empresas…; concertó acuerdos tácitos con quienes durante décadas habían perseguido a sus militantes hasta la muerte, para hacer desaparecer de la memoria colectiva la lucha antifranquista, así como la reivindicación de la II República, el único período de la historia de España en el que las clases trabajadoras lograron, por un corto espacio de tiempo, romper con los poderes seculares que habían ejercido una asfixiante opresión sobre las clases populares españolas...
Y todo ello ¿a cambio de qué? En realidad, lo que el PCE intentó lograr durante esos años fue la mimetización con un PSOE que ya contaba con las bendiciones de los EEUU y países occidentales. Los cuadros políticos del PCE, muchos de ellos provenientes de la pequeña burguesía y de profesionales universitarios, tenían además, prisa, mucha prisa, por ocupar los cargos y canonjias que suele devengar el usufructo y la administración de las instituciones del Estado.
La dificultad para conseguir ese objetivo, no obstante, estribaba en que cuando a la sociedad le ofrecen un original acompañado de una copia, esta elige indefectiblemente el original. Y así sucedió. En las elecciones de 1982, el PSOEobtuvo 10 millones de votos. Y el PCE casi desapareció del mapa del hemiciclo. Sólo obtuvo dos diputados, si no recordamos mal.
Pero eso no fue lo más dramático. Como suele pasar con las organizaciones que pierden su identidad ideológica, los grupúsculos alrededor de los cuales se nuclean las diferentes banderías de la dirigencia partidaria, pronto desataron entre ellos una guerra cainita. Aparecieron múltiples fracciones, cuyas diferencias no eran estrictamente de contenido ideologico, sino que se esgrimían como plataformas de ambiciones personales. No pocos de los dirigentes del PCE buscaron en la rápida migración hacia PSOE la garantia de futuro político y personal. El PCE, en definitiva, inició un catastrófico ciclo que aún hoy está lejísimo de superar, si alguna vez llega a lograrlo.
Para la clase trabajadora, los episodios que condujeron a la descomposición del PCE supusieron una enorme tragedia, que ha estado pagando duramente durante los últimos 40 años. Los recursos economicos del pais fueron puestos en almoneda, dando lugar a la absorcion de la economia española por las grandes multinacionales, sin que contra ello se pudiera producir ninguna resistencia capaz de impedirlo. No existia ningura organización capaz de encabezar la lucha contra ese desafio. Por si fuera poco, la desintegración del PCE se extendió, igualmente, a Comisiones Obreras, convirtiendo a este sindicato en una institución amarilla cuyo cometido se limitó a la concertación amistosa con la Patronal y a la gestión administrativa de los conflictos laborales.
Comparar lo que le sucedió al PCE en la década de los 80, con lo que le sucede hoy a Podemos sería, ciertamente, un craso error. En primer lugar porque ni la militancia, ni la dirigencia de esta última organización tiene nada que ver ni con la tradición ni con la ideología que tenían una buena parte de los militantes de la base del PCE de entonces. Podemos es, en cambio, un dislocado batiburrillo ideológico, que se mueve en el escenario político de la misma manera que un pollo sin cabeza. Sin táctica, sin estrategia, sin programa y sin militantes.Cuenta tan sólo con lo que ellos llaman "inscritos electrónicos" . No obstante, su denodado esfuerzo por clonarse con la socialdemocracia del PSOE, contradiciendo de manera flagrante todo aquello que habían proclamado hace tan solo cuatro años, han llevado su experiencia electoral en este 28 de abril, a un desenlace muy similar al que sufrió el PCE a principios de la década de los 80, aunque el volumen y la proporción de la quiebra electoral puedan ser diferentes.
Sólo hay, sin embargo, una notoria diferencia con lo sucedido entonces. Lo del PCE fue una tragedia para los asalariados, con graves proyecciones en el tiempo. Todavia hoy vivimos sus efectos. Lo de Podemos, en cambio, se queda simplemente en un risible vodevil puesto en escena por unos cuantos engreidos y petulantes universitarios, que debiera causarnos vergüenza a todos: a los que ingenuamente les votaron, y aquellos otros que sin hacerlo, permitieron que este espantajo inocuo y artificial pudiera haber sido capaz de neutralizar la ira de millones de ciudadanos.
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