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Pensamiento :: 01/03/2007

Posibilidad y Ciencia de la Revolución

Carlos X. Blanco
¿Renunciamos a la Revolución? ¿Qué es, qué puede ser una Revolución? ¿En qué condiciones puede llegar a darse? Para algunos, éstas son preguntas pasadas de moda. Para otros, son las Grandes Preguntas.

Vamos con la primera.

La historia de la renuncia a la Revolución es la historia de los sucesivos fracasos, traiciones y derrotas de la izquierda. El virus "socialdemócrata" es altamente contagioso, pues con el contagio las cúpulas sindicales y partitocráticas han obtenido siempre beneficios de importancia. La mutación reformista de las diversas organizaciones rojas es consecuencia inevitable de un medio ambiente burgués, que tiende a atraer a su propia lógica todo cuanto se le cruza en el camino, que tiende a corromper en términos mercantiles cualquier relación social o iniciativa política. Pero los que no renuncian a la Revolución, en el sentido de cavar la tumba al Capitalismo, son conscientes de algunos dogmas incuestionables.

1. El Capitalismo lleva insita la tendencia a eliminar la especie humana, y su poder destructor actual indica que lo hará a corto plazo.

2. El Capitalismo lleva en sí inscrito el proyecto fascista de alcanzar un control absoluto de la especie humana y de los demás seres que damos en llamar Naturaleza, con lo cual, previo paso a la aniquilación total, apretará todas las tuercas necesarias para provocar la degeneración de la humanidad, haciéndola recaer en estados animales o vegetativos, reduciéndola de forma absoluta a mercancía y a medio de producción. Se trata de la recaída, en una fase superior (tecnológicamente hablando, además de superior en cuanto a su alcance universal) del esclavismo. Si V. I. Lenin habló del Imperialismo como una fase superior del Capitalismo, podemos perfectamente hablar hoy del Capitalismo actual - globalizado- como de una fase superior del Esclavismo. En otros escritos lo denominamos Fascismo Global.

Ser Comunista es, por tanto, trabajar por la Revolución, crear las condiciones propicias para que este acontecimiento acontezca, pues se tiene una sólida convicción en los dogmas 1 y 2 que se han apuntado arriba. Ser Comunista es querer salvar a la especie humana de la barbarie, la degradación y, en el límite, la aniquilación.

Vamos con las otras preguntas.

¿Qué es una Revolución? ¿Qué puede llegar a ser tal acontecimiento? Marx y Engels tenían a la vista las experiencias históricas, los hitos anteriores, especialmente franceses, en las que la clase obrera -con alianzas en otras clases sociales- toma el poder, gestiona la guerra antiburguesa y administra de forma social el estado recién arrebatado, esto es, implanta una Dictadura del Proletariado como forma política provisional anterior al advenimiento del Comunismo. Después, vendrán las grandes experiencias revolucionarias (Rusia, 1917; Asturies, 1934, por ejemplo). Para pensar en las Revoluciones del porvenir hemos de fijarnos en los rasgos de las pasadas. Sus fracasos, errores, crímenes y, sobre todo, el cariz local y efímero de las mismas, en cambio, las distinguirán de la definitiva y global tumba del Capitalismo.

¿Qué puede llegar a ser Revolución? Ninguna revolución futura tiene por qué repetir los moldes del pasado. Todos los años, en cualquier continente, el pueblo -sobre manera el pueblo oprimido y explotado en grados intolerables- toma las calles, los palacios y parlamentos, los medios de producción. Con frecuencia, las aguas vuelven a su cauce, la "paz" y la "negociación" prevalecen, más o menos mezcladas con la represión y las amenazas. Pero en cada uno de esos amagos revolucionarios está el germen y la experiencia a acumular ante todo posible levantamiento de masas en el futuro. Cada país y cada comunidad ensayan sus propios métodos y vías. Pero el Fascismo Global va tratando de reforzar con mayor intensidad los mecanismos represivos incruentos, la pre-represión y la violación de mentes, con el fin de no dejar a los revolucionarios una posibilidad mínima de hegemonía social, y confinarlos a una guerrilla armada desligada del pueblo.

¿Condiciones para la Revolución social? Se están dando. El Capitalismo, pese a su competencia interna, ha concertado a las mil maravillas su acción estratégica y se sirve de los Imperios militaristas y agresivos (especialmente E.E.U.U.) para eliminar o neutralizar estados que le son rebeldes. Los movimientos sociales anti-capitalistas y anti-imperialistas, precisamente por ser transversales a estados de todo tipo, son más difíciles de reducir por las vías clásicas (invasión, bloqueo, promoción de golpes de estado, fomento de la "contra", etc.). La intensificación de la explotación, el resurgir del esclavismo, la introducción del "fascismo taxonómico", dividiendo en categorías étnicas a los trabajadores, y la pauperización creciente de la mayor parte de la humanidad justifican un concierto de movimientos opositores al Capital a escala mundial.

Para ello, el marxismo sigue mostrándose como la ciencia ideológica cuyo máximo objetivo es alcanzar su Verdad: la Revolución. Cada análisis teórico, cada interpretación de lo empírico social, toda impugnación del régimen explotador vigente, tiene un solo destino: socavar los cimientos del orden existente, y preparar la llegada del Comunismo. La abolición de la propiedad privada, empezando por la propiedad privada de los medios de producción, y el establecimiento de unas relaciones sociales basadas en la colaboración mutua, no en la competencia ni en la mercancía, en las cuales cada individuo sea una singularidad que despliegue todas sus potencialidades gracias al otro, y gracias a la naturaleza, y no a pesar del otro y a pesar de la naturaleza.

La compulsión al trabajo y la compulsión al consumo.

Es evidente que ambas guardan una conexión muy estrecha. La mayoría de los miembros de la especie humana se ha convertido en productora, consumidora, o ambas cosas a la vez. Los primeros tiempos del capitalismo se caracterizaron por un lavado colectivo de cerebros, en los que la compulsión a trabajar se combinaba estrechamente con una valoración enorme de la frugalidad y el ascetismo. Fueron tiempos en los que era preciso alcanzar la acumulación de capitales por medio de un ascetismo económico personal muy semejante al religioso y recíprocamente complementario de aquel. Luteranismo y calvinismo eran las ideologías correspondientes a este espíritu de frugalidad de la clase media. La ostentación y el derroche correspondían, en los albores de la Modernidad, a actitudes propias de una nobleza parásita, una jerarquía eclesiástica decadente, una aristocracia que perdía progresivamente el control de la producción. El final de la edad media y el renacimiento fueron los momentos gloriosos de esta asociación entre producción compulsiva, trabajo santificado e imperativo moral ascético y sacrificio por amasar oro, renunciando al consumo del mismo para conseguir el logro de una ulterior reinversión de capital, y también una mayor acumulación, por lo tanto.

Todavía en el siglo XIX esta ilusión acumuladora, este afán ascético y frugal del empresario regía su comportamiento y su sistema de valores. Ya no se trataba de un patrón autoexplotado, un artesano en trámite de hacerse empresario explotador de otras personas. En el capitalismo clásico, el patrón podría hacerse ilusiones en torno a su "sacrificio", pues era frecuente todavía, como lo es hoy en empresas pequeñas y medianas, desempeñar funciones de vigilancia, inspección, gestión, etc. El titular del capital, el bolsillo mismo que acumulaba la plusvalía, era una faltriquera humana que además "trabajaba", a veces, un considerable número de horas y le "cargaba de razones" (subjetivas) para ser exigente con sus empleados y para reclamar moralmente la plusvalía correspondiente a su "riesgo" y a su nivel de "renuncia".

Hoy, en una fase de capitalismo monopolista, en la que los intereses de corporaciones transnacionales y estatales se hayan tan imbricados, en que se requiere el consenso y dominación inconsciente de las masas mundiales, asalariadas o no, los argumentos subjetivos y morales que permitían al Capital reclamar su plusvalía y su derecho a la explotación de humanos, han perdido eficacia y sólo sirven para el burgués individual a efectos de su tranquilidad mental, al modo en que un psicotrópico puede hacerle más feliz o dormir mejor. La mayor parte de la plusvalía extraída, los principales motores de extracción y acumulación de la misma son ajenos a la "titularidad personal" del Capital. Las enormes sociedades anónimas son enjambres de participantes parásitos en los derechos sobre el Capital, y por ende, en los derechos sobre reembolso de su plusvalía. Están lideradas por un cuerpo de gestores o ejecutivos que, al modo de los antiguos condotieros, dan los golpes de timón oportunos, dirigen la nave de acuerdo con sus propios intereses (económicos y políticos). Las masas trabajadoras ya no negocian con ni combaten a un patrón con rostro e identidad reconocibles. Simplemente, su enemigo es un enjambre o una red inextricable de capitales asociados y con intereses entrecruzados. Las viejas alianzas de la clase burguesa se veían limitadas por la competencia capitalista que esta clase experimentaba en su interior, y que ocasionalmente favorecía a los obreros. Ahora, tras los pasos dados hacia el monopolio, la situación ha variado ostensiblemente. Al cesar la competencia "salvaje" entre capitales, al fundirse los intereses de éstos, y a su vez, al fundirse con los intereses político-militares de los estados, la red de oposición a las reivindicaciones proletarias es más bien un muro de acero y un engranaje harto complejo por medio del cual los propios mecanismos de la protesta popular y de la afiliación sindical se ven mediatizados.

Al mismo tiempo, la participación obligada en el sistema capitalista mundial se re-fuerza más y más por medio de la instigación a la compulsión al consumo. Grandes masas de la población, sean o no masas trabajadoras, participan y re-constituyen día a día el capitalismo con su consumo. Unas pautas de consumo que rebasan, en una parte opulenta del mundo, las necesidades de una estricta supervivencia, y que son resultado de una publicidad agresiva (violación de mentes), de una sutil manipulación de conductas, o de combinaciones diversas de ambas estrategias. Las masas deben someterse al control, sumisión y dominación de grandes agencias que dicen investigar la conducta y la evolución de los mercados, pero que más bien los influyen, orientan, determinan. Las agencias de publicidad-propaganda establecen con minuciosidad puntillosa los límites de los actos culturalmente aceptables en esta sociedad de consumo de masas. Exigen y solicitan de continuo la participación de "los otros" (compañeros, vecinos, familiares, amistades...) con el fin de convertirlos en Inquisidores de la Normalidad y del gusto planificado. A través de una prodigiosa compulsión a parecer "normal" y ser "aceptado" por esos otros, las grandes compañías recortan las posibilidades de desarrollo humano dentro de la cultura, creando incluso los marcos en los que debe discurrir esa cultura. La propia palabra "cultura" parece excesiva referida ahora al sucedáneo que los productores capitalistas están imponiendo en el mundo entero. En realidad, la cultura mundial se limita -en su aparente variedad de estímulos o sensaciones ofrecidas- a ser un gigantesco abrevadero en el que, previo pago, los rebaños humanos se sacian de unas necesidades impuestas, no generadas auténticamente desde su interior. Lo necesario ha sido creado y diseñado en algún laboratorio de ingenieros sociales. Ellos, en nombre del capital que les sustenta, han "implantado" tales necesidades inventadas en las mentes vaciadas de millones de consumidores. Los consumidores -sean o no trabajadores- sólo requieren del dinero necesario para consumar sus actos, venga o no de su propio trabajo, y en modo alguno deciden sobre la moralidad de sus necesidades o, lo que viene a ser igual, no juzgan a cerca de las consecuencias. Que las consecuencias sean desastrosas e irreversibles para el planeta o para otros seres humanos como ellos, poco habrá de importar en este sistema consumista que produce para la depredación.

Para convertirse en sujeto depredador en el consumismo compulsivo de nuestro capitalista hace falta todo un sistema de "vaciado" de nuestras capacidades humanas, tarea de la cual se encargará el sistema educativo y familiar de los países opulentos. Gozando de unos recursos materiales que, por sí solos, provocarían una revolución en el mundo pobre, sin embargo la organización de la vida desde la más tierna infancia contempla que el individuo lime al máximo las peculiaridades de su personalidad y encaje en alguno de los tipos humanos (análogos a los modelos de un catálogo, prototipos de un muestrario prefijado en la oferta) que, a no tardar, se convertirán en diversas especies de consumidor. Los niños del mundo opulento reproducirán el patrón consumidor de sus padres, con la diferencia notable de que el menor no ha desarrollado aún la capacidad de juicio moral sobre sus propios actos y tampoco conoce el "valor" medido en horas de trabajo de cada producto consumido. Una infancia y adolescencia prolongadas artificialmente muchos años no hace sino aumentar la cifra de consumidores compulsivos e infantilizados.

Las organizaciones educativas de este mundo capitalista opulento han renunciado a toda motivación emancipadora y humanista, si dejamos a un lado su retórica pedagógica. Precisamente el hecho de que se menudee tanto en esa retórica justificadora, hace pensar que sus prácticas tienden más y más hacia todo lo contrario, hacia una formación tecnocrática de sujetos analfabetos en lo que hace a la cultura humanista necesaria para iniciar toda posible emancipación, y en cambio sí los faculte en las destrezas necesarias para el manejo de aparatos más o menos sofisticados y que conforman el caudal más abundante de la actual sociedad de consumo. El manejo eficiente de la tecnología es lo que interesa. Y sospechosamente, no tanto el manejo en cuanto que los pupilos van a ser algún día operarios de tales aparatos, mano de obra adiestrada. Más importante aún es que se conviertan en usuarios de los mil y un cachivaches que oferta el mercado. Cuando los políticos "progresistas" insisten en la necesidad de "alfabetizar" informáticamente a la población, de lo que hablan en realidad es de crear las condiciones de posibilidad de que una bolsa dada de individuos se convierta en potencial cantera de clientes, de usuarios.

¿Vendrá la Revolución de esta masa, harto adocenada, de consumidores? Del primer mundo, el opulento, el adocenado, parece muy poco probable. El capitalismo opulento podrá reclutar, todo lo más, a una serie de opositores y de sectores marginados, que hagan la labor de quinta columna a la Dictadura del Capital desde sus propios cuarteles. Es en América central y del sur donde el marxismo revolucionario parece conservar toda su vigorosidad. Allí, la lucha de los pueblos es lucha de verdad: es lucha por sobrevivir. La distribución de plusvalía de la burguesía beneficiada del sistema imperante no se hace con la parsimonia y la eficacia suficientes como para tener comprados a todos los sindicatos, a todos los partidos obreros, a todas las minorías étnicas y a todos los parias, en suma. La apisonadora publicitaria y los lavados de cerebro no pueden tener, por muchas razones, la eficacia que ya tienen en Europa y en los EEUU.

Una de las pocas vías para que la vieja Europa salga de su adormecimiento secular, para que sacuda su embriaguez, entre egoísta y estúpida, es descomponerse como tal. Volver a una Europa de pueblos y naciones pequeñas, que de-construya para siempre y para empezar de nuevo el concepto actual de Unión Europea, esto es, Unión de Comerciantes sancionados y parapetados por fronteras inamovibles y sacrosantas, donde las burguesías de los respectivos estados-nación sigan acumulando sus plusvalías y continúen impunemente con su saqueo y explotación... Una Europa de pueblos libremente asociados, enemigos de las fronteras impuestas por ejércitos y demás fuerzas coactivas, será una Europa solidaria con el extra-europeo, ahora llamado extra-comunitario (vale decir, paria del siglo XXI), una Europa donde nadie será realmente extranjero y ninguna nación, ni lengua, ni manera de ser será excluida. Una Europa mosaico, una Europa marxista, será en el globo una verdadera reserva de libertad, un centro de exportación de libertades. Ahora, lo que tenemos se haya en las antípodas de una Europa cosmopolita: No se puede ser ciudadano del mundo sin saber de antemano lo que significa ser ciudadano de tu propio país, si no permiten de una vez que tu país sea tratado como país. La opresión sobre los pueblos es la quintaesencia de la opresión sobre los seres humanos.

 

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