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Pensamiento :: 17/12/2006

Privatizan al hombre. Ensayo contra el imperialismo.

Carlos X. Blanco
Las diversas fuerzas de la izquierda no deberían nunca perder de vista que ningún interés privado debería tomar el control de la sociedad, ni secuestrarla, ni llevarla en camino hacia su destrucción.

Es evidente que el mundo que entre todos estamos consintiendo, el capitalismo, consiste en hacer prevalecer el interés privado sobre el público. Esto acontece a escala mundial, y su lógica creciente en fuerza expansiva, depredadora, no es otra que la de alcanzar la plena subordinación de todo el ámbito social y público de la vida humana a un entramado de intereses privados. Los modelos clásicos de capitalismo ya preveían en sus entrañas esta subordinación. La potencia que una categoría económica fundamental como era la "mercancía" tuvo sobre el trasunto de la vida social de los países dotados de un modo de producción capitalista, fue enorme. La lógica de la mercancía, que Marx analizó magistralmente en el Libro I de El Capital, es una lógica que no admitía barreras. La mercancía fue una categoría que, dentro de unas relaciones sociales concretas, aparece en escena plenamente tras el derrumbe del feudalismo, y precisamente mediante el derrumbe planificado del feudalismo (labor a cargo del Estado, como también se encargó K. Polanyi de demostrar). La propia categoría "mercancía", unidad o célula del capitalismo, no cesó de convertirse en una especie de "piedra filosofal". Todo se transformó bajo ella, como por arte de magia. Descarnadamente, sin tapujos morales o jurídicos, el propio hombre pasó a convertirse en objeto valorizable a través de su actividad. Y ello bajo el amparo de leyes nuevas que hacían explícita la capacidad libre de los hombres para "vender" su fuerza de trabajo por tiempos convenidos en contratos laborales indistinguibles sustancialmente de los demás contratos de compraventa.

La capacidad de ponerse a trabajar fue vendible precisamente porque había surgido una clase compradora de la misma. El capitalista, ya poseedor de su instrumento organizador de la sociedad, el capital, muchas veces por medios extraeconómicos en un principio (robo, violencia, botín...) puede hacerse dueño de amplias capas de población que, a su vez, ya habían sido despojadas de sus medios de autosuficiencia (principalmente, en agricultura, pesca, artesanía). Una vez formado el capital, y una vez constituida una clase que lo posee y lo emplea como instrumento productivo, entonces el proceso es imparable. La sociedad entera de los países que entran por esta vía, se organiza de acuerdo con los nuevos dictados de un factor nuevo, el factor capital, con capacidad de subordinar a todos los demás. Compra la fuerza de trabajo, y la pone a trabajar. Solo poniéndose a trabajar la fuerza de trabajo -la clase obrera- subsiste, e incluso aumenta demográficamente. Solo poniéndose a trabajar, el capital cobra su razón de ser, que consiste en aumentar todo lo posible. El capital además posee un extraordinario potencial para comprar ideas, o mejor, a los productores y distribuidores de tales ideas (intelectuales, periodistas), políticos, artistas, etc. Toda la sociedad comienza a estructurarse bajo la lógica de la búsqueda del beneficio privado, bajo los buenos auspicios fundadores de un Estado gobernado por la misma clase que, económicamente, también posee y controla el capital. Cuando la clase obrera inicia sus primeros movimientos de autoorganización y resistencia, nos encontramos con que enfrente hay una poderosa alianza santa entre capitalistas, terratenientes, clérigos, etc., presta a la defensa de sus respectivos y comunes intereses, nunca contradictorios con el capital y más bien coincidentes con él.

En el siglo XX el capital ya no aparece atomizado en patronos aislados, dueños de fábricas que compran sus apoyos en las restantes capas privilegiadas de la sociedad con el objetivo de imponerse sobre sus asalariados. Las fusiones de capitalistas, el desarrollo enorme de las sociedades por acciones, la vinculación estrecha de éstas con los intereses del estado, hasta el punto de no ser posible distinguir la acción estratégica pública de la privada en todos los órdenes de la economía... Todas estas transformaciones desencadenan un capitalismo trasnacional apoyado en fuertes estados militarizados que sirven de soporte para el saqueo de las colonias y la competencia entre potencias. Los ejércitos se convierten en instrumentos del capital, y si el sudor y la muerte de millones de personas fueron los sacrificios ofrecidos al dios Capital, ahora los soldados, la clase obrera vestida con uniforme militar, multiplicarán varias veces el número de muertos y de destrucciones con vistas a que los diversos capitales en competencia, parapetados tras fronteras y trincheras, compitan entre sí.

Básicamente, el imperialismo como "fase superior del capitalismo" es un modelo del mundo que sigue vigente en estos últimos cien años. Los estados imperialistas cambian de identidad, las alianzas y juegos de fuerza se modifican en cada década, pero el imperialismo militarista y el deseo de poner la bota sobre extensas regiones del globo con el fin de asegurarse recursos básicos (especialmente el petróleo) es la norma hoy, lo único que permite explicar tanta muerte y sufrimiento. El imperio por excelencia, EEUU, aporta el instrumento militar necesario para garantizar las plusvalías de unas cuantas corporaciones transnacionales que cuentan con los uniformados para hacer su trabajo sucio en nombre de la "patria". Los ejércitos nacionales, y de forma relevante el estadounidense, se han convertido en poco más que en una subcontrata de estas grandes corporaciones, realizando esas funciones auxiliares de "limpieza". Igual que una gran multinacional subcontrata para la limpieza de sus oficinas, así el ejército ofrece vidas y servicios a una patria única, la patria de la plusvalía. Claro es que, a su vez, el volumen de pedidos que el ejército (verbigracia, el estado) realiza a muchas grandes corporaciones industriales y tecnológicas es enorme, y supone el "motor" de la productividad nacional. No tiene nada de extraordinario que en los imperios, como sucede con EEUU, el militarismo y el patriotismo exacerbado sean consigas naturales y aceptadas acríticamente por una masa considerable de los ciudadanos. Se trata de sentimientos y superestructuras perfectamente ajustadas a un modo de vida sustancialmente depredador con respecto a los pueblos por ellos colonizados, y destructivo con respecto al ecosistema planetario, que también ellos han sojuzgado. Su alto nivel de vida, su alocado consumismo requiere también una ideología imperial protectora y justificadora, así como imponentes legiones -al estilo de la antigua Roma- apostadas en las fronteras.

Ahora, los supuestos triunfadores sobre el fascismo (II Guerra Mundial) y el comunismo (caída del Muro de Berlín y de la URSS), en nombre de la abstracta "libertad’ o la "democracia liberal", no pueden gobernar el mundo sin una militarización y sin una adopción de técnicas claramente fascistas. Europa, patria de la libertad, posee cárceles secretas y conoce traslados secretos de presos, igualmente anónimos y privados de defensa. Mil cárceles de Guantánamo, vergüenza de Occidente, pueden existir ahora en el mundo, y no hay medios populares para saberlo o deshacerlo. La reducción del prisionero a mera "cosa", sin juicio justo, sin abogado defensor, sin el más elemental trato acorde con la dignidad de la persona, es algo que sabemos que existe en estas cárceles americanas repartidas en el mundo, y de las que nos llegaron incluso horrendas imágenes vejatorias cometidas por uniformados. Esta "libertad’ por la que dicen luchar y morir los imperialistas americanos se la pueden meter donde les quepa. El proceso histórico mundial en el que nos vemos metidos no llegará a un punto de estabilización en tanto en cuanto este Imperio de las trasnacionales no consiga privatizar y mercantilizar incluso el más elemental átomo de la existencia, hasta reducir eso que llamamos Civilización a un mercado de baratijas y reducir al ser humano a la condición de máquina automática de consumo, consumible a su vez.

Ya no nos jugamos el predominio de un modo de producción sobre otro, capitalismo sobre socialismo, como en décadas pasadas. Nos estamos jugando el seguir siendo humanos, o no.

 

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