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Pensamiento :: 24/11/2011

Sobre los miedos que amamos, en recuerdo de Arnaldo Otegi y otros

Mikel Arizaleta
Entonces me gustaría decir que he vivido una vida plena de angustias y miedos, una verdadera orgía de placer por la angustia que me hizo saborear cada segundo de la vida

De nuevo un paseo por la ribera del Isar en conversación con el bávaro
Harald Martenstein. Me relata su miedo en tarde otoñal.

“Hace meses, me cuenta, sigo las noticias sobre la crisis, la deuda y
el euro. No pierdo entrevista o discusión sobre el tema en la tele.
Leo todos los artículos que caen en mis manos. Y me he dado cuenta que
me gusta. Me alegra imaginarme que se acerca una inflación monstruosa,
que todo se derrumba, que estamos ante un Armageddon de la economía.
Realmente me llevé un chasco cuando los jefes de los Estados llegaron
a un acuerdo conjunto sobre la hechura de la deuda griega. Leí: “Las
bolsas festejan un final feliz del euro”. Pensé: lástima si ocurriera
esto.
Me doy cuenta de la calaña moral de mis sentimientos. Está claro, el
hombre no es bueno por naturaleza. Sin embargo estoy seguro que si
tuviera la posibilidad de apretar el botón desencadenante del derrumbe
de la economía no lo haría. Probablemente no. Quizá luego pensaría:
lástima que no hubieras hecho lo otro.

Técnicamente se dice “placer por la angustia”. La persona necesita
miedo, igual que comer o beber. La angustia hace que uno huya cuando
se acerca un tigre o un tsunami. Según mi teoría propia el miedo es
como un músculo, al que hay que entrenar de vez en cuando. De lo
contrario el miedo no funcionaría cuando se lo requiriera, se volvería
tan fláccido como una esparmia o tilo de tiesto tras semanas sin
riego. Y para entrenar la angustia de manera permanente tiene que
producir al menos cierto placer.

Pertenezco a una generación, continúa Harald mientras mira al
horizonte, a la que no le ha ocurrido nada grave, pero yo siempre he
sentido angustias soberbias, excelsas: Miedo a una guerra atómica, a
un super estruendo. Siempre que pasan por televisión veo la película
El día después. El miedo ante una catástrofe ecológica con las
variantes más diversas, la muerte de los bosques, del clima, miedo
ante epidemias, ante el terrorismo, miedo por el regreso de los nazis,
a que los alimentos sean envenenados. La angustia ante la energía
atómica fue uno de los miedos más bellos vividos, participé en cadenas
humanas, subscribí cientos de resoluciones, abracé a miles de hippies
con parcas y entoné canciones antiatómicas; así de bien lo pasé.

Cuando en las noches de invierno me siento ante el fuego y miro al
pasado: Las mujeres más bellas y sensibles en realidad las encontré en
el movimiento antienergía atómica, fuertes, llenas de energía, su
angustia convirtieron poco a poco en sensualidad. Las mujeres del
movimiento por la paz eran con frecuencia un poco lánguidas,
asustadizas, medrosas y a mí no me atrae demasiado el pachulí. Existe
un miedo que tiene un algo de cobaya, de conejillo de Indias, total
asexual, y existe el miedo de la fiera acorralada. ¡Ah, este miedo yo
lo idolatro, es vital, pura pasión, y las personas se aman como si
fuera la última vez!
El miedo ante el Islam a mí no me excita, pero ante el miedo de la
inflación se me engordan las venas y me pongo a tope. Me enardece. He
comprado un huerto y hago experimentos con plantaciones de verduras.
La única que allí crece y se desarrolla es la calabaza. Cuando llegue
la inflación voy a tener que comer calabaza durante meses. Cantaremos,
bailaremos, nos amaremos y comeremos calabaza con miel silvestre. Sin
duda, algún día ocurrirá realmente algo, luego otro día, en algún
sitio y no sé de qué forma moriremos.

Entonces me gustaría gritar al viento que he vivido una vida plena de
angustias y miedos, una verdadera orgía de placer por la angustia que
me hizo saborear cada segundo de vida”.

Mikel Arizaleta

 

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