¿Somos los hombres potenciales violadores?
Hay semanas de terror, y la pasada es una de ellas. La misma semana hemos visto al alcalde del PP Antonio Martín (español) cantando desenfadadamente letras de apología de la violación infantil, al futbolista Rafa Mir (español) detenido por agresión sexual, al grupo de la cantera del Real Madrid compartiendo imágenes y comentarios de chicas menores de edad, agresiones, detenciones, intentos de feminicidio, etc.
Pero, desde luego, el escalofrío más fuerte vino por la historia de Dominique Pélicot (repetiré y repetiré su nombre, impunidad es también que salgan en portada más fotos de su esposa que suyas), el francés que drogó durante 9 años a su esposa y mientras ella dormía narcotizada quedaba con hombres a través de varios foros para que la violasen mientras el marido miraba y filmaba. 72 personas. 92 violaciones filmadas. 285 agresiones sexuales al año. Y nadie dijo nada.
Cada diez propuestas que hizo Dominique Pélicot sólo 3 eran rechazadas. Al margen del horror de que 7 de cada diez estuvieran dispuestos a violar (presupongamos que tiene que ver con que buscase a sus cómplices en foros específicos y que por lo tanto ya hubiera cierta predisposición), lo que más indignación produce es el caso de esos 3 que rechazaban pero que no denunciaron la propuesta. Indigna que su silencio fuese tan escandaloso. ¿Cómo somos capaces de practicar una pasividad tan bochornosa? ¿Cómo podemos desentendernos los hombres de casos de violencia tan claros?
Y frente a toda esta violencia machista… el 'hashtag' #NotAllMen se vuelve 'trending' y se leen estos días a muchísimos hombres indignados por las generalizaciones y por englobarnos en la posición de potenciales violadores… Pero ¿de verdad no compartimos nada con ese bombero, ese informático, ese concejal, ese periodista que participaron en el horror de Dominque Pélicot? ¿Qué es lo que nos despierta esa sensación incómoda? ¿Podemos hacer algo productivo con ella?
La potencialidad de la violación
El horror del caso de Dominique Pélicot no podría venir en un momento más interesante. Hace poco, Júlia Salander salió en el 'podcast' El Sentido de la Birra y se viralizó un fragmento de la entrevista donde Ricardo Moya se mete con Júlia por la frase de que todos los hombres somos violadores en potencia. Este fragmento terminó por generar una escena bochornosa a nivel mediático donde tras invitar a Júlia al programa televisivo En boca de todos para hablar del tema, el periodista Antonio Naranjo termina insultándola, llamándola “lerda” y recomendándole “coger un libro”, indignado por su posición respecto a la potencialidad de la violación.
La potencialidad se basa en las condiciones de posibilidad. Y en culturas patriarcales de silencio y compromiso masculino, la posibilidad está ahí. La gran mayoría de nosotros nos hemos visto en circunstancias donde podíamos abusar, donde podíamos llegar a violar, agredir o maltratar. Y esa posibilidad está ahí, como reside también la potencialidad del lenguaje en el niño que aún no habla. Y lo interesante es que es una posibilidad que existe incluso aunque la rechacemos, se trata de una posición social que nos dota de una posibilidad de acción.
La buena noticia es que potencialidad no implica necesariamente realizar la posibilidad, es decir, que exista en potencia no quiere decir que tenga que desarrollarse sí o sí. Y ahí está la clave: somos potenciales agresores sexuales, pero depende de nuestra acción. Somos potenciales violadores porque en nuestro contexto (sociedades patriarcales donde el silencio y el apoyo entre hombres es la regla) podemos violar impunemente. Pero con lo que deberíamos quedarnos de todo esto es que la decisión de romper esa inercia masculina es una clave al alcance de todos. Decidimos no ser violadores aunque en potencia podamos serlo.
Esto mueve el debate de la potencialidad de la violación al ámbito de la libertad, la decisión y la responsabilidad masculina. Creo que es mucho más optimista pensar que somos capaces de huir de esa posibilidad de violación aunque esté ahí, y que precisamente lo que nos permite huir de esa posibilidad es el compromiso. Un compromiso que no tenemos muchos de los que nos callamos cotidianamente frente a la violencia machista.
Ahora bien, entiendo la distancia que necesitan marcar muchos hombres respecto a la posibilidad real de la violación, y de ahí la tendencia a alejar estos casos para que su reflejo no nos llegue. Pero la simplificación sólo nos evita ver lo que sí compartimos con ese bombero, ese informático, ese concejal, ese periodista que participaron en el horror de Dominque Pelicot. ¿Podemos habitar y hacer algo productivo con esa sensación incómoda de formar parte del mismo mundo de normalidad masculina?
El abanico de posiciones
Entiendo los dilemas de retórica política en torno al debate de la potencialidad de la violación. Es algo que sirve definitivamente a las mujeres para organizar su rabia, pero ¿sirve para generar algún cambio productivo en los hombres? ¿No esencializa la posición de víctima que necesita protección? También entiendo los debates en relación con la interseccionalidad, ya que si las violencias no se reparten equitativamente sino que inciden más en mujeres migrantes, pobres, trans, etc., existe también un reparto desigual de poderes y acceso a la violencia y no todos los hombres tienen el mismo acceso al poder. Pero creo que hay momentos y momentos en los debates políticos. Y ahora mismo creo no es momento para incidir en dudas y usar la complejidad como excusa desmovilizadora.
Además, la cuestión es que la cultura de la violación no sólo va de violar. Y entiendo que una de las consecuencias negativas de la espectacularización de los casos como el francés es que difuminan las posiciones. En la puesta en práctica de los escenarios de violencia hay varias posiciones que no son la de agente activo en la agresión.
-Los simpatizantes o defensores de los agresores alimentamos una cultura del apoyo masculino y permitimos a los agresores sostener la gratuidad de la violencia.
-Los que no nos atrevemos a señalar o intervenir con nuestros amigos o conocidos alimentamos la cultura del silencio, bloqueamos la posibilidad de que muchos pavos se den cuenta de que lo que hacen está mal y nos evitamos empezar a poner en práctica formas más proactivas de cambio social.
-Los que ponemos en duda o pedimos evidencias a las víctimas ayudamos a crear espacios hostiles para que las agresiones salgan a la luz, además de dar el ejemplo a otros hombres y alimentar el mito de la mujer mentirosa.
-Los que justificamos la violencia por cómo se ha comportado la víctima invisibilizamos al agresor del debate y reproducimos la cultura por la cual la mujer “se merece” o no la violencia según se comporte bien.
-Los que estamos más preocupados por no joderle la vida al hombre impedimos que haya ejemplos mediáticos de responsabilización social a los agresores y fortalecemos la mirada del hombre como víctima o que la violencia “no es tan grave”.
Si bien hay un debate abierto interesante sobre si todos los hombres, sin distinción y sin diferencias, somos potenciales violadores, es innegable que todos los hombres formamos parte de la cultura de la violación, de alguna forma u otra, sea en tanto agresores o como agentes pasivos que no impiden la reproducción de esas agresiones. Y ahí sí que creo que no hay debate.
Y no hay mucho más: si queremos huir de ese fantasma que nos persigue como hombres hace falta un compromiso activo. Un compromiso que no tuvieron los 3 hombres que negaban participar en la violación grupal pero que no denunciaron los hechos.
El Salto