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Estado español :: 04/11/2020

Son el Régimen y su Sistema los que practican la barbarie

Izquierda Castellana
Un diagnóstico correcto sobre las movilizaciones del fin de semana pasa por hacerse las preguntas adecuadas

Son el Régimen y su Sistema los que practican la barbarie

En los últimos días en varias ciudades del Estado español, también de Europa, se han desarrollado manifestaciones; de momento cuantitativamente pequeñas, pero con una clara voluntad de rechazo a las políticas que desde el Gobierno central y desde los autonómicos se han puesto en marcha. Según dicen esos mismos gobiernos, medidas para el control de la pandemia Covid-19.

La realidad es que esas medidas no están siendo útiles, en absoluto, para el control de la pandemia, pero sí que están siendo de una gran “eficacia” para aumentar el sufrimiento de las clases populares, así como el deterioro de su estado de salud general (la salud mental entre otras), el incremento de la violencia de género o las muertes por causas perfectamente evitables -como el cáncer- debido a las tremendas e injustificables restricciones en las consultas presenciales, etc.

No somos negacionistas, todo lo contrario. Ya en el mes de enero de 2020 reflexionábamos en nuestros editoriales sobre lo inevitable de la extensión de la pandemia y la importancia de empezar a tomar medidas aquí para que el impacto de esta fuera el menor de los posibles. Por aquel entonces, esas instituciones que ahora han enloquecido proponiendo medidas de control absolutamente draconianas, pero esencialmente teatrales, despreciaban la posibilidad de que la epidemia Covid-19 llegara al Estado español.

El Gobierno y el conjunto del Sistema actuaron con una mezcla de ignorancia, estupidez y soberbia que facilitaron el desastre de finales del pasado invierno e inicio de la primavera. En ese momento la gente, en general, siguió las recomendaciones institucionales, a pesar de que se informó muy pobremente sobre ellas. Sobre la pandemia Covid-19 podríamos decir que más que información hubo una tremenda manipulación que, por cierto, va a más.

Cuando la primera ola decayó, fundamentalmente por la evolución natural de la epidemia, asistimos a un auténtico subidón sobre la pretendida eficacia de las medidas tomadas y el buen hacer del Gobierno central que las había implementado, rechazando cualquier evaluación crítica y científica, tal como ya demandaban un significativo número de l@s más cualificad@s expert@s en Ciencias de la Salud del Estado español (Científicos españoles piden una auditoría externa sobre la gestión de la COVID-19 en España – 7/08/2020 y La élite de la ciencia española insiste “Es urgente auditar la respuesta a la pandemia” – 22/09/2020). Como consecuencia de ese absurdo triunfalismo, pusieron en marcha un proceso de “desescalada hacia la nueva normalidad”, que resultó desastroso y sentó las bases para que en la segunda ola seamos de nuevo los peores de Europa en cuanto a datos de morbi/mortalidad.

Inicialmente la pandemia Covid-19 aparecía a los ojos de la gente como una enfermedad infecciosa que procedía de China, del lejano Oriente, y que se comportaba, siguiendo la terminología del historiador Frank Snowden, como una “epidemia democrática”. Es decir, que afectaba más o menos a todo el mundo por igual, al margen de su condición social o de género; solo quedó claro desde el principio la discriminación etaria del virus, que tenía mucha mayor letalidad entre la gente mayor que entre la joven o de mediana edad. Pero muy pronto, los indicios primero y las evidencias después, hicieron cambiar esa percepción. En Madrid empezó a quedar muy claro, una vez que se fueron obteniendo datos, incluso empíricamente, que los barrios y pueblos con una mayor población obrera sufrían tasas de infección mucho más elevadas, cuestión que tenía por tanto un reflejo geográfico: los barrios y pueblos del sur de Madrid estaban mucho más afectados. Esto repercutió también en los centros sanitarios: el Hospital Infanta Leonor, que da asistencia a Vallekas, ya de por sí infradotado, estuvo absolutamente colapsado en las semanas de mayor intensidad de la pandemia en su primera fase. Por supuesto, en ningún momento se planteó descongestionarlo recurriendo a los hospitales públicos de los barrios ricos o a los privados del conjunto de Madrid. La mortalidad también empezó a expresar un claro condicionante de clase.

Se puso de manifiesto en toda su crudeza la falsedad de un conjunto de tópicos que hacía años que poco tenían que ver con la realidad, como por ejemplo que el Sistema Sanitario Público español era el mejor de Europa. Este había sufrido tal rapiña con la complicidad o el consentimiento del conjunto del Régimen a través de los recortes y privatizaciones que era incapaz de asumir con solvencia el reto de afrontar una pandemia como la Covid-19.

Las instituciones y sus sustentos ideológicos principales, los partidos políticos, comprobaron que era imposible ocultar el desastre; entonces se les ocurrió instrumentalizar este en el sentido de desviar la atención de la gente del problema principal, como es el deterioro brutal del Sistema Sanitario, tirándose los trastos a la cabeza entre ellos (puro teatro): que si la culpa la tiene el PP, que si la culpa la tiene el PSOE, y además todo ello bastante personalizado en Ayuso y Sánchez/Illa. Todos lo han hecho horriblemente mal, pero el espectáculo añadido de priorizar las luchas partidistas en una situación como la actual no ha hecho más que aumentar el descrédito y la deslegitimación de la clase política institucional.

Ese descrédito, la ausencia de mejoría en la evolución de la pandemia y el gravísimo empeoramiento de las condiciones de vida, que todo el mundo intuye que irá a más, incluyendo por cierto al Gobierno, es el escenario en el que se dan las movilizaciones del pasado fin de semana. A todo ello hay que añadir el factor de la sinvergüencería, que aunque a algunos les pueda parecer anecdótico, es la gota que colma el vaso: nos referimos al “botellón de los ricos” organizado por el periódico El Español en el Casino de Madrid, en el que participó todo el espectro político institucional, también el relacionado con el “Gobierno de Progreso”.

No es de extrañar que tengamos de nuevo los peores resultados en morbi/mortalidad, teniendo en cuenta que los recursos dedicados a la gestión directa de la pandemia han sido aquí del 3,6% del PIB, cuando en Alemania han alcanzado el 14%, en Francia el 6,2% y en Italia el 5,1% (datos del informe FMI-Policies for Recovery, de octubre de 2020)

Un diagnóstico correcto sobre las movilizaciones del fin de semana pasa por hacerse las preguntas adecuadas

Andan de los nervios preguntándose quién está detrás de esas movilizaciones. No podrán obtener respuestas de calidad si no hacen las preguntas correctas. La pregunta correcta no es quien está detrás, en una línea de pensamiento que mantiene la tradición inquisitorial de las clases dominantes españolas, sino si la situación socioeconómica-sanitaria explica que sucedan hechos como los ocurridos, que por otra parte seguramente no han hecho más que empezar.

“Es la extrema derecha”, dicen desde Podemos, los que iban a asaltar los cielos. “Es la extrema izquierda la que provocó los incidentes”, dicen desde Vox. Ambos demuestran una similar incapacidad de análisis y el tremendo oportunismo que guía sus apreciaciones.

Lo más sensato que hemos visto hasta ahora es la explicación de la Policía publicada en un artículo de El País el lunes día 2 (La policía descarta conexiones entre los grupos que provocan disturbios contra las restricciones), que en síntesis plantea que en las manifestaciones han confluido sectores de la izquierda radical, con sectores de la extrema derecha, “agitadores profesionales” y algún lumpen, pero que en lo esencial a este movimiento no se le puede poner aún etiqueta ideológica/política. Desde algunos medios de comunicación, especialmente diligentes a la hora de criminalizar a la juventud, ya han empezado a hacer esa labor (Más Vale Tarde, La Sexta – Gamonal, La Vanguardia).

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Nuestro conocimiento de las concentraciones del fin de semana en lo que se refiere a Castilla nos indica que ha habido una presencia fundamentalmente de gente sin una adscripción ideológica clara pero en general, perteneciente a la juventud popular; esto es muy claro en lo referente a Madrid, Burgos y Logroño. Obviamente había fascistas, algunos miembros de lo que habitualmente se denomina lumpen y también, por supuesto, policías sin uniforme. Este perfil heterogéneo es algo totalmente habitual en numerosas manifestaciones a lo largo de los años. Tal cosa ocurría en las manifestaciones del 20-N en los años 90 y siguientes (con los últimos años del Gobierno de Felipe González y los primeros del de Aznar); y a nadie, o a nadie que tuviera un poco de sentido común, se le ocurría que esas manifestaciones estaban hegemonizadas por el fascismo. Estas manifestaciones del pasado fin de semana nada o muy poco tienen que ver con las del 15-M. Quizás para alguna gente todo el conocimiento y experiencia de las movilizaciones en la calle se reduzca a las impulsadas por el 15-M, pero las cosas son mucho más complejas. Los propios orígenes y objetivos originales del movimiento 15M son más complejos de lo que nos contaron en su momento, y por cierto, aún casi nadie ha intentado investigarlos. A pesar de ello muchos colectivos y activistas estuvimos presentes en ese movimiento sin el menor reparo a esa falta de transparencia, e incluso en algunos casos estábamos convencid@s de que el movimiento 15-M estaba impulsado desde los aledaños del Sistema con la intención de neutralizar lo que era un movimiento popular en ascenso, muy potente y cohesionado ideológica y políticamente que se forjó a partir de diversos frentes: el movimiento antifascista; la confluencia de las movilizaciones de barrios y pueblos; el desarrollo del sindicalismo alternativo; y el impulso político que dio a todo ello la candidatura a las Elecciones Europeas de 2009 “Iniciativa Internacionalista – La Solidaridad entre los Pueblos”, inicialmente ilegalizada por el Gobierno y el Tribunal Supremo; pero ello en absoluto nos impidió participar en ese movimiento (el 15-M) para intentar reorientar su sentido estratégico, cuestión que por cierto se consiguió en buena medida.

En general, históricamente las epidemias siempre han generado una importante conflictividad social, y desde el siglo XIX con el avance de la teoría y de la práctica del movimiento obrero esa conflictividad se ha enmarcado de forma clara y bastante conscientemente en esos planteamientos. Al final de este texto reproducimos algunos párrafos del libro “Epidemias y sociedad: de la Peste Negra al presente” de Frank M. Snowden, líneas que hacen referencia a la epidemia de cólera que golpeó Nápoles en 1884, puesto que nos parecen de especial interés. El médico alemán Rudolf Virchow (1821-1902) ya desarrolló los condicionantes sociales de la salud: dieta; salario; condiciones de trabajo y condiciones de habitabilidad. En una manipulación, podríamos decir sin precedentes en las últimas décadas, el Gobierno central pretende olvidarse de estos elementos claves en el mantenimiento y recuperación de la salud, ya conocidos desde hace casi dos siglos. Cuando se establece esa falsa dicotomía entre recuperar la salud o recuperar la economía, simplemente se está falseando de forma burda la realidad: no puede haber salud con una economía en ruinas. No hay que olvidarse del ejemplo extremo de Haití.

En nuestro análisis sobre las movilizaciones de los últimos días no vamos a caer en el reduccionismo y simplificación de que los que estaban en las manifestaciones eran de uno u otro color. Nuestras consideraciones fundamentales van en la dirección de si hay unas circunstancias que expliquen la aparición de esas movilizaciones y, por tanto, si estas, aparte de los excesos que se hayan cometido, probablemente por algunos sectores infiltrados vinculados al aparato del Estado, son legítimas y coherentes con la evolución de la situación socioeconómica y sanitaria.

Sería completamente necio dejar ese espacio de lucha, que muy probablemente irá a más, a la extrema derecha. Eso sí es colaboracionismo pleno con el avance del fascismo. Al fascismo también hay que combatirlo en el terreno de las ideas, impidiendo que hegemonicen movimientos sociales que no responden más que a la precarización brutal y dramática de las condiciones de vida de la gente, y que contrastan por otra parte con el aumento obsceno del lujo y de las condiciones de vida de las clases dominantes, cada vez más adineradas y desacomplejadas en expresar su estatus, y que nada tiene que ver con la precariedad progresiva de sectores amplísimos de las familias trabajadoras. Esto es absolutamente insultante para ellas. ¿Se le puede pedir a una familia de 5 o 6 miembros que vive en un piso que no pasa de los 30m2 que tenga un comportamiento ejemplar después de tragarse a través de los medios el superlujo de la minoría que sustenta al Régimen del 78 y su sistema económico?

Izquierda Castellana, 3 de noviembre de 2020

Extractos del libro “Epidemias y sociedad: de la Peste Negra al presente” de Frank M. Snowden sobre la epidemia de cólera en Nápoles de 1884.

Representación de la epidemia de cólera, Nápoles

Pero más sorprendente todavía que los exteriores era el interior de los edificios. En palabras de un artículo publicado en el British Medical Journal en 1884, estos “miserables y obscenos” tugurios eran los peores de Europa, comparables únicamente con los habitáculos más inmundos de El Cairo. (…) “Aunque Nápoles es la mayor ciudad de Italia, su capacidad productiva no guarda relación directa con el número de sus habitantes. Nápoles es un centro de consumo más que de producción. Esta es la principal razón de la miseria del populacho y del lento, casi insensible, aumento de esta miseria a lo largo del tiempo”…

En cuanto al cólera, específicamente, un importante factor era que los pobres vivían en gran parte con una dieta de fruta pasada y vegetales en mal estado, que eran los productos más baratos disponibles. Pero tal dieta causaba también trastornos gástricos y diarrea, que predisponían a sus víctimas al cólera al reducir el tiempo de digestión. Esto era crítico, porque el ambiente ácido del estómago destruye las bacterias y es la primera línea corporal de defensa contra Vibrio cholerae. (…) Lo que transformaba estas apariciones esporádicas de la enfermedad en una epidemia explosiva y generalizada era la contaminación de los suministros de agua. Aquí también existían importantes diferencias entre la Ciudad Alta y la Ciudad Baja, puesto que los residentes de las dos zonas bebían de fuentes diferentes.

En la primera pandemia que alcanzó Occidente los años 1830, la primera reacción de los estados fue implantar medidas coercitivas de autodefensa contra la plaga, por medio de cordones sanitarios y cuarentenas. El gobierno italiano recurrió incluso a tales políticas en 1884, en un desesperado intento de sellar sus fronteras contra los microbios. Tanto en los años 1830 como en los 1880, tal estrategia se mostró contraproducente, puesto que sirvió únicamente para diseminar tanto el cólera como el desorden social, induciendo huidas a gran escala y devastación de la economía. Las medidas antiplaga, por tanto, fueron abandonadas frente al cólera. 

El paso del cólera por una ciudad aumentó las tensiones sociales y frecuentemente desencadenó violencia y revueltas. Una razón fue la sorprendente desigualdad de la carga de sufrimiento y muerte, que, como hemos visto, cayó abrumadoramente sobre los pobres. (…) La ciudad estableció equipos de gente que ahora se denominarían trabajadores sanitarios y escuadras de desinfección, pero que se comportaban casi como un ejército en territorio enemigo. (…) Como admitió más tarde el alcalde, los procedimientos que había aprobado sirvieron sobre todo para difundir el recelo y la resistencia. (…) La población extrajo sus propias conclusiones y difícilmente sorprende que la prensa publicara que la Ciudad Baja bulliese de “odio de clase”, [produciéndose] una “indescriptible resistencia opuesta por las clases bajas a las medidas dispuestas para su salvación”.

Una expresión importante y recurrente de resistencia popular fue la ritualización de la desobediencia, que adoptó una serie de formas. Una de ellas fue dietética. La ciudad había colocado carteles avisando de que se debía evitar la fruta verde o pasada. Luego intentó reforzar esta admonición mediante inspección rigurosa de los puestos del mercado y la confiscación y destrucción de los productos sospechosos. Los napolitanos respondieron manteniendo una serie de manifestaciones dietéticas públicas. Se reunieron muchedumbres frente al ayuntamiento, donde arrojaron al suelo cestas de higos, melones y frutas variadas. Los manifestantes procedieron entonces a consumir la fruta prohibida en cantidades enormes, mientras quienes miraban aplaudían y apostaban sobre cuál de los comilones ingeriría más. Todo ello, mientras arrojaban epítetos desafiantes al funcionariado. Alternativamente, la gente obstruía a los trabajadores municipales cuando intentaban combatir la epidemia por medio de hogueras de azufre purificador. Para la población los fuegos eran aborrecibles, porque los humos picantes irritaban y arrojaban ejércitos de ratas a las calles. (…) De modo semejante, los residentes de la Ciudad Baja desobedecían las regulaciones municipales que prohibían las asambleas públicas. Procesiones de cientos de penitentes llevando coronas de espinas e imágenes de los santos marchaban por las calles de los barrios bajos y rechazaban las órdenes de la policía para que se dispersaran. Cuando los tradicionales días de fiesta de los santos locales llegaron en septiembre, el pueblo observó las celebraciones de la forma habitual, marcada por muchedumbres y excesos de fruta y vino. (…) Aquí las autoridades municipales y de distrito encontraron una resuelta barrera de incumplimiento. Una epidemia de ocultamiento enfrentada a la epidemia de cólera. En todas partes las familias de la Ciudad Baja rehusaban informar al ayuntamiento de que había surgido en su seno algún caso de enfermedad.

https://izca.net/2020/11/03/son-el-regimen-y-su-sistema-los-que-practican-la-barbarie/

 

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