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Pensamiento :: 15/11/2008

Su crisis y nuestro futuro...

Octavio Alberola
Sólo el socialismo con libertad podrá ser la bandera, el objetivo y la praxis de los movimientos de contestación/emancipación futuros.

En la avalancha de comentarios provocados por el destape de la “crisis financiera” son pocos los que van más allá de explicarla por “la ceguera de las autoridades”, la “irresponsabilidad de los inversionistas”, la “búsqueda del provecho a corto plazo de los especuladores” y el “sálvese quien pueda de las instituciones de crédito”. Y de ahí también que sean pocos los que consideran inútil o insuficiente proponer o exigir una mayor “regulación del capitalismo” para salir de la “crisis” y evitar nuevas. Entre estos últimos está el artículo de Carlos Taibo, titulado “Su crisis y la nuestra”, en el que, además del análisis de “su crisis”, que comparto en casi su totalidad, se avanza una respuesta-propuesta a “la nuestra” que me ha dejado un tanto insatisfecho y que me ha incitado a escribir estos comentarios.

Como he dicho, estoy de acuerdo con Taibo en casi todo su análisis sobre “su crisis”, pues, efectivamente, coincidido con él en considerar grave y muy peligrosa la crisis actual del capitalismo. Y ello porque sus efectos nocivos no sólo provienen de su dimensión “especulativo-financiera y desreguladora” (que no se resuelve con sanear “un puñado de instituciones financieras desde hace tiempo entregadas a prácticas lamentables”) sino también de las consecuencias derivadas del “cambio climático”, del “encarecimiento inevitable de las principales materias primas energéticas que empleamos” y del “crecimiento demográfico” mundial. Lo que augura una inestabilidad cada vez mayor del sistema en su conjunto y el aplicación de terapias que ya en el pasado fueron muy nefastas para la convivencia humana.

Taibo hace pues bien en advertirnos de que, ante semejante escenario, pueden ponerse en marcha « procesos tanto o más inquietantes » que los que surgieron después de la crisis de 1929. Y ello porque la “principal respuesta” que los “principales centros de poder” –los Estados Unidos y la Unión Europea- han propuesto es a la vez insuficiente e inmoral; puesto que su verdadero objetivo no es acabar con el sistema financiero especulativo sino ayudarle a sortear este mal momento para que continúe funcionando como ha funcionado siempre: bajo el criterio de rentabilidad máxima del capital. Por eso, como lo dice muy bien Taibo, “la parafernalia retórica empleada pretende hacernos olvidar que en realidad no hay ningún designio de abandonar ese proyecto”. De ahí que utilicen fórmulas expresamente ambiguas, como las de un “capitalismo más regulado” o de un “capitalismo moral”, para hacernos creer que se abandona el proyecto neoliberal y se opta por un “capitalismo creador y distribuidor” de riquezas. Es decir: ni siquiera una quimera, pues bien saben ellos que el capitalismo es fundamentalmente inmoral e irracional.

Efectivamente, es suficiente un rápido repaso a la historia de los pueblos para que cualquiera se dé inmediatamente cuenta de la imposibilidad de moralizarlo y de volverlo racional. No es necesario leer El Capital de Marx para comprender que la apropiación de la plusvalía, producida por la explotación del trabajo, es la única razón de ser del capitalista, y que esta ambición de apropiación no tiene límites para él, salvo los que en ciertos momentos históricos le ha impuesto la lucha de clases. Así ha sido hasta ahora, y, por el momento, nada indica que los capitalistas estén dispuestos a renunciar a la acumulación sin límites, pues ni siquiera les parece suficiente una justa retribución entre el trabajo y el capital.

Es más, si miramos las respuestas que los centros de poder han propuesto y han comenzado a poner en obra para hacer frente a “su crisis”, lo que vemos es que son las mismas utilizadas ya antes: “socializar las pérdidas” y seguir “privatizando las ganancias”. De ahí que les sea tan difícil poner en marcha medidas keynesianas para hacer frente a la recesión y potenciar de nuevo el desarrollo económico y la expansión capitalista.

Los que mandan deciden por nosotros

Sí, es verdad que hasta los Sarkozy y Berlusconi piden ahora nuevas regulaciones para el mercado financiero, pero Bush ya ha advertido que no debe cuestionarse el dogma del “libre mercado” y Lula y Berlusconi, reunidos en Roma para preparar la cita del G-20 en Washington, sólo han decidido proponer una “economía menos especulativa”…Ni siquiera un principio de intención de poner fin a los paraísos fiscales en donde se han quedado los miles de millones que se han “volatizado”... Así pues, y sin esperar al resultado que salga de la macro cumbre mundial que van a celebrar estos poderes, ya se puede augurar en que quedará la llamada “refundación del capitalismo”. Sólo algunos ilusos pueden esperar que salga de ella un “capitalismo más moral”, pues ni siquiera le impondrán más racionalidad para evitar los daños medioambientales y preservar los recursos que cada vez son más escasos en nuestro planeta. Y esto será así porque, además del peso de las áreas mafiosas del sistema global, “la distinción entre lo público y lo privado tiene un alcance limitado”, como lo recuerda Taibo. Prueba de ello y de lo evidente de estas interrelaciones concretas, es “la interesada ambigüedad que impregna la conducta de tantos poderes públicos claramente volcados al servició de esos intereses” y el carácter ilusorio de las fronteras entre esas esferas. Digan lo que digan, la economía y la política, el Estado y las empresas conforman hoy en todas partes un único sistema.

Sí, Taibo tiene razón en señalar que “la simple reivindicación de lo público no basta”, pues “la acción de los gobiernos” se produce “en un escenario en el que, con la anuencia de éstos, son formidables corporaciones económico-financieras que operan en la trastienda las que dictan la mayoría de las reglas del juego”. Pero lo que no comprendo es cómo, si es así y así es, Taibo puede concluir que, “a la vieja demanda de socialización de la propiedad”, hay que sumar ahora “la necesidad inexorable de evaluar la idoneidad (de la acción de los gobiernos), o la falta de ésta”.

Claro que sería deseable que los pueblos fuesen capaces de hacer y de imponer esa evaluación; pero tan utópico resulta hoy esperar que los que mandan en el mundo accedan a socializar la propiedad como que permitan evaluar su acción. Y tan es así que también para Taibo resulta significativo el que la conducta en estos días de gobernantes y medios de comunicación esté dictada por su “propósito de salvar la cara al proyecto liberal y eludir, con ello, cualquier consideración seria de lo que se nos viene encima”. O sea, la agravación del paro, la reducción del poder adquisitivo para la clase media y los pobres, pues la recesión de la economía mundial está evidentemente en marcha. Lo que significa: agravación de “los principales problemas planetarios en materia de sanidad, educación, alimentación y agua”. Y ello cuando es más urgente que nunca tomar conciencia de “la ratificada condición de permanente injusticia y desigualdad que caracteriza al capitalismo” y de que “hemos dejado muy atrás las posibilidades materiales que la Tierra nos ofrece, de tal suerte que en los hechos estamos consumiendo recursos que no van a estar a disposición de las generaciones venideras”.

Pues bien, frente a este “fiel retrato de las muchas miserias que tenemos entre manos”, me sorprende que Taibo se sorprenda de que, en los países ricos, no se tome “en serio la imperiosa necesidad de acometer un proyecto claro de decrecimiento en la producción y en el consumo”. Y me sorprende porque bien sabe él que la ideología del consumismo a ultranza es el motor del desarrollo en el sistema capitalista y que “el decrecimiento y la redistribución de los recursos” no forman parte “del horizonte mental que manejan nuestros gobernantes”.

Cómo defender nuestro futuro

Es verdad que, como lo pide Taibo, frente a la sin razón del consumismo, “hay que defender la solidaridad y el altruismo, el reparto del trabajo, el ocio creativo, la reducción en el tamaño de un sinfín de infraestructuras, la primacía de lo local y, en suma, la sobriedad y la simplicidad voluntarias”. Pero, ¿cómo defender estos valores cuando hay tantos millones de parados y muchos otros más ven amenazados sus puestos de trabajo y ven bajar ya su nivel de vida? Sí, ¿cómo conseguir que los trabajadores los hagan suyos cuando hasta los sindicatos centran toda su acción en exigir el relanzamiento del desarrollo capitalista para asegurar el empleo?

No sé si la crisis en curso “anuncia una edad de oro para los movimientos de contestación”, como lo pronostica Taibo; pero sí que estoy seguro de que esa contestación tiene que “combinar la contestación activa del trabajo asalariado y de la mercancía –del capitalismo, para entendernos- con una consideración cabal de las exigencias que se derivan de los límites medioambientales y de recursos del planeta”. Y no sólo para que la contestación salga airosa sino porque, además de ser una exigencia ética, es evidente que sólo el socialismo puede salvarnos de la barbarie.

Ahora bien, después de ver lo que fueron todas esas experiencias históricas que se reclamaron o se reclaman aún del socialismo estatista, es necesario precisar de qué socialismo hablamos. Pues está clarísimo que si no es autogestionario y democrático no es socialismo sino su caricatura. Y, en algunos casos, más que una caricatura es la misma barbarie capitalista: tanto contra el ser humano como contra la naturaleza. Hoy son ya suficientes y suficientemente aleccionadoras esas experiencias que, por las dinámicas negativas de sumisión al poder y a pesar de haber sido la expresión de visiones mesiánicas de proyectos sociales emancipadores y movilizadotes, se transformaron en inmensas decepciones o en perspectivas apocalípticas. Es por ello que, si queremos que los pueblos hagan suyos esos movimientos de contestación/emancipación y mañana no se sientan otra vez traicionados, no deberemos dejarlos en manos de Mesías, líderes carismáticos, élites o aparatos burocráticos. Al contrario, deberemos velar para que estos movimientos sean la expresión de la heterogeneidad ideológica que conforma hoy el espectro de la contestación anticapitalista y de defensa del medio ambiente. Deberemos velar para que sean espacios de discusión política y convergencia, y para conseguirlo será necesario excluir toda forma de sectarismo y dogmatismo. De ahí que sólo el socialismo con libertad podrá ser su bandera, su objetivo y su praxis.

Dado pues al carácter imprevisible del futuro, no debemos renunciar a la esperanza dinámica de ver este proceso de concienciación y acción ponerse en marcha para transformarse en una voluntad popular que no se deja raptar más por los hombres providenciales ni embrutecer por el consumismo. En todo caso, vale la pena hacer todo lo posible por que así sea; pues si bien hay pocas cosas ciertas, muchas son posibles…

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