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Pensamiento :: 18/05/2006

Superposición y yuxtaposición de tiempos en el Estado Español

Vicente Romano
Se requiere un cambio cultural que implique un cambio del concepto de "progreso". Progreso no puede ser ya acumulación, desarrollo tecnológico incontrolado, incremento constante de estímulos. Progreso empieza a entenderse cada vez más como perfeccionamiento de la vida social

I.

En las elecciones del 28 de octubre de 1982 los españoles otorgaron al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) una aplastante mayoría absoluta en el Parlamento y en el Senado. El PSOE había basado su campaña electoral en la necesidad de realizar un "cambio" el Estado Español. La mayoría de los españoles se lo creyeron y apostaron por los "nuevos tiempos" y las promesas de un futuro mejor contenidas en el mensaje del "cambio".

Se inició así la racha de éxitos electorales del PSOE, que también obtuvo mayorías absolutas, aunque menores, en 1986 y 1989, y mayoría relativa en las elecciones del 6 de junio de 1993 y en las últimas de marzo de 2004. Se pidió el voto progresista para efectuar el "cambio del cambio", sin que nadie supiera muy bien que significaba esta frase.

Los gobiernos "socialistas" españoles han venido argumentando hasta la saciedad las ideas de la "europeización" y "modernización" del país, a las que desde el Tratado de Maastricht se han sumado las de, "competitividad’, "convergencia" y "primera velocidad’.

Había que sacar al Estado Español de su atraso respecto de los demás países industriales de Europa, liberarla de sus tradiciones del pasado. Como las estructuras económicas eran obsoletas, había que reconvertir, reestructurar, flexibilizar, etc., esas estructuras y el mercado laboral. Había que introducir la eficiencia del mercado libre, tal como se daba en los países más avanzados, a fin de llegar lo antes posible a la primera línea. La tradicional lentitud de la burocracia debía modernizarse y los funcionarios empezarían a fichar a la hora de entrar y salir. Cada niño español iba a tener un ordenador en la escuela, etc., etc. Eso era el "progreso" que llevaría a los españoles al paraíso de los países capitalistas de vanguardia, encabezados por el modelo de la RFA.

Estas ideas implicaban, claro está, una nueva concepción del tiempo.

Como se sabe, el tiempo no sólo se puede medir o sentir, también se puede concebir. Y los dirigentes del PSOE han concebido hasta ahora el tiempo y el cambio como "progreso". El gobierno español abrazaba así la concepción lineal del tiempo, imperante en las sociedades industriales de Oriente y Occidente, introducida por el cristianismo, frente a la concepción cíclica de los antiguos griegos o del pensamiento hindú. El tiempo lineal constituía uno de los requisitos previos a las nociones industriales de evolución y progreso. Asimismo, la identificación del tiempo de la historia con el tiempo lineal, acumulativo e irreversible justificaba el eurocentrismo, importante, a su vez, a la hora de imponer su temporalidad a otros pueblos y culturas o de coexistir con ellos.

Al determinar la dirección del tiempo como avance o retraso, como ascenso o decadencia, se emite un juicio de valor sobre el presente, a la vez que se adopta una actitud sobre el pasado y el futuro. Así, mientras las sociedades no industriales, subdesarrolladas, como se suele decir, centran su interés principal en el presente, las industriales y post-industriales orientan sus actividades en función de los estímulos que provienen del futuro. Se rechaza el pasado por considerarlo una carga y un estorbo.

El futuro se concibe entonces como tiempo de espera. Pero lo curioso del actual "progreso" es la desaparición de la esperanza escatológica. "Dios ha muerto" en el sentido de que muchas personas no se representan esta vida como paso previo a otra mejor y no están dispuestas a sacrificar su vida real en función de ese concepto. Estoy hablando, naturalmente, de la "católica España". Se abandonan asimismo los valores ligados a la Revolución futura (el coraje, la solidaridad, el humor). Y, simplificando mucho, se termina con la negativa a sacrificar el presente a un futuro mejor cualquiera. El resultado, por paradójico que parezca, es el ambiguo no future de los jóvenes, su pérdida de interés por el futuro.

Si se sitúa el presente en la fase ascendente de un ciclo histórico, el tiempo se vive y se piensa como progresión, y el futuro lejano es objeto de esperanza. En cambio, cuando se atraviesa una fase descendente se aprehende el tiempo como regresión y el futuro cercano genera angustias e incertidumbres, por lo que se buscan modelos que imitar en el pasado. En mi modesto entender, algo tienen que ver con esto los rebrotes de fascismo y de xenofobia que estamos presenciando.

II.

El poder, ya sea político, económico o religioso, se manifiesta también en la capacidad de usar el tiempo de los demás para fines propios, esto es, en la capacidad de ordenar y disponer del tiempo de los demás. Así, por ejemplo, contemplado desde el punto de vista del tiempo, el mercado es un espacio donde se intercambian tiempos, pues las cosas son encarnaciones de los distintos tiempos empleados en producirlas y obtenerlas.

Los tiempos pueden ser muy diversos. Hay, por ejemplo, tiempos de la naturaleza (biológica y física) y de la sociedad (todos los demás). Más aún, tiempos cualitativos y tiempos cuantitativos., y el tiempo político, que participa de ambos a la vez. Así, por ejemplo, la estructura aparentemente sencilla de un año resulta de la superposición de los calendarios solar, religioso y político.

El Estado Español se ha convertido también, tal vez con demasiada rapidez, en una sociedad dominada por el tiempo cuantitativo, cuyas actividades productivas y reproductivas, esto es, el conjunto de relaciones sociales, se rigen por las mediciones y fijaciones del tiempo que imponen los diversos poderes públicos. Hasta tal punto es así que si un día dejasen de funcionar todos los relojes la sociedad se vendría abajo.

Esta imposición del tiempo cuantitativo sobre el cualitativo genera cambios y problemas en la vida cotidiana y, sobre todo, en la laboral. Al pasar del tiempo natural al artificial, del espontáneo al impuesto, del cualitativo al cuantitativo y, dentro de éste, de la baja a la alta precisión, también pasamos de lo viejo a lo nuevo.

El "cambio" anunciado por Felipe González en 1982, seguido de la modernización, europeización, convergencia, etc., pretende llevar a España a la sincronización, uniformización y linealización con los países más avanzados de la UE. La reconversión y reestructuración del mapa industrial y agrario español ha llevado a la erradicación de industrias y actividades agrícolas tradicionales o al abandono de muchas de ellas. La "flexibilidad’ del mercado laboral ha conducido a una tasa de desempleo del 10% de la población activa y a la precariedad del empleo, en particular de los jóvenes y de las mujeres.

Los nuevos ritmos impuestos por una competitividad que pocos entienden están cambiando la forma en que los españoles manipulan su biotiempo. Muchos espacios públicos, utilizados antes para el paseo y la relación social, para el esparcimiento tranquilo, se han perdido en beneficio del automóvil y la contaminación medioambiental con prisas, ruidos y dióxido de carbono. En vez de pasear y hablar con los amigos y familiares, los españoles se ven casi forzados a pasar entre 3 y 5 horas diarias ante la pantalla del televisor. ¿Cuántas de las cenas que se organizan hoy no son meras excusas para reunirse con los amigos y hablar con ellos? Carece de sentido quedar para comer cuando eso se puede hacer mejor y mucho más barato en casa. ¿Cuántas de nuestras mujeres y hombres entran diariamente en los grandes almacenes con la ilusión de poder hablar con alguien, aunque sea con una dependienta que no abre la boca ni para decir el precio puesto que todos los artículos lo tienen marcado? El propio televisor se utiliza cada vez más como compañía.

Hay que aprovechar mejor el tiempo, a fin de sacarle más rendimiento. Esto supone que no hay que perderlo, sino organizarlo mejor para que queden menos huecos inactivos. En el Estado Español han empezado a surgir como hongos las empresas, la mayoría filiales de empresas norteamericanas, dedicadas a impartir cursos y seminarios a los ejecutivos en donde se les enseña a optimizar el tiempo. Se publican libros como el de G. Stalk y Th. M. Hout, en el área de las ciencias de la dirección, con títulos como éste: Compitiendo contra el tiempo. La nueva fuente de la ventaja competitiva.

Se remodelan el tiempo y el espacio para encajarlos en la nueva sociedad industrial, en el "progreso" entendido como aceleración y acumulación. El resultado es, naturalmente, el stress y otras psicopatías. La Asociación Española de Psiquiatras dice que algo más del 52% de la población española necesita asistencia psiquiátrica. Cabe que sus estadísticas sean interesadas, pero el stress y los suicidios empiezan a darse ya en los mismos niños, pues también ellos tienen que ser competitivos en la escuela.

La disolución del sentido, transmitido por la tradición, no sólo remite a tiempos inciertos, sino a una obra política, creadora de otro sentido. Tal cambio no puede hacerse sin dejar al margen los seres humanos enfermos del tiempo que cambia.

El biotiempo del individuo se articula con el movimiento exterior de las cosas y de los seres humanos. Esta articulación ha resultado siempre difícil para determinados sujetos, como los locos y los genios., por ejemplo. Pero la velocidad del cambio social viene a complicar hoy el problema.

La superposición e imposición de los nuevos ritmos y tiempos está produciendo en el Estado Español lo que podríamos llamar "un tiempo dislocado". Por un lado se tiene la conciencia cada vez más aguda del valor del tiempo, y, por otro, la preocupación por la exactitud, por la precisión. La concentración en el factor tiempo amenaza con convertir la medida de las actividades en un baremo de rendimiento.

Asímismo, la aparición de un tiempo de trabajo aislado de otras actividades humanas y cuya duración es, por otra parte, objeto de conflictos (lucha por reducir la jornada laboral, por crear mejores condiciones de trabajo, etc.) es un fenómeno reciente. La abstracción del tiempo supone la abstracción del trabajo, ambos van a la par. El trabajo agrario, hasta hace poco mayoritario en el Estado Español, es un modo de vivir en colaboración con la naturaleza, de saber manejarla, de conocerla. El artesano conoce, igualmente, las cualidades de su material y el trabajo lo une a la naturaleza que transforma. Pero el trabajo moderno multiplica los intermediarios entre el ser humano y la naturaleza, convirtiéndose en trabajo abstracto.

No hay que recordar la moderna separación geográfica entre lugar de trabajo y hogar. Gobierno, patronal y sindicatos empiezan ya a hablar en el Estado Español de una política de desplazamiento de los trabajadores a otras regiones y lugares a cambio de no perder el empleo. Las organizaciones del espacio y del tiempo por el poder van estrechamente ligadas.

El número de horas dedicadas al trabajo y el ritmo vienen impuestos, equivalen a una sanción. ¿Dónde están hoy los trabajadores independientes, las personas que pueden disfrutar de un trabajo que ellas han elegido y que es de su agrado? ¿Cuántas trabajan realmente en lo que les gusta y como les gusta?

El tiempo de trabajo se organiza en función del rendimiento posible, sin referencia directa a los trabajadores. El programa será tanto más lógico cuanto menos tiempo perdido haya en la producción. Como el sistema se aplica sin contar con los trabajadores, es lógico que el trabajo les resulte cada vez más insoportable. De ahí la tendencia creciente a situar las horas esenciales de la vida fuera de él, en el tiempo libre o de ocio. Pero lo que ocurre es que también éste está programado por quienes se benefician de nuestras carencias. ¡Un tiempo que debiera estar plenamiente abierto a la espontaneidad y a la creación!

El tiempo concreto es la resultante de ritmos diversos. Hoy día, el español se halla en tensión entre la velocidad de los ritmos de trabajo impuestos y sus necesidades de reposo y calma. Por regla general, la rapidez del cambio tecnológico supera a la de la transformación política y al cambio de mentalidad. El resultado es la inadaptación.

III.

Max Weber dividía las sociedades en dos grupos: de un lado, las sociedades dotadas de una temporalidad potente, que testifica sus cambios con un ritmo trepidante; de otro, las sociedades cuya temporalidad demuestra más bien la potencia de factores exógenos que actúan sobre ellas. Las primeras son las sociedades programadas, aptas para construir el futuro y obrar en consecuencia. Las segundas son las sociedades tradicionales, sin dinamismo interno, deudoras de las sociedades programadas que les dan el impulso del cambio.

Pues, bien, gran parte del ritmo acelerado que ha impuesto a los españoles les viene impuesto a su vez de la UE, o mejor dicho, de los países más avanzados de la misma. El gobierno español no se conforma con "progresar", sino que pretende hacerlo a tal velocidad que le permita situar a España entre los más ricos, entre los de vanguardia, o primera velocidad, como también se dice.

En el caso concreto del Estado Español nos hallamos abocados a un choque de temporalidades, en primer lugar, de una misma cultura o civilización, y, en segundo lugar, entre diferentes culturas o civilizaciones. Aunque el conjunto de estas temporalidades es lo que constituye la dinámica de la sociedad, se han creado tales rupturas que el presente no puede ser dominado más que en función del porvenir.

A la superposición de tiempos impuestos o jerarquizados desde el gobierno y la UE se suma en el caso español la yuxtaposición de las diversas temporalidades que coexisten en el Estado Español. Tradicionalmente un país de emigrantes, el Estado Español ha vivido durante las últimas décadas , y en particular durante los últimos años, una afluencia de inmigrantes que han empezado a afectar las relaciones sociales.

Primero llegaron las oleadas de exiliados que huían de las dictaduras latinoamericanas. Si esos países acogieron en su día con los brazos abiertos y una extraordinaria generosidad y solidaridad a los miles de españoles que emigraron hacia ellos tras la guerra civil de 1936-39, el comportamiento de la administración y de la población españolas en general no se ha correspondido con las esperanzas que estos emigrantes habían depositado en la "madre patria". Calificados despectivamente con el apodo de "sudacas" se las ven y se las desean para vencer la hostilidad de la burocracia y de la población y para encontrar un trabajo digno. Dominicanas y filipinas encuentran empleo fácil como domésticas y prostitutas en los clubes de alterne. El conflicto de temporalidades de los latinoamericanos se ve agravado por el choque entre el tiempo del catolicismo imperante en Sudamérica y el tiempo del protestantismo dominante en Norteamérica e impuesto recientemente en el Estado Español.

Más tarde empezaron a llegar oleadas de inmigrantes marroquíes y magrebíes, así como de los países de Africa subsahariana. Hacinados en barquitas muy frágiles, las famosas pateras, cruzan el estrecho de Gibraltar como pueden. Muchos perecen en el intento, otros son cazados por la policía y devueltos a Marruecos y sus países de origen después de haber perdido en la aventura todo lo que tenían. Los que por fin consiguen introducirse en el Estado Español descubren inmediatamente que no es el paraíso con el que soñaban. Les esperan los trabajos más duros y peor pagados, los que ni siquiera aceptan los parados españoles.

A juzgar por sus propias manifestaciones, les resulta dolorosa e incomprensible la temporalidad que les impone la denominada economía desarrollada, temporalidad que empobrece las culturas. Así lo perciben los sudamericanos que se sienten ofendidos por la violencia del lenguaje de los españoles, que hablan a gritos y se interrumpen constantemente.

Una de las paradojas de la sociedad industrial desarrollada consiste precisamente en que a medida que se ha reducido la jornada laboral, el tiempo de trabajo, parece que la gente tiene menos tiempo libre, esto es menos tiempo de libre disposición para hacer lo que les gustaría. ¿Quién no se queja hoy día de la falta de tiempo, de lo que le gustaría hacer si tuviera tiempo, es decir, si el tiempo fuera suyo? De ahí que el dominio del tiempo constituya hoy parte esencial de todo proyecto emancipador, de todo proyecto político que pretenda transformar las actuales condiciones de vida y de trabajo en el sentido de mejorar la calidad de vida de todos y no sólo de una minoría.

La tradición popular, recogida en el refranero, ha valorado siempre muy alto el tiempo. Nos dice, entre otras cosas, que "el hombre discreto, para todo tiene tiempo"; "el tiempo, que es lo que más vale, nos lo da Dios de balde"; "de todos los bienes somos avarientos, menos del tiempo"; y sobre todo, "el tiempo es oro", significando con ello que es lo más valioso que tenemos en esta vida, y no el "time is money", que es el sentido prostituido que se le da ahora.

Ya nadie tiene tiempo para nada, ni para nadie. Todos tenemos necesidad de contarle a alguien nuestras cosas, de hablar con alguien. Pero nadie escucha a nadie. Uno de los miles de emigrantes senegaleses del Estado Español me hacía esta observación acerca de los españoles y nos compadecía. "Cuando nosotros nos reunimos, lo hacemos para hablar unos con otros. Y consideramos de muy mala educación que alguien interrumpa al que está hablando. Hay que dejar que vacíe su alma y escucharle." En su opinión somos unos desgraciados que no sabemos disfrutar de la vida compartiéndola con los otros.

Los ejemplos con otros emigrantes latinoamericanos y africanos podrían multiplicarse. Estos emigrantes se reunen en ciertas plazas y lugares públicos para hablar unos con otros, escuchar las últimas noticias de casa, compartir la nostalgia del hogar, etc. Y algunos españoles, en vez de aprender de ellos, los tirotean con el argumento de que su color perturba la estética urbana.

Ser modernos, converger con Europa, etc., no tiene que implicar la pérdida de ciertos valores. El observador inadvertido habla del peso del pasado, dice Honorat Aguessy, un sociólogo de Benin, para subrayar el peso muerto que significan los valores autóctonos para la maximalización de la rentabilidad económica, buscada ante todo. Así, pues, los problemas no se reducen tan fácilmente a una especie de maniqueismo moderno en el que cuanto concierne a los valores autóctonos es malo, mientras que es bueno cuanto aumenta todo lo referente a la rentabilidad a cualquier precio.

La devaluación del pasado conlleva la de los ancianos y la de la sabiduría acumulada en su experiencia. A los ancianos se les abandona y aisla en residencias. En el Estado Español se han dado ya casos de abandonarlos a su suerte en carreteras y gasolineras, como si fuesen perros molestos. El resultado es refugiarse en el presente de eso que se llama sociedad de consumo. Parece como si la tradición humanista de nuestra cultura y de nuestra civilización también se hubiese abandonado.

IV.

El cambio está siempre en acción. Toda sociedad se moderniza, a menos que la única acepción del término modernismo sea el abandono de todo lo que no sea mera rentabilidad económico-financiera, eficacia técnica, dominación masiva. El intercambio de igual a igual entre sociedades y culturas, cada una de las cuales será temporalizante y temporalizada, evitará la dominación por el tiempo-de-la-otra y el consiguiente repliegue defensivo sobre el pasado, incluido el pasado vergonzante, como es el caso del neofascismo.

Se requiere un cambio cultural que implique un cambio del concepto de "progreso". Progreso no puede ser ya acumulación, desarrollo tecnológico incontrolado, incremento constante de estímulos. Progreso empieza a entenderse cada vez más como perfeccionamiento de la vida social.

Frente a la superposición, imposición y jerarquización de un tiempo universal uniforme, existe la yuxtaposición, la coexistencia y la posibilidad de un tiempo de lo universal. Este último designa, pues, la interferencia dinámica de articulaciones múltiples de las diferentes temporalidades.

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