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Pensamiento :: 19/03/2012

Teología: de ciencia a creencia

Mikel Arizaleta
Nadie, a la vista de la inconsistencia histórica de las afirmaciones centrales de la Biblia puede ser todavía cristiano.

La ciencia verdadera se corrige a sí misma permanentemente. El saber
se basa en lo fundamentado racionalmente; la creencia se envuelve en
irracionalidad. El Vaticano advierte a los teólogos pero no para que
sean serios y consecuentes en su trabajo sino para que se sometan a
los obispos. El prinde ac cadáver jesuítico. Y siguiendo esa máxima el
pastor de ovejas de Palencia, Esteban Escudero, descalifica al
teólogo Juan José Tamayo .

La concepción de la Biblia como palabra de Dios y la idea de la
virginidad de la primera Iglesia ha sido hasta el siglo XVII punto de
partida del dogma cristiano. Esto cambió cuando la revolución causada
por la visión científica del mundo y la llegada del método
crítico-histórico propiciaron una gran ruptura. El método crítico
histórico despojo a la Biblia de su divinidad y al primigenio
cristianismo de su inocencia. Condujo a una nueva visión también de
aquel mundo en el que surgió el primigenio cristianismo. Todo se
convirtió en un caos. Se refutaron los datos de los autores de la
mayor parte de los escritos bíblicos; re reconoció que la Biblia era
un colección de escritos del sector cristiano vencedor del siglo II y
que el retrato y la imagen de la primitiva Iglesia, como mujer pura,
tan sólo era un deseo piadoso de una agrupación cristiana que trasladó
y colocó en origen, en los inicios del cristianismo, su propia visión
sobre la doctrina verdadera y falsa.

La investigación histórico-crítica de los textos “sagrados” provocó
una crisis, que sigue acompañando hasta nuestros días a los
intérpretes de la Biblia: los teólogos son anatematizados por
creyentes ignorantes y báculos de ordeno y mando. Lo que para el
reformador Martín Lutero era el sentido literal de las escrituras,
todavía aún con su contenido histórico, con la aplicación del método
histórico-crítico se vino abajo. Se vio la gran brecha entre historia
y anuncio. Y el historiador moderno de la Biblia sabe que conoce
muchas cosas mejor que los autores de las fuentes que analiza. Y esto
no sólo vale para las cuestiones referentes a la visión antigua del
mundo sino también para los numerosos puntos que afectan al meollo de
la fe. Por ejemplo, con seguridad María quedó preñada de un hombre. El
nacimiento virginal se reconoce como una interpretación, así no pocos
hombres importantes de la antigüedad como por ejemplo Cesar Augusto o
Alejandro Magno debieron ser también paridos por virgen. Las fuentes
más primigenias del primitivo cristianismo, las cartas de Pablo y el
Evangelio de Marcos, nada saben del nacimiento de virgen.

Los cristianos primigenios creían que Jesús de Nazaret era el Mesías
(“Cristo”) enviado por Dios, en el que se lleva a cabo la salvación o
la condena. Para ello aluden a la Sagradas Escrituras del denominado
Antiguo Testamento. Teólogos derivaron del Antiguo Testamento toda la
actuación de Jesús y “demostraron” las particularidades de su vida
–nacimiento de virgen, padecimiento, muerte, resurrección, así los
acontecimientos esperados en el futuro: venida de Jesús sobre las
nubes del cielo, juicio, vida eterna…- por la Escritura. Obispos
católicos, desde el siglo II, confeccionaron el Nuevo Testamento con
escritos del cristianismo primigenio. Pero la historia de Israel,
contada en el Antiguo Testamento, no hay que confundirla con el
desarrollo histórico, y del mismo modo en el Nuevo Testamento no está
expuesta de manera fiel la historia primigenia de la Iglesia
Las facultades de teología provienen de la Universidad del medioevo.

Su existencia en Universidades o Escuelas superiores actuales se basa
en contratos entre la Iglesia y el Estado. Es verdad que la teología
evangélica, sobre todo la alemana de los siglos XIX y XX, puede
mostrar un gran balance positivo, es componente importante de la
historia intelectual europea. Su marcha triunfal por las universidades
de los últimos siglos es impresionante. Pero nada extraño que la
teología, que se desarrolla en nuestros días en las facultades bajo el
control de epíscopos y jerarcas eclesiales, haya perdido el papel
destacado que gozó en tiempos, cuando poseyó cierta libertad en la
investigación. La teología que postula la Iglesia oficial carece de
estatuto académico, no es ciencia, se convierte en creencia, en orden,
en obediencia, en resultado prefijado, en gato por liebre. Esa forma
de hacer teología parte de condicionamientos a los que sólo los
creyentes pueden estar obligados, por ejemplo que la religión
cristiana emana “de la automanifestación de Dios en Jesucristo” o que
la Biblia es “la palabra del Dios trino en la que él se da a
conocer”.

Los profesores de teología se abaten y mueven entre la cátedra y el
púlpito. No se puede ser profesor y apologeta del dogma y la doctrina
oficial al mismo tiempo, es imposible someterse a las leyes de la
ciencia y sostener dogmas o partir de textos intangibles revelados
desde lo alto, pregonando obediencia al papa o al obispo. Eso es
catecismo y panfleto, no ciencia. Si quiere conservar el status de
ciencia debe liberarse de la sacralidad de determinados escritos
puesto que para la exégesis científica no hay distinciones ni
diferencias entre escritos sagrados y profanos; debe liberarse de la
exigencia de hacer distinciones entre ortodoxia y herejía, traspasando
límites que van más allá y escapan al examen de las reclamaciones
históricas.

El método histórico rehúsa una respuesta a la cuestión religiosa de la
verdad y sólo puede registrar distintas exigencias de verdad y
compararlas entre sí, siendo crítico ideológicamente. Sus
condicionamientos tienen que seguir siendo revisables y que se
mantengan en pie sólo por su acción clarificadora y explicativa y no
por la voluntad autoritaria de la Iglesia. La clarificación e
ilustración no admite la cadena del dogma. Avanza como corriente
impetuosa, derribando cualquier esclusa y dique impuestos por credos

Tras años de dura e intensa investigación, narra el gran exegeta Gerd
Lüdemann, profesor en la Universidad de Gotinga, me atreví en marzo de
1998 por primera vez a describir el conflicto que me agobiaba desde
que comencé mi estudio de teología y confesé públicamente mi ateísmo.
Aludiendo a los resultados conocidos por la investigación histórica
–la mayoría de las palabras de Jesús contenidas en el Nuevo Testamento
son falsas, la cena pascual no fue instituida por Jesús, la
resurrección se basa en una visión de los discípulos- escribí: Hay
muchas razones sin duda para ser cristiano pero no hay ninguna razón
de peso y convincente; nadie, a la vista de la inconsistencia
histórica de las afirmaciones centrales de la Biblia puede ser todavía
cristiano, yo ya no soy.

Mikel Arizaleta

 

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