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Pensamiento :: 01/08/2012

Thilo Sarrazin: o abolimos la soberanía nacional o el euro

Mikel Arizaleta

El alemán Thilo Sarrazin es persona polémica, como economista de
poder virado a la derecha, miembro del consejo del Bundesbank hasta su
renuncia voluntaria tras el debate abierto por sus declaraciones sobre
la inmigración de origen musulmán y su supuesta amenaza para la
sociedad alemana vertidas en su libro Deutschland schafft sich ab
(Alemania se desintegra). Fue éxito en ventas y grano en el culo para
el partido socialista, al que pertenece, para el Deutschebank y
políticos alemanes. En el libro advertía del peligro que corre
Alemania por la inmigración musulmana, sobre todo turca, y también por
la presencia judía. Para muchos con sabor hitleriano y tinte xenófobo.
“No hay lugar en el Partido Socialista para sus tesis”, obtuvo como
respuesta. Fue senador de Finanzas de la ciudad Berlín.

Y de nuevo días atrás ha publicado “Europa braucht den Euro nicht:
Wie uns politisches Wunschdenken in die Kriese geführt hat” (2012)
Europa no necesita el euro: De cómo sueños políticos nos han conducido
a la crisis.

Y tanto en su anterior libro como en éste plantea dos problemas graves
y no resueltos en la sociedad alemana y que muchos alemanes ronronean
en tascas y debates: la inmigración y la crisis europea.

En un largo escrito resume su tesis descarnada

Maastricht fue un error

Europa funciona como unión monetaria y Alemania debiera extraer las
consecuencias del tratado de Maastricht. O abolimos el euro o llevamos
a cabo la transferencia financiera hasta convertirnos en una
Confederación europea.

Está extendida la idea de que la crisis del euro ha llevado a Europa,
como modelo de integración, a una encrucijada, no quedándole otro
remedio que optar dar un paso atrás o decidirse por ceder soberanía.
Las esperanzas se concentran en una “Unión política” aun cuando su
contenido sigue siendo poco definido y controvertido.

A lo largo de estos 60 años de historia de integración europea nunca
ha habido un “modelo definido de integración” y sí muchos conceptos
contradictorios. Capacidad de unificación hubo sólo con la iniciada
Unión del acero y el carbón y con el camino proseguido de la Comunidad
económica europea dentro de un ámbito común económico sin aduanas, con
libertad de oficinas y sucursales y reglas comunes de competencia,
complementadas mediante un sistema de seguridad común y de
ordenamiento democrático de todos los estados miembros. Desde el punto
de vista económico fue un gran éxito y hay que decir que también la
paz y la libertad nunca estuvieron tan seguras en Europa.

Si fracasa el euro tan solo fracasa un experimento osado

Para el efecto estabilizador y el éxito económico no se necesita de un
sistema monetario común. El sistema monetario europeo, abolido en 1999
y que permitía en última instancia acomodaciones al tipo de cambio,
era mucho más adecuado y apto para el desarrollo estable de todos los
Estados partícipes. El paso a una moneda europea comunitaria se debió
fundamentalmente al orgullo y altivez de Francia. País que se
espantaba y huía de una política que hiciera al franco tan fuerte como
al marco alemán. Esto y la actuación inexplicable de Helmut Kohl entre
1990 y 1992, que no previó los efectos de una moneda comunitaria, es
los que nos ha deparado el euro.

El fracaso del euro no tiene por qué conllevar el fracaso de Europa
sino únicamente un experimento osado, iniciado y puesto en marcha con
el tratado de Maastricht en 1992. Los estadistas europeos, que
optaron entonces y sus sucesores actuales, o no se han dado cuenta de
las implicaciones de este experimento o no se lo han tomado en serio.
Se han comportado como el mago de Goethe, poniendo en marcha un
proceso que no dominan. Sólo que ahora no encuentran la palabra mágica
para parar el curso iniciado y que tantos problemas origina en la
comunidad europea. Su incapacidad se enmascara y escabulle en una
crítica a los mercados financieros.

Guerra y paz no dependen de la unidad monetaria

Europa histórica, política y culturalmente es más que la unidad
monetaria. En el ámbito europeo existen capas mucho más profundas que
la unión monetaria. No es histórico y sí erróneo equiparar el “éxito”
o “fracaso” de Europa (sean los parámetros que fueren) con el éxito o
fracaso de la unión monetaria. En un examen económico más preciso
ocurre además que el 60% de los ciudadanos europeos ya no pagan con el
euro, y aquellos países de la Comunidad Europea, que no participan en
el euro, han obtenido por término medio un mejor desarrollo, un mayor
crecimiento económico y de empleo, desde inicios de la moneda
comunitaria que los del ámbito europeo.

Históricamente tampoco es verdad la tan cacareada vinculación de la
unión monetaria con el tema de guerra y paz en Europa. Europa en
agosto de 1914, cuando con el inicio de la Primera Guerra Mundial se
apagaron las luces, era de facto un ámbito de unidad monetaria
mediante el estándar oro, que ligaba de manera segura las monedas de
Europa. No había problemas de tipo de cambio ni tampoco diferentes
tendencias inflacionistas, ni había países en liquidación. Si un
ordenamiento monetario estable y libre de tensiones fuera condición
necesaria o incluso suficiente para la paz jamás se hubiera desatado
la Primera Guerra Mundial

No hay cola para una unidad estatal

Por el contrario, la unión monetaria no impidió ni la guerra civil
española ni la americana. Tras la Segunda Guerra Mundial han ocurrido
en Europa las únicas guerras en ámbitos de moneda comunitaria, es
decir en la antigua Yugoslavia y en la antigua Unión Soviética. En
ambos casos muchas décadas de nacionalidad y moneda comunitaria no
han impedido brotes de controversia y disputa guerrera en estas
cárceles de pueblos.

Una moneda es básicamente inadecuada como fuerza asociativa para una
unidad estatal. Visto históricamente la moneda nunca ha sido la causa
sino siempre la consecuencia de la formación de los estados. La
oportunidad de una moneda comunitaria para fortalecer la paz y el
bienestar de Europa es algo muy exagerado, que minusvalora en cambio
los riesgos que se esconden en su carácter obligatorio para esos
mismos objetivos.

Siempre más garantías y paquetes de ayuda

De nuevo se busca la solución en “más integración”. Un concepto común
entre los países partícipes sobre todo de Francia y Alemania, pero
hasta el día de hoy no se ha aclarado qué significa en concreto. Dicho
sencillamente: los países miembros del área del Mediterráneo, incluida
Francia, entienden bajo esta idea primero: instrumentos para la
limitación de la capacidad competitiva de los países miembros del
Norte –para ello se empleó el concepto de “gobierno económico
colectivo”- y, segundo, la socialización de deudas hasta llegar a
una unión de bancos –que es lo que se encierra en el concepto
solidaridad-.

En cambio Alemania bajo “más integración” entiende: normas y medidas
fiscales obligatorias en los presupuestos nacionales, que impidan la
necesidad de ayuda a los países individuales bajo el amparo de la
moneda común. Desde el primer paquete a Grecia, en mayo de 2010,
observamos un proceso en el que Alemania se compromete a prestar cada
vez más garantías y más paquetes de ayuda. En lugar de un “gobierno
económico” lo que Alemania exige son más reformas estructurales en los
países del Sur para acabar y cerrar los agujeros de competencia en
costes y precios acumulados desde el inicio de la reforma monetaria.
Estos agujeros ya no se pueden cerrar mediante acomodaciones al tipo
de cambio. Ascienden del 20 al 25% en Francia y del 40 al 50% en
Grecia. Los demás países del Sur oscilan entre ambos extremos.

Un mercado común con reglas de competencia homogéneas

No hay ideas capaces de poner en práctica para cerrar este agujero:
Resulta difícil imaginarlas y no parece deseable un proceso de
deflación prolongada en los países del Sur. Pero tampoco resultaría
razonable para los países del Norte ni sería practicable permitir que
allí la inflación subiera alrededor de un 5% durante 10 años para así
“ayudar” a los países del Sur a superar sus problemas de competencia.
Los ahorradores alemanes tendrían que contar con una correspondiente
depreciación de su capital monetario para responder del consumo de
los países del Sur. Ulrich Wilhelm pide como salida de la maraña de
problemas no resueltos “una verdadera comunidad”. Pero ésta es otra
palabra para el problema esencial no resuelto, que es que no existe
unidad sobre en qué debe consistir esta “verdadera comunidad”.

Seguro que no más transferencias. La primigenia Comunidad Económica
Europea se basó desde el inicio en un compromiso histórico entre las
distintas ideas de método entre Alemania y Francia: Para la
agricultura hubo, conforme al pensar francés para la protección de los
productores agrícolas del país, un mercado regulado con precios
unitarios, apoyados por un fondo comunitario de subvenciones. Para el
resto de la economía, de acuerdo con la idea alemana, hubo un mercado
común con reglas competitivas uniformes y una aduana comunitaria
anhelada, que se fue imponiendo paso a paso.

El quid de los errores

Menos para los costes de las intervenciones en el mercado agrario y
los medios muy limitados de los fondos estructurales europeos, el
mercado común renunció a transferencias entre los estados partícipes y
las economías nacionales. Las economías nacionales de los miembros se
aprovecharon sobre todo de la competencia sin trabas en el ámbito
económico común. El gran crecimiento del bienestar de la época tras la
guerra y con ello el ajuste de la condiciones de vida se llevaron a
cabo prácticamente sin transferencias interestatales. Éste fue el
principio general de organización de la Comunidad Europea para la
introducción del euro, y el rige hoy en aquellos países de la Unión
Europea que no están dentro de la eurozona.

La necesidad política creciente, surgida de pronto por la penuria de
la crisis del euro, de una unión de transferencias o deudas no tiene
nada tiene que ver con la lógica del concepto originario de la moneda
común, sino que se deriva exclusivamente de los errores surgidos en la
unión monetaria. Países como Francia, España, Italia y también Grecia
disponen sin duda en el ámbito de su soberanía nacional de todos los
instrumentos para llevar la calidad de su administración, los logros
de su sistema de formación, las estructuras de derecho social, los
impuestos o el derecho laboral al nivel de la capacidad productora
relativa de los países del Norte. Pero ellos, por razones de política
interna o por motivos sociales no pueden o no quieren. Dicho en
general, el problema son las desviaciones en la gobernanza política
y social del propio país. Estas desviaciones constituyen el fundamento
de los errores en el ámbito europeo.

¿Cómo obligarles?

Como consecuencia de una gobernanza divergente se desarrollos
divergentes, descompensados, que antes de la unión monetaria se
atajaron por el mecanismo del tipo de cambio y que ahora se
manifiestan en un desarrollo desigual en los déficits estatales y
cuentas corrientes. En tipos de cambio inalterables las desviaciones
negativas se castigan de inmediato con déficits crecientes en la
balanza de resultados, mediante un crecimiento económico más débil, un
mayor paro y una mayor deuda nacional. Como consecuencia piden los
inversores mayores intereses por los fondos de esos estados o incluso
se retiran totalmente de la financiación de las deudas del estado
afectado. Esto es del todo normal, en sí no es catastrófico y además
inevitable porque no existe el ventilador del tipo de cambio. Los
países afectados disponen además internamente de todos los
instrumentos para cambiar el rumbo mediante una política adecuada de
reformas. Si no lo hacen es resultado y emanación de sus prioridades
sociales y decisiones políticas. La “necesidad” de una unión de
transferencias o deudas surge del deseo de hacer pagar a los países
del Norte los agujeros financieros y de confianza surgidos por las
decisiones políticas libres de los países del Sur. Fue anormal la
suposición de los mercados desde 1999 hasta 2007, el de que la
abolición del riesgo del tipo de cambio significaba una igualación de
la solvencia de todas las deudas nacionales en el ámbito europeo. Esta
ilusión se ha despejado y hay que verla también en toda situación
de crisis como un progreso.

Desde la aparición de la crisis del euro la política del gobierno
alemán consiste en ir cediendo poco a poco y de mala gana a la presión
en dirección a una unión de deudas y transferencias pero, al mismo
tiempo y como contraprestación, en imponer más obligatoriedad en
política presupuestaria y de finanzas. Este esfuerzo muy entendible
adolece de tres carencias o males. Primero: Aun cuando así se tuviera
éxito y los déficits presupuestarios decrecieran esto nada cambiaría
en los déficits acumulados y en las diferencias competitivas que van
a seguir habiendo con sus consecuencias para las cuentas corrientes,
crecimiento y ocupación. Segundo: mientras tanto la política del Banco
Central Europeo se ha distanciado muy mucho del modelo del banco
alemán. Mediante los saldos-Target se financian los déficits de cuenta
corriente de los países del Sur y mediante créditos de dinero bancario
baratos y prácticamente ilimitados a los bancos por la seguridad
perdida, sólo aplazan el problema en el tiempo porque los créditos se
emplean para seguir comprando empréstitos de los países del Sur. Ambas
cosas sería en Alemania, según el régimen normal del banco de emisión,
imposible. También aquí cambiaría poco una mayor lucha de los déficits
presupuestarios en los países del Sur. Tercero: Siempre se puede
prometer más obligatoriedad en la política presupuestaria y de
finanzas de los países miembros y verter la determinación en nuevos
acuerdos, que es lo que en 1996 se denominó “paquete de estabilidad” y
en 2012 “pacto fiscal”. ¿Pero cómo imponer esta obligatoriedad? Aquí
se da un problema objetivo y un problema subjetivo.

Conceptos jurídicos poco precisos y cuestiones políticamente
controvertidas

Veamos primero el problema objetivo: Las cuestiones de optimización
económica comunitaria, social y financiera se rigen por reglas de
decisión complejas a menudo contradictorias, poco precisas en cada
caso y cambiantes en el transcurso del tiempo. Por ello son campo
abonado de la política. Las reglas establecidas en este campo y
convertidas en leyes son las más de las veces impracticables por su
imprecisión. Y esto vale, por ejemplo, para el concepto del
“equilibrio económico común” de la ley de estabilidad y crecimiento
alemán. O, por el contrario, si jurídico-formal lo suficientemente
precisas y concretas y operativamente manejables se las deja a menudo
de lado porque no se ajustan a la situación, que es lo que ocurrió con
las reglas de decisión del originario pacto de estabilidad: máximo un
3% la cuota de déficit y de un 60% del PIB el tope de deuda. Todo
economista conocía ya en 1996 que estas cuotas podían tener una
función interpretativa poco precisa, y un proceder jurídicamente
pedante sobre esta base sería en muchos casos, desde un punto de vista
de economía de economía comunitaria, sin sentido. Es prácticamente
imposible utilizar tales reglas para objetivos jurídicamente
reclamables. Y desde el inicio estos fueron los puntos débiles del
pacto de estabilidad originario, y lo mismo cabe decir de todos los
que le han seguido. Hasta llegar al pacto fiscal.

El problema subjetivo de la práctica del uso jurídico en la política
europea es todavía más grave: Precisamente porque los conceptos
jurídicos son poco precisos y se trata de cuestiones políticamente
controvertidas se facilita a los países miembros, al Consejo de Europa
y a la Comisión, en todas aquellas “grandes cuestiones” que afectan a
la unión monetaria, pero sobre todo a las cuestiones de
responsabilidad común, a prescindir de las normas jurídicas y decidir
en cada caso dependiendo de la oportunidad del momento..

Esfuerzos heroicos del gobierno alemán

El quebrantamiento más flagrante de la ley se dio con la fianza
primera a Grecia por los demás países europeos y con el inicio del
programa de compra de empréstitos de estados a través del Banco
Central Europeo, en mayo de 2010. Después de que, en contra del sano
pensar humano, se impuso la interpretación de que esto no era ningún
quebrantamiento de ley y de que el Tribunal Constitucional alemán no
estableciera límites precisos, no existe límite práctico alguno a un
uso subjetivo y político en el futuro de la aplicación jurídica
respecto a las normas de financiación y responsabilidad. Se hará en
cada momento lo que decida la mayoría en el grupo del euro. El
desarrollo y resultado de la última cumbre europea del 28 de mayo de
2012 es una buena prueba de ello.

La desesperación de Paul Kirchhof en vista del desprecio del derecho,
del elemento jurídico, en todo lo referente a la unión monetaria
europea puedo entenderla. Pero este desprecio no es algo casual ni
malintencionado, es sistemático y en el fondo profundamente político.
Los esfuerzos en este campo del gobierno federal alemán no conducen a
nada. Únicamente los puedo calificar de heroicos pero no es ninguna
loa. Son tan honorables y exitosos como la resistencia de los griegos
en las Termópilas o la de los rusos en la batalla naval de Tsushima.
El cinéfilo se acordará de “Alamo”.

¿Esbozo constitucional para un estado federal europeo?

Sólo podemos cambiar algo si las divergencias y disputas sobre la
unión de deudas y transferencias se entienden como aquella lucha
elemental por el poder que realmente es. Y esto no puede ocurrir sin
la disposición política de decir no ante un determinado punto aun
cuando esto pudiera suponer el fin de la unión monetaria en la
composición actua.

Alternativamente el gobierno federal alemán podría presentar sobre la
mesa en Bruselas un boceto constitucional para un Estado federal
europeo y hacerlo como condición para todas las demás obligaciones
financieras en el marco de la unión monetaria. De este modo bajaría
el debate de la cabeza al suelo, tocaría tierra y así se sacarían las
consecuencias del mal parto del convenio de Maastricht.

También esto significaría el final de la unión monetaria en su forma
actual. Ante la disyuntiva de abolir la soberanía nacional o el euro
Francia reaccionaría sin tardanza y se decidiría por esto último. El
gran fallo de la política alemana consiste en no haber planteado en
claro esta alternativa. Francia y los demás países del Sur siempre han
tenido la fundada esperanza de poder comer y mantener el pastel, y
así se comportan.

Un estado federal europeo podría tener un futuro estable, una Unión
Europea sin moneda común lo tendría con toda seguridad. Una comunidad
de deudas y responsabilidad de estados soberanos con toda seguridad no
a costa alemana.

Mikel Arizaleta

 

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